Fe es la palabra que designa el sentimiento de creencia incondicional e incuestionable hacia algo o alguien situado más allá de la evidencia. La fe es el cimiento sobre el que se han edificado la mayorÃa de confesiones religiosas que, ante la imposibilidad de probar la existencia de sus dioses y la verificación de sus profecÃas, han basado su credo en la esperanza de que todo aquello que no pueden demostrar sea cierto. Salvación en Sand Mountain (Salvation on Sand Mountain: Snake Handling and Salvation in Southern Appalachia, 1995) podrÃa ser un excelente reportaje periodÃstico, un tratado de antropologÃa o un informe etnográfico, pero, en realidad, es un libro sobre la fe.
Dennis Covington, un reportero originario del profundo sur, fue enviado por el New York Times a cubrir el juicio contra Glenn Summerford, predicador de una iglesia local y manipulador de serpientes, por intento de asesinato de su esposa Darlene. Después del juicio, Covington, afectado por una especie de fiebre ofÃdica, decidió quedarse en la región -a la que no es tan ajeno- para seguir investigando el fenómeno y, tal vez, aprender el arte de la manipulación de serpientes venenosas.
«Hay momentos en los que te encuentras en el umbral de una nueva experiencia y no tienes elección al respecto. O te adentras en la experiencia o te alejas, pero sabes que, con independencia de lo que hagas, habrás alterado tu forma de vida permanente. De una u otra manera, habrá consecuencias. Yo elegà entrar.»
El fenómeno de la manipulación de serpientes, una rareza eminentemente rural, parece anacrónico porque la sociedad sureña, después de la IIGM, progresó de forma acelerada, y la existencia de esos hechos pareció haber quedado fuera del tiempo; de hecho, desde la perspectiva de la Europa urbana en pleno siglo XXI, es una experiencia que nos puede parecer tan extraña como los ritos funerarios de los parsis o la dieta de los korowai. Pero si en lugar de intentar relacionarlo con la sociedad en su conjunto se pone en consideración con la mentalidad de los habitantes y se examina la historia de las creencias en esa parte del continente, el anacronismo desaparece ya que siguen aferrados a una forma de vida tradicional que casa a la perfección con esos fenómenos; no es necesario un examen meticuloso para vislumbrar una probable genealogÃa de esa fe de base cristiana:
«En 1870, cuando mi tatarabuelo empezó a ejercer de pastor itinerante en Alabama, el metodismo estaba bajo el influjo del movimiento de santidad, que creció con fuerza durante las dos décadas siguientes y solo se separó del metodismo en los años posteriores a su muerte, cuando la iglesia metodista, engordada por urbanitas de clase media, se distanció oficialmente de los fieles rurales y, por lo general, de las clases más bajas, que creÃan en la santificación y en los dones del EspÃritu Santo. Del metodismo surgió el movimiento de santidad, y de este, el pentecostalismo. De la creencia del pentecostalismo-santidad en las señales y dones espirituales surgieron los que manipulaban serpientes.»
La adicción al alcohol, la pobreza atávica, la incultura que roza el primitivismo; un nada disimulado segregacionismo racial y una trasnochada misoginia; no se trata de ninguna caricatura, pero en la zona redneck por excelencia, no hace falta escarbar en demasÃa para toparse con los cimientos de esa religiosidad primaria que, en el caso de los manipuladores de serpientes, no está lejos de constituir una variedad religiosa local de base animista.
«Pero lo que mejor recuerdo del juicio fue algo que Darlene Summerford dijo en el pasillo de la planta baja antes del veredicto. Estábamos apoyados contra la pared mientras ella fumaba, con las cabezas tan próximas que nadie más nos podÃa oÃr. Le pregunté cómo era sostener serpientes. Darlene sabÃa que era una pregunta importante. Dio una calada mirando al techo pensativa y, pese a todo lo que habÃa sufrido, percibà una nota de nostalgia en su voz cuando al fin habló: «Te sientes diferente. Es por saber que tienes poder sobre las serpientes».»
La salvación por la fe y la gracia divina, principios establecidos por la orientación baptista del protestantismo, ponen en primer plano la experiencia directa de Dios -a través de la adoración de Jesús y la aportación del EspÃritu Santo- mediante una variedad de éxtasis de fervor religioso, lejos de las jerarquÃas institucionalizadas y las ceremonias estereotipadas, y rechazan en igual medida la intermediación en su relación con la divinidad. La intervención de Dios, a través de la mediación del EspÃritu Santo, permite que el predicador, sumido en una especie de trance mÃstico-festivo, en medio de una congregación entregada afectada por lo que se dirÃa algún tipo de hipnosis -o de histeria- grupal, pueda manipular serpientes venenosas -o beber venenos tan letales como la estricnina, o manipular fuego- sin sufrir daño alguno, hablar lenguas desconocidas -o lo que se suponen lenguas desconocidas, aunque no sean más que balbuceos inconexos de sÃlabas sin sentido-.
«La cascabel era tan grande que Charles apenas podÃa pasarle la mano alrededor. Después me dijo que el Señor le habló en aquel momento y le preguntó: «Â¿A quién amas más, a mà o a tu mujer?». Charles respondió que a Dios, asà que decidió darle la serpiente a ella. Fue un momento que evocó las historias de la antigüedad: un jardÃn, una serpiente, un hombre y su mujer. Pero ahora habÃa una curiosa inversión en la historia, como si al darle a su mujer la serpiente, el hombre pudiera restaurar la comunión rota con Dios. Las manos de Aline, antes con las palmas vueltas hacia arriba, se giraron de pronto para recibir la serpiente. Pero cuando Charles comenzó a pasársela, la cascabel giró. Charles la enderezó, pero se enroscó de nuevo por completo en sus manos, como si estuviera en un torno. Charles retrocedió y le entregó la serpiente a Carl Potter, que rezó sobre ella en voz alta antes de dar un paso adelante y depositarla en las manos de Aline. La cara de la mujer cambió. Pareció abrirse de par en par. El sonido que emitió no parecÃa humano. «Que sea lo que tú quieras, Señor», dijo alguien mientras Aline temblaba de éxtasis con la gran serpiente cascabel estirada en sus manos. Yo era un mero espectador, pero me vi arrastrado hacia algo tan dolorosamente Ãntimo que me sentà moralmente obligado a apartar la mirada, pese a lo cual seguà con la mirada clavada en ella. QuerÃa acercarme y rescatar a Aline… ¿pero de qué? ¿No era lo mismo que me estaba sucediendo a mÃ?»
La letalidad de la mordedura depende de la fe del manipulador: si tu fe es fuerte, el Señor te librará de la muerte; si flojea o es falsa, el veneno te llevará a la tumba. Aunque esa correlación no siempre funciona con la misma fidelidad: «Cuando estás ungido para manipular, te sientes seguro de que la serpiente no va a hacerte daño, pero los manipuladores no se ponen de acuerdo en el alcance de protección que ofrece realmente el EspÃritu. Los manipuladores de Kentucky a veces hablan de una «unción perfecta», durante la cual el manipulador no puede ser mordido. Pero Jeff Hagerman, amigo de Kirby, me dijo una vez que la doctrina de Kentucky es mentira. A Jeff le habÃan mordido cuatro veces, dos mientras manipulaba confiado en la protección de la fe y dos con la unción.»
«Me adelanté y tomé la serpiente con las dos manos. Carl la liberó para mÃ. Me giré de cara a la congregación y elevé la serpiente a la luz. Se movÃa como si quisiera subir más, para escalar fuera de la iglesia y hacia el aire. Y fue exactamente como los manipuladores me habÃa dicho. No sentà miedo. ParecÃa que la serpiente era una extensión de mà mismo. Y de repente no habÃa nada en la sala salvo la serpiente y yo. Todo lo demás habÃa desaparecido. Carl, la congregación, Jim… todos se habÃa ido, evaporado. Ni siquiera oÃa la música atronadora. El aire estaba en silencio, quieto, lleno de una luz potente y uniforme. Y me di cuenta de que yo, también, me estaba evaporando. Estaba desapareciendo de forma gradual, como si fuera el increÃble hombre menguante. La serpiente serÃa lo último en irse, y lo único que alcanzaba a ver era la forma en que sus escamas centelleaban bajo la luz y el modo en que su cabeza se movÃa de un lado a otro, en busca de una salida. Comprendà entonces por qué manipulaban serpientes. Hay poder en el acto de desaparecer; hay victoria en la pérdida del yo. Debe de estar cerca de nuestra concepción del paraÃso, ese tiempo que hay antes de nacer y después de morir.»
Pero la manipulación de serpientes no es solo una muestra de la fe del predicador o de la veracidad del contacto con la divinidad, sino que también posee una amplia gama de indicaciones -aparte de curar virus estomacales-: abducidos por el demonio que se arrastran sobre la tripa, satanistas que disparan a predicadores, espÃritus que ordenan degollar a los hijos, ateos que mutilan vacas con helicópteros, mujeres que cambian la emisora de radio sin tocar el aparato y demonios exorcizados con nombre y apariencia de un montón de espaguetis.
Excelente texto, de esos que los anglosajones califican como nonfiction, un género en sà mismo, pero que nuestra mentalidad y la lejanÃa del escenario no dudarÃan en considerar ficción imposible.
(N.B.: A pesar de la calidad de la prosa de Covington y de su predisposición para experimentar en sus propias carnes el tema de su reportaje, uno no puede evitar imaginar el resultado escrito de la misma investigación en manos de Hunter S. Thompson o de David Foster Wallace, por ejemplo… ).