La filósofa argentina Nelly Schnaith dice que toda apertura nos compromete. Encontrar la forma de comenzar o articular un discurso es complicado y me voy a arriesgar citando a un autor aparentemente alejado de la figura de Derrida que es quien realmente me convoca para el presente trabajo. A Jonathan Franzen, ganador del National Book Award en 2001 por The Corrections se le debe, entre otras cosas, el haber redescubierto a mi generación a Sloan Wilson. Tal es asà que no hace muchas semanas Libros del Asteroide a reeditado El hombre del traje gris, obra autobiográfica en la que Wilson narra las dificultades de un excombatiente de la segunda Guerra Mundial al volver al bienestar de los Estados Unidos en la década de los cincuenta.
La obra fue llevada al cine en 1956 por Nunnally Joh
nson y protagonizada por Jennifer Jones y Gregory Peck. ¿Por qué saco a colación la siguiente obra? Porque Franzen en el prólogo a la misma dice que:
es un libro sobre los años cincuenta. Podemos leer la primera mitad de la novela para divertirnos, y la segunda, para vislumbrar la década que se avecina, la de los sesenta. Fueron los años cincuenta, al fin y al cabo, los que les dieron a los sesenta su idealismo. Y su rabia.
¿Qué puede tener esto que ver con Derrida? La problemática periodización de los sesenta nos sirvió como marco en el que intentar establecer los lÃmites teóricos de una época en que se puso en cuestión, por primera vez de manera sistemática, la definición y las fronteras de “Occidenteâ€. Situamos aproximadamente los sesenta en Estados Unidos entre la lucha de los derechos civiles hasta la retirada de las tropas estadounidenses de Vietnam. Estudiamos asà una escena pública en la que se daban unas intersecciones culturales, discursivas, generacionales y transnacionales en el ámbito estético, polÃtico y filosófico. Por lo que, retomando el inicio de la introducción, uno de los aspectos estudiados fue el cuestionamiento generacional de los sesenta por los crÃmenes, de hecho u omisión, cometidos en los cuarenta y cincuenta. En este sentido, la figura de Jacques Derrida aparece en la Francia de la descolonización y se manifiesta en un sentimiento de culpa por los pecados de Argelia. Al igual que Bourdieu y muchos otros, Derrida denuncia el eurocentrismo occidental del que nace su radical antihumanismo al señalar su logocentrismo.
Asimismo, vimos como la figura del intelectual parecÃa definirse por una especie de estado volátil, sin profesión pero ocupando un espacio público, con unas determinadas funciones intelectuales pero no del todo definitorias, entre las que se encontraban el reformismo, la revolución o la guÃa. En cualquier caso hablamos de una figura tan irritante como necesaria en el mismo sentido que el tábano de Atenas lo fue para la Grecia de Platón. Cómo o dónde situar la figura de Derrida en tanto que intelectual en los Estados Unidos en los sesenta es el objetivo de la siguiente aproximación…
Diego Giménez
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