“Al Cónsul lo empujarán al fondo de la barranca con una bala en el vientre después de haberle llamado bolcheviqueâ€.
El narrador se emplea a fondo en prolepsis implacables, a fin de anticiparse a la posibilidad misma de sorpresa. Los detalles de sus peregrinaciones a menudo desembocan en literatura de viajes. No hay apenas diálogos. Lo que oÃmos es una voz que cita lo que otros han escrito. El actor se inserta en la acción como un agente secreto. Sigue a los personajes, escucha sus conversaciones. El fantasma, aunque invisible, se las arregla para mostrarnos la imagen vÃvida de una época, los años 30, que prefigura la nuestra.
El entramado que sostiene la novela Viva (Anagrama, 2016) es un collage de citas y vestigios de un mundo perdido. Su autor, el francés Patrick Deville (Saint-Brevin-les Pins, 1957), pretende rescatar los restos de nuestra cultura; para ello, reúne vestigios con la esperanza de reconstruir un pasado que intuye irrecuperable. Con rigurosidad y ternura, vuelve a montar los recuerdos de un viaje al pasado y conforma con ellos una suerte de autobiografÃa episódica que es también un recorrido por una ciudad desaparecida, México, de la mano de, entre otros, León Trotsky y Malcom Lowry, la pintora Frida Kahlo y la fotógrafa Tina Modotti, los escritores B. Traven y Antonin Artaud.
Mientras que la evocación del dulce ayer de Proust es un ejercicio tan placentero como comerse una magdalena, para Deville recordar supone excavar sueños, desenterrar pesadillas, “la Historia con todo su cargamentoâ€. Si las encantaciones del primero ocurren en un parque o un café, las del autor de Peste & Cólera, tienen lugar en un cementerio, el de la memoria histórica, donde lo único que encuentra, exquisitos o no, son cadáveres. A diferencia de En busca del tiempo perdido, una prolija investigación mnemotécnica, Viva se alza como un archivo incompleto, reconstruido en parte, disperso entre fragmentos epistolares y alusiones.
“Poco a poco van desapareciendo sus libros de las bibliotecas, su nombre de los libros de Historia, su rostro de las fotografÃas de la Revolución de Octubreâ€.
El biógrafo, desde la óptica de la actualidad, traza paralelismos entre la vida de su tema y la de sus contemporáneos. Lo hace mientras se cuestiona la oportunidad de su biografÃa:
“Lo que él [Lowry] imagina es que vuelve a revolucionar el arte de la prosa poética, un sueño tan inmenso, magnÃfico e inaccesible como el de la Revolución permanente de Trotskyâ€.
A pesar de sus negativas a ceder a los aspectos tradicionales del placer de leer novelas, Viva nos compensa por sus limitaciones autoimpuestas a través de la virtud de su voz narrativa.
“Con estos fragmentos he apuntalado mis ruinasâ€, afirma una voz innominada en el poema La tierra baldÃa de TS Eliot. Viva se despliega a través de sus felicidades incidentales, imágenes evocadoras y aforismos. Su propósito, sin duda, es contener el pasado; ser nuestro archivo itinerante, la indexación de nuestra experiencia y también la preservación de los restos manchados del mundo a la fuga en el que hemos nacido. Estas sobras deshilachadas dan testimonio de la nobleza de la empresa de Deville: la batalla de una mente solitaria contra la muerte de la cultura que, en el proceso, casi olvida defenderse de su propia extinción.