A priori se podrÃa pensar que, por su naturaleza introspectiva y personal, la autobiografÃa es un género literario con poca capacidad de intercambio, de escaso flujo recÃproco entre las escritoras y sus lectoras. Sin embargo, como dice Angel Loureiro, «la autobiografÃa es un acto dialógico que se dirige siempre al otro y que requiere una respuesta», de modo que podemos constatar «la presencia de destinatarios textuales, los cuales siempre están necesariamente presentes en la autobiografÃa (más que en ningún otro género) a veces de manera implÃcita, pero muy a menudo de modo explÃcito». AsÃ, esos destinatarios tienen la oportunidad de coger el testigo que se les ofrece para establecer un diálogo con el que crear una identidad colectiva partiendo de la suma de cada experiencia individual.
Aceptando esas premisas, podemos acercarnos al encuentro entre las autoras chicanas Reyna Grande y Sandra Cisneros. Porque la primera, en su texto autobiográfico La distancia entre nosotros. Memorias de una niña emigrante, reaccionó a la voz que la interpelaba desde La casa en Mango Street, aparecida 18 años antes. Y es que Cisneros recreó a través de su novela biográfica, no solo parte de su vida sino la de otras personas como ella. Tal es el caso de Sally, uno de sus personajes y que en el discurrir de ese collage de historias que habita en Mango Street, es de los que atesora un mayor relieve:  «Sally es la chica con ojos como Egipto y medias color de humo […] No rÃes, Sally. Miras a tus pies y caminas derechito a la casa de donde no puedes salir […] Y podrÃas reÃr, Sally. PodrÃas dormirte y despertar sin tener que pensar nunca en quién te quiere y quién no». Y Sally es también la mujer con la que Reyna Grande se identificó profundamente.
La distancia entre nosotros, biografÃa novelada publicada en 2012, cuenta su experiencia migratoria como niña entre la pobreza de México y la carestÃa de Estados Unidos y en sus páginas explica cómo se le apareció el texto de Cisneros: «Tomé el libro y leà el tÃtulo: La casa en Mango Street. […] Es difÃcil describir el impacto que ese libro causó en mÃ. […] Pero habÃa otra cosa en ese libro que me hizo amarlo más allá de la forma de escribir de Cisneros. Cuando llegué al capÃtulo titulado Sally, rompà en llanto. Me acometió una intensa tristeza e impotencia. Ese capÃtulo trataba sobre una muchacha que vivÃa con un padre maltratador. Todos los dÃas regresaba corriendo a su casa después de clase y luego no podÃa salir. «Sally, ¿a veces no deseas no tener que regresar a tu casa? ¿No te gustarÃa que un dÃa tus pies siguieran caminando y te llevaran lejos de Mango Street, muy lejos…?».
El género autobiográfico pues como reconocimiento, como identificación, pero también como conversación que transciende las lÃneas de una obra literaria. Y que permite que en ese diálogo, en ese llanto y en esa especie de iluminación que experimenta Grande se vaya gestando un nosotras a partir de cada yo, para configurar la identidad de las escritoras y sus lectoras, con las protagonistas de los textos como mediadoras. Y es a esa toma de conciencia, canalizada por la intertextualidad y convertida en catarsis, a la que llega Reyna Grande al hacer referencia a la Sally de Mango Street. Emociona ver cómo se produce ese vÃnculo entre ambas, asoladas por igual por la pobreza, la marginación y la violencia: «Lo que Sally decÃa: No me pega fuerte nunca. Dice que su mamá le unta manteca en todas las partes que le duelen. Y luego en la escuela dice que se cayó. De allà vienen todos sus moratones. Por eso su piel está llena de cicatrices siempre». También lo estaba el cuerpo y el espÃritu de Reyna Grande: «¿Cómo sabÃa Cisneros que asà era exactamente como me habÃa sentido durante tantos años? Simplemente, deseaba que mis pies siguieran caminando, que siguieran hasta otro lugar, un hermoso hogar donde me quisieran y amaran. Releà ese capÃtulo y, con cada palabra, sentÃa que Cisneros intentaba acercarse a mà para hablarme. Sentà una conexión con la autora, aquella mujer que nunca habÃa conocido. De pronto, querÃa conocerla y preguntarle: «¿Cómo lo supiste? ¿Cómo supiste que es asà como he me sentido?».
Lo importante no es solo cómo lo supo Cisneros, sino cómo leyó todo aquello Grande, qué grado de honestidad percibió, cómo se sintió identificada con la verdad de Sally, y cómo encontró en su historia una realidad que era la suya. Porque más allá de una escritora y de un libro en concreto «la autobiografÃa muestra su naturaleza de orientación hacia el otro » (de nuevo son palabras de Loureiro). Es eso mismo lo que en su relación con Cisneros hizo Reyna Grande, que guarda también la vocación de seguir sumando personas en ese encuentro ya que, a la vista de sus empeños, ambas parecen tener claro que «un trabajo colectivo solo puede hacerse asumiendo que los resultados deben ser útiles también a los demás», como afirma Kwame Anthony Appiah.
Y es que a través del poder que le da la escritura, unido a la profunda conciencia de sà misma, Reyna Grande no solo acude a la cita como lectora sino que asume también su responsabilidad, tal como lo hizo Cisneros, como escritora y emisora de un mensaje: «Es una bendición poder crear puentes entre nosotros con palabras. A través de mis libros, ayudo a los lectores a entender la vida de los emigrantes y fomentar la compasión, comprensión, y respeto hacia ellos». Grande establece un compromiso ético con su literatura para seguir construyendo una comunidad para las más desfavorecidas y para conseguirlo, Grande deja en las páginas de La distancia entre nosotros una buena parte de sà con el deseo de conocerse y entregarse a su propia verdad.
De ese modo, desde la valentÃa y la sinceridad, Grande ha trabajado en esa dirección, a la luz de Cisneros y en consonancia con ella, con el objetivo de que la niña de La distancia entre nosotros, la Sally de La casa en Mango Street y otras tantas como ellas encuentren algo de consuelo y compresión. Porque la autobiografÃa, el diálogo entre sus autoras y el compromiso con una identidad colectiva, tal y como han demostrado Grande y Cisneros, pueden ayudar a que las más desfavorecidas no se topen con el silencio como réplica a su búsqueda interior y a su necesidad de amparo.
Quizás eso sea lo que le exijamos al arte: que remueva, que no nos deje indiferentes. Por eso las dos obras literarias que contrapones son, para mÃ, obras de arte.
Me parece muy interesante lo de la «conciencia colectiva». Enhorabuena por el artÃculo.