Quizá porque lo leído parece ir más allá de la emoción, uno tiende a pensar que los escritores y,en general, los artistas poseen una mirada sobre el mundo mucho más puntiaguda que la de cualquier ciudadano, una mirada que atraviesa las diferentes películas, a veces invisibles para los demás, que permeabilizan la realidad.
Si alguien es capaz de hacer vibrar nuestra imaginación a través de personajes, paisajes, sociedades ficticias, es lógico que se piense de él que es un gran conocedor de su mundo, de su realidad y que a través de sus novelas o su teatro o sus pinturas solo da fe de ese conocimiento. Esta suposición no deja de ser más que una ilusión más dentro de la imaginación lectora. El escritor, como el artista, es tan vulnerable e ignorante como cualquier mortal, si no más falible por encontrarse expuesta a mayores responsabilidades que éste. La primera de todas de estas responsabilidades ineludible: la responsabilidad que adquiere con su propio arte.
A estas alturas de la historia, a un artista se le perdona casi todo: son pocos los que montarán en cólera verdaderamente y condenarán a Iggy Pop a la ignominia tras descubrir que da imagen a una compañía de seguros para automóviles[1]. Aquellos dos versos de Main Street Eyes (I don’t want to dip myself in trash / I don’t want to give myself for cash) tienen ya más de 30 años, suficientes para perdonarle el desliz ideológico. A Bob Dylan se le perdonaron varios cambios de religión y de ejército: ¿por qué dejar de ir a los conciertos? Es a su música a lo que realmente debe guardar fidelidad.
Foto: hazteoir.org
En España – por ejemplo – nuestros escritores mayores nunca han creído inapropiado mostrar con simpatía sus afinidades políticas sino que han salido a apoyarlas públicamente. Camilo José Cela puede sonar como uno de los grandes, pero no hace falta limpiar tumbas para encontrar quienes apoyan a un candidato político e incluso cambiar del mismo en el curso legislativo, si ello parece procedente o de conveniencia [2]. Los favores mutuos, la cacareada endogamia literaria, en fin, que en el fondo exista una clase cultural dominante es algo que se asume cotidianamente, incluso que posee cierto gracejo folclórico y no por ello se le resta calidad a las obras de nuestros escritores. No siempre es fácil mantener cierta distancia, cierta sobriedad ante aspectos críticos de nuestra cultura y de nuestra sociedad, y el que asume tener las manos sucias, suele asumirlo con total consciencia. El nuestro es un país en el que dibujar una caricatura del jefe del Estado conlleva procesamiento judicial y secuestro editorial. Con estos precedentes, ¿quién podría poner el grito en el cielo porque la misma clase cultural estuviera a favor de la Ley Sinde?
Imagen: pensareninformatica.com
Espera uno de sus escritores, como decía, su responsabilidad, su toma de partido. No hace falta navegar mucho para encontrar los artículos de los Bardem, de Alejandro Sanz, de David Trueba y Javier Marías a favor de la Ley Sinde, atacando fieramente a los políticos [3], a los usuarios [4], defendiendo en todo caso y con mayor o menor puntería [5] lo que consideraban su responsabilidad como artistas, escritores, cineastas. Sin embargo, hay un elemento de opinión que faltaba, un color en la paleta y lo descubrí tras leer el artículo de Amador Fernández Savater, La cena del miedo [6]. Uno de los párrafos del texto comenzaba así: “Me parece un hecho gravísimo que quienes deben legislar sobre la Red no la conozcan ni la aprecien realmente por lo que es, que ante todo la teman. No la entienden técnicamente, ni jurídicamente, ni culturalmente, ni subjetivamente. Nada”.
Imagen: akantilado.wordpress.com
¿Qué opinión tienen los nuevos escritores españoles, aquellos que se han nutrido de la Red, aquellos que se han convertido en mejores escritores gracias a Facebook y a Twitter, en críticos respetados desde Blogspot y WordPress, en la avant garde en fin, de la literatura española, aquellos que han adquirido una responsabilidad con Internet? Se les ha escuchado dinamitar a la vieja guardia literaria, han fundamentado en ensayos académicos las bases de la nueva figura del intelectual en la red, tienen opiniones formadas sobre el aborto, la prohibición de fumar en los espacios públicos, las huelgas de los trabajadores del metro y controladores aéreos, han creado nuevas empresas editoriales y nuevas revistas. Y, sin embargo, en lo que respecta a la ley Sinde, hay una frase en un post de Isaac Rosa que resume la duda generalizada ante un tema incómodo: “En el asunto de las descargas todavía no sé por quién tomar partido” [7] Da la impresión de que los nuevos escritores, aquellos que han convertido Internet en su material de trabajo, en su medio de promoción, en la fuente de su inspiración, dudan, murmuran, balbucean, callan: dejan de ser escritores por no saber a qué “partido” pertenecen, cuál es su lugar, cuál es su postura.
Un profesor de ética nos contaba hace ya casi quince años que la cultura española arrastra un sedimento, un amargo poso: el silencio. Un silencio que se implantaba en cada casa, en cada bar, en los periódicos, en la biografías. Acabo de ver otra vez Cría Cuervos, de Carlos Saura, y creo refleja de manera perfecta ese silencio agotador, ese mutismo autocompasivo que los artistas y los escritores, como ciudadanos, como padres e hijos, bajo un régimen, también sufrieron. Que ciertos escritores arrastren ese silencio como un tic nervioso, que durante tantos les ha ido valiendo para construir carreras o incluso sobrevivir arañando contratos, es comprensible: se necesita de toda una vida o el exilio para matar a tantos demonios. Pero ¿y de los nuevos escritores? De aquellos que poseen los medios, la educación y el conocimiento tecnológico, aquellos que estaban llamados a ordenar la cultura en la red y desde la misma. De ellos, ¿qué se espera?
[5] No recuerdo quién lo firmó pero alguien sugería que tumbar la Ley Sinde era un “acto antidemocrático”: paradójico, en todo caso, pues en teoría fue el pueblo soberano, por medio de sus representantes en el parlamento, quien la rechazó.
Raúl Quirós Molina es escritor y profesor en la Escola d'Escriptura de l’Ateneu Barcelonès.
Sus obras más recientes, 'El pan y la sal' y 'Flores de España', se estrenan en el Teatro del Barrio en Madrid durante octubre y noviembre 2015.
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