El aspirante a «Lector de cadáveres»: un proyecto de vida, un sueño escurridizo

El lector de cadáveres. Antonio Garrido
Espasa (Madrid, 2011)

El lector asiduo siente un placer especial, al tiempo que sufre una adicción de la que es difícil sustraerse, cuando tropieza con un libro como  El lector de cadáveres, título de la novela de Antonio Garrido. Se trata de la historia de la vida de un joven aspirante a “lector de cadáveres”, que posee una intuición especial y unos conocimientos extraordinarios acerca de la disciplina forense. Parece ser que el autor descubre al personaje, el chino Song Cí, de cuya biografía, según comenta, se pueden rastrear escasos y dispersos datos, pero de quien se conservan cinco volúmenes de un magnífico tratado forense, Hsi Yuan Lu Hsiang I («El lavado de los agravios», 1247), obra amplísima, que recoge sus investigaciones forenses, y sistematiza todos los elementos clave en dicha disciplina.

Ya atrae desde el propio título, ese concepto, “lector de cadáveres”, expandido al modo de la lengua china en la que el contenido es muy significativo. Obviamente el resultado es mucho más sugerente que el término actual “forense”. Algo semejante ocurre con los nombres, siempre repletos de significado. “Cereza” es el nombre de la joven a quien ama el protagonista, “Aroma de melocotón” es la prostituta que le engatusa y engaña para robarle,  “Suave delfín” el eunuco muerto en extrañas circunstancias, “Iris Azul” la mujer de ojos pálidos y turbadora belleza, o “Astucia Gris” el estudiante de Judicatura que pone constantes zancadillas al protagonista. Y no solo los nombres de personas son como epítetos, sino también los nombres de los lugares: el “Palacio del Placer” es el prostíbulo, “Palacio del Eterno Frescor”, etc. Y más curioso aún resultan los nombres asignados a elementos por la función que ejercen, así sabemos de la “Puerta del nacimiento de los niños” o de la “Puerta Oculta” en las jóvenes vírgenes, el “Tallo de Jade”  y las “Bolsas de las Semillas de la Fertilidad”. Los epítetos marcan siempre, por otra parte, la categoría personal como “Ser de la sabiduría” para nombrar al magistrado de Jianningfu quien exhibe su denominación en un cartel que un porteador lleva delante del palanquín en el que se traslada, y a quien el protagonista se dirige nombrándole siempre como el “Ser” con mayúsculas: “No era la primera vez que veía al Ser”. El escalón más alto en esta sociedad medieval la alcanza el emperador, al que se presenta como “Su Majestad Celestial, Hijo del Cielo y Dueño de la Tierra”.

Por el contrario hay personajes cuyo nombre es el que marca su presencia efímera en la historia. Es el caso de las hermanas de Cí, que mueren muy temprano, tanto que en sus nombres, la ausencia de significado es la que los dota del mismo. Son “Primera”, “Segunda” y “Tercera”. De las dos primeras solo conocemos su nombre y su corta vida, la tercera tiene mayor presencia en la novela. Es la carga vital que arrastra el protagonista durante gran parte de su recorrido, que le condiciona para aceptar las vejaciones y humillaciones a las que le someten los personajes de su entorno y que él soporta solo porque necesita comprar las hierbas medicinales que alivien a su hermana y la mantengan con vida. Cuando muere, ya en la cuarta parte del libro, Cí queda libre de responsabilidades y puede abandonar al enterrador Xu, quien lo ha tenido esclavizado y chantajeado, no sin antes ser amenazado por él. Su estado de ánimo está expresado en una intensa metáfora: “Todo desaparecía volviéndose de un gris plomizo y uniforme, del horrible color del desaliento” (p. 210).

No solo Cí es un personaje real aunque su vida sea fruto de la ficción, sino que hay otros personajes reales, que amplifican la credibilidad de la historia. Me refiero al propio emperador Ningzong y al maestro Ming, entre otros. Pero con ellos ocurre como con el protagonista: su existencia es real, pero su vida y evolución en la narración es ficción.

La historia, encaminada a obtener el reconocimiento académico de su preparación como “lector de cadáveres”, comienza desde el momento en que el personaje convive con su familia, esperando marcharse a la universidad, en condiciones muy duras, trabajando como campesino y sometido a las vejaciones de su hermano Lu, cruel y egoísta. A partir de la acusación de asesinato y la confirmación de la culpabilidad de Lu, en la que de manera inconsciente intervienen las agudas observaciones del protagonista, comienza un recorrido vital que emociona. Antonio Garrido ha sabido aplicar la credibilidad a la ficcionalización de la vida de un personaje real, que resulta excepcional porque es distinto del resto de los  mortales, tanto por sus habilidades en la observación y análisis de los cuerpos muertos como por su propia enfermedad que le comporta una insensibilidad hacia el dolor físico. Esta característica refuerza la fascinación del lector acerca de su extraordinario poder de supervivencia en las situaciones más atroces. Su trayectoria vital, larga y repleta de sorpresas, es un proyecto de vida interrumpido y colapsado constantemente por escollos ajenos al propio personaje. Aún así es un hombre íntegro y que en ningún caso aparta la responsabilidad que le compete al ser humano. Esta reflexión así lo atestigua:

“La muerte era tan obvia como la vida pero mucho más cruel e inesperada. Y aun así, no alcanzaba a comprender cómo en tan poco tiempo le habían sucedido santísimas fatalidades. A los ojos de un necio, tal vez pudiera pensar que los dioses se habían comportado de forma caprichosa (…) él sabía que cuantos sucesos acaecían en la tierra eran consecuencia y pago de los comportamientos humanos” (2ª parte).

Antonio Garrido (foto: Espasa)

Es exactamente esta caracterización de personaje especial, del que se relata su odisea, sus sentimientos y pensamientos, su reacción ante las dificultades, etc., lo que ficcionaliza el narrador, y lo ficcionaliza de forma tan creíble que impresiona al lector que siente el impacto en su emoción, y se conmueve ante las vicisitudes del personaje. Sin embargo, la ambientación histórica es rigurosa y tan apasionante como la propia historia vital del protagonista. Retrata la China medieval del siglo XIII, la corte del emperador Ningzong, de la Dinastía Tsong, tan desconocida para el lector europeo como fascinante. Y describe además las costumbres, la cotidianeidad en todos los sectores sociales. De este modo conocemos la vida lujosa de la corte, la brutalidad de la emasculación de los niños destinados a ser eunucos –ambiciosos todos, por cierto-, la jerarquía y relaciones de las concubinas, la prepotencia de los pueblos bárbaros del norte, los Jin, que han conquistado la China septentrional. Descubrimos la situación de los campesinos explotados en los campos de cultivo. Nos desborda la comprensión de la importancia de los ritos en todos los actos sociales. Nos asusta el funcionamiento de la justicia y la crueldad de los castigos físicos que no solo refieren los golpes con una caña de bambú en los interrogatorios sino que llegan a impresionar sus métodos como la siniestra “máscara del dolor”, de madera y metal,  que encajada en la cabeza y el rostro, girando una manilla, conseguía estallar el cráneo “como una nuez en el mortero”. Y nos sorprende la alimentación, las prendas de vestir, las relaciones en los mercados, los enterramientos y ritos funerarios, etc.

Y sobre todo, lo más atractivo son los métodos forenses practicados por el protagonista. Incluye la novela los casos reales que Cí describe en las páginas de su tratado forense, pero ocurre como con los personajes, las costumbres y la ambientación histórica. El narrador parte de la realidad pero la ficcionaliza de tal manera que multiplica su atractivo, insertando lo real en esta historia de intriga y de aventuras, cuyo resultado es seductor. El lector se rinde ante la atracción de esta historia.

Así aprendemos cómo actúa un forense ante un cadáver más allá de la mera observación visual, cómo deduce la causa inmediata de la muerte incluso en una simulación de suicidio, qué métodos emplea para hallar evidencias en un cuerpo en avanzado estado de descomposición, y un largo etcétera que convierte la lectura en un atractivo descubrimiento de cuestiones desconocidas para el lector común. Y no es una mera enumeración de datos o de casos sino que están perfectamente encajados en el devenir vital del protagonista, que lucha hasta la saciedad por conseguir un puesto en la judicatura.

En resumen, es una novela histórica, una novela de aventuras, una novela de misterio, dosificado cada uno de los elementos de manera tan equilibrada que no pierde el interés en ningún momento. Si a esto añadimos la credibilidad de la recreación histórica, junto con la ficcionalización de los itinerarios individuales de los personajes, da un resultado adictivo. Tenemos que reconocer sin embargo, que el protagonista es un héroe tópico; reúne todas las cualidades positivas inimaginables, en ningún momento reacciona ante las injusticias y soporta hasta límites insospechados sus humillaciones. Tantos elementos positivos lo convierten en un personaje caracterizado de modo maniqueo, es bueno, solamente bueno, exageradamente bueno, y es aceptable esta cualificación en la historia por el halo que desprende su origen de una cultura oriental, de la que nos llegan comportamientos tópicos que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia. Tal vez por el exotismo resulta creíble. A pesar de ello, esa bondad modelo que nos presenta, esa aceptación resignada de los acontecimientos unida al afán de lucha por conseguir un sueño que se escurre entre los dedos de Cí constantemente, todo ello es una meta inalcanzable y al mismo tiempo deseable desde el fondo de este hombre y de cualquier otro ser humano.

Encarnación García de León
http://garcileon-sinirmaslejos.blogspot.com

Encarnación García de León

Encarnación García de León es doctora en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Desarrolla su labor docente como Catedrática de Lengua Castellana y Literatura en la ciudad de Albacete e imparte clases de Literatura actual en la Universidad de Mayores “José Saramago” de la UCLM. Tiene publicados libros como Un espacio propio para la descripción literaria (Octaedro, 2003), La Mancha, un tópico literario (Brosquil ediciones, 2007), Antología de Poemas y Relatos Manchegos (Fundación Asla, 2009). Ha colaborado en obras monográficas colectivas como Los presentes pasados de Antonio Muñoz Molina (Vervuert-Iberoamericana, 2000), Ensayos sobre Rafael Chirbes (Vervuert-Iberoamericana, 2006) y La memoria que no cesa. Perspectivas sobre la Literatura de la Memoria. (Ed. Académica Española, 2013). Tiene además numerosos artículos publicados en Actas de Congresos de la AIH y en revistas como Barcarola, Graó, Revista de Letras, y otras.

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