«El plantador de tabaco», de John Barth | Revista de Letras
We value your privacy
We use cookies to enhance your browsing experience, serve personalized ads or content, and analyze our traffic. By clicking "Accept All", you consent to our use of cookies.
Customize Consent Preferences
We use cookies to help you navigate efficiently and perform certain functions. You will find detailed information about all cookies under each consent category below.
The cookies that are categorized as "Necessary" are stored on your browser as they are essential for enabling the basic functionalities of the site. ...
Always Active
Necessary cookies are required to enable the basic features of this site, such as providing secure log-in or adjusting your consent preferences. These cookies do not store any personally identifiable data.
No cookies to display.
Functional cookies help perform certain functionalities like sharing the content of the website on social media platforms, collecting feedback, and other third-party features.
No cookies to display.
Analytical cookies are used to understand how visitors interact with the website. These cookies help provide information on metrics such as the number of visitors, bounce rate, traffic source, etc.
No cookies to display.
Performance cookies are used to understand and analyze the key performance indexes of the website which helps in delivering a better user experience for the visitors.
No cookies to display.
Advertisement cookies are used to provide visitors with customized advertisements based on the pages you visited previously and to analyze the effectiveness of the ad campaigns.
Primero leà La ópera flotante, imposible de conseguir, naturalmente. Eso fue en un hotel de Barcelona, cerca de la Casa Batlló. Algunos detalles no los recuerdo bien porque por la noche estaba algo borracho.
Hace tres meses, otro amigo totalmente distinto, bajo los efectos del ron Negrita, insistió en el asunto. Dijo: “a mà me proporcionó un gran placer intelectualâ€.
Puesto que al fin y al cabo somos como niños, es más que probable que el grosor del volumen asà como el apelotonamiento de caracteres carguen al probo lector de una sensación simular al desánimo. Mi consejo para estos momentos iniciales es de corte zen: relajad los hombros y la pelvis, sentaos y empezad a leer.
No recuerdo comienzo de novela igual de atractivo ni estimulante. Un poco cervantino, como quizá lo sea toda la novela. HumorÃstico, como en efecto lo es toda la novela. Aprovechaos pues, y disfrutad.
John Barth (foto: David Colwell - cambridgemainstreet.com)
Motivos (adicionales) por los que habrÃa que leer a Barth
Hace poco más de un año un amigo que lee estuvo en casa y me ofrecà a prestarle libros. Mi amigo es conocido en la ciudad porque siempre va por la calle leyendo o con un libro en la mano. Mi ciudad es famosa porque en ella casi nadie lee. Tengo la esperanza de que eso cambie un poco cuando inauguren las primeras lÃneas de metro y comience a haber vida subterránea.
SÃ, hay que leer a Gass, como a Gaddis, como a Pynchon, como a Barth, siquiera sea para poder aborrecerlos con conocimiento de causa y no vicariamente, con odios prestados. Tras la excusa de la información sepultada bajo toneladas de inanidad y desperdicios, es tolerable, aunque poco defendible, desdeñar el conocimiento de este tipo de hitos. Pero no somos aquà ni los primeros ni los únicos en traer a colación los nombres de estos tipos. Que no muerden, que sólo escriben. Y que pueden enseñar mucho sobre el mundo en que ahora (¡ahora!) vivimos.
Esta novela hay que leerla. ¿Por qué? La mejor razón que se me ocurre es: porque nos estamos olvidando de lo que se puede disfrutar leyendo. Si para ello es necesario echar la vista atrás y rescatar buenos escritores, pues bienvenidos sean.