Ennio Morricone | Editorial Malpaso

Investigación sobre un músico libre de toda sospecha

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Ennio Morricone | Editorial Malpaso

Cuando era muy pequeño, iba todos los sábados al Lido, un cine de reestreno que compartía solar con la humilde casa de mi abuela, y en el que podía ver tres películas a cambio de cien pesetas. Desde entonces me ha fascinado mucho el cine y, particularmente, la atmósfera irreal del cine, su relación con el devenir de la identidad y la música que acompaña la extrañísima temperatura vital que transmiten las películas. De joven sólo escuchaba música de cine, casetes con fragmentos de diálogos, canciones y bandas sonoras que grababa directamente de la televisión, o del vídeo donde reproducía una cinta betamax. Yo no grababa a Morricone: como a tantos, me gustaba más la poesía melódica y neorromántica de Nino Rota; para colmo de prejuicios, al crecer, leí demasiada crítica cultural marxista, y la fría aspereza con la que el compositor Hanns Eisler y el filósofo Theodor Adorno se aproximaron a la música en el cine (el Film Music Project) había conseguido que dejara atrás, como se dejan atrás los veranos de la adolescencia, los ensueños mágicos que antes me habían acompañado.

Es así que me aproximé con ciertos reparos culturales a la lectura de En busca de aquel sonido, la conversación profunda y por momentos íntima, siempre más cerca de la investigación musical y la confidencia profesional que de la biografía stricto sensu, que el joven compositor Alessandro de Rosa (Milán, 1985) mantiene con el maestro Ennio Morricone (Roma, 1928) y que publicó, hace ya algunos meses, con su cuidado y elegancia habitual, la editorial Malpaso.

Pronto ocurrió algo maravilloso, ese tipo de evocaciones que solo suceden en el mundo de la literatura (la literatura como la música no excitan el sentido de la vista sino el del oído), y es que el libro de De Rosa y Morricone me había transportado a los sonidos de aquellos primeros días de amor al cine cuando leí por primera vez la entrevista de Truffaut a Hitchcock tal como en España había publicado la editorial Alianza. Y este otro libro de dos músicos que recupera el arte socrático del diálogo y la mayeútica, este libro del aprendiz sabido pero respetuoso que quiere conocer y el maestro sabio y paciente que conoce, este libro de dos músicos que se expresan tan bien por escrito, está más cerca de la mirada ensoñada del director de Jules et Jim al autor de De entre los muertos que de las finas (y airadas) disecciones sobre la industria cultural y la cultura de masas (de Hoggart a la Escuela de Frankfort).

Continué la lectura de En busca de aquel sonido, aplazando el momento de escribir esta reseña, cuando supe que De Rosa iba a venir a España y que yo tendría la oportunidad de conocerle en un espacio cultural del barrio valenciano de Ruzafa con nombre de novela de Philip K. Dick (Ubik), un lugar lleno de libros, pionero en la búsqueda de un equilibrio entre la alegría del bar y el recogimiento de las bibliotecas. En una tarde todos los prejuicios habían rodado por el pasillo de la sala de mi cine interior.

Malpaso Ediciones

Yo había redactado estas líneas a la espera de sacarle algo más a aquel joven compositor que había logrado, usando doctamente la entradilla culta y la apostilla inteligente, que Morricone (de normal inaccesible) se extendiera durante más de 500 páginas sobre su llegada al cine, sobre Pasolini y Leone, sobre colaboraciones, experimentaciones y afianzamiento personal, sobre música e imágenes, misterio y oficio, música aplicada y música absoluta, sobre el pensamiento, el futuro y la vida. De Rosa hablaba italiano y apenas se expresaba en castellano, lo que, a la inversa, me ocurría a mí. Cuando empezamos a dirigirnos en inglés el uno al otro, la sala ya estaba abarrotada de gente que había advertido, con lucidez mediterránea, que aquel acto no sólo era un encuentro con un músico italiano, sino un encuentro con la mismísima historia del cine. Y entonces apenas pudimos volver a hablar entre nosotros.

Efectivamente, Ennio Morricone no es sólo parte de la historia de la música en el cine, es una parte imprescindible de la historia del cine pues ha participado en la filmografía de Gilio Pontecorvo, Mauro Bolognini, Giuliano Montaldo, Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini, Alberto Lattuada, Elio Petri, Oliver Stone, Brian de Palma, Darío Argento o Giuseppe Tornatore entre muchos otros directores clave de este arte que Tarkosvski definió como «esculpir en el tiempo». Morricone es parte de la historia del cine y leer acerca de sus ideas sobre la composición musical es hacerlo sobre los últimos 50 años de la historia del arte del siglo XX: compositor y director de orquesta, autor de las bandas sonoras de más de 450 películas, Morricone no se puede reducir a las conocidas notas de «la trilogía del dólar», pues tanto las composiciones para los filmes de Sergio Leone como las conocidas piezas para las bandas sonoras de Días de cielo (Malick, 1978), La misión (Joffé, 1986) o Cinema Paradiso (Tornatore, 1988) son auténticas obras maestras. Morricone ha sido galardonado con dos premios Grammy, tres Globos de Oro, cinco BAFTA, diez David de Donatello, once Nastro d’argento y el Premio de Música Polar, ganó, como sabrá el lector de Revista de Letras, un Oscar honorífico en 2006 y otro a la mejor banda sonora por Los odiosos ocho (Tarantino, 2016), un filme, por cierto, este último, que funciona muy bien como película de terror al más puro estilo de John Carpenter, un director con el que, como es posible leer en el libro que nos ocupa, nunca se llegó a entender bien y que maltrató las posibilidades musicales que el compositor romano pensó para La Cosa; anécdotas –como su malograda colaboración con Kubrick, como las extrañas salidas posmodernas de Almodovar– que salpican una obra que es, sobre todo, una disección del arte en mitad de una biografía con vida.

De Rosa, por su parte –y esa impresión la tuve antes de poder conocerlo personalmente– es una figura difícil de encontrar en el panorama actual de la cultura: lo primero que llama la atención de En busca de aquel sonido, es su lúcido sentido del respeto. No es casual que el libro comience con una partida de ajedrez: las victorias del saber dependen sobre todo de la estrategia. Creo que ha sido ese respeto, unido al talento del músico milanés y a la intención implícita en este libro, que no es otra que buscar la estructura del pensamiento del propio Morricone, lo que ha permitido una conversación larga y cuidada que apreciarán los que perciben la fina conexión entre literatura, música y vida.

¿Qué es la música? ¿De dónde surge el primer sonido? La charla de De Rosa en Valencia, acompañada de secuencias memorables, se centró en los mecanismos del oficio, en la entrada de instrumentos y en el tratamiento orquestal del romano, en la relación entre la música y la imagen. El libro recoge, logra recoger, el itinerario intelectual, el deambular siempre curioso, siempre fascinado, de Morricone como un equilibrista entre lo previsible y lo imprevisible. Especial interés tendrán para los jóvenes compositores ideas como las de «inmovilidad dinámica», la creación como momento siempre inasible entre la mezcla y la esperanza de lo novedoso, los intercambios y las compenetraciones lingüísticas, el ruido y el silencio. Uno participará de esa búsqueda que da nombre al título de este libro con muchos niveles de lectura, atendiendo a las posibilidades expresivas y experimentales que Morricone alcanzó con Bertolucci o Lina Wertmüller y, de distinta manera, leyendo acerca de la pragmática (llena de bajezas y malentendidos) de la relación entre el director como parte de la industria del cine y el compositor de la música.

¿Se puede enseñar a componer una melodía? ¿Hasta qué punto condiciona la creatividad la música al servicio de una película? Las historias y reflexiones de Morricone que surgen de la conversación con su discípulo y confidente, Alessandro de Rosa, nos plantean estas cuestiones. Algunas respuestas del maestro relativas a la música absoluta (la que se compone como puro acto de creación) están abiertas, según lo veo, a una reflexión sobre la autonomía de la música en el siglo XX. No tengo claro, en este punto y a pesar de los fuertes argumentos del romano que la música que trata de expresar algún significado esencial quede, sólo por ese motivo, por encima de la composición mediada o instrumental, pero esa cuestión, llena de paradojas, es tratada en numerosas partes del libro como una pregunta llena de contradicciones, paradojas y autocrítica.

Vida y obra confluyen en una suerte de partitura que nos permite contextualizar y comprender algunas de las grandes incoherencias de nuestro tiempo. Conversar con Morricone invita a reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de la música. No menos fascinante es la crónica de sus encuentros y desencuentros con personalidades como Sergio Leone (compañero de colegio), Fellini, Clint Eastwood (para el que nunca compuso por un sentido de su amistad con Leone) Tarantino, Brian de Palma u Oliver Stone.

En busca de aquel sonido es una partitura profunda y abierta, una exploración emotiva, un encuentro con un músico autocrítico, una investigación, un viaje al centro de la creación. Mi composición preferida de Morricone siempre fue la de un film que me cautivó mucho en mi juventud, la Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (Elio Petri, 1970) cuyo título con ecos de Kafka, permite más de un análisis de nuestro tiempo en clave de sociología jurídica.

En la tradición inaugurada por Pitágoras, Platón asoció la música con la idea matemática de armonía; Aristóteles por su parte, la inscribió, no en el universo exterior (al modo en que siglos más tarde Kepler o Rameau describieron su afinidad planetaria) sino con el universo interior: los afectos y las pasiones de los hombres. Hasta donde alcanzo, fueron Shopenhauer y luego Nietzsche los pensadores que enmarcaron la música en el amplio cosmos de la filosofía. Música, literatura y pensamiento forman parte de una idea, quizás muy personal, de la cultura que uno siempre ha tratado de asociar tanto a la poesía como al derecho. Estos días termino la lectura de una rara obra que Kierkegaard dedicó a la comunicación, en ella el escritor/filósofo danés distingue entre la comunicación de saber y la comunicación de poder, la primera es propia de la ciencia y tiene un objeto, la segunda no tiene objeto, no enseña una fórmula o una doctrina (no enseña qué es la paciencia, sino cómo ser paciente), transmite la enseñanza de un arte y todo lo que conlleva.

En busca de aquel sonido es un libro de poder pues no enseña qué es la música sino cómo acercarse a la música. Morricone es un autor reconocible (como resulta hoy, por ejemplo, el exitoso Hans Zimmer) con ese sello personal capaz de transmitir no una individualidad (etiqueta de la marca de la cultura de masas y la industria del capitalismo cultural, en el sensato decir de Suely Rolnik y Félix Guattari) sino una… singularidad. «Procesos de singularización»: una manera de rechazar todos los modos de codificación preestablecidos para construir modos de sensibilidad, modos de relación con el otro, modos de producción, modos de creatividad que produzcan una subjetividad singular. Una singularidad que es una forma de devenir. Ese devenir es la clave, según lo veo, del misterio que une literatura y vida. Esta es una revista literaria y no se me ocurre otra forma de acabar una reseña que comenzó con la evocación del cine de los sábados que con este poema de Antonio Martínez Sarrión:

«El cine de los sábados/ maravillas del cine galerías/ de luz parpadeante entre silbidos/ niños con su mamá que iban abajo/ entre panteras un indio se esfuerza/ por alcanzar los frutos más dorados/ ivonne de carlo baila en scherezade/ no sé si danza musulmana o tango/ amor de mis quince años Marilyn/ ríos de la memoria tan margos/ luego la cena desabrida y fría/ y los ojos ardiendo como faros.»

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

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