Durante años, cada vez que entraba en una librerÃa de viejo o de segunda mano, o en bibliotecas, iba directo a ver si encontraba algo de Blai Bonet. Llegó a ser un instinto, en ocasiones recompensado. ConocÃa bien sus últimas obras, que llegué a tiempo de encontrar en las librerÃas de primera mano, junto con reediciones aisladas de libros previos como El mar o L’Evangeli segons un de tants; pero no habÃa podido ni oler volúmenes más recónditos, como Haceldama o Cant Espiritual. Libros que, solos o dentro del conjunto El Color, fueron reeditados hace pocos años. HabÃa un enorme paréntesis, sin embargo, de libros persistentemente inaccesibles: los publicados una vez que Bonet, después de unos años en Barcelona, rompió con la vida literaria de allà y se volvió a su pueblo natal, SantanyÃ. Son los años setenta, y Bonet publica libros tan excéntricos como ¿Has vist, Jordi Bonet, Ca n’Amat a l’ombra? o Els ulls.
Sucede que, cuando yo rastreaba polvorientas estanterÃas llenas de ácaros, no era el único: otra gente de mi edad hacÃa lo mismo. Es por eso que justo ahora, en pocos meses, se está cerrando el cÃrculo: El Gall Editor ha iniciado la edición de los diarios completos, a cargo de Pau Vadell, y Edicions de 1984 acaba de sacar una monumental poesÃa completa, editada por Nicolau Dols y Gabriel de la S. T. Sampol; ambos libros con prólogo de Margalida Pons. La clave de todo ello es la fascinación de los jóvenes. Porque Blai Bonet es uno de esos escritores, escasos en catalán, capaces de ejercer su magnetismo sobre todo entre lectores adolescentes; un selecto club del que forman parte GarcÃa Lorca, Rimbaud o Baudelaire, y a través del cual suelen nacer las vocaciones. En cualquier caso, solos o acompañados, han vuelto a las librerÃas los libros de los años “oscuros†de Blai Bonet, esos textos que en su momento no entendió ni Pere Gimferrer. Es también el momento para desmentir un mito recurrente, el de que El jove (1987) significó un retorno al orden; si leen ustedes atentamente el largo poema ¿Has vist, Jordi Bonet… descubrirán que en su interior (como, por otro lado, también sucede en el otro gran hito del poema largo en catalán, UH, de Casasses) hay algún soneto, aparte de largos tramos de alejandrinos. Pero de la incapacidad para darse cuenta de estos detalles estuvo hecha, durante mucho tiempo, la marginación de la obra de Bonet.
La gente que recientemente recuperó Els ulls (1973) y La mirada (1975) en El Gall Editor tuvo el acierto de poner en segundo término (tan sólo aparece en el Ãndice) su adscripción genérica como diarios, tal vez a sabiendas de que podrÃamos confundir la apuesta de Bonet con ese montón de libros clónicos, amorfos, panxacontents, en los cuales un escritor más o menos de domingo por la tarde nos va informando de sus lecturas en diagonal, de sus encuentros con otros escritores (siempre “amigosâ€), de su capacidad para registrar variaciones meteorológicas. Un género codificado hasta la náusea que Bonet ya dinamitó hace medio siglo, hasta dejarlo irreconocible.
En sus diarios Bonet prescinde de la datación: no hay ninguna. El texto es una serie de fragmentos que empiezan en minúscula, y aunque de vez en cuando el autor nos indica en qué dÃa está escribiendo (pero no es lineal: páginas después del 20 de mayo de 1971 nos encontramos en el 7 de mayo del mismo año), lo que nos explica no es simultáneo, sino que se trata más bien de sus memorias. “Diarios†parece aquà más bien una indicación relativa al modo como tienen que ser leÃdos estos libros que no una descripción de su contenido objetivo. Porque, por otro lado, en estas memorias no hay diferencia alguna entre realidad y ficción: el escritor inicia la transcripción de un texto de juventud donde el protagonista se escapa de casa, trabaja en un circo, muere disfrazado de león, se reencarna en el hijo del director del circo, vagabundea por Girona y Tarragona… y acaba volviendo a casa, desde donde lo enviarán a Barcelona a curarse de la tuberculosis. En el extremo, el último volumen de diarios, Pere Pau (1992), empezará asÃ:
per mi, que cada dia em dic Jonathan…
Y Jonathan será, efectivamente, uno de sus personajes principales, ya en los lÃmites de lo que vuelve a ser una novela. Porque en manos de Bonet, el diario parece ser una salida al desencanto ante la forma novelÃstica: un marco dúctil, flexible, donde hacer lo que le dé la gana. Un año antes de Els ulls, Bonet publicó Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria (1972), su última novela estricta, que muy significativamente debe ser su único texto no reeditado: es un fracaso. La obra alterna diálogos y monólogos interiores para presentar, más que representar, una serie de escenas fragmentarias en la vida de un grupo de jóvenes, rodeadas de gigantescas elipsis que nos escamotean, principalmente, todo lo que sea similar a un argumento. El libro carece, sobre todo, de unidad: nada liga a Ovidi, el niño brasileño, con Josep, más allá de la simple coexistencia en el upper Diagonal de los años sesenta; ni siquiera llegan a respirar con autonomÃa (un peligro que, de hecho, siempre asedió a los personajes de novela blaibonetianos), sometidos a los designios de un Bonet que no parece interesarse tanto por su historia como por lo que él puede decir sirviéndose de ellos. Los “diarios†eliminarán la promesa estructural contenida en el rótulo “novela†y prescindirán de la molesta necesidad de cerrar un arco narrativo en favor de la creación de un espacio textual donde puede suceder cualquier cosa.
Por otro lado, al principio de L’Evangeli segons un de tants (1967), por primera vez, Bonet incluyó un prólogo (no incluido en la ya suficientemente prolija Poesia completa de 1984), según parece a instancias del editor, Joan Oliver, donde por primera vez se expresaba ensayÃsticamente alrededor de sà mismo (hay el precedente de sus libros sobre el arte románico, o sobre Antoni Tà pies). Esa vocación reflexiva se proyecta especialmente en los diarios, que en ciertos puntos recuperan y desarrollan pasajes de este prólogo. L’Evangeli segons un de tants es, de hecho, el libro central en la obra poética del autor, el punto de inflexión donde se reúnen todas sus experiencias precedentes y se anuncian las que llegarán. Ya en el prólogo, Bonet expone su concepción de la escritura como un acto de comunicación con un tú concreto, “els meusâ€, los mÃos (idea aparecida también en MÃster Evasió, de 1969): la comunidad de lectores a quién va destinada la obra, aquellos para quienes ésta es útil, y que determinan su hechura. Aunque esta idea, formulada asÃ, parezca apuntar hacia el lector-modelo de Umberto Eco, deriva en realidad de la teologÃa de Martin Buber, tal como se expondrá detenidamente en los diarios; se trata de esquivar el arte por el arte, la deshumanización de la poesÃa pura, radicando de nuevo el poema en una función extraliteraria, ética. Incluso años después, en Pere Pau, la teorización sobre el diseño y la abstracción, sobre el arte bajo el comunismo, irá dirigida a clarificar conceptos al respecto.
Todo ello, en su contexto inicial, podÃa recordar la poesÃa social. Y aunque el primer poema de L’Evangeli… se desmarcaba de ella (“no sóc pas un Lenin de saló…â€), lo hacÃa adelantándola por la izquierda (“…sinó un home / que ha de viure de feinaâ€). El acercamiento de Bonet, compañero de copas de Ferrater y Vinyoli, a la poesÃa social era formalmente muy sui generis: más que al prosaÃsmo que invadió cierta poesÃa catalana de la época, Bonet recurre a soluciones como la ruptura de sistema, esa extraña figura retórica abundante en la obra de César Vallejo y Blas de Otero que consiste en utilizar una locución, un cliché, alterando uno de sus elementos. El mismo tÃtulo L’Evangeli segons un de tants, como ha indicado Xavier Lloveras, es un ejemplo. A través de este recurso, Bonet puede apropiarse del discurso del poder y darle la vuelta, entrar en la entraña del lenguaje para desentrañarlo, hacerse entender sin volverse banal. Y sobre todo, una vez más, romper la representación, la convencionalidad del lenguaje, para aspirar a conectar de nuevo con la realidad inmediata, igual que en prosa acabarÃa rompiendo con la cotilla del argumento novelesco para entregarse a la revelación del instante aislado, del puro presente.
Otro recurso, común a los diarios y a la poesÃa, es el anacronismo: Bonet maneja el tiempo histórico a su antojo. En Els ulls, la diferencia entre los hechos relatados, de los años treinta, y el momento en que se escribe el relato (la distancia entre enunciación y enunciado, dirÃamos) sirve para reescribir aquellos a la luz del presente, no en el sentido de una deformación, sino de una mirada que los reinterpreta. AsÃ, un encuentro con Salvador Espriu, acaecido en los años cincuenta, se nos explica con el acompañamiento de una canción de Bob Dylan. “Candaces d’Etiopiaâ€, un poema de Els Fets (1974), reformula un episodio de Hechos de los Apóstoles, 8: 27 (un procedimiento, por otro lado, muy habitual en Bonet, que frecuentemente compara a Jesucristo y sus acompañantes con un grupo de beatniks, de hippies o incluso de ye-yes) para ejemplificar una teorÃa de la lectura que, como recuerda Margalida Pons, resulta cercana al ataque contra la interpretación de Susan Sontag. Y en Cant de l’arc (1979) o El jove aparecerán Anselm Turmeda y Ramon Llull (el primero, hablando de ordenadores IBM y mencionando El violinista en el tejado), respectivamente. El caso más vertiginoso tal vez sea el canto XXIV de Teatre del Gran Verd (1983), un collage vertiginoso de versos provenzales de Arnaut Daniel o Bernat de Ventadorn, discursos nazis y procedimientos de la Inquisición Española que deja en pañales las yuxtaposiciones similares de Jaume Cabré en Jo confesso.
“El meu temps no és el teuâ€, avisa el inicio de ¿Has vist, Jordi Bonet, Ca n’Amat a l’ombra?; “El mal és un resultat de la Històriaâ€, habÃa dicho en L’Evangeli…, y en El poder i la verdor (1981) insistirá, replicando a Jean-Paul Sartre (que es, por otro lado, una de sus obsesiones; en cierto modo, los primeros diarios de Blai Bonet se construyen contra el modelo de Les mots, aparte de hacer aparecer al filósofo existencialista, y no siempre para bien): “L’infern és la històriaâ€. Contra esta Historia, Bonet parece querer refugiarse en una comunidad de iguales, de prójimos: de amigos. En algunos de estos textos, hay una reflexión sobre la amistad que, en su contraposición al egoÃsmo profundo del deseo, recupera ciertas formulaciones de Marcel Proust. Y el recuerdo de Carles Riba o de Gabriel Ferrater, muertos, se confunde con la aparición de jóvenes poetas como Xavier Lloveras o Miquel Àngel Riera.
En el prólogo de L’Evangeli..., Bonet confiesa que, cuando tenÃa veinte años, fue “el gigolo oficial de l’alta costura les lletresâ€; una expresión exactÃsima, un recuerdo de su aparición fulgurante a principios de los cincuenta, de la época en que se erigió en una especie de esperanza blanca de la cultura catalana del momento, resistencialista, apostólica y romana. La frustración (mutua) de esta esperanza, cuando los próceres descubrieron de qué hablaba Bonet cuando hablaba de jovencitos, cuando Bonet descubrió su “al·lèrgia als lletraferits d’aplecâ€, deja trazas en los diarios, especialmente en los tramos finales de Els ulls, donde aparece un Carles Riba desilusionado con el patrioterismo superficial nostrat, dentro de un verdadero retablo (Verdaguer, Maragall, Nonell) de los desencuentros entre Catalunya y sus artistas. Bonet se pasó los años sesenta desfilando por la vida cultural barcelonesa, sin encajar ni con tirios ni con troyanos, sin llegar a formar parte de ella. Estaba, sólo estaba, sin salir en la foto. Observaba, y desde su extrañeza fue el primero capaz de ver a la vez el Somorrostro y Sant Gervasi, el Chino y Sarrià , la costa de Mataró y el interior de Riells del Montseny. Al fin y al cabo, su idea de la comunicación, de la relación con el prójimo, era otra.
Y, finalmente, se fue.