Fabian. La historia de un moralista. Erich Kästner
Traducción de Miguel Ãngel Vega Cernuda
Minúscula (Barcelona, 2010)
¿Puede un libro advertir que toda una sociedad se está dirigiendo indefectiblemente al abismo? Es más, ¿puede un escritor, a través de la sátira, desperezar conciencias para señalar que se va todo al garete? Supongo que Erich Kästner ya se sabÃa la respuesta de entrada, pero igual se metió en el baile. SÃ, venga, hagámosle una fotografÃa a la decadencia, a esta época de marionetas, a esta sodomagomorra contemporánea. Ridiculicemos, ataquemos, bombardeemos.
Esa época de marionetas es 1932. Esa sodomagomorra, BerlÃn. Kästner –que antes de este libro era más conocido en Alemania por sus obras infantiles que por sus novelas para adultos–, frunció la nariz y sintió tanto tufo a podrido que se embarcó en la escritura de Fabian, obra que, por censura de su primer editor, deberÃa haberse llamado De camino a la puñeta. Catorce años después, pasada la barbarie, disipado el olor a muerte y a pólvora, despejadas de cascotes todas las calles alemanas, Kästner se pregunta en el prólogo de una de sus reediciones: “¿Se entenderá mejor ahora? Seguro que no. ¿Por qué iba a ser asÃ?â€.
¿Se entiende hoy? ¿Por qué una novela satÃrica de entreguerras sigue pareciendo lacónica, horriblemente actual? Me asomo a la ventana, abro los diarios en cualquier página o clico el botón “Voy a tener suerte†de Google y encuentro las mismas esquirlas que motivaron a Kästner a parir el mordaz personaje de Jakob Fabian. La Alemania nacionalsocialista o este capitalismo al cuadrado no paran de escupir opiniones estandarizadas y diseñadas por sutiles sastres mentales, o uniformes de marca, o trabajos pseudoesclavos, o la falsa sensación de libertad. Creemos elegir, pero solamente escogemos entre varias posiciones preestablecidas. El monstruo no desaparece, sólo cambia de forma.
Por tal motivo, una irritable sensación de contemporaneidad es lo que queda tras la lectura de Fabian, la historia de un moralista. A pesar de que refleja su época en un espejo cóncavo –y no plano–, flota la duda de cuándo fue escrito, si en el ’36 o hace un par de años. Pero la barbarie no tiene edad. Que le pregunten sino al propio Kästner, censurado por el régimen nazi y encarcelado sucesivas veces bajo la acusación, precisamente, de inmoral.
En ese espejo cóncavo, el personaje de Jakob Fabian busca ganarse el pan y pagar el alquiler de su pocilga trabajando como agente publicitario, y por doscientos y pico de marcos al mes se deshilacha el cerebro para, entre otras tareas, hacer que la gente fume más. Aunque de costumbres provincianas, se sumerge en la decadencia de un Berlin cojo, inmoral y oscuro, cuya caÃda llevará con ella a toda una nación. Como si llevara una cámara al hombro, Fabian esquiva coches en la Friedrichstrasse, rodea el Tiergarten y se sumerge en el barrio de Grunewald. Visita clubes de solitarias en busca de un desesperado polvo fácil, descubre locales creados para insultar o ser insultado, se entrevista con directores de periódicos que diseñan noticias a medida, o mete la nariz en enormes centros comerciales que ofrecen de todo menos dignidad. Es lógico que esta selva no le ofrezca demasiadas oportunidades para ser –como reza el subtÃtulo de la novela– un moralista.
Lejos de la casa paterna, con treinta y dos años y una carrera fulgurante en una ciudad fulgurante, Fabian se come el mundo (acompañado, claro, de una buena kartoffelsalat). Se acuesta con chicas, o más bien las chicas se acuestan con él, algunas a cambio de marcos, otras porque es lo que se lleva. Después de errar las noches con dientes afilados conoce a Cornelia, una estudiante de derecho con la que entabla una relación sincera. Asimismo, su mejor amigo Labude se revela como el contrapunto que necesita un moralista en medio de tanta inmoralidad. Ahora sÃ, ahora todo está en el lugar indicado. Ahora todo tiene sentido, que todo siga asÃ… Pero nos pasamos la puñetera vida buscándole sentido a la vida. Un norte, una meta última. Y cuando por fin creemos hallar ese sentido, las cosas, invariablemente, se acaban perdiendo. Se van para siempre, se evaporan, kaputt.
Y asà su patrimonio de felicidad se va a la porra al ritmo del nuevo régimen y de los Ãndices de ética. El trabajo le dice tschüss, aufwiedersehen se despide su chica, con un lebe wohl lo abandona su amigo Labude. El destino chasquea los dedos, el Tercer Reich consigue más y más apoyo y la moralidad que tanto defendÃa se le rÃe en la cara. Despojado de todo, sólo le queda dar pasos hacia atrás, volver al origen, reencontrarse con viejos amigos que le recuerdan cuán decadentes nos deja el tiempo y, asÃ, pisar otra vez las calles de la infancia, frecuentar viejos tugurios, volver a los escalopes de la madre. Regresar al punto de partida.
“A tu edad yo llevaba ya varios años de casadoâ€, le recrimina su padre. “En mis tiempos esto no era asÃ. Entonces ganar dinero era una meta, y también lo eran casarse y tener hijosâ€, señala su madre. A pesar de esa sensación de derrota que carga en la espalda, Fabian sigue creyendo que la salvación consiste en una revolución de conciencias, y no de estructuras. Visto asÃ, un moralista termina pareciendo un idealista, un romántico más bien. Un guerrero de las causas perdidas. Pero la sentencia de Labude no deja de zumbarle tras la oreja: “Hasta en ese paraÃso que tú estás soñando, hasta en ese sitio los hombres se liarán a puñetazosâ€.
Pesimismo, sÃ. Fabian es una historia pesimista, encantadoramente pesimista. Un diagnóstico brutal confeccionado por un observador agudo y cáustico que al final, rendido ante la evidencia, no duda en afirmar que “no sirve para nada esforzarse en este sistemaâ€. “Vivir es una casualidad. Morir, una seguridadâ€, repite sin ruborizarse. Precisamente, en una escena de la novela, Fabian recorre un centro comercial y se topa con un volumen de Schopenhauer –el pesimista por antonomasia– y lee: “El que todo lo ve negro, siempre teme lo peor y toma sus precauciones en consecuencia, no se equivocará tanto como el que siempre ve las cosas color de rosaâ€.
Todo libro que pervive al tiempo y promueve el reflejo en otra época tiene destino de clásico. Si recurrimos a Goethe o a Balzac, por nombrar sólo a algunos, nos damos cuenta de lo poco que hemos cambiado. SÃ, el jodido eterno retorno. Cambian las formas, no los métodos. La polÃtica seguirá siendo polÃtica y la evolución humana seguirá subyaciendo a las estructuras. Nos convencemos de que repetir la historia es algo impreso en nuestros genes. Ayer, hoy y mañana. Fabian nació sátira, pero vistas las cosas hoy podrÃa ser llamado documental. Y si bien nos regala cuotas de hilaridad, de humor negro negrÃsimo y de ironÃa de la ácida, quiere darnos una sonora bofetada, de esas que nos dejan los dedos marcados en la mejilla. De todas las herramientas del arte, la sátira es el último recurso que nos queda para ayudar, para despertar y abofetear. Si la sátira no lo consigue, ya no hay nada que pueda hacerlo.
Erich Kästner (Dresde, 1899 – Munich, 1974) estudió filologÃa alemana, historia y filosofÃa. Escritor, colaborador de diversos periódicos y guionista de teatro, durante la época nacionalsocialista fue detenido en varias ocasiones y sus libros fueron prohibidos. Figura intelectual del BerlÃn de los años treinta, autor de poemarios y libros infantiles, entre los que se cuenta Emil y los detectives, tras la Segunda Guerra Mundial se trasladó a Munich, donde fundó el cabaret Die kleine Freiheit y dirigió la sección cultural del diario Neuen Zeitung.
Franco Chiaravalloti
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