Fernanda Melchor | Foto: YouTube

Tiempo de huracanes

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Fernanda Melchor | Foto: YouTube

En la oscuridad, bajo la pálida luz de hueso de la luna, una mujer hunde el cuchillo de la escritura en las entrañas de la tierra. Fernanda Melchor es la médium que convoca todas las voces de la tragedia más violenta.

Quizá la imagen de la médium –tal como la ha construido Occidente desde la New Age– sea demasiado estilizada, relacionada directamente con lo vertical, y se aleje de este relato, que es totalmente horizontal, terreno. Así pues, creo que sería más preciso hablar de una nigromancia de la palabra que resucita muertos y los obliga a recrear sus míseras vidas en un tapiz de experiencias que el lector observa con angustia y náuseas.

El ejercicio de hendir un cuchillo es ser consciente de la carne, del horror que se abre paso a través del músculo que se separa y que llega al órgano vital, al núcleo de la vida, para provocar un cambio irreparable. Quizá no la muerte, quizá no la transformación absoluta de la sociedad, pero, al menos, una herida, una fisura, un desgarro, en el pensamiento colectivo. En este momento, ha de ser una mujer quien empuñe el cuchillo, no puede ser de otra manera.

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Así, la escritora de Temporada de huracanes, se atreve a mirar cara a cara a su México natal, de una forma que pocos antes lo habían hecho. Su novela es corta, pero precisa –una mayor extensión hubiera sido insoportable para el lector, dada la intensidad de lo narrado- y cumple su objetivo: emitir un grito desgarrador –aunque en ningún momento exagerado- en el silencio en el que el mundo sigue viviendo. Es, de alguna manera, el grito de Carrie Page –que vuelve a ser Laura Palmer- en el último episodio de la tercera temporada de Twin Peaks.

Abre la novela el descubrimiento de un cadáver que, flotando en el agua, medio devorado por insectos y parásitos, sonríe a los cinco niños que lo encuentran. El cuerpo pertenece a la bruja del pueblo, mujer en torno a la cual girarán todas las historias que nos encontraremos más adelante. La Bruja -pues este personaje carece de nombre propio- se erige como el ojo del huracán que, lejos de desatarse con su muerte, siempre ha acechado a la Matosa, región donde se desarrolla la historia. Esta mujer ha sido la encargada, -recogiendo el testigo de su madre. Hécate entregando la antorcha- de reunir las historias de violencia de las mujeres del pueblo. Como guardiana del mal es temida y despreciada, pues ella conoce la oscura verdad del lugar y sus habitantes.

Esta nueva Soteria caldea, que se mueve en la ambigüedad de género, como una suerte de Tiresias radical, es el cuerpo político sobre el que se descarga todo el heteropatriarcado. Es un súcubo cuya misión es sacarnos a palazos de la mierda donde estamos enterrados (volviendo a la comparación con Twin Peaks). Es el personaje el que, a través de su magia, posee a Fernanda Melchor y la hace escribir sobre la Matosa.

La casa es el espacio que representa al individuo, es el reflejo de la mente y del espíritu. En la literatura de terror es el lugar encantado donde residen los fantasmas, esto es, receptáculo de las violencias históricas que trascienden el tiempo. La casa es memoria y espejo, desde Cumbres Borrascosas, hasta Manderley, pasando por La casa de Asterión de Borges, la casa con forma de barco de la novela Solenoide de Mircea Cărtărescu y un sinfín de ejemplos más. En Temporada de huracanes el hogar de la Bruja se percibe como arquitectura equivalente al cuerpo femenino, en cuyo centro se halla un tesoro, como si fuese una pirámide egipcia, tumba y recompensa. El oro que los hombres ansían encontrar dentro es el mismo que pretenden conseguir penetrando a una mujer. Es ese algo imaginario y abstracto, esa ratificación del poder, ese mantenimiento del statu quo -el hombre arriba, la muer siempre debajo- que se trata de obtener incluso con la fuerza. Por supuesto, la casa también será violada en la novela.

Si los hombres antes entraban en ella con consentimiento, cuando afloran las frustraciones, la masculinidad heteropatriarcal se desmorona y ese tesoro parece lo único que puede solucionar sus problemas (vemos aquí los ecos de la mujer salvadora y redentora), no dudan en emplear la violencia y echar la puerta abajo. Pero ahí dentro, en la densa y lúbrica oscuridad, no hay nada, porque nunca hubo nada, como bien saben las mujeres del pueblo. La cámara funeraria está vacía y el cuerpo del faraón mira a cinco niños en el lecho de un río mientras se descompone.

El lenguaje que Melchor emplea, cargado de jerga y coloquialismo, está sacado directamente de las voces de la tierra. Es ventisca inagotable de oraciones que azota al lector y lo hunde poco a poco en el fango. Es envidiable el talento de esta escritora.

Esta fábula, oscura, dolorosa, necesaria, aporta sin embargo un punto de esperanza. El agua ya viene, como les dice el enterrador a los muertos al final de la novela, y hay una lucecita blanca al fondo a la que llegaremos en algún momento. El agua es el libro, el enterrador Fernanda Melchor y los cadáveres nosotros. Atravesando la ficción llegaremos a la luz.

Rodrigo Sánchez Nieto

Rodrigo Sánchez Nieto (Madrid, 1995) graduado en Literatura General y Comparada por la Universidad Complutense de Madrid, cursa actualmente estudios de Dramaturgia en la RESAD. Autor del libro de relatos 'Latidos, la infinita invención', compagina sus estudios con la creación artística.

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