Filmoteca Literaria (IX): «La leggenda del Santo Bevitore» (Ermanno Olmi, 1988)

La leggenda del Santo Bevitore
(Ermanno Olmi, 1988)
Basada en el relato homónimo de
Joseph Roth
Guión: Tullio Kezich y Ermanno Olmi
Fotografía: Dante Spinotti
Montaje: Paolo Cottignola, Ermanno Olmi y Fabio Olmi
Música: José Padilla Sánchez, Ilter Pelosi e
Igor Stravinsky
Intérpretes: Rutger Hauer, Anthony Quayle, Sandrine Dumas, Dominique Pinon,
Jean-Maurice Chanet

El relato

La suerte es generosa con Andreas Kartak, el clochard protagonista de esta obra póstuma de Joseph Roth -su testamento, como dejó dicho-. Andreas recibe doscientos francos de un caballero trajeado de edad madura recién convertido al cristianismo, con la única condición de devolverlos como ofrenda a la imagen de santa Teresita de Lisieux de la iglesia de Sainte Marie des Batignolles.

Desde entonces no paran de sucederle milagros, si bien no son conforme a su voluntad sino al propio azar, o a un destino oculto a él reservado. Consciente de la renovación, Andreas decide iniciar una nueva vida. La serie de milagros no sólo le traerán dinero y más Pernod, también le devolverán la memoria sobre su persona, su identidad, el tiempo y el espacio de su vida antes de ser un clochard, el amor, el deseo y la amistad. Pero la sucesión de milagros produce en nuestro protagonista una lucha -dulce, nihilista-, entre la conciencia y la voluntad; entre la voluntad y la imposibilidad, en un camino que le conduce a la redención.

La leyenda del Santo Bebedor es una obra maestra en el campo de los relatos breves. En ella encontramos la emoción mística y el tono irónico y poético de un Roth que se sabe ya cercano a su fin.

Joseph Roth (foto: Josef Breitenbach, 1935, D. P.)

El autor

Cuando Joseph Roth (Brody, 1894-1939) escribió La leyenda del Santo Bebedor arrastraba ya un largo período de abandono, depresión y soledad. Ésta es su última obra, finalizada poco antes de morir en el exilio. Si bien años atrás, cuando ejercía de corresponsal para el Frankfurter Zeitung, había encontrado en París su ciudad ideal, la vida como exiliado desde 1933 le había dejado sin apenas un punto de apoyo emocional. Su sentido de abandono y soledad se hizo más extremo tras la incorporación de Austria a la Alemania nazi, el Anschluss.

Si seguimos atentamente a David Bronsen, uno de sus principales biógrafos, toda la vida de Roth estaba orientada por una sola necesidad: la de encontrar apoyo sobre cualquier cosa. Pero el mundo no le ofrece a Roth la seguridad que buscaba. Pierde una patria tras otra. “Mi soledad es tan fuerte que me agarro a lo que sea”, dice en una de sus cartas. El hecho de sentirse psicológicamente amenazado y de ser incapaz de hacer frente a su exilio y su vida de emigrante le generaba una inquietud opresora, escribe Bronsen, quien sostiene que tras el Anschluss parecía estar espiritual y físicamente abatido.

Para entonces Roth gozaba de gran reconocimiento internacional. Entre 1933 y 1938 sus obras habían sido traducidas a 28 idiomas. Sin embargo, sus libros habían sido quemados en la Brandnacht y se prohibieron nuevas ediciones o publicaciones de sus obras en la Alemania nazi. De esta manera Roth no sólo se quedó sin su público alemán, lo cual no sólo tendrá una repercusión económica y moral importantísima, sino que además, lúcido y clarividente como era intuyó los acontecimientos que posteriormente conducirían al Holocausto.

Escribir fue para él mucho más que una terapia. “Escribo cada día para perderme en destinos ficticios, para huir”, señala en una carta (si no me falla la memoria iba dirigida a Stefan Zweig, quien admiraba a Roth de una manera casi servil). Su proceso de escritura en estos tiempos seguía siendo el mismo que el de hacía años. En la soledad de su habitación pensaba la estructura y el desarrollo del relato, que luego escribía siempre en público en un café, generalmente rodeado de amigos y conocidos. Cuentan que Mme. Germaine Alazard, la encargada del último hotel que acogió a Roth, donde escribió La leyenda del Santo Bebedor, le mimaba y le llenaba de atenciones. Dirá más adelante Mme. Alazard durante una entrevista que Roth “no escribía nunca en su habitación, para hacerlo necesitaba el ambiente de un café. En su habitación -en soledad- lo pensaba y estructuraba; y luego lo podía escribir en público de una tirada. Yo solía conservar el manuscrito sobre el que trabajaba. Lo guardaba junto a la caja registradora y se lo daba por la mañana cuando bajaba, para que continuara escribiendo. Desde la primera línea me decía que cada página que escribía necesitaba un Pernod. Todas las tardes venían a verle del orden de 10 a 15 amigos. Se entretenía con cada uno y continuaba escribiendo, rodeado de sus amigos. En esa época no veía con claridad y le tenía que poner gotas en los ojos”. Desde que el Pernod pasó a ser su bebida favorita, decían los médicos, no se le pudo ayudar con el alcohol. Era un hombre ya profundamente alcoholizado.

Dos aspectos dominan el universo rothiano: la ironía y la ambigüedad. A Roth le gustaba mostrarse ambiguo sobre su origen familiar y su conversión al catolicismo. Su entierro fue un drama en el que amigos judíos y católicos discutieron amargamente sobre la verdadera fe del escritor para proceder a su funeral. Hay quien ve en la posible conversión de Roth una exaltación y provocación. El propio Hermann Kesten señala que Roth aseguraba a muchos que nunca se había bautizado pero que encontraba la polémica en torno a su bautizo fuera de lugar, “pues uno prueba ser cristiano en su fuero interior aunque no haya recibido el bautismo”. En cuanto a su judaísmo, señaló “no me ha aparecido más que de forma accidental, un poco como mi bigote rubio”. Sin embargo, asegura Bronsen que la única persona que le permitía un corto instante de paz y de control de sus miedos a vivir era un judío ortodoxo de Letonia con quien hablaba de Dios y del mundo.

Durante los años de exilio siguió fiel hasta el final a su rutina de alcohol y conversación en torno a sus dos grandes temas: Dios y la nostalgia de la monarquía austro-húngara. La falta constante de dinero era también una idea fija para Roth, que tenía el hábito de hablar y escribir crudamente sobre su miseria y abandono. Como el protagonista de su libro, el clochard Andreas, carece Roth de un hogar y sólo el azar cotidiano parece gobernar su vida, como si respondiera a un destino. Ese mismo azar, que por cierto le condujo a ser un judío oriental, -su padre era un hassídico a quien nunca conoció y que murió de un delirium religioso-, se impone a su propia voluntad, respondiendo a un fuerte sentido de destino del que sin embargo Roth, como señala su amigo Soma Morgenstern, no ceja de huir hasta su fin.

Rutger Hauer en una imagen promocional del film (mymovies.it)

La película

Considerada de culto y de restringidísima distribución, La leggenda del Santo Bevitore fue dirigida por Ermanno Olmi en 1988 y contiene toda la grandeza del relato de Roth. Obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia y cuatro Premios David di Donatello, entre ellos el de Mejor Película. El reparto internacional, encabezado por Rutger Hauer y Anthony Quayle, y en el que también intervenían intérpretes italianos y franceses, obligó a doblar buena parte de la película al italiano. Hemos preferido ofrecer la copia con las voces originales, una versión que universaliza, aún más si cabe, el texto de Joseph Roth.

Berta Ares

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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