Ya se sabe con qué castigo tuvo que cargar la humanidad por desafiar a su creador: morder una manzana tuvo como consecuencia trabajar a lo bestia con el sudor de la frente eternamente perlado y duramente incómodo. Sobre este resultado se ha escrito mucho y en todos los tonos, y este libro, Algo temporal, de Hilary Leichter, retorna al punto de denuncia en el que las derivas del trabajo se han ido pudriendo y no por la intervención divina ni por el pecado original. Aquà el absurdo está en función de delatar que nosotros mismos nos hemos encargado de transformar las consecuencias de morder la manzana en una esclavitud, pues no se trata de sudar para ganar el pan, sino de la angustia que supone carecer de certezas sobre el pan, pensar que tal vez en algún momento no podrás pagarlo y verse humillado durante los momentos en que uno tiene trabajo.
“Encuentro trabajo friendo patatas, y en eso consiste todo. No dejo de esperar que el puesto se revele en toda su plenitud, pero no todos los trabajos son icebergs, con kilómetros ocultos de tareas. Algunos trabajos son solo trabajos. Me recojo el pelo con una redecilla y llevo a cabo mis operaciones cotidianas con grasa y fuego. Capto mi reflejo en la mampara higiénica, y lo que veo es una desconocida.â€
Pero no estamos frente a una obra de puro realismo social, pues Leichter se refugia en un sarcasmo que hace más creÃble al ser desnortado, ese que podrÃamos ser cualquiera, que protagoniza el libro que, a mayores, es una mujer. La imaginación de Leichter lleva al personaje a trabajos entre los piratas, sin que se sepa muy bien cuál es su función, o como ayudante en una asociación de asesinos, en la que existe el ascenso por méritos, o de repartidor de folletos, con una categorización por ejercer con éxito la labor, y hasta de percebe, un trabajo en el que existe cierta obsesión por el tamaño del pene. Este absurdo nos lleva a preguntarnos cómo es posible intentar dar coherencia a algo tan impuesto. La vida a la que asistimos es automática en el mismo sentido en que era automática la escritura de los surrealistas: va sucediendo sin que parezca existir un plan previo. De ahà la dificultad para encontrar su lugar en el mundo que padece la protagonista, porque tal vez este mundo no sea un sitio poblado de lugares. Asà se va desplegando el matiz de locura que recorre la novela, mientras nos preguntamos cómo de serio es esto de trabajar para vivir, cómo de serio es vivir, en qué grado de seriedad debemos tomarnos la exigencia de vivir.
La protagonista hereda la precariedad de su madre, en una denuncia de clases sociales, y como su madre se cuestiona el sistema de lealtades que se establece a través del trabajo. Su existencia se expone de forma itinerante, como la narración del Barón de Münchhausen o, por qué no, las novelas picarescas o los viajes de Gulliver. Todo se desarrolla en planos sucesivos, incluidas las secuencias de novios, en un texto que elude cualquier corrección polÃtica, aunque la distancia que da el absurdo le permitirá nadar en cualquier océano, incluido el de la corrección polÃtica. Este sarcasmo, el conflicto que surge entre los hechos y la textura del disparate, nos enfrenta a la realidad como quien trata de resolver una aporÃa. Aunque el libro gana en intensidad cuando se acerca al realismo, como, por ejemplo, cada vez que se utiliza la palabra eventual, soltándola desde las tripas, con rabia, esa rabia sin misericordia que tantas veces esconde el humor.