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Mirar por la ventana

Las protagonistas de 'Expiación', de Ian McEwan, y de 'Klara y el Sol', de Kazuo Ishiguro, construyen su mundo a través de imágenes incompletas | Foto: Frank Winkler, Pixabay

En 2011 Pilar Donoso, hija del escritor chileno José Donoso, publicó su único libro, Correr el tupido velo, donde recuperaba los diarios de un padre que, en su vida y su literatura, estuvo obsesionado con las casas. En esta obra, reeditada por Alfaguara en 2021, podemos leer la siguiente cita del autor: “el escenario burgués que describo estaba lleno de dolores y tensiones, dependiente y definido por el afuera y sus relaciones con él”.

En la literatura, los espacios interiores pueden ser símbolos de un retroceso hacia la intimidad, pero, a su vez, y como ilustra Donoso, se relacionan con el exterior y quedan contaminados por él. El exterior puede penetrar en el interior bajo la forma de invitados, pero son las ventanas y las puertas las que unen estos dos mundos: el de dentro y el de fuera.

A veces cerradas a cal y canto, otras abiertas de par en par, y algunas oscilando entre una y otra posición, la puerta, como la ventana, actúa como gozne entre el interior y el exterior, que a través de ellas se compenetran, contaminan o enfrentan.

En la narrativa de ficción es habitual encontrar a los personajes mirando por las ventanas al exterior o a través de ellas al interior. Al mirar hacia fuera, descubren sus límites, anhelan un escape o tienen un primer contacto con el vasto mundo desconocido. Cuando la mirada se dirige al interior, nos revela la intimidad y la cotidianeidad del hogar. A veces se convierten en fuente de información y, otras, se interponen entre estos dos mundos y los empañan, ofreciendo una visión engañosa de los acontecimientos que a través de ellas se observan. Interior y exterior están en constante relación dialéctica a través de las ventanas.

Tanto Klara, la inteligencia artificial que protagoniza Klara y el Sol (2021), la novela más reciente de Kazuo Ishiguro, como Briony, la hija pequeña de los Tallis en Expiación (2001), de Ian McEwan, sienten el impulso de asomarse a las ventanas para ampliar sus horizontes. Ambas viven semiconfinadas en sus respectivas casas y son inexpertas en el mundo exterior. Ello les genera curiosidad, pero las reacciones de cada una de ellas ante el mundo que descubren son muy diferentes. Mientras para Klara el exterior es un lugar de bondad y oportunidades, Briony se enfrentará con la visión de lo que ella cree que es la misma encarnación del mal.

Un fragmento de realidad
Klara es una inteligencia artificial, un robot creado para cuidar y hacer compañía a los niños. Ella y otros “Amigos Artificiales” (AA) pasan el tiempo en la tienda mientras esperan que una familia los compre y los lleve a su nuevo hogar. En la tienda, la gerente los va cambiando de sitio para incrementar sus posibilidades de ser vendidos: cuanto más cerca de las ventanas y la puerta, más visibles serán para los potenciales compradores. Ello, unido a que la fuente de energía de los AA es el Sol, hace del escaparate la posición más codiciada de la tienda. Sin embargo, el interés de Klara de ser situada en este lugar va más allá: necesita saciar su curiosidad: “Siempre deseé ver más el exterior, y verlo con todo detalle”.

Anagrama
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A Klara le gusta observar todo lo que ocurre a su alrededor: a los transeúntes que pasean, a los taxistas que discuten, a los trabajadores del edificio de enfrente… A partir de estas observaciones trata de descifrar los sentimientos humanos. ¿Por qué se abrazan esos desconocidos? ¿Por qué esa niña no habla con su AA? La ventana le permite acceder al exterior, se establece como marco de comprensión tanto de lo que ocurre fuera, en el mundo que se abre al otro lado del cristal, como de las emociones de las personas que lo pueblan. Pero este marco es fijo, y su perspectiva limitada, por lo que no puede brindar a Klara todas las respuestas que necesita.

Algo similar ocurre con las ventanas de la casa de Josie, la niña enferma cuya familia adopta a Klara. Cuando, después de algunas semanas en su nuevo hogar, sale por primera vez al exterior, a Klara le sorprende descubrir que tras la casa de Josie se alza una “casa vecina que no era visible desde ninguna de las ventanas”. Esta, de menor nivel económico que la de Josie, pertenece a la madre de Rick, el único vecino y amigo de Josie. A Klara le resulta extraño no haberse dado cuenta antes de la existencia de esa casa, pero comprende que se trata de una cuestión de la perspectiva de las ventanas, que tampoco sirven para hacerse una idea correcta de la disposición y las dimensiones exactas de las estancias del propio hogar de Josie. De nuevo, ofrecen una información limitada y segmentada.

Estas imágenes incompletas se corresponden con la información fragmentaria que Klara va recibiendo del mundo, y nosotros como lectores con ella. Ishiguro construye un universo complejo a través de breves alusiones y pequeños detalles. Sin embargo, como en el resto de sus novelas, no importa tanto lo que ocurre alrededor de los personajes, sino lo que estos sienten; y en esta novela hay un denominador común a todos ellos: la soledad. Todos los personajes luchan por evitar esta emoción, y los Amigos Artificiales, en especial Klara, juegan un papel destacado a este respecto.

«Tal vez todos los humanos se sienten solos. Al menos en potencia».

En esta línea, la función de la gran ventana del dormitorio de Josie no es tanto satisfacer la curiosidad de Klara –la casa está alejada de la ciudad y de otros edificios y, por tanto, también de otras personas–, sino ayudar a paliar la soledad de la niña dando pie a una rutina que la une a su nueva amiga artificial. Todas las tardes, niña y robot se sientan frente al ventanal que se abre a los espectaculares campos ingleses para observar el atardecer. Esta costumbre forja un vínculo entre ellas, materializa su amor y su amistad.

Desde esa ventana se ve también el granero del señor McBain, donde Klara acudirá a pedir ayuda al Sol. Para Klara, el Sol, al que se refiere siempre en mayúscula, es una suerte de deidad poderosa que puede conceder deseos a quienes son bondadosos. Klara le ruega que cure a Josie y, a cambio de su petición, arriesga su propia vida. Casualmente o no, la recuperación de la niña se iniciará justo a partir del momento en que los rayos del Sol atraviesan la ventana de su cuarto y lo inundan con intensidad. El exterior, que penetra en el interior a través de las ventanas, se convierte para Klara en un lugar de bondad, esperanza y posibilidades.

Años después, Josie, a punto de marcharse a la universidad, entrará en el trastero al que Klara ha sido relegada para colocarla cerca de la ventana, que ofrece unas vistas muy similares a las del dormitorio. Con este gesto, confirma su amor y su vínculo con Klara. Y, a su vez, esta nueva apertura se sumará al resto de visiones que harán avanzar a Klara en su viaje hacia la comprensión de lo humano.

Las ventanas de Klara y el Sol se entienden como una metáfora de la propia humanidad. A través de ellas, Klara observa y estudia los comportamientos humanos, pero nunca llega a entender por completo la condición humana, porque son aperturas parciales y limitadas que no brindan una imagen completa. Por eso, Klara nunca dejará de mirar por las ventanas, pues nunca saciará por completo su deseo de entender y comprender a las personas.

Las miradas filtradas

Como Klara, Briony vive casi confinada en la gran mansión de su familia. Es una niña imaginativa, recta, seria y solemne que vive sin estímulos y que siente pasión por los secretos. Su espíritu ordenado e imaginativo queda reflejado en su gusto por los escondites, los cajones y los cofres ocultos. Como explica el filósofo francés Gaston Bachelard en La poética del espacio (1957), estos rincones secretos son un “centro de orden que protege a toda la casa contra un desorden sin límites”. Efectivamente, McEwan escribe que para Briony “el tumulto y la destrucción eran demasiado caóticos”. Pero “su anhelo de un mundo organizado y armonioso” y su aislamiento durante las largas vacaciones de verano le deniegan las posibilidades de tener secretos: “nada en su vida era lo bastante interesante o vergonzoso para merecer un escondrijo”.

Sin embargo, su gusto por el orden se descompensa con una imaginación hiperactiva. Como explica Phyllis Richardson en su estudio sobre la casa de campo británica (House of Fiction. From Pemberley to Brideshead, Great British Houses in Literature and Life), la falta de desencadenantes imaginativos en la mansión de los Tallis lleva a Briony a inventarlos por sí misma. “Y sin embargo, la casa y su atmósfera de decadencia moral hacen su invención más peligrosa». En ese proceso de invención, las ventanas juegan un papel central.

Como ocurría en Klara y el Sol, el marco arbitrario y parcial de la ventana ofrece una imagen incompleta de lo que realmente se desarrolla al otro lado del vidrio. Las ventanas se interponen entre el exterior y el interior y los enturbian. La primera escena que Briony malinterpretará será el encuentro de Robbie y Cecilia junto a la fuente de Tritón de la finca.

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Cecilia quiere llenar de agua un jarrón de flores, una antigua reliquia de la casa, y Robbie la ha acompañado hasta la pila. Tras una ligera confrontación, Robbie intenta redimirse ofreciéndole su ayuda. Agarra el jarrón para que a Cecilia no se le moje el cigarrillo, pero ella se aferra a él con fuerza. En el forcejeo se desgaja un fragmento, que cae al agua. A continuación, Robbie, que cree que la enfurecida Cecilia va a pisar el resto del jarrón, alza la mano para señalárselo. Después empieza a desabotonarse la camisa. Al comprender que quiere meterse en la fuente para recuperar el trozo roto, Cecilia se enfurece y, para impedirlo, ella misma se desviste y se sumerge en el agua.

Toda la escena anterior es observada por Briony desde la ventana del cuarto de juegos. Dentro del adulterado mundo de la mansión, la niña es el centro de atención. Al mirar por la ventana, el foco cambia y se dirige a la realidad que ella observa. Pero esa realidad estará mediada por su mirada infantil. Tanto la perspectiva de la ventana como la suya propia dan cabida a la malinterpretación: la niña ve que Robbie levanta una mano como si impartiese una orden a Cecilia, que a continuación se desviste, y piensa que el chico está chantajeando o amenazando a su hermana. Sin comprender del todo lo que ocurre, en Briony germina ya la desconfianza hacia Robbie.

Sin ser vista, desde la altura de dos pisos más arriba, aprovechándose de la clara luz solar, tenía un acceso privilegiado, a través de los años, a la conducta adulta, a ritos y convenciones de los que todavía no sabía nada.

De modo que la realidad es filtrada por la mirada de Briony y por la propia ventana, que se convierte en una “una trasparencia velada”. En su estudio Sobre casas, ventanas y miradas: Una cita con José Donoso y Henry James, el profesor Sebastián Schoennenbeck hace referencia a Víctor I. Stoichita, historiador y crítico de arte que ha estudiado el tema de la representación de la mirada en la pintura impresionista y que vincula el tópico de la “mirada filtrada” con la literatura.

En Ver y no ver, el historiador del arte escribe que esa tematización y problematización de la mirada es incluso más frecuente en la literatura que en el arte de la época: “en la literatura, la figura-filtro focaliza la descripción, traduce una mirada personal y aumenta la tensión narrativa”. En el caso de Expiación, Briony actuaría como esa “figura-filtro” que se interpone entre el lector y la realidad que se describe, y la ventana por la que observa dicha realidad formará a su vez parte del “sistema de tamices a través del cual la imagen se propone como una realidad de ‘segundo grado’”. En palabras de Schoennenbeck, “sobre la superficie del cristal, el velo, con su doble y contradictoria función de develar y ocultar, se ha vuelto interrupción de un tránsito ocular”, una “cadena de interferencias o de mediaciones que se interponen entre el espectador y el espectáculo”.

El velo, la balaustrada o los barrotes de la ventana entorpecen el espacio que separa el ojo del objeto. Así, la mirada que transita por tal espacio es interferida, contaminada o enriquecida, viéndose impedida de encontrar la realidad original que se pretende aprehender.

La de la fuente no es la única escena que Briony malinterpreta. Tras los tensos acontecimientos de la noche, y después de una primera testificación contra Robbie, la niña es enviada a su cuarto. Desde la ventana, observa otro encuentro entre Robbie y Cecilia. El chico está siendo detenido cuando ella sale corriendo de la casa. Se paran uno frente al otro. Cecilia habla con voz queda y, aproximándose a Robbie, le roza las manos esposadas. Para la niña, estos gestos significan, primero, una acusación, más poderosa en tanto que es musitada y, después, un amable gesto de perdón por el crimen cometido. Aunque como lectores ya sospechamos que esta interpretación es incorrecta, no sabremos hasta bastante avanzada la novela lo que realmente se dicen los amantes en la blancura del amanecer. Tal y como recuerda Robbie en su delirio agonizante, aquella fatídica noche Cecilia le susurró las palabras que lo impulsarían a intentar seguir adelante los próximos duros años: Te esperaré. Vuelve.

Como Klara, Briony nunca dejará de asomarse a las ventanas. Pero si el objetivo de Klara –conocer el mundo que la rodea y las emociones humanas– se mantiene intacto durante toda la novela, en Briony se producirá un giro de 180 grados desde el momento en que comienza a ser consciente de su error. Este giro queda reflejado cuando Briony visita a Cecilia en su habitación de Londres. Allí se encuentra también con Robbie, que la confronta y amenaza. Para calmarle, Cecilia vuelve a susurrar esa palabra casi mágica, vuelve, y luego lo atrae hacia sí para besarlo. En ese momento, Briony se gira hacia la ventana para contemplar la calle. Si antes miraba por las ventanas para inmiscuirse en la intimidad de los demás, ahora lo hará para respetarla.

En realidad, tal escena no llega a producirse nunca, sino que es una elaboración ficticia de Briony, que, en su novela, quiere conceder a los amantes el final feliz del que no pudieron disfrutar en la vida real. “Les di felicidad, pero yo no era tan interesada como para hacer que me perdonasen. No del todo, no todavía”, confiesa al final de la novela. Sin embargo, la idea del perdón empieza a formarse en su mente mientras, de nuevo, mira por la ventana. La anciana y enferma Briony, una afamada escritora que cumple setenta y siete años, ha regresado a la mansión familiar, ahora reconvertida en hotel, donde su extensa familia se ha reunido para celebrar una cena en su honor. Al terminar la velada, Briony se retira a su habitación. Desde ella tiene vistas a los puentes sobre el lago, ahora desaparecido, junto al que aquella lejana noche ocurrió el incidente. Y, mientras observa el sendero por el que se llevaron detenido a Robbie, su imaginación corre de nuevo, como en los viejos tiempos, y empieza a vislumbrar otro posible final para su novela.

Si tuviera el poder de hacer que aparecieran en la celebración de mi cumpleaños… ¿Robbie y Cecilia, todavía vivos, el uno sentado al lado de la otra en la biblioteca, sonriendo al presenciar Las tribulaciones de Arabella? No es imposible. Pero ahora tengo que dormir.

Alicia Calvo Hernández

Alicia Calvo Hernández (Madrid, 1998) es graduada en Periodismo y Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid. Ha trabajado en una librería, realiza informes de lectura y colabora con algunos medios. Le interesa la literatura en toda su extensión: creación, edición y crítica.

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