Tras La edad del desconsuelo (2019; 1987, la editorial Sexto Piso recupera otra novella de la escritora norteamericana Jane Smiley, Un amor cualquiera, publicada en 1989 junto a otra novela corta, Good Will. Ambas obras, aunque con diferentes argumentos, personajes y temáticas, tienen una conexión interna a la hora de plantear dos historias sobre dos sueños que no se han complicado a nivel individual y que son representación de la construcción de unos imaginarios más generales.
“Trato de aceptar el misterio de mis hijos, las inexplicables formas en que se alejan de las expectativas paternas, de cómo, por mucho que los conozca o los recuerde, algo en ellos no termina de encajar del todoâ€.
La narradora de Un amor cualquiera es Rachel Kinsella, una mujer de cincuenta y dos años que trabaja como contable del estado en el Departamento de Transporte. Está divorciada y tiene cinco hijos. Tres de ellos, justamente en el vigésimo aniversario de la separación de su marido, Pat, se encuentran en su casa durante un fin de semana. Por un lado, Joe ha pasado el verano junto a ella y ahora espera el regreso de su hermano gemelo, Michael, quien ha pasado una larga temporada en la India. Poco después aparecerá Ellen, su hija mayor, quien vive cerca de su madre junto a sus dos hijos y con quien mantiene una relación muy tensa.
Smiley comienza su novella con Rachel situando su cotidianidad, mientras esperan la llegada de Michael, y contextualizando su vida. Al menos, de manera superficial. El ritmo es pausado y en apariencia tranquilo, pero hay una atmósfera de tensión, como si estuviésemos en los prolegómenos de una tormenta que pronto explotará. Smiley lleva a cabo un excelente trabajo de concreción narrativa a través de la mirada de Rachel, quien no solo describe la situación presente que está viviendo, sino a través de ella empieza a desgranar algunas cuestiones de su vida pasada que, poco después, darán como resultado a que se sincere con sus tres hijos sobre los motivos por los que se divorció de su padre, quien apartó a Rachel de sus cinco hijos llevándoselos a Inglaterra. En contrapartida, quizá por venganza, Ellen cuenta otra historia de esa época londinense, cuando su padre abandonó a sus hijos durante varios dÃas para reunirse con su joven amante. Dos historias que surgen como de la nada, que podrÃan ser, contadas años después, meras anécdotas de familia, pero que en el contexto cotidiano que ha creado Smiley surgen de manera hiriente.
“Es como si el tiempo no hubiese pasado, como si la conmoción y el dolor pudiesen salir y entrar a su antojo de la memoria, escarificar los nervios una y otra vez. Parece que, en esta familia, la única presencia que necesitas y anhelas es precisamente la que no puedes tenerâ€.
Del mismo modo que en La edad del desconsuelo una enfermedad ponÃa patas arriba la convivencia de la familia protagonista, en Un amor cualquiera la confesión de Rachel, primero, y, después, la historia de Ellen, evidencian que los pilares en los que sostenÃa la familia, incluso con todas las problemáticas pasadas, eran producto más de su deseo que de la realidad. Sus hijos, mejor o peor, han continuado sus vidas y han construido algo, exceptuando los jóvenes gemelos, quienes se mueven todavÃa en la indecisión y en la duda. En este sentido, la familia de Rachel se ha desarrollo de la manera normativa que podrÃa esperarse. Y, sin embargo, algo ha fallado.
Durante los veinte años que siguieron a su divorcio, con pasajes de violencia y con el secuestro de sus hijos por parte del padre, Rachel ha reconstruido su vida lo suficientemente bien como para sentirse orgullosa. Pero cuando comienza a excavar en su pasado y decide sincerarse, descubre que sus actos, aquellos que condujeron al final de su matrimonio y que habÃa logrado interiorizar con naturalidad, en realidad, fueron devastadores. O pudieron serlo, como expone Ellen en su recuerdo de los seis dÃas en Londres abandonados por su padre.
Como en La edad del desconsuelo o Good Will, pero también en su celebrada novela Heredarás la tierra, en Un amor cualquiera Smiley se introduce en el mito de la familia, uno de los pilares de la cultura occidental. La escritora crea un marco reconocible para el lector que puede resultar, en algunos momentos, incluso anodino, para ir destapando aquello que anida bajo la superficie de la familia. Y, especialmente, de Rachel, cuyo remordimiento se hace explÃcito cuando tiene la necesidad, finalmente, de confesar lo que sucedió. Porque al observar a sus hijos, cada uno con su personalidad, duda sobre si aquellas circunstancias pudieron tener consecuencias negativas en ellos. AsÃ, Smiley reflexiona no solo sobre la familia, sino también sobre el significado de la maternidad, y el deseo de controlar a otras personas, como los hijos, y lo que significa realmente el compromiso y sus implicaciones.
“Cuando me siento en la cama y me quito las medias y masajeo mis pies de cincuenta y dos años, caigo en la cuenta de que yo también he hecho justo lo que menos querÃa hacer. Les he dado a mis hijos los dos regalos más crueles: la experiencia de una felicidad familiar perfecta y la absoluta certeza de que tarde o temprano se acabaâ€.