Javier Sádaba | Foto: Rubén Benítez

Javier Sádaba: «Mi escepticismo es apasionado»

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Javier Sádaba | Foto: Rubén Benítez
Javier Sádaba | Foto: Rubén Benítez

Aunque le gusta hablar y explicarse con lujo de detalles, Javier Sádaba (Vizcaya, 1940) prefiere las explicaciones claras y precisas. Así lo demuestra siempre que tiene ocasión de expresar sus ideas: en la presentación de su último libro Ética erótica, en el transcurso de esta entrevista, en una charla informal.

Porque considera que en ocasiones el vocabulario excesivamente hermético y aparatoso que exhiben los filósofos, o los profesores de Filosofía, alejan a la filosofía del gran público, algo que lamenta profundamente, se ha impuesto la obligación de ser conciso en sus intervenciones, sin perjuicio de que luego aproveche la oportunidad de expresar sus ideas con más prodigalidad.

Ediciones Península
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Cree que una ética de deberes de corte kantiano, una ética que enfatice los límites de la acción -“hacer lo que uno cree que debe hacer”-, es por sí misma insuficiente para orientarnos en la actualidad. Por eso, sin llegar a excluir o menospreciar su importancia, propone combinarla con una ética positiva para promover el bien y la vida buena. Y su concepción de la vida buena, como reza el título de uno de sus libros, es aquella en la que nos convertimos, no en héroes, porque la figura del héroe se encuentra demasiado alejada de nuestra vida cotidiana, sino en artistas de nosotros mismos. Una tarea que no nos viene dada de antemano, pues como señaló Sartre, la esencia no precede al ser, sino que debemos construir a partir de lo que ya somos para convertirnos en ese proyecto que queremos llegar a ser.

Para este especialista en Wittgenstein y en Tugendhat, así como la humanidad ha conseguido espléndidos avances en las nuevas tecnologías, en el ámbito de la ética aún nos queda mucho camino por recorrer. Quizás por eso le apasionan los desafíos bioéticos de la actualidad.

Advierte de que para alcanzar una sociedad más justa, más igualitaria, más solidaria, como los movimientos civiles reclaman, debemos construir sus condiciones de posibilidad, actuar como ciudadanos autónomos y responsables. Y señala que las justificaciones sobre nuestros actos nos retratan mejor que ninguna otra descripción de nosotros mismos.

Como profesor de Filosofía, ¿qué consideración diría que tiene nuestro país hacia el trabajo de los filósofos?
En general, la valoración es baja. España no es un país que haya tenido mucho entusiasmo por el pensamiento. Le ha parecido una actividad lujosa, fuera del comercio con la realidad y del mundo de los negocios. Quizás haya otro motivo: con la inmersión de España en Europa, cuando entró la ciencia en el marco académico, lo hizo como si fuese un torrente: todo el mundo tenía que estudiar una disciplina científica y se impuso la idea de que había que estudiar ciencias en detrimento de las humanidades.

¿Cómo se puede combatir esta carencia?
Con un buen equilibrio entre ciencias y humanidades. Es un grave error enfrentar las humanidades a las ciencias, y viceversa. La filosofía impulsa la ciencia y la ciencia se hace preguntas filosóficas.

¿Cree que los filósofos hacen los esfuerzos necesarios para acercar sus teorías, a menudo tan obtusas y oscuras, a la ciudadanía?
Hay que exigirles a los profesores de Filosofía que se alejen del rollo, que hablen de la vida, de las cosas que suceden a la gente, que se inserten en la corriente de los problemas reales, que tengan un pie fuera de aquellos lugares en los que dan clase. Que sus clases no sean conventos. O peor aún, atontamientos: lugares en los que se habla, pero no se sabe muy bien de qué. Hay que conciliar el rigor de lo que se dice con el rigor necesario para llegar a la gente.

¿“La claridad es cortesía del filósofo”, como decía Ortega?
Yo tengo verdadera obsesión por que se entienda lo que digo. Si alguien me pide que le explique la Fenomenología del espíritu de Hegel en cinco minutos le diría que es imposible. Pero lo que sí es posible es explicar la dialéctica hegeliana en poco tiempo y con algunos ejemplos que dejaran entrever la importancia del concepto. Y para eso es necesario lo que Walter Benjamin denominaba “el lenguaje puro contra el puro lenguaje”, es decir, dar vida a los objetos porque has utilizado la palabra adecuada, el buen nombrar.
Esto es algo esencial para el filósofo, pero se ha entorpecido y enturbiado con la palabrería hueca y sin sentido, que va en contra del desarrollo y la honestidad intelectual, y las posibilidades de que la Filosofía esté donde tiene que estar: en el aula y en la calle.

¿Cree que la humanidad está aprovechando suficientemente las oportunidades de la tecnología para aprender a ser feliz?
Este es un tema muy actual que me apasiona, porque en las sociedades occidentales la autonomía moral avanza, al menos teóricamente, y las nuevas tecnologías también. En ese campo se plantea el problema real de cómo se pueden conciliar esas nuevas tecnologías, y surgen problemas pragmáticos fundamentales, como la eugenesia o la clonación, aparte de los temas clásicos, como el aborto o la eutanasia.
Me temo que en este tema voy a ser muy poco original: las nuevas tecnologías tienen una parte oscura y una cara muy positiva. La parte oscura es que esos avances suelen quedar en manos de los que tienen más dinero. Y la cara positiva es la mejora en la calidad de vida. Cerrarse al desarrollo de las nuevas tecnologías me parece una actitud imposible, en primer lugar, porque de todas formas van a seguir avanzando, y además, una actitud ciega, porque bien aprovechadas, las nuevas tecnologías son excelentes y nos pueden llevar a un mundo más feliz, en el mejor sentido de la expresión. Lo que hace falta es que eso tenga una auténtica regulación política en virtud de lo que diga el ciudadano.

¿Por qué la filosofía tradicional ha manifestado una alergia casi congénita al papel de los sentimientos y de las emociones?
Hay una interpretación romántica que quizás tenga algo de verdad, y es que la pasión filosófica absorbe mucho. Hay otra interpretación alternativa: la del filósofo que entra en el mundo de la razón, que es el aspecto más importante, y deja en segundo plano todo lo relacionado con los sentimientos y con las emociones, que serían para el resto de los mortales. Todo esto le quita al filósofo tiempo para pensar y le rompe la pasión.

Y otro tanto ocurre con el sexo…
Es cierto. Es curioso que el sexo en las universidades no se estudie. Pensemos, por ejemplo, en el ser-ahí de Heidegger. Es un ser completamente asexuado. Y ocurre otro tanto con el ser de Aristóteles. Yo creo que deberíamos hacer todo lo contrario. Precisamente, en Ética erótica hay un capítulo dedicado a la sexualidad. Y también en El amor y sus formas.
Si el sexo es un bien, hay que promoverlo. Y hay que responder a cuestiones fundamentales, como hasta dónde podemos llegar con el sexo, o cómo se puede integrar en el resto de la vida. Con esto quiero señalar que tenemos que ocuparnos de la sexualidad, incluirla como un elemento imprescindible de la Filosofía. Por lo menos, creo que se debería plantear la pregunta, poner la cuestión sobre la mesa, ponderar las razones a favor y en contra, aunque después no obtengamos ninguna respuesta concluyente.

En alguna ocasión ha afirmado que el de nuestros días es un “amor con prisas” y que “tiende a ser consumido rápidamente”…
Pienso que zambullirse apresuradamente en las cosas, a menudo las estropea y las vuelve tóxicas. Hay que hacerse una previa composición de lugar antes de hacer algo. Y en el caso particular del amor, me parece que habría que rodear el sexo de una cierta sensualidad, engrandecerlo, erotizarlo de alguna manera. Si queremos dotar al sexo de una dimensión más totalizante, creo que deberíamos andar con menos prisas, con más tranquilidad y jugar con todas las potencialidades que uno tiene.

¿En qué sentido ha afirmado que “la parte del miedo que nos hace infelices es la incertidumbre”?
La incertidumbre es uno de los sufrimientos que produce más angustia. Quien tenga en su haber situaciones de extrema incertidumbre, sabe perfectamente lo que es el sufrimiento. Por ejemplo, el no saber si una persona te quiere. El no saber si una persona está fatalmente enferma. Ese no saber, que puede anunciarte un mal, es terrorífico. Ahí es donde la incertidumbre hace mucho daño.
Los seres humanos queremos saber, conocer, prever, tener dominadas ciertas variables que luego configuran lo que puede ser nuestro andar bien por el mundo. La incertidumbre respecto a mi vida, y en concreto, la que se refiere a determinadas noticias, es tremenda. Esa espera llena de nubarrones es uno de los sufrimientos mayores que puede tener el ser humano.

También ha elogiado el silencio como un momento imprescindible del conocimiento. Pero, ¿no cree que la tendencia actual va en contra de esta idea tan heideggeriana?
No hay un habla sin silencio. Heidegger, que no es un filósofo a que me guste mucho, tiene un párrafo precioso sobre el silencio que habla. Pero ese silencio que habla es porque previamente ha habido lenguaje. El silencio es fundamental cuando hay un lenguaje que posibilita estar callado porque estás rumiando lo que se ha hablado. En países de mucha palabrería, como España, ese silencio nos vendría muy bien.

Desde su punto de vista, ¿cuáles son las razones por las que hemos pasado de la sociedad del bienestar de hace unos años a la sociedad del malestar actual?
Las razones más inmediatas son una mala gestión que viene de lejos, una falta de previsión respecto al desarrollo de este país y un bajón económico considerable. A todo esto se le suma un capitalismo interesado únicamente en hacer a los países más deudores. Y cuando se han tenido que arreglar estas cosas, no se ha hecho para conseguir una sociedad más justa, por ejemplo, eliminando la duplicidad de administraciones, evitando el despilfarro, exigiendo más impuestos a las grandes fortunas.
Ahora bien, junto con estas causas económicas, hay otro tipo de causas que habría que señalar, y que tienen que ver con la estructura social. España sigue siendo de esos países con una tremenda falta de igualdad. Y esa desigualdad nos lleva a que, desde que hay la más mínima crisis, en algunos aspectos estemos como ciertos países del Tercer Mundo. Pero eso sucede porque realmente no había estado de bienestar. En resumen, imprevisión, incapacidad y mala gestión me parecen las razones más importantes por las que hemos pasado de una situación de supuesto bienestar a real malestar.

¿Cuál sería el camino a seguir para volver a convocar otra vez el bienestar en nuestras vidas?
Mi escepticismo, como el de Russell, es apasionado. Por eso, tengo que decir que en estos momentos no veo indicios para el optimismo. O mejor dicho, sí que los veo, pero no veo que se vayan a realizar, porque los que tienen esos privilegios difícilmente los van a soltar si no se los quitas. Y porque tampoco veo reacción popular suficiente. Es cierto que hay movimientos sociales interesantes, como el de los desahucios o el 15-M, pero en general la masa social se mueve muy poco. Al final, a la hora de votar, acaban votando a los de siempre. Es como una noria: todo se reproduce. En este sentido, los que tenemos acceso a los medios de comunicación debemos repetir, recordar, resistir y participar constantemente en las protestas reales.
Por otro lado, pienso que hay que fomentar una cruzada cultural. La verdadera revolución es una revolución cultural. Por ejemplo, que se enseñe qué es la economía o qué es ser un ciudadano. Y no me refiero a una Educación para la Ciudadanía para vender libros. Me refiero a un aprendizaje desde la guardería que enseñe a las personas a ser dueñas de sus actos.

¿Qué opina de la nueva reforma educativa que pretende reducir la importancia de la Filosofía drásticamente?
Estoy totalmente en contra. Este tipo de reformas no se pueden hacer así, con “ordeno y mando”, desde arriba, y con unos intereses que desconocen completamente qué es la Filosofía. Yo creo que hay desconocimiento y miedo. Desconocimiento, porque el que estudia Filosofía abarca un campo muy amplio de saberes, desde Estética hasta Lógica. Es decir que es mentira eso de que la Filosofía es un saber que no sirve para nada. Y miedo, porque no es cierto que la Filosofía vaya en detrimento de las ciencias. Me parece especialmente grave la desaparición de la Ética, que es el núcleo de la Filosofía, porque es el saber más importante, el más útil que alguien se puede plantear en la vida. La ética exige vivir bien con los demás, lograr una convivencia aceptable.

La nueva ley del aborto ha evidenciado, de nuevo, el maridaje entre Iglesia y Estado. ¿Cree que en nuestro país urge un proceso de secularización de la política de manera definitiva?
Es cierto que la sociedad está cada vez más secularizada. Sin embargo, el poder de la Iglesia sigue siendo muy grande. Una influencia que no se corresponde con la sociedad plural en la que vivimos. Y ningún gobierno ha tenido agallas para revisar el Concordato, por ejemplo. No hace falta secularización, sino laicización.

¿Cuál diría que es la asignatura pendiente de nuestro tiempo?
La respuesta va a sonar un poco panfletaria, pero para mí la gran asignatura pendiente es que sigan muriendo niños por hambre o que se sigan quedando ciegos por falta de vitaminas. Todas las instituciones deberían tener presente que hay zonas de la mundo que exigen primordialmente más ayuda.

¿Se reconoce el Javier Sádaba de Saber vivir (1984) en el de Ética erótica (2013)?
Te respondo a la manera escolástica: sí y no. Yo creo que hay cosas que siguen muy vigentes en mí desde que escribí mi primer libro. Por ejemplo, sigo siendo muy wittgensteiniano. También sigo pensando que una ética debe serlo de la vida buena, o que filosofía y vida cotidiana deben estar hermanadas. Pero, por otro lado, he cambiado en algunas cosas. Por ejemplo, ahora me interesan mucho más las ciencias y creo que el lenguaje hay que usarlo de forma mucho más rigurosa. Observo que mi ética se va separando de la de mi gran maestro y amigo Tugendhat. En fin, que uno se va haciendo mayor.

Después de tantos años de trayectoria profesional y académica, ¿qué se lleva en la maleta de los recuerdos?
Desde el punto de vista de profesor, cuando has encontrado dos o tres alumnos en los que tú crees que ha sido fructífera tu enseñanza, porque entonces parece que has puesto semillas. Ya en lo personal, aparte de los afectos y de mi vida familiar, me llevo en la maleta grandes gozos en la lectura: el bagaje de la lectura me sigue como un gemelo. Y además de leer filosofía, me entusiasma la música y que gane el Atletic de Bilbao.

 ¿Y como escritor?
Escribir tiene mucho de sufrir. Pero frente a eso, la escritura también tiene para mí la satisfacción que yo imagino similar al del parto de una mujer: cuando das a luz una criatura que es una parte tuya, que quieres compartirla de alguna manera, que forma parte de tus entrañas y de tu vida.

Rubén Benítez Florido

Rubén Benítez Florido (Telde, 1978) es profesor de Filosofía de Enseñanza Secundaria. Ha publicado los libros 'Palos de ciego. Cavilaciones y conjeturas de un bloguero' (Beginbook, 2011), 'Llueve sobre mojado' (Beginbook, 2012) y 'Sísifo merece ser feliz' (Eutelequia, 2013). En colaboración con otros autores, la participado en los libros ‘Papiromanía. Textos para tiempos difíciles’ (Anroart, 2013) y ‘Proesías. Textos para tiempos mejores’ (Mercurio, 2014). Durante varios años escribió semanalmente en el blog ‘A vuelta de correo’, alojado en la edición digital del periódico ‘Canarias 7’. En la actualidad escribe en su blog personal ‘Palos de ciego’, además de colaborar habitualmente con el suplemento digital ‘Revista de Letras’ y con la web cultural ‘Viaje a Ítaca’.

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