'Catch-22' serie | Imagen: Youtube

La adaptación casi imposible de ‘Catch-22’

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‘Catch-22’ serie | Imagen: Youtube

Puede que Catch-22 tenga el mejor inicio de novela que peor ha envejecido. La gran novela antibélica del estadounidense Joseph Heller empieza así, en la traducción de Flora Casas titulada Trampa 22:

«Fue un flechazo.
En cuanto Yossarian vio al capellán se enamoró perdidamente de él.
Yossarian estaba en el hospital porque le dolía el hígado, aunque no tenía ictericia. A los médicos les desconcertaba el hecho de que no manifestara los síntomas propios de la enfermedad. Si la dolencia acababa en ictericia, podrían ponerle un tratamiento. Si no acababa en ictericia y se le pasaba, le darían de alta, pero aquella situación les tenía perplejos».

John Yossarian, el protagonista de Catch-22, es un soldado estadounidense, en concreto un bombardero que participa en la Campaña de Italia de la Segunda Guerra Mundial. Pero se trata de un soldado peculiar: es un cobarde integral, tiene tanto miedo que no quiere combatir más, por eso se encuentra en el hospital simulando estar enfermo. Y en ese espacio tan propicio para la cobardía «se enamora perdidamente» del capellán castrense, otro soldado muy peculiar, porque su misión en el ejército no es luchar contra los nazis sino velar por las cristianas almas de su regimiento. En resumen, el soldado que no quiere luchar se enamora de un soldado que no lucha: es el sumun de la cobardía.

Pero en realidad Yossarian no se enamora: ¡era una broma! Al narrador le parece gracioso que un soldado pueda ser gay. Porque el soldado ocupa la cúspide de la masculinidad hegemónica, el soldado es literal y figuradamente la vanguardia del patriarcado: valiente, fuerte, loco, violento, activo, sano, obediente y, por supuesto, 100% heterosexual. En cambio, Yossarian, como buen antihéroe, está en las antípodas de este molde: es cobarde, débil, cuerdo, pacífico, pasivo, se hace el enfermo, se rebela contra la autoridad y, según apunta el narrador, es homosexual. Pero ni está enamorado ni es gay: el narrador solo dice que se enamora del capellán para completar el retrato perfecto del mal soldado. Así, la novela de Heller ataca al género masculino tradicional propagando el sobado estereotipo homófobo según el cual los hombres gais son cobardes, es decir, tienen rasgos tradicionalmente atribuidos al género femenino.

En otras palabras, Catch-22 empieza con un chiste de maricones. Cuando la novela se publicó en 1961, en plena Guerra de Vietnam, fue muy polémica por su sátira antibélica, pero leída en 2019 puede resultar polémica por otras razones, de ahí su mal envejecer. Sin embargo, burlarse de la homosexualidad para atacar la hipermasculinidad de los soldados es un recurso muy usado por las obras de ficción en contra de la guerra. Uno de los ejemplos más clamorosos puede encontrarse en la cuarta temporada de la serie inglesa Blackadder (en español La víbora negra), titulada Blackadder Goes Forth (1989). Ambientada en las inmóviles trincheras de la Primera Guerra Mundial, su protagonista es Rowan Atkinson en el papel de Edmund Blackadder, un cobarde pero astuto y cínico capitán del ejército inglés, y su antagonista es el capitán Kevin Darling, también cobarde e inglés pero además representado como afeminado o quizás homosexual. Los capitanes Blackadder y Darling se burlan uno del otro todo el tiempo, especialmente de la cobardía que ambos personajes comparten, pero el miedo del segundo siempre se relaciona con su falta de virilidad, empezando por el apellido: Darling puede significar cariño, querido, ricura o cielo, aunque en español su nombre se tradujo como «capitán Amor». Cada una a su manera, Catch-22 y Blackadder Goes Forth son obras maestras de la ficción antibélica, pero un lectoespectador contemporáneo verá muchas grietas en su tratamiento del género. Hoy en día, las asociaciones cagón = bujarrón y valiente = machote deberían chirriarnos a la mayoría, ¿no?

El statu quo actual de las cuestiones de género es una de las principales dificultades de llevar Catch-22 a la pantalla con las que ha tenido que enfrentarse la miniserie de Hulu dirigida por George Clooney, Grant Heslov y Ellen Kuras; pero hay más. Otra dificultad es el tamaño del libro, de algo más de 500 páginas, por eso no sorprende que la versión cinematográfica de Mike Nichols en 1970 fracasara o que en 1973 se emitiera un único episodio piloto de una adaptación televisiva. En cuanto a la miniserie de 2019, está dividida en seis capítulos de unos 40 minutos (formato dramedia: entre el drama y la comedia), pero aun así muchas de las múltiples tramas y escenas de la novela han quedado fuera, como el grotesco capítulo en que una prostituta italiana persigue a Yossarian por las calles de Roma para asesinarlo con un cuchillo de pelar patatas. A pesar de todo, la serie consigue construir una atmósfera absurda bastante análoga a la de la novela, sobre todo en el comportamiento desternillante de los altos mandos, quienes además de por su cobardía destacan por su estupidez y corrupción. En este sentido, uno de los mejores personajes secundarios es el grotesco general Scheisskopf, genialmente interpretado por Clooney, que está obsesionado con los desfiles militares, es un especialista en enmarañar la burocracia castrense y protagoniza una escena tronchante de interrogatorio judicial. O Milo Minderbinder, el oficial a cargo del comedor militar que, con el consentimiento de sus superiores, organiza una red de contrabando internacional de alimentos a expensas de los aviones del ejército. Con todo, la serie no logra desprenderse del marco realista para alcanzar el paranoico tono kafkiano de la novela, donde casi todas las relaciones y acontecimientos se sustentan en la lógica del catch-22: «Una situación frustrante en la que se está atrapado debido a reglas o condiciones contradictorias», según la definición de Dictionary.com. Tampoco consigue una estructura tan aparentemente caótica como la de la novela, con frecuentes saltos en el tiempo y escenas repetidas desde diversos puntos de vista.

Pero lo más difícil de adaptar la novela de Heller en 2019 es trasladar a la pantalla su ácida sátira contra la masculinidad hegemónica. Los soldados de Catch-22, sea cual sea su rango, pasan casi todo el tiempo en el centro de operaciones (una isla mediterránea) o de permiso en Roma: son hombres jóvenes y fuertes apartados de su hábitat natural que, sin ningún control social, sin mujeres ni otros cortapisas que los vigilen, se comportan como adolescentes caprichosos, salvajes y depredadores; es decir, apuestan, nadan en la playa, hacen travesuras, organizan fiestas, beben, pelean y pasan todo el tiempo que pueden con prostitutas italianas, a las que tratan como meros objetos para satisfacer sus deseos sexuales. En la novela incluso el protagonista, Yossarian, tiene un comportamiento brutal y machista: «Se despertó frustrado y se tiró a una chica descarada, bajita y rechoncha que encontró en la casa después de desayunar, pero sólo le fue un poquito mejor con ella; la echó en cuanto hubo acabado y volvió a dormirse».

En cambio, el Yossarian de la serie, interpretado por Christopher Abbott, se comporta de modo más ejemplar: tiene una amante, sí, pero al menos no es un putero. Los comentarios más homófobos y misóginos se concentran sobre todo en las intervenciones de los personajes más satirizados, como el estúpido, corrupto y agresivo coronel Cathcart. Las muchas páginas dedicadas a las poco ejemplares gamberradas en Roma, a los diálogos rezumantes de nacionalismo y odio y a las largas, frecuentes y brutales escenas en los prostíbulos han quedado, en la pantalla, muy reducidas. Además, a menudo Yossarian critica las actitudes de sus camaradas, mientras que en la novela también entonces era un cobarde. En los años 60, Yossarian era justamente el héroe que la contracultura estadounidense necesitaba: iba contra el sistema, contra la guerra, contra el ejército, contra el imperialismo. Y el Yossarian de 2019 también es el héroe que ahora necesitamos ahora: no solo dice no a la guerra sino que además tiene una conducta bastante ejemplar. O sea, que dice no a la violencia masculina en varios niveles.

En las listas de libros imposibles de adaptar es un lugar común que aparezcan Lolita de Vladimir Nabokov, Meridiano de sangre de Cormac McCarthy y, por supuesto, Catch-22 de Joseph Heller. Todos ellos critican de una u otra forma la masculinidad hegemónica: desnudando la mente de un pederasta o mostrando la brutal violencia de los hombres, ya sea en la Segunda Guerra Mundial o en el Lejano Oeste. Quizás son tan difíciles de adaptar porque se corre el peligro de que el espectador confunda una crítica con una apología. No son pocos quienes interpretan la Lolita de Stanley Kubrick como una película erótica o quienes toman a Torrente o al protagonista de American History X como modelos a seguir. En este sentido, la adaptación de Catch-22 está a la altura: el mensaje antibélico es claro, así como la crítica a la masculinidad tóxica, al capitalismo desbocado y al imperialismo estadounidense. Pero se le puede criticar que, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, este Yossarian resulta poco creíble: es demasiado ejemplar, demasiado heroico. El conjunto tiene, además, poco fuelle: eliminando lo más desagradable y lo más mordiente de la novela de Joseph Heller, la sátira pierde fuerza. Así, aunque Clooney y compañía demuestran que Catch-22 no era imposible de adaptar, el resultado no es excelente. Logran romper el primer lugar común, pero no el segundo: la novela sigue siendo mucho mejor que la adaptación.

Guillem González

Guillem González (Barcelona, 1986) antes era programador informático en Girona, desde hace unos años es profesor de español en Cracovia, donde lucha por aprender polaco. Le apasiona la literatura, por eso estudió Humanidades en la UPF de Barcelona y luego un máster en Formación e investigación literaria y teatral en la UNED. Tiene un blog más o menos literario, 'De mí me río', y colabora en algunas revistas online.

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