Su dificultad radica en la aridez del estilo:
“De pronto, de noche, al mismo tiempo, todo rÃo es rÃo abajo, de toda fuente hay que huirâ€.
Asistimos a los razonamientos de una mente enajenada, que fluye a través de una serie de percepciones, en busca de la riqueza de expresión; su apetito de aventura nos lleva a la siguiente conquista, un lugar donde “enjambre de parámetros (…) la desceñirán hasta entregarla a ese amante que la espera en lo más alto del laberinto matemáticoâ€. La devoción del lector, si sobrevive, sufre desdenes, hasta que el libro, casi al final, entrega su belleza en ruinas, una vida en jirones que ya no necesita.
Prosa del observatorio (1972; Alfaguara, 2017) del escritor, traductor e intelectual argentino Julio Cortázar (Bruselas, 1914-ParÃs, 1984) denuncia las formas en que nos jugamos la vida intentando remontar las corrientes irresistibles de la literatura, “como el que busca las mensuras estelares, no para saber; no para nadaâ€. Su relato es, ante todo, la cuenta de una obsesión: la del narrador con la forma, en diferentes contextos, tras múltiples identidades, todo ello ilustrado, informa el editor, por las fotos originales tomadas por el autor de Bestiario (1951) del Jantar Mantar, observatorio astronómico del sultán Jai Singh en Singapur, India.
Una cualidad indefinible nos magnetiza desde el principio, nos manipula en su propio beneficio:
“Jai Singh sabe que la sed que se sacia con el agua volverá a atormentarlo, Jai Singh sabe que solamente siendo el agua dejará de tener sedâ€.
La esperanza de un profundo sentimiento de realidad surge con cada reencuentro; un duro escrutinio nos une al narrador, mientras nos abandonamos a la repetición de su encantamiento. En lugar de descripciones psicológicas, representaciones biológicas de lo cambiante conducen a ese sitio donde “las anguilas laten su inmenso pulso, su planetario giro, [donde] todo espera el ingreso en una danza que ninguna Isadora danzó nunca de este lado del mundoâ€.
Se suceden los mandatos contra el cliché, contra la descripción genérica, junto a burlas de idees reçues, con irreverente sentido del humor. Cambios de escena, sin solución de continuidad, nos llevan a bocetos relámpago, entre animados elencos de excéntricos y revolucionarios; las alusiones literarias de ese enamoramiento surgen al ritmo de los latidos del corazón. Prosa es el recuento de una pasión que nos impele a comprometemos con la vida con el mismo fervor que abrazamos la revolución.
Prosa del observatorio es, en definitiva, una de las narrativas más intricadas del autor de Rayuela (1963), en la cual se nos invita a sumergirnos en una utopÃa a la vez pública y privada, ética y erótica:
“Basta entrar en la noche pelirrojaâ€, nos dice Cortázar, “aspirar profundamente un aire que es puente y caricia de la vida; habrá que seguir luchando por lo inmediato, compañero, porque Hölderlin ha leÃdo a Marx y no lo olvidaâ€.
El poeta de Salvo el crepúsculo (1984) logra capturar el dolor exquisito de la obsesión y la capacidad humana para la crueldad, creando una narrativa alucinada que rebosa compasión.
El inicio del artÃculo «Su dificultad radica en la aridez del estilo:» me ha transportado a la decadencia de la inmediatez en la cual hemos acabado enredados. La prosa literaria de hoy se asemeja a la carne pre-masticada para niños; frases cortas, exiguas e insustanciales, tanto de semántica, razones o ideologÃa como de sintaxis, estilo y uso de la puntuación. En la misma estela los párrafos de diez renglones a lo sumo. El plato sobre el cual se presenta es la ligereza: ¿a quién se le ocurre aburrir a las masas? Más que aburrimiento agotamiento del lector, aunque el narrador hubiera optado por el pensamiento porque el chef de la nueva escritura es el editor -sabe vender: la literatura no es arte, ni ética ni desnudez del alma, pues se trata del mercado y hasta el aire es posibilidad de convertirse en producto; aquello que no es vendible no existe. Cortazar o Juan Ramón Jiménez representan la nimiedad, ajenos a las masas e ininteligibles.