Julio Cortázar: mundos y modos.
Saúl Yurkievick
Edhasa (Buenos Aires, 2004)
El recorrido matricial por sobre una obra en su conjunto, y sin excepciones, prodigiosa, tótem de inventivas y realidades escasamente vistas por algunos seres intuitivos, los creadores, seduce que con un lenguaje similar al del salto espabilado del texto guijarro al texto-estrella, Saúl Yurkievich nos vislumbre el mandhala antinarrativo de Rayuela. Ya en los libros Divertimento, El examen, se iban delineando los primeros pasos esa gran matriz de collages que dieron el gran salto a la novela latinoamericana de los años sesenta, el mandhala de los signos, Rayuela.
Yurkievich también recorre El libro de Manuel; 62 modelo para armar (posterior a Rayuela); Último round, La vuelta al dÃa en 80 mundos, obras éstas, almanaque, libros hebdomadario, surtidos, o de pizarrÃn escolar, donde se dibujan mundos a pluma fuente, el mundo eros, el mundo ludens de una posterior y realizada “rayuelita copetonaâ€, cuyo tÃtulo inicial, Mandala, fuera cambiado por el propio autor por vislumbrársele demasiado pretencioso, y porque, ante todo, esa muda incandescente de textos disÃmiles que como el paraguas muy viejo abandonado en el parque, observado por una Maga apenada, retrotraen la misma imagen surrealista e intempestiva del conde de Lautréamont que lo puso sobre la mesa de disección para fines de trascendencia universal de los Actos Surrealistas del Desacato.
Experimentaciones que igualmente extrapolan la teorÃa del gato Adorno, con la auspiciosa teorÃa estética que el filósofo y sociólogo Theodor Adorno conlleva a un tratado, a ratos ensayÃstico, a ratos funambulesco y disparatado, pero de no menos rigor literario, que de seguro requerÃa más sesudez para el fraguador de Cuaderno de bitácora, en el que se reclamaba Julio, ciertas abscisas que no daban más tejo bajo la cintura, saltando la rayuela, que ver con el espiráculo hundido en la bosta, mundo-cloaca después de la insumisión en el mundo maravilla de palabras que se dejan llover por dentro, mundo que convencionalmente visto, no existe, porque lo vemos tal como debe verse, exceptuados del homo ludens, el neo-recomienzo.
Textos-jardÃn que con un condimentado pulimento léxico y creacionista, Saúl Yurkievich expone en su exégesis plena y a la vez texto creativo, de cara a adentrarse en esos reinos sublimes, cortazarianos. Yurkievich, diestro disparador de tinta literario-ensayÃstica que en La vuelta al mundo en 80 dÃas ó Último round, desglosa la filosofÃa de un narrador que siempre se sorprendió del mundo-mandhala, esa búsqueda interior que el ser-poeta siempre buscando en los labios de la flor, como en los rugidos del hipopótamo ensopado en el tálamo orgásmico de su charco y su chasco, no cejan pie de implume.
Pero Cortázar no sólo es ese mundo literario de laboratorio y encierro disciplinado; también se daba tiempo para insertar “divertimentos†en sus glosas aparentemente dispersas en su universo novelesco que ya daba variados visos de enquiste, en ansiado y omnÃmodo corpus novelesco, al que, si bien es cierto, no inventó, pero que estampó, como suficiencia, de la manera más original, en Latinoamérica de 1963, dando un vuelco rotundo en las generaciones de todos los tiempos de lectores apasionados que buscaban en la mujer ideal un encuentro azaroso con la Maga, trasteladora de un trozo de género rojo o el estámbrico esqueleto desmoronado de una hoja de otoño, o el terrón de azúcar que bajo la mesa, levantando los pies de cacareadas y picudas viejas en un restaurant, podrÃa aparecer rabdománticamente de un lapso a otro, sin que ni el mismo acto sorpresivo tomara favor en la sorpresa de los desencontrados; causalmente, “encontrar a la Magaâ€.
A partir de esa bomba anti-literaria para el medio, Rayuela, y hasta sabe qué siglos subsiguientes, no dejará de ser la anti novela más citada y estudiada por crÃticos sagaces, igualmente inspirados, en esa componenda matricial y lúdica que es Rayuela, que del capÃtulo 62 desprende un modelo que encripta capÃtulos fulgiendo en la plétora del desencuentro, del religare con situaciones aparentemente disfuncionales enfrentando a sus personajes en el vicio andrógino de esa imposibilidad que dirime juntar cuerpos poseÃdos, al sentir la cercanÃa cejijunta de labios en roce secreto, de una cara tocada, de una pierna desnuda y suelta en el lecho más astroso, cayendo en el desvanecimiento fragoroso del pavor amatorio.
Hacia la página 73 del tomo ensayÃstico-creativo, numen léxicomaniaco, disparador de imágenes irrefrenables de la exégesis contemporánea en Cortázar, se inserta una entrevista hecha a JC y al autor de este ensayo, en donde ponen en tela de juicio sus procesos metatextuales, sus sendas cocinas literarias, en pro del discernimiento de lo que podrÃa ser el delineado de dos baluartes de la experimentación surrealista, metatextual, de estos y otros lados contemporáneos.
Ambos númenes surrealistas, JC y SY, difieren en que el primero concebÃa como un cÃrculo cerrado al cuento, con funcionalidad y vida propia, mientras que SY descerraja la flama y diáspora de la palabra en constante flujo, descendiendo verborrea dilatada hasta grados ultraterrenos de lo catártico, textos misceláneos que prescinden de su atávica génesis por medio de la cual se concatenan en su estado más puro, sin punta ni cola, escritos ancilares que con antojadiza pulsión de lo apenas discernible, desacatan el orden de junturas narrativas de birrete y clausura académica, dando posta al vicio cerrado de lo por venir metaliterario, de lo tabuado en utópicos desbalances que el cuerpo-palabra suelta extinto, rÃo de tinta que el pulpo policéfalo de los cuatro centros, de las cuatro duras cavidades perceptibles de los estados del alma, con que cada mortal abismado en incontinentes supuraciones neuróticas, biaxiales, dan el daguerrotipo destellado, la imagen cifrada por naturaleza conmovedora, aun a lo dado por fenomenológico chasco sorprendente que no da pie ni a explicar lo que se siente, ni a disentir lo sentido, en un texto misceláneo, apertura-obertura del orden predicho; tal su naturaleza de bastión irrefrenable, de artillero fraguado por lo vasto de un supra-mundo eclipsado de colores biaxiales y baratijas o textos-guijarro que al contrastar en ese collage literario que son los cuentos abiertos o los textos lúdicos, cajita de pandora, arman el gran espacio atemporal de un tomo más o menos fatal para el común oficinista: Fricciones (1969), prologado por Borges. Saúl Yurkievich, reconocido por su crÃtico proemio, en los años noventa, de la famosa TeorÃa del túnel, del Cronopio, publicada póstumamente, y en la que el Cronopio discierne párrafo a párrafo el entrañamiento bien posicionado de un escritor como Julio Florencio, bibliófilo desaliñado, eterno adolescente que encontró en el juego y los textos apasionados que traslucen sinceridad en el hombre, más que en el escritor serio, lo dúctil, lo sorprendido y sublime que entrañan los pequeños escombros poco vistos en el Universo, que debieran, pero que no lo son, los únicos que deban absorber nuestro tiempo, nuestras ocupaciones y disquisiciones, nuestros anhelos y esperanzas, como cura y terapia que la vigilia del dÃa a dÃa impone a muchedumbres ciegas, disparatadas de materia y lo inalcanzable que sólo un instante puede reemplazar, pero que otra vez la realidad lo acoraza, lo atenaza en la vida indesligable de lo impuesto.
Un espacio para la reflexión y la post-continuidad metapoética de la crÃtica que el autor de Julio Cortázar: mundos y modos (2004), en indesligable trabazón con lo recorrido por miles de páginas cortazarianas, entrega un texto crÃtico ensimismado fraternalmente en un libro entrañable y sesudo que deba ser leÃdo como creación misma de lo escindido analÃticamente prosa lúdica, juego y creación a la vez, poesÃa del discernimiento, que poetiza el probo mundo de la lectura que un tal Cronopio, un tal Julio, maquinó sin descanso, renunciando a todo lo accesorio y escénico que significa entrar al mundo literario, la escena de los payasos escribas de congreso.
Exceptuando la tarea de jurado del premio cubano Casa de las Américas, y su militancia socialista en sus años maduros de manifiestos izquierdistas, el gigante lobuno, se entregó Ãntegro a la oficiosa e irrenunciable tarea de acaballar los grandes y largos dedos en la Remington®, sentado sobre un escritorio que Saúl Yurkievich dice poseer, a su vez, asentado éste mueble sobre un piso de cemento, secundado por una columna, y apenas probando no más bocado que “como una luna en el aguaâ€â€¦ la escritura era más llenura que un queso.
Julio Cortázar, autor pleno de la vida por escrito. Sus mitos, sus ludismos sagrados, sus totémicos saltos por una pararrealidad que no parece comenzar ni acabar su desglose de guijarros resollando amalgamas perfectas, rituales, de galaxias que surten estrellas a las manos adocenadas, dúctiles en una plegaria trasluciendo por sobre el vitral del rictus, del estentóreo recomienzo. Cronopio salvador, detentador nuestro, que en un párrafo-estrella fulgente, decidÃa detener el espacio narrado, el tiempo de los tiempos, y que, muerto de leucemia ascendió, sin quererlo, al reino de los dioses fragmentados por algún espacio cerrado y cÃclico que no toca, que fragmenta, derruyendo indesligables paredes por donde destruye o recompone la certera eclosión de los ánimos eclosionados por lo rÃtmico y creativo, caro visillo perdonando a quien deja un legado entre dos labios de flores.
A lo lejos del sueño, eso será el remedo de la dicha, haberlo releÃdo las veces que no perdura una tempestad de parpadeos eligiendo cada cual su lágrima hacia dentro, su secreto que volverá a repetir la memoria cifrada en los recuerdos, tensando más lo sucedido.
Jack Farfán Cedrón
http://elaguiladezaratustra.blogspot.com