Kenzaburo Oé | Foto: Thesupermat | WikiMedia Commons

Una cuestión personal

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Kenzaburo Oé | Foto: Thesupermat | WikiMedia Commons

Escribe Elías Canetti en sus apuntes —interesantísimos, por cierto— que siempre queremos irnos, y cuando el lugar adonde queremos ir carece de nombre lo llamamos libertad. Desde un comienzo queda claro que la tensión espacial entre estar y querer huir, ese anhelo de libertad en medio de la desesperación que nos produce estar presos en nuestro entorno, es la columna vertebral de Una cuestión personal (Anagrama, 1989), la novela semiautobiográfica de Kenzaburo Oé de 1964. Se trata de la segunda novela de Oé, y la brutalidad con que está escrita, el tránsito al borde del abismo en que se desenvuelve cada personaje, recuerda por momentos a Viaje al fin de la noche de Céline. Porque Una cuestión personal, qué duda cabe, es una novela de una crueldad atípica, una incursión sin miramientos en las zonas más oscuras de nuestra condición. Es una novela sobre la crueldad propia, la crueldad del mundo natural y las pequeñas ilusiones que nos permiten continuar pese a todo.

En la primera escena, Bird, un profesor de inglés de veintisiete años, mientras su esposa está en un hospital a punto de dar a luz, se planta delante de un mapa de África en una tienda y sueña con huir hacia ese continente. En lo que ya se prefigura como una vida familiar de encierro y convenciones asfixiantes, el cielo de África le lanza la última promesa de libertad:

«Durante años he querido ir a África y mi mayor ambición consiste en escribir una crónica de mis aventuras que titularé El cielo de África (…) el viaje a África será imposible si cuando nazca el bebé me encierro en la jaula que significa una familia».

Anagrama

Este deseo de dejar atrás la vida doméstica que ha construido no se trata de una simple quimera. Bird tiene planes reales de escapar. Incluso tiene el dinero ahorrado que necesita para poner en práctica su fantasía. Y no es la primera vez que ensaya una huida. Después de casarse pasó un verano entero alcoholizado, abandonó sus estudios y se alejó del mundo exterior. Cuando se recuperó, se tuvo que enfrentar otra vez consigo mismo, con la ciudad destruida por la guerra, y el deseo de huir resurgió en la nueva forma del viaje a África. Hay paralelismos en la necesidad de olvidar de Bird y la sociedad japonesa de posguerra, todavía abatida por los traumas de la Segunda Guerra Mundial. En varios de los personajes quedan residuos de la perturbación psíquica que propició Hiroshima y Nagasaki, y una especie de agonía silenciosa flota alrededor de su comportamiento.

Poco después de comprar un par de mapas de en la tienda, Bird recibe una llamada que cambiará el curso de su vida y retrasará el viaje a África: su hijo nació con una hernia cerebral y los doctores no saben si sobrevivirá. A partir de este episodio, Bird espera a que los doctores lo llamen del hospital y le confirmen la muerte de su hijo. Es la espera, esa zona intermedia donde no pasa nada y todo puede pasar, lo que articula el tiempo de la novela. A lo largo de los tres días siguientes, Bird realiza un viaje autodestructivo buscando huir de sí mismo y del mundo. Mientras espera la llamada de los doctores, se refugia en la casa de Himiko, una muchacha con la que salió en sus años universitarios. El marido de Himiko se suicidó hace tiempo y desde entonces ella lleva una existencia al margen de las rígidas convenciones de la época. En Himiko Bird encuentra un refugio provisional y se encierra en su casa a tomar alcohol, tener relaciones sexuales (cuando el alcohol se lo permite) y protegerse de la fatalidad que se propaga en el exterior.

«Ahora quería salir de este mundo por algún tiempo, como el jugador que quiere abandonar la partida cuando tiene una mala racha».

Me parece que en este punto, Una cuestión personal se transforma en una historia de dos personas unidas por la fatalidad que conciben la autodestrucción como una forma de complicidad. Las relaciones sexuales que mantienen funcionan como un escape de la angustia y la humillación que los rodea. En la entrega de sus cuerpos al placer, en la honestidad con que se relacionan, en el modo en que el tiempo parece haberse suspendido en la casa de Himiko, Bird y Himiko alcanzan una unión ideal que se irá diluyendo a medida que la realidad los saque de la fase de espera en la que están y los vuelva a colocar en la corriente temporal que fluye en el exterior. Cuando la llamada finalmente llega y el mundo exterior invade la casa de Himiko, ella se apropia de la fantasía de Bird de huir a África, pero Bird, al ver a su hijo, decide que es hora de poner fin a la huida, es hora de enfrentar el mundo y aprender a vivir:

«He estado huyendo todo el tiempo, huyendo y huyendo. He imaginado África como el final de toda la fuga, el punto límite (…) Si quiero enfrentar mi responsabilidad solo tengo dos caminos: o lo estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío».

En una entrevista de 2005 con el periódico The Guardian, Kenzaburo Oé dice que aprendió a ser escritor y a ser humano con el nacimiento de su hijo Hikari, que nació con hidrocefalia y autismo. En la novela, Bird, el alter ego del autor, deja de huir y aprende a vivir consigo mismo, con su sufrimiento, con sus nuevas circunstancias. Una cuestión personal es un testimonio sobre ese aprendizaje, sobre esa transformación. Una narración despiadada sobre el fin de la huida.

Laury Leite

(Ciudad de México, 1984) es escritor. Ha publicado las novelas En la soledad de un cielo muerto (Ediciones Carena, 2017) y La gran demencia (Huso Editorial, 2020). Su obra ha sido traducida el inglés y al italiano. Vive en Toronto, Canadá. https://www.lauryleite.com/

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