Jim Dixon es un profesor universitario -lo que equivaldrÃa en la actualidad, en el sistema español, a un profesor asociado, es decir, un profesor con todos los deberes y sin ningún derecho- inmerso en el intrigante mundo académico británico. Pero Lucky Jim (Lucky Jim, 1954, primera novela de Kingsley Amis; por cierto, excelente elección del editor en mantener el tÃtulo original) es mucho más que una novela de campus -toda una tradición en la literatura de la isla- al uso.
Dixon es un protagonista, aunque procedente de una familia plebeya, sujeto a las convenciones de la buena sociedad académica, obligado por razones profesionales a seguir los pactos implÃcitos en esas relaciones y a aceptar los códigos que rigen ese trato tan peculiar, pero con la suficiente inteligencia como para mantenerse, personalmente, al margen de ese mundo impostado y pretencioso.
«ImagÃnate en qué lugar queda la universidad. «Le hemos pagado un dinero a fulanito para que vaya a la universidad y ahora, pasados siete años, nos cuentan que jamás conseguirá un tÃtulo. Han dilapidado nuestro dinero». Si instauráramos un examen de acceso que mantuviera lejos a los ágrafos y a los analfabetos, las matriculaciones caerÃan en picado, y la mitad de nosotros perderÃamos el trabajo. Y no olvides la otra exigencia: «Queremos contar con doscientos profesores este año, y los conseguiremos sea como sea». Muy bien, bajemos la nota de corte a veinte puntos porcentuales, pero, por el amor de Dios, cuando pasen dos años… ¡que nadie se queje de que sus escuelas están llenas de maestrillos incapaces de sacarse el Graduado Escolar, y no digamos de preparar a nadie para que lo apruebe!»
Pero el mundo universitario, particularmente el que configuran sus superiores jerárquicos, a los que debe contentar y obedecer si quiere seguir disfrutando de su estatus académico, no es el único calvario que debe recorrer Dixon, que en su desempeño con las mujeres no es mucho más afortunado.
«Los rasgos arcillosos del profesor dibujaron una expresión indefinible mientras su atención, como una escuadra de viejos y lentos buques de guerra, iniciaba un cambio de rumbo para enfrentarse a la nueva situación.»
Rechazado o, peor, tomado a broma por las mujeres que podrÃan interesarle, es sometido a verdaderos estados de sitio por momificadas esposas de catedráticos y por colegas inteligentes pero de interés sexual nulo; en este grupo, como muestra, se halla el caso de una supuesta novia cuya relación prematrimonial tiende al infinito y que parece estar esperando unos sucesos que nadie conoce y que, probablemente, caso de suceder, pasarÃan por alto sin ser identificados.
«Algún dÃa descubrirás que el matrimonio es un buen atajo para llegar a la verdad. No, en realidad no lo es… Es sólo una buena manera de volver sobre tus propios pasos a fin de alcanzar la verdad. También descubrirás que los años de la ilusión no son los de la adolescencia, como nos dicen los adultos. Es en los que vienen inmediatamente después, los veintitantos, la falsa madurez, por asà decirlo, cuando nos enamoramos hasta la médula por primera vez y perdemos la cabeza. Justo tu edad, Jim. Cuando caes en la cuenta de que el sexo es importante para más gente y no sólo para ti. Un descubrimiento asà le hace perder el equilibrio a cualquiera…»
Y cerrarÃa el cÃrculo de sus pesares la comunidad de alumnos, esos seres estúpidos cuya tarea vital es darle trabajo, particularmente el grupo de los listillos, esos monstruos superpreparados especialistas en cuestionar sus conocimientos y sus aportaciones académicas.Amis teje su novela en base a una sucesión de diálogos ocurrentes sostenidos por personajes más o menos inteligentes pero siempre ingeniosos, cuya fluidez ahorra al narrador largas peroratas acerca de los acontecimientos y que sirven para caracterizarlos con mucha más precisión que las más detalladas descripciones.
El humor de Amis se sostiene sobre dos pilares: la sucesión de situaciones que pueden mover a la sonrisa pero que, a diferencia de otra literatura cómica, jamás traspasa la frontera del absurdo; y el uso de un estilo que busca la comicidad desde y entre la elegancia y la finura, pero que evita el trazo grueso y la astracanada forma.
«En su maletÃn llevaba un librito de versos escritos por un poeta contemporáneo al que, en su fuero interno, odiaba. Lo habÃa comprado esa misma mañana para hacerle un regalo espontáneo a Margaret. La sorpresa aunarÃa a las mil maravillas una demostración de afecto con el halago inherente a la elección de un poemario. Un cierto recelo, bastante habitual en él, le invadió al recordar la dedicatoria que le habÃa escrito en la página de cortesÃa, pero su buen humor le permitió acallarlo.»