Una ciudad, o una plaza que es el sÃmbolo de la ciudad en tanto que ágora, bien puede ser una celda del corredor de la muerte, o el mismo corredor, el pasillo al final de cual espera la cámara oscura o el gas mostaza. En cualquier caso, lo que se supone es un campo abierto, un lugar de encuentro y de ilusiones, puede dar lugar a literatura de túnel cerrado. Llegado cierto punto, nadie del equipo coral que construye la obra es ya capaz de imaginarse el mar azul. Todo es niebla. Gris. Hombres que carecen de rostro. Si alguna vez alguien escribió para dar testimonio de la felicidad de los dÃas, esa dicha quedó sepultada bajo una lluvia sin agua. Si acaso cabe una ilusión, esa será la de replicar en las pantallas de la memoria las alas de las gaviotas en un atardecer rosa con el sonido del mar acompañando el último aliento, el que deseas más largo. Pero por el momento, lo que existe es un encuentro aquÃ, deprimidos los lectores y los protagonistas, compartiendo una extraña situación que Magdalena Tulli recrea con maestrÃa en El defecto.
Escrito en presente, pasando del estilo indirecto libre al relato en primera persona con una frecuencia que ayuda a hacer fluido el texto, Tulli impone la libertad del autor para construir un texto a medida de sus necesidades. Y estas pasan por conocer a los personajes sin saber con quién estamos tratando. En una atmósfera gris, sin diálogos, se sucede una actuación coral. La plaza donde tiene lugar la mayor parte de la acción es un microcosmos y a la vez una advertencia, como en los mejores libros de ciencia ficción y en los extrañamientos más logrados, a saber: Kafka, Buzzati, Bowles, etc. En este lugar de encuentro, como si se hubieran corporeizado a partir de los átomos de aire, aparece un numeroso grupo de refugiados que pone patas arriba los esquemas con que se dirige la ciudad. Entonces brota un etnocentrismo atávico, algo que se traduce más en el odio al otro que en la denunciable xenofobia mediática. Atañe más a los hombres porque es el antagonista de la compasión, no del sentir piadoso. A lo largo de la novela no cesa de acumularse gente, a la que recibimos incrementando un tanto nuestro desagrado. Resulta imposible identificarse con nadie concreto, porque lo único concreto que existe termina siendo la ley marcial. Al terminar la lectura, a uno no le cabe la menor duda de que ha leÃdo una novela con un sentido metafórico. Pero, ¿cuál es el sentido de tal metáfora? ¿Cuál es el sentido de tamaña acumulación de detalles, propia de un visionario? La contundencia de la intriga aturde, atrae.
“No es fácil renunciar a la inatención, a esa aversión por los detalles tan satisfecha de sà misma. Un conocimiento demasiado exacto de las cosas siempre conlleva alguna obligaciónâ€.
En cierta manera, estas frases podrÃan resumir el proyecto literario de Magdalena Tulli. De ser asÃ, confiamos en poder disponer en nuestras manos, tardando poco, del resto de su obra.