La entronización de la huachafería, por Jack Farfán

No sería mera especulación afirmar que el último y documentado ensayo del premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo,  ha zarpado garras de crítica imparcial, de Nobel galeote, en esa riquísima subespecie cuasi zoológica, de “cultura”, muy tendiente, de momento, a la culinaria, autoayuda, crecimiento personal y la pastorcita cantarina del millón-de-copias-obliga’o, la cultura peruana.

Parto de la anécdota que describe el autor de este sesudo ensayo sobre la banalización de la cultura, acaecida  al escritor Jorge Eduardo Benavides, quien relata que durante un arribo a la tierra que lo vio nacer, y tocando cielo limeño, recogiera la valiosa opinión de un taxista, que en esos tiempos de comicios presidenciales afirmó que “votaría por Keiko Fujimori”, alegando (¿o defendiendo?), la inmaculada reputación de su padre, “porque había robado lo justo”. El incidente no es para reírse, ni arañarse, ni mucho menos. Lo que convendría especular de un patatús, y de los serios, al asestar esta afirmación, es que tal vez algunos peruanistas la califiquen de “anti” peruana. Justa “piedra de toque” que el escritor peruano-español arremete, al esbozar en este ensayo de lectura urgente, algo que debiera ser impartido en toda la parafernalia fiscal de los colegios marianos, militares y católicos. Una sacada de trapitos bicolores al sol que cada peruano está en ley y obligación de leer, de cabo a rabo, honrando así a su fiel fiscalizador, de lo que ahora viene desmoronándose, a vista y paciencia del vulgo (o sea de casi todos), si éste lumpen no quiere asistir a esa disminución cognitiva a la que viene arrastrando el mundo cibernético de hoy: Facebook, Twitter, Skype…

Entiendo que si bien estas redes sociales no sólo son herramientas o accesorios informáticos de valiosísima vigencia y utilidad, sino también —es duro afirmarlo—, la extensión completa y sin bifurcaciones de las cuatro extremidades de lo que queda hoy de remanente del hombre, desde que sus primitivos antepasados antropoides evolucionaron desde las sombras y lenguas de fuego, hacia la era cavernaria, hasta lo que hoy queda de “cultura”.

Valga precisar que en las últimas páginas de este ensayo escindido con rayos equis de crítico imparcial, y no menos asertivo, sea válido afirmar, que tal vez una bomba de hidrógeno o una plaga genética lanzada por obra y desgracia que un travieso cibernauta fabricara por mera y no causal influencia de aquel loco de las bombas que hará ya buen tiempo intentara asaltar un banco en Lima, tomando rehenes, armando así un zafarrancho que terminó en un plomazo de palomita, en su frente injustamente horadada por algún puntero francotirador. Tal ex combatiente de la nada, habría aprendido en sus épocas de estudiante, a orquestar un plan bélico de todo un estratega militar, quien a partir de un eBook en pdf, aprendiera con la destreza de bibliómano doméstico a fabricar los suficientes pertrechos armamentistas, bombas y chucherías de guerra, suficientes para volar en pedazos una agencia bancaria. La conmoción no es poco acelerada ni mucho menos, cuando nuestro compatriota escritor no exagera al afirmar que esta conflagración nuclear o genética, tal vez sea la nueva panacea redentora para la cultura cibernauta, para, en un evento de segunda tregua y ¡plaf!, iniciar por segunda vez otra menos insípida cultura. Una oportunidad que reafirme con el correr de otros segundos milenios, que no hay como la verdadera cultura, de la que no está exagerado decir que hace no muchos lustros ha venido dando muestras esperpénticas de pseudocultura, aculturación o la endecha más reggaetonera que también osa, hoy, año 2012, de la segunda era, autonombrarse por chicha y mérito propio, “cultura”.

Y es que todo en el mundo tiene la atávica y osada  exageración de que en el reino democrático de la kultura, quien más vende, más existe. En un mercado de baratijas escandalosas y efímeras que el sistema impone: Cultura chatarra; Cultura chicha; Cultura del espectáculo y degradación de la zoología farandulesca; Cultura snob; Cultura poetil de recital, Cultura de escritores de pacotilla, con el infaltable autobombo que sus ochenta kilos promedio aceleran al trote, la fructífera venta mediática de su más reciente fetiche a-culturado al que llaman, o creen haber forjado, como su entrañable producto más o menos legible-léase-vendible, siquiera por, al menos un cuerdo lector a quien no entretengan las telelloronas ni las hediondeces televisivas, donde, a vista y paciencia de la plebe, se lucran a costa y costilla de los artistas más reconocidos de la farándula limeña, unas pocas gárgolas siniestras, chismorroteantes e inquinas.

No está exagerado afirmar que el proceso de cambio o transplante de cerebro dista contados milímetros de esa segunda posibilidad de la desaparición a tabula rasa, de un planeta en el que cierto sesudo escritor de poca monta y no mucha valía formal, haya afirmado que el eBook o la tablet de su dicha puedan reemplazar en caricias, inclusive, al libro de papel; y que este reemplazo no esté lejos de equiparar la pasión que nos surge, por acto e inercia de bibliófilo fetichista, al leer con pasión un libro impreso, comparado puntualmente con el acto sexual sublimado de besos y caricias, con todo su erotismo, con toda su secreta pasión y cópula de fojas añejas, plagadas de verdadera literatura y celebridad, jamás comparable a cielo alguno. Reemplazado el libro por el eBook; o, ni más ni menos al desaparecido erotismo, por un taller de paja virtual, con el que el slogan prontuario se conmine a los muchachos en edad de merecer, a “el placer está en tus manos”; o, peor aún, por la impronta receta de que tal vez sea secuela, fenómeno o posibilidad mentalizada, el encontrar y hasta propender enamorarse vía alguna red social o dispositivo para chat, instando así a disparar, no más de cincuenta palabras por “Enter”, antes de que te la quite otro genio con su lenguaje “Ami’a, k’mo ‘stas: xD”.

La capacidad cognitiva de siquiera mantener al menos por un párrafo, una idea, sin que el impoluto parpadeo del cursor deje de accionarnos el acondroplasiado cerebro, verdaderos autómatas de esta y actual hecatombe de las redes sociales y teléfonos móviles que llegarán a superar la cantidad de seres humanos, todo el planeta, donde, si bien es cierto alguien ha dicho que la Internet es la más completa y rica biblioteca babelesca de todos los tiempos, ciertamente, nos está esclavizando en meras extensiones humanas de la laptop o la PC, donde no sobra reiterar la afirmación del autor de El sueño del celta, que acota, no sin exageración programada, que mientras nuestro disco duro va llenándose de cientos de millares de eBooks, nuestro cerebro está asistiendo a la mayor atrofia mental experimentada desde los tiempos de Gutenberg: “En otras palabras, cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos”.

Imagen: alfazentauro.wordpress.com

En un mundo donde puede igual llamarse cultura a un concierto de Tongo como a “las elucubraciones neurasténicas de los sibaritas de Marcel Proust”, y lejos de propender al cambio climático ni a la reversibilidad genésica de las células concomitantes del agua contaminada, establecer un comparendo con cultura que entretiene a costo irrisorio y un vinilo inhallable de Mozart, se ha vuelto tal esa soporífera afirmación establecida por Andy Warhol, de que paulatinamente, todo ser humano promedio tendría la innoble fama de sus quince minutos, ‘de cojudo’. La exageración no está lejos de ser una válida premisa; no, señores. En la cultura peruana se ha enquistado, a través de la globalización y los fenómenos de los reality shows y el cobarde menoscabo en la intimidad de las personas, que la bribonería chicha del esperpento al que llaman espectáculo televisivo, granjea, endilgándose jugosos sueldos, esas gárgolas difamadoras que han malquistado con soez inquina en la televisión, la nombradía de los artistas nacionales, integrantes del andamiaje indisoluble, de lo que, desgraciadamente están entrañando las últimas promociones escolares, por mal llamada “cultura”, la entronización de la huachafería.

Es tiempo de retroceder, de poner un alto a tanto atropello en pro de la cultura, incluso, por mega editoriales que en dos días pueden desaparecer docenas de millares de ediciones borroneadas por negros literarios, que, incluso, constan de chismografía de burdel y hasta epifanías anecdóticas + CD incluido, o la desleal y  despiadada cultura “pirata”, que incluso atrae a compradores extranjeros, cuando no usa el sistema delivery o por teléfono, si es que por A o B circunstancias el DVD del film en cuestión todavía no ha varado en las aguas procelosas y piratas de Polvos Azules. Y con los libros, —se queja el escritor peruano-español—, sucede lo mismo, con el alegato piadoso de estos editores parásitos y delictivos, de que el peruano promedio no tiene unos treinta soles, para, por decir, comprar honestamente este último ensayo, en versión original (pero sí para reventar trescientos soles en un club nocturno o zafarrancho de “cultura pollada”), ni para una película que se vende en versión original en no menos de cinco veces más que el precio de una pirata (no diré que las versiones “firmes” constan únicamente de míticos artículos de culto y lujo, en una cultura degradada hasta la banalización inevitable y la barbarie y en la que penosa y desgraciadamente conviven la cultura del “más vivo” con la de “el zonzo que vive de su trabajo”. El Indecopi hace un buen trabajo al respecto; de último, con la regulación que ha implantado a las editoriales de textos escolares, que llegaron incluso, por el cupo intermediario del docente o gerente del colegio, a sobrepasar la cifra astronómica de doscientos soles por libro, cuando por ese precio, en cualquier feria internacional de libro, tranquilamente se compra uno las obras completas de Leo Tolstoy.

De las instituciones clericales, las cientos o tal vez miles de sectas que pululan en el mundo, propugnan la ley de la culpa, tratando de inmiscuirse en el estado y la consolidada familia, conminando así a un posible desmoronamiento de las bases antiguas de cultura tan bien arraigadas y practicadas por nuestros antiguos parientes predecesores, aprovechándose de que “los hombres se empecinan en creer en Dios, porque no confían en sí mismos, y la historia nos demuestra que no les falta razón, pues hasta ahora no hemos demostrado ser confiables. […] Cuando está en condiciones de hacerlo, el Catolicismo no vacila un segundo en imponer sus verdades a como dé lugar y no sólo a sus fieles, también a todos los infieles que se le pongan a su alcance”. Porque, mal que bien, los viejos, como les llaman a las escasas enciclopedias andantes, son los únicos con los que en la actualidad se puede sostener una conversación más o menos honesta, cuerda y fructífera, de actualidad cultural, mientras pierde uno el tiempo mañanas enteras en la “Cultura cola”, en bancos, centros de salud asistenciales (‘otra cultura’), y en otros eventos propios de la “cultura borrega”.

Asaz breve, con una exasperación calmada, Vargas Llosa intercala artículos suyos aparecidos en el diario El País, a lo largo de su acuciosa investigación recientemente puesta al garete de un tema que no sólo debiera preocupar a los intelectuales neutros y frívolos, exiliados de su tercer mundo que los vio rabiar, sino, principalmente (¡urgentemente!), a todos los docentes desde el nivel Nido hasta ese acomedido tesista con un pie en la puerta de la universidad, que con un solo click, unos pocos “Copy&Paste” y la delincuencial alternancia de párrafos íntegros, puede llegar a redactar su tesis de grado, en menos de una semana, gracias al tomo más benévolo y universal, mecenas del negocio pirata: The Wikipedia, la enciclopedia “libre” (no citando la fuente, se entiende).

No es el caso que amerite salvedad la “cultura política” con la que, a hiel perorata de redentor del mundo injusto, se han lanzado, por citar remotos ejemplos, y no exagero, millares de candidatos a gobiernos regionales y provinciales en los pasados comicios. La cultura ociosa, repetitiva y falsa de los gobernantes de pueblo, especialmente en zonas mineras del país, se ha viciado en una perogrullada gratuita que pone como telón de fondo al medio ambiente y el agua, para, al medio descuido del pueblo dopado por la euforia antiminera, escalar en la política, con total descaro y desparpajo, a ojos vistas, un marketeo,  financiación y puesta en escena de eventos revoltosos en pro de una reelección, pudiéndose afirmar que su interés se centra, únicamente, en afanes lucrativos, lejanos del hábito en bien de la sociedad, que les atañe, por obligación civil, moral y humana, algo que les nazca en bien al ciudadano, o por respeto (si es que aún les queda) a sí mismos.

Y qué decir del arte, en una cultura donde el artista por antonomasia hace de payaso ridículo que acepta ser disfrazado de pavo gordo e infecto en recitales y reúnas de clausura, orquestadas con el único fin y beneplácito de auto publicitar los Anales de sus (s)obras, a lo largo de sus cinco minutos de fama por la que insensatamente paga a un editor de cacareada reputación y estupro, de camino hacia la fama más provincial y pacata que se haya visto bajo el plúmbeo cielo de Lima. No es que tome como paradigma el ejemplo nacional, sucede que es el más ilustrativo. Diría que mis dos años de pedagogía estudiados a dos cuadras de mi chacra, me sirven ahora para mostrar la banalidad del artista a emular en tres tomos: Maledicencia, Inquina y Autor muerto, apolillándose en los anaqueles de Quilca o Bazar suelo.

Imagen: contenidosdigitales2010.files.wordpress.com

Qué decir del arte, cuando lo que pulula ahora son buenos simulacros de pintores, que con buenas tretas de presdigitador de la calle pintan para un reducido y decisivo culto de críticos que lejos de la catadura de verdaderas obras de arte (que no las hay, por cierto), integran el solapado y oscuro andamiaje mafioso con el que han logrado erigir y hasta hacer que un par de bosquejos que puede superar mi sobrina de ocho años, pretendan inescrupulosa y descaradamente pasar por obra de arte. Ni la poesía se salva en este rubro. Y no es que merezca el título nobiliario, de exceptuarse la regla, de que mientras más banal, comercial y efímero sea el material alojado en dispositivos informáticos, la poesía no deje esa breve pero irrestricta duda de que, ni las exaltaciones epifánicas de una Sor Juana Inés de la Cruz o los alumbramientos juguetones de un médico y poeta patilludo, se salven de esta ramplonería, donde por obra y desgracia de la democracia artística en todos los niveles de animalidad pululen, igualmente, infidencias, chismes baratos y hasta “variaciones” del más merecido crédito de una manga de cinco jurados que enarbolan y premian la más mediocre y ridícula estafa lírica que bajo este cielo bicolor, el triste mendigo sentado en un banco de “Oro No”, llora por los egregios años de pan de oro desperdiciados, donde se cantaban serenatas a las muchachas vírgenes, y se mandaban a escribir cartas de amor a los tristes poetas de mi engrasado corazón.

Jack Farfán Cedrón
http://elaguiladezaratustra.blogspot.com

Jack Farfán Cedrón

Jack Farfán Cedrón ha publicado "Pasajero irreal" y "Vironte" (2005); "Cartas" y la serie de plaquettes "Al Castor" (2006); "Ángel", "Las ramas de la noche" y "El leve resquicio del amor" (2007); "Ángeluz", "La Hendidura del Vacío" y "Series absurdas" (2009); "Gravitación del amor", "Aves pestañas vaticinando el horror de las lágrimas" (2010), "El Cristo enamorado"; "Amar en la desaparición innombrable" (2011) y "Las consecuencias del infierno" (2013). Modera los blogs ‘El Águila de Zaratustra’&‘Exquioc’, y edita la revista on-line Kcreatinn, en la que prepara un especial a Henry Miller. En 2012 dio a conocer un volumen de reseñas literarias alrededor de célebres novelas "El fragor de las quimeras", bajo la producción de Kcreatinn Organización, de la cual forma parte. Entre otras revistas virtuales, textos suyos han aparecido en Periódico de poesía (UNAM, México); Letralia (Venezuela); Revista de Letras; La comuna de los desheredados; La comunidad inconfesable (España); Los poetas del 5 (Chile); El Hablador (Perú); Destiempos (México) y Letras hispanas.

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