La libertad de Hamlet

Hamlet, de William Shakespeare
Dirección: Oriol Broggi
Biblioteca de Catalunya, hasta el 30 de mayo

Reparto: Hamlet: Julio Manrique; Gertrudis: Clara Segura; Claudi: Ramon Vila; Poloni: Jordi Martínez; Horaci: Marc Rodríguez; Ofèlia: Aida de la Cruz; Laertes: Jordi Rico

Fotos © La Perla 29

Qué gran noticia la reposición del Hamlet de Oriol Broggi en la Biblioteca de Catalunya, casi un año después de su éxito en este magnífico espacio. Y qué maravilloso camino está trazando este director que, de manos de la compañía La Perla 29, vuelve después de estrenar en el TNC Electra, e incorporando a Clara Segura en el papel de Gertrudis en sustitución de Carme Pla, que  está en La Villarroel con Tres dones i un llop.

El espectador se va a sentir dentro de la obra desde el principio. Porque la magia del espacio lo favorece, porque el actor está piel a piel jugándosela a escasos centímetros, y porque tres horas de teatro no son nada si es teatro auténtico. Teatro auténtico, sí, del que se ve poco, del que apenas se disfruta, porque el riesgo se echa de menos en demasiadas escenas. Shakespeare en mayúsculas.

El crítico va a la obra con su libretita, dispuesto a apuntar, como si fuese una receta o un manual de instrucciones, los aciertos y errores, de una puesta de largo que sólo puede hacerse por parte de quien ama el teatro de texto. El crítico, en este caso como en todos, podría enumerar aspectos de los que podría prescindir el director. Como si prescindir fuese posible cuando se crea desde la libertad. Tal vez no son necesarios algunos guiños a la actualidad – como la referencia a “la unidad de España -, algunas músicas incompresiblemente contemporáneas, la aparición de la guitarra que tan chirriante es en Electra y que aquí también quiere tomar protagonismo, el uso puntual del inglés y el italiano como muestra de un mundo ahora globalizado, el histrionismo de un Hamlet que se hace la loca a ratos, con risas que le acercan a la caricatura de un excéntrico Mozart, y otros tics del lenguaje de Broggi. Pero apuntar estos detalles, separados de su globalidad, sería un error. Una falta de perspectiva.

Y es que el crítico ha dejado de serlo a los pocos minutos, y se ha convertido en espectador. Puro espectador. No saca la libretita, porque sólo quiere seguir la obra, disfrutar de los matices, saborear cada muestra de la inteligencia de su director y actores que, a partir de un clásico, nos muestran el teatro dentro del teatro, la frágil línea entre la locura y la cordura, la ambición desmesurada, el sentido de culpa, los lazos de la amistad, o el amor en todas sus expresiones.

No son pocos los que critican que en el teatro catalán siempre se ven a los mismos actores, que a su vez son las mismas caras que se repiten en la televisión pública, y tal vez no les falta razón. El papel que Broggi le ofrece a Julio Manrique podría servir, simplemente, para que un actor se luciese. Un regalo para la vanidad. Pero Julio Manrique es mucho más que eso, se muestra valiente, y no se deja llevar por una tentación demasiado fácil.

Julio Manrique es Hamlet, y Hamlet es Julio Manrique,  en uno de los mejores papeles que el que les escribe ha visto en un escenario. ¿O no es un escenario? Está vigoroso, potente, dejándolo todo en los tonos, controlando la fuerza cuando debe hacerlo, y explotando cuando su personaje – o él – lo reclama. Entiende las exigencias humorísticas de Broggi al dedillo, y vuelve a lo sublime en décimas de segundo. Manrique es comedia, tragedia y épica sin parar, mezclando registros, y haciendo de un texto complejísimo, su voz más naturalizada.

Pero Julio Manrique no está sólo. Todos, sin excepción, bordan su cometido. Y no es fácil. El desdoblamiento en decenas de personajes diferentes no se hace extraño, y permite ver una obra total con la simple caracterización de una capa que viste y desviste a las diferentes voces. Si de entre ellos hemos de destacar a alguien, no podemos dejar de maravillarnos con un Poloni perfecto, interpretado por un Jordi Martínez que reconcilia a cualquiera con el teatro. Maravillosa representación de un maravilloso actor.

Qué más dará  si Hamlet está loco o no, si la traición entiende de remordimientos o se hace desde la crueldad más fría e insensible. Lo que importa es el teatro, el texto, el teatro, el gesto, la mirada, el teatro. A todos aquellos que aún dudan del papel de la escena frente al cine, a todos los que no entienden la diferencia entre las dos artes, deberían ir a ver este Hamlet.

Y el crítico, o aprendiz de crítico, sale al jardín del antiguo Hospital de la Santa Creu, y mira su libretita cerrada. Y suspira. Qué gran tarde le han hecho pasar. Qué bella sigue siendo, después de todo,  la irrepetible libertad del teatro.

Albert Lladó
www.albertllado.com

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

3 Comentarios

  1. Vaig veure l’obra la setmana passada, i tot i que Manrique estava super afònic va aconseguir transmetre al públic tota la intensitat del personatge.

    Gran actuació, gran actor, i gran obra, sens dubte.

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