Las teorÃas fÃsicas dictan que el espacio es curvo. Por el espacio viaja la luz describiendo un arco hasta perderse en un infinito de nubes gaseosas, piedras pómez y muchÃsimo silencio oscuro. Bajo esta suposición, los cientÃficos trazan hipótesis acerca de la extensión del universo. Pero Javier Argüello (1972) es un escritor argentino, nacido en Chile, con residencia en Barcelona y que, por tanto, ha recorrido parte de ese espacio por el que viaja el tiempo en forma de luz. En esta novela, A propósito de Majorana, es capaz de llevar la curvatura de ese espacio tiempo hasta crear algo insólito para la mente de un cientÃfico. Pero para comprobarlo, es imprescindible llegar hasta el sorprendente final de esta novela. A propósito de Majorana es una novela de intriga; pero también bebe de otras fuentes, como la manera de posponer el final, si es que este ha de llegar, propia de Kafka. Se reconocen en ella otros referentes en la trama: un periodista viaja a Nápoles para indagar acerca de la desaparición de un cientÃfico ocurrida en 1938, es decir, durante la investigación nuclear que desencadenó, entre otras cosas, el horror de la bomba atómica. Por otra parte, el viaje lo hace a bordo del barco pilotado por un navegante solitario que viaja casi sin destino por el mar Mediterráneo, con quien mantiene diálogos en los que destaca la capacidad reflexiva del ermitaño.
La estructura propone acciones en paralelo que sin embargo suceden en un orden no aleatorio, pero tampoco cronológico. Una vez en Nápoles se encuentra atrapado por ser sospechoso de una desaparición. En cada puerto, en cada uno de los lugares donde se desarrolla parte de la acción, encuentra un amor platónico; su supuesto amor real, su prometida, espera noticias de él en Barcelona. Pero él no es dueño de su destino y se encuentra a merced de los dioses que rigen lo que surge a cada paso. Dicho de otra manera, hasta La Odisea puede ser parte de las fuentes de las que bebe Argüello. El simbolismo del mar, de las costas, como lugar de acogida al tiempo que de muerte, es una presencia constante en la novela.
El protagonista es quien nos narra la historia. Tiene el suficiente punto de arrojo o de desfachatez como para que no quepa tildarlo de antihéroe. Sin embargo, se trata de una de esas personas que necesitan que alguien les diga lo que tienen que hacer. Sin capacidad para controlar el destino, como deberÃa tenerla un buen detective de novela negra, la autoestima del personaje no deja de enderezarse y torcerse a cada página. Más aún cuando los dos personajes desaparecidos que condicionan la existencia de esos meses que se relatan poseen todas las virtudes de las que él carece: el reconocimiento mundial de un cientÃfico al que quisieran otorgarle el beneficio de la evaporación romántica, y el vividor que ejerce de maestro sin pretenderlo. Frente a esto, el protagonista relaja voluntariamente los lazos que le unen a su pasado, porque ve en el viaje la ocasión de reinventarse, porque su vida como la habÃa conocido ha agotado todas las posibilidades. Y para ello Nápoles, con su caos, es el lugar idóneo, un lugar donde los experimentos de sociologÃa urbana se extinguieron siglos atrás, marcado por los cartagineses sobre las empalizadas griegas, capital de expansión del imperio borbónico, sometido al tópico de la Camorra; un lugar donde puede haber sucedido ya todo lo que tiene que ver con la civilización occidental, las lealtades y traiciones humanas, y la supervivencia.
Con una elaborada fórmula de trabajo, Argüello dosifica los datos de cada una de las vÃas cronológicas que sigue la narración. Se trata de desvelar el pasado, pero el pasado de los otros personajes, sobre todo de los dos desaparecidos, en tanto que se mantiene oculto el del narrador. Lo cual nos hace suponer que apenas es nadie. Sin embargo, sin ser nadie Argüello consigue que ese narrador cambie el tiempo como se cambia el espacio. Lo que para los fÃsicos es un problema, para el literato es un reto o un juego, en función de la seriedad con que uno quiera afrontar la lectura. Que las casualidades no existen es una frase hecha propia de libros de autoayuda. Javier Argüello consigue sacarle un partido excelente a ese dicho. Y, de hecho, lo transforma en una duda que se desarrolla a lo largo de un relato. Porque Argüello es, por encima de todo, un muy buen narrador.