El periodista Miquel Molina (Barcelona, 1963) lee durante la adolescencia una frase en Madame Bovary que le quedarÃa grabada para siempre. Y es que Flaubert describÃa a Emma, la desdichada protagonista de su novela, como “la mujer pálida de Barcelonaâ€. Sabemos que no se trata de un mero recurso lÃrico, sin importancia, ya que el propio autor subrayó el fragmento en el manuscrito original. ¿Qué podrÃa haber detrás del enigma? ¿Existió una mujer real en la capital catalana que inspiró al escritor normando?
En 1975, DÃaz Plaja, en un artÃculo de La Vanguardia, lanzaba a sus lectores la misma pregunta. ¿A quién se referÃa Flaubert? Una flor del mal trata de dar respuesta al misterio sin resolver a través de un gran trabajo de investigación y un ritmo trepidante. La cebolla, capa a capa, va desvelando aristas de una trama que se configura como un thriller pero que constituye todo un homenaje al hambre de saber. Saber sin más. Por el puro placer de fisgar en el polvo que guardan las apariencias.
I. Triángulo y voz
Molina consigue hilvanar la historia gracias a tres voces, que van convergiendo a lo largo del texto. En primer lugar, Guillermo Jiménez, un profesor que cree en la “docencia creativa†para cautivar a sus distraÃdos alumnos. Inventa o exagera historias. Tanto puede afirmar que ayudó a los Rolling Stones a componer Rocks Off como que Sartre, en su lecho de muerte, le pidió que cuidara de Simone de Beauvoir. Es, claro, un reconocimiento a esos maestros que, sin ellos darse cuenta del todo, inyectan una curiosidad que acabará siendo una forma de vida.
Por otra parte, leemos un diario (comienza en 1853) que nos presenta, en primera persona, la intimidad de Caroline Gaillard, una joven que trabaja junto a su padre en una tienda de papiroleografÃa (un rudimentario sistema de reproducción de óleos) de Lyon. Es nieta de uno de los miles de presos españoles que los ejércitos napoleónicos llevaron a Francia, y muy probablemente su apellido proviene del catalán.
Por último, nos habla un documentalista, ex alumno de Jiménez, que ayudará a desenredar una intriga llena de puertas abiertas. Aquà el deseo, el salto generacional, y lo detectivesco conjugan una tercera parte que acelera la cadencia narrativa y va cerrando los puntos suspensivos.
II. Sinestesia y Écfrasis
Guillermo Jiménez, a través de una página web de contactos, conoce a Elisabet Vidal, una misteriosa mujer, atractiva y culta, que parece salida de otra época. Siglo XIX y XXI se dan de la mano a partir de viejos documentos, pinturas de dudosa procedencia, y el nuevo Dios llamado Google. La confusa y fascinante relación con ella (un juego de seducción que roza el masoquismo) le permite a Jiménez averiguar que Flaubert, con la frase que ha obsesionado a Molina desde hace décadas, aludÃa posiblemente a la modelo de un cuadro de Courbet, la Dama española, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Filadelfia.
Molina va narrando asà la importancia de la mirada. Caroline, en su diario, escribirá: “¿Existe realmente la desnudez si nadie puede dar fe de ella, si nadie puede maravillarse o escandalizarse en su presencia?â€. El erotismo entre el profesor y Elisabet llegará a su clÃmax con la encarnación de la pelirroja lectora de Henner.
Hay literatura y arte, en plena ósmosis, tocando con la mirada el cuerpo desnudo, escribiendo el trazo y la perspectiva.
III. La fuerza de lo inútil
Miquel Molina ha estado cinco años investigando con el temor, siempre vigente, que el resultado final (como tantas veces ocurre durante los reportajes de gran aliento) condujera a un callejón sin salida. Ha viajado a Lyon y Filadelfia, ha pasado horas en hemerotecas, y ha ido dibujando hipótesis. Los hilos van uniéndose con una fuerza que la escritura intenta domesticar. ¿Cómo crear una partitura que explique el hallazgo?
El periodista, sin renunciar a la verosimilitud, ha acudido a la ficción para completar el puzzle (al final del libro se nos explica la relación de hechos reales, que no son pocos). Una flor del mal quiere saldar la deuda que un dÃa contrajo consigo mismo. Con el joven que, atónito, leyó el nombre de su ciudad en una obra maestra.
Miquel Molina, irónico, cita el libro de Julian Barnes, El loro de Flaubert, una parodia de los excesos de la crÃtica literaria, en la que el autor indaga dónde está el ejemplar de loro disecado que inspiró a Flaubert para su relato Un corazón simple. ¿No es ésta una locura similar? ¿Cómo encontrar a la Emma de Barcelona?
La ciudad es el eje que une presente y pasado. Visitaremos una casa del Putxet, tomaremos café en Grà cia, caminaremos por el cementerio de Poblenou, o cruzaremos el pasaje Dormitorio de San Francisco, que une el paseo de Colón con la calle Ample. También hay en la novela una suerte de guiño a la bohemia de ParÃs, a Baudelaire, y a su relación con Courbet, que lo retrata en un rincón de su Taller del pintor.
IV. La Historia sepultada
Courbet, enfermo de cólera, viaja a Lyon. Es 1854 y seguramente durante su estancia pinta la Dama española. Un año después lo expondrá en la Exposición Universal de ParÃs. En 1857, después de su publicación por entregas, aparece ya como libro Madame Bovary. Flaubert, contemporáneo del artista, visitó la muestra. ¿Qué vio en esa pintura? ¿Qué hay allà que nos perturba y nos atrapa?
El Museo de Filadelfia descubrió, en 1978, después una prueba de rayos X, que debajo del actual retrato hay el rostro, pálido y de ojos negros, de otra mujer. Una mujer que parece gritar desde detrás del óleo, atrapada. Ha quedado sepultada bajo una segunda versión, como si fuera un palimpsesto. ¿Por qué traicionó Courbet a su primera musa?
Ésa es la matriz que recorre Una flor del mal que, además de perseguir incesantemente la pasión olvidada, emerge como una reivindicación de los personajes secundarios. Miquel Molina, de forma implÃcita, recoge la advertencia de Walter Benjamin: “Es tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las célebres. La construcción histórica esta consagrada a la memoria de los que no tienen nombreâ€.
La ficción, esta vez, es quien pondrá flores en las cunetas de la Historia.