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Las nuevas risas de las detectives locas

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Why so serious?
El año pasado se cumplieron 40 de la publicación de El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza, su segunda novela y la primera de la saga del detective loco. Se trata de una parodia de novela policíaca: el inverosímil protagonista, cuyo nombre no sabemos, sale del manicomio para resolver una misteriosa desaparición, de ahí su apodo y el título del libro. Por su humor transgresor, por la trama detectivesca, por retratar la Barcelona contemporánea, por crear personajes genialmente grotescos y por su cuidado y disparatado lenguaje, las cinco entregas de las andanzas del detective loco se han ido ganando el respeto y el cariño de muchos lectores. Hasta Mariano Rajoy confesó en Onda Cero haber leído la última, que le pareció “interesante” y “muy bonita”, aunque no recordaba el título.

Pero la mayoría de expertos tiene otra opinión sobre las obras cómicas de Mendoza, quizás por eso nadie celebró el 40 aniversario de El misterio de la cripta embrujada. Para gran parte de la crítica, la producción novelística de Mendoza se divide diametralmente en dos: las «novelas divertidas» y las «novelas serias», y solo las segundas merecen su consideración y un análisis profundo. ¡Menuda inferencia lógica de chiste: solo si el libro es serio, me lo tomo en serio! En el caso de los libros que hacen reír, en cambio, clasificarlos parece ser la única tarea del crítico: lo meto en el mismo cajón que el detective loco, Gurb y compañía y se acabó el análisis, porque este tipo de obras no merece más.

Es sintomático de esta actitud tan seria que sí se celebraran los 40 años de la primera novela de Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta: Seix Barral publicó una edición conmemorativa en 2015 que recuperaba el título original, Los soldados de Cataluña, prohibido por la censura de 1975. Además, en 2016 le entregaron el Premio Cervantes por haber inaugurado con esa misma novela una nueva etapa de la narrativa española, pero de su humor apenas se decía que «en la estela de la mejor tradición cervantina» el autor «posee una lengua literaria llena de sutilezas e ironía». ¡Como si Cervantes no fuera en primer lugar un humorista! En Mundo Mendoza (2006), la biografía mendocina de Llàtzer Moix, el capítulo dedicado a la publicación de El misterio de la cripta embrujada tiene un título muy significativo: “Sí, pero”, porque así fue la recepción crítica de la novela del detective loco: está bien y es divertida, sí, pero no es tan buena como la anterior. Y en la Historia mínima de la literatura española (2014) de José-Carlos Mainer solo se mencionan tres “novelas serias” de Mendoza, aunque al menos se reconoce que tienen un “peculiar toque de humor ácido”.

La verdad es que, más que un toque, las “novelas serias” de Mendoza rebosan comicidad, por mucho que algunos críticos se hagan los dignos al leerlas. De hecho, el detective loco nació de la costilla de Nemesio Cabra Gómez, un personaje muy divertido de La verdad sobre el caso Savolta que, según le habían advertido a Mendoza, tenía mucho potencial literario. En cuanto a las «novelas cómicas», en realidad tratan temas muy serios, a pesar de que la crítica suele desactivar la gravedad aplicando erróneamente el sintagma “humor blanco”. La saga del detective loco examina sin piedad la sociedad española desde los últimos años del franquismo hasta los más recientes de la crisis, empezando por el degradado Raval de la Barcelona preolímpica y terminando en el «complejo tejido de evasión de capitales» de El secreto de la modelo extraviada.

Existen, pero son pocas, las honrosas excepciones entre la crítica que valoran sin prejuicios las novelas humorísticas de Mendoza. La tendencia general, no obstante, es despreciar lo cómico de su obra, como si la risa, reina Midas de mierda, redujera cuantos libros toca a literatura menor. El escritor barcelonés no necesita más reconocimiento del que ya tiene, evidentemente, y quizás sea demasiado tarde para desmontar la consolidada distinción serio-cómico en su producción, a pesar de que el mismo Mendoza la ha desmentido: “Yo no reconozco una línea de separación entre mis novelas serias y mis novelas de risa, porque ninguna me parece seria y todas me dan risa”, afirma en Mundo Mendoza. Pero otros autores españoles herederos del humor mendocino también han sido subestimados por la misma causa: la Elvira Lindo de Manolito Gafotas, el Antonio Orejudo de Ventajas de viajar en tren, el Eduardo Mendicutti de Una mala noche la tiene cualquiera o el Pablo Tusset de Lo mejor que le puede pasar a un cruasán. El desprecio por el detective loco es el menosprecio sistemático por la literatura risible.

Por suerte para quienes amamos el humor y por desgracia para los más serios, en los últimos años esta “tendencia comicófoba” de la crítica, compartida en mayor o menor grado por el mercado literario y muchos lectores, se está corrigiendo. ¿Estamos aprendiendo a valorar la risa?

Premios, editoriales y librerías en pro del deshielo de la risa
Es indicador de este cambio otro premio, el Herralde de Novela de Anagrama, probablemente el más prestigioso de España cuando se trata de narrativa de calidad, porque lleva unas cuantas ediciones galardonando obras en las que el componente humorístico es relevante y a la vez vehículo de crítica social, histórica o política. Karnaval (2012), Muerte súbita (2013), Farándula (2015), No voy a pedirle a nadie que me crea (2016) o Lectura fácil (2018) ejemplifican que no toda la crítica quiere condenar el humor a las notas al pie de página de la historia de la literatura. Y en esta dirección, la divertida novela Los asquerosos (Blackie Books, 2018) de Santiago Lorenzo ha ganado en 2019 tres premios: el Cálamo, el de las Librerías de Navarra y el Los Libreros Recomiendan.

Otro aspecto de la reciente reconsideración de lo cómico en el campo literario español son algunas iniciativas editoriales de talante humorístico. La Fuga Ediciones, editorial fundada en Barcelona en 2014 que en su presentación dice preferir el «tono irónico, humorístico o satírico», tiene dos colecciones en esta línea: la primera se llama En Serio e incluye dos antologías de Humor fantasmal (2015, 2017) y otra de literatura cómica checa, Humor en serio (2017); la segunda colección, Humoris Causa, busca «reunir a escritores del panorama literario en castellano bajo la insignia del humor» y por ahora solo tiene un libro, Humor negro (2018), con relatos de autores como Sara Mesa y Rubén Martín Giráldez. Además, la Editorial Cerbero, especializada en literatura de género (ciencia ficción, fantasía y terror), está preparando una antología de relatos cortos humorísticos escritos por mujeres; se llamará Sopa de pollo de goma para el alma y las seleccionadoras de textos son las escritoras Raquel Froilán y Almijara Barbero.

Por otro lado, en 2017 abrió en Barcelona La Llama, que se autodenomina “la primera tienda del mundo especializada en humor”. Muchos de los productos que vende tienen páginas: tebeos de Mortadelo o Makoki y novelas gráficas de Robert Crumb, relatos de Lucia Berlin o S. J. Perelman, monólogos de Pepe Rubianes, ideas dibujadas de Miguel Noguera, novelas de Franz Kafka o Amélie Nothomb y ensayos más o menos serios sobre teoría del humor como La risa de Henri Bergson. Pero la comicidad no es propiedad exclusiva de la literatura y el libro, por eso en La Llama también hay artículos de papelería divertidos, juguetes estúpidos, camisetas irreverentes e incluso obras de arte originales o impresas.

El deshielo de la risa también lo constata la reedición de Una risa nueva. Posthumor, parodias y otras mutaciones de la comedia (Lengua de trapo, 2018). Esta antología de ensayos sobre nueva comedia en la pequeña y la gran pantalla, publicada originalmente en 2011, fue clave para difundir el concepto de posthumor, acuñado por el crítico cinematográfico Jordi Costa, coordinador del volumen; la etiqueta se refiere a la comedia que no solo quiere hacer reír sino sobre todo incomodar al espectador e invitarlo a la reflexión, como por ejemplo la serie The Office, la película Borat, los monólogos de Ignatius Farray o la revista Mongolia. Pero además de constatar un cambio de paradigma en la comedia, el marbete del posthumor la revaloriza, la reviste de una consideración crítica que no tiene la comedia anterior a Jacques Tati y Monty Python, quizás precisamente por el marcado componente de seriedad definitorio del posthumor.

Sea como sea, en el ámbito de la novela en español se está produciendo un proceso análogo de consagración del humor. Y esta reconfiguración del campo literario, que afecta a lectores, crítica y mercado, tiene su colofón en el surgimiento y la coronación de nuevos autores. O más bien autoras, porque a diferencia del volumen Una risa nueva, donde los ensayistas son todos hombres que casi exclusivamente analizan obras de otros hombres, las novelistas que están provocando risas nuevas son mujeres.

Las detectives locas
Sin duda la señal definitiva de que las placas tectónicas del campo literario se están moviendo a carcajadas es la coincidencia de cuatro escritoras que, a pesar de tener el humor en el hipocentro de sus propuestas estéticas y a pesar de ser mujeres jóvenes, están ganándose un merecido lugar en el mundillo. En honor al muchas veces infravalorado personaje de Mendoza, me permito llamar a estas novelistas “las detectives locas”. No se trata de un grupo, generación o escuela, tampoco comparten un programa estético, pero las hermana el humor, a menudo ácido o negro (o posthumorístico), la elevada calidad literaria de su narrativa en español, la juventud y el reconocimiento crítico, editorial y de público. Y todas han publicado una novela en el último año.

La más joven de las detectives locas es Alba Carballal (Lugo, 1992) y viene avalada por los elogios de autores consagrados como Fernando Aramburu o Antonio Muñoz Molina, por la beca de residencia literaria de la Fundación Antonio Gala y, no menos importante, por la multirreferencialidad de su primera novela, Tres maneras de inducir un coma (Seix Barral, 2019). Esta empieza como el relato En lo alto para siempre de David Foster Wallace: la acción está congelada en el trampolín de la piscina municipal de Chamberí mientras Federico, el protagonista, coge fuerzas para saltar, pues le dan miedo el agua y las alturas. Pero en seguida se transforma en La conjura de los necios de John Kennedy Toole: Federico baja corriendo del trampolín para atender una llamada telefónica en la que le ofrecen un misterioso trabajo… ¡a él, un cuarentón que no ha trabajado en su vida! A continuación, parece una película de Almodóvar —la nueva jefa de Federico es Natalia, una mujer trans enemistada con su padre— y luego una parodia policíaca a lo Mendoza —el trabajo consiste en hacerse amigo del riquísimo padre de Natalia para descubrir si planea desheredarla—. A través de esta trama en clave de farsa detectivesca, y con un estilo y una estructura muy cuidados, conocemos diversos ambientes de Madrid poblados de personajes de lo más esperpénticos, como el padre de Natalia, un Torrente con alcurnia y dinero, o Susana, una socorrista que de noche se prostituye.

Elisa Victoria (Sevilla, 1985) también tiene una avaladora de lujo, la escritora Elvira Lindo, y su primera novela también se basta por sí misma. Vozdevieja (Blackie Books, 2019) es el mote de Marina, una niña de nueve años que casi pero aún no es adolescente, por eso todavía cree en los Reyes Magos y juega con muñecas y, a la vez, fantasea con practicar sexo, reflexiona sobre su incapacidad para relacionarse con los demás y se ve asaltada por imágenes ultraviolentas que ha visto en cómics para adultos; aunque no le gusta el apodo, algunos amigos la llaman así por hablar como una vieja, en concreto como su abuela, pues pasan mucho tiempo juntas. El humor de Vozdevieja surge del contraste entre la edad de Marina y su forma tan natural y directa de expresarse, entre su supuesta inocencia y los temas tan adultos de los que habla, pero también provoca carcajadas el personaje de la abuela, con quien comparte una cotidianidad total: la nieta le corta las uñas, la acompaña cuando caga, ven y comentan la tele hasta las tantas, se tiran pedos, critican a los adultos y andan todo el día en bragas por casa. El segundo gran personaje secundario de la novela, la madre, es asimismo divertido por la tremenda mala leche que gasta, pero por otro lado resulta muy seria por su terrible enfermedad: la posibilidad de su muerte empaña los ojos lectores de otro tipo de lágrimas. En resumen, la Vozdevieja de Elisa Victoria es un Manolito Gafotas más inquieto, más despierto, más complejo y sin censura, es decir, la vida y la mente de una preadolescente de verdad.

La tercera detective loca, Cristina Morales (Barcelona, 1985), está más consolidada en el campo literario gracias a su última obra, Lectura fácil, que le valió el Premio Herralde de Novela en 2018 y fue publicada por Anagrama. Las protagonistas son Nati, Patri, Marga y Àngels, las cuatro diagnosticadas con discapacidad intelectual, por eso conviven en un piso tutelado de la Generalitat situado en el barrio de la Barceloneta. Como en las novelas del detective loco, en Lectura fácil se radiografía sin concesiones una determinada Barcelona: la anarquista, la okupa, la feminista, la queer, la antifascista, la marginal, en fin, la más otra. Pero el gran hallazgo literario de Morales es diversificar las voces de cada una de sus narradoras: puesto que sus discapacidades son diferentes, también lo son sus formas de expresarse y de ver el mundo. Lectura fácil da un paso más en la tradición narrativa que se apropia de las voces de la alteridad, porque así como en El ruido y la furia solo una de las cuatro voces narrativas era «anormal», la voz de Benjy, en la novela de Morales las cuatro voces son «anormales», constituyendo otro paradigma de lo “normal”. De hecho, puede leerse la novela como una subversión de los rancios “chistes de subnormales”: aquí las cuatro mujeres cuentan sin parar “chistes de normales”. Y el lector y la lectora se parten de risa a costa de machos, fachas y demás fauna de la normalidad.

La historia editorial de la primera novela de la última detective loca, Laura Fernández (Terrassa, 1981), es otro ejemplo de la resignificación del humor en el panorama narrativo en lengua castellana. Cuando Bienvenidos a Welcome acababa de publicarse en 2009, la pequeña editorial que la parió quebró, por lo que la autora tuvo que adoptar a su propia criatura, haciéndose cargo ella misma de la distribución de los ejemplares; así, a través de un blog creado exprofeso y de sus contactos como periodista cultural, logró que se convirtiera en una novela de culto. En una reciente entrevista a eldiario.es, Fernández confesaba que en su momento Bienvenidos a Welcome fue rechazada por grandes editoriales como Seix Barral o Anagrama porque entonces «el humor no funcionaba». Por suerte, ahora sí funciona: en 2019 la ha vuelto a publicar, revisada, Literatura Random House, así que lectores y crítica tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra para disfrutarla y valorarla adecuadamente. Esto no es tarea fácil, puesto que Bienvenidos a Welcome es una verdadera rara avis de la literatura española, no por nada su autora la define como una «sitcom galáctica»: los abundantes y surrealistas diálogos parecen traducciones de una serie estadounidense, pongamos de Twin Peaks o BoJack Horseman; los múltiples y extravagantes personajes parecen salidos de la ciencia ficción satírica de Kurt Vonnegut; el argumento parece una mezcla explosiva de todo lo anterior con unas migajas de Amanece, que no es poco. Welcome es una ciudad donde el alcalde lo pone un gran empresario llamado Dios, donde una nave espacial ha aterrizado sobre uno de sus centros comerciales matando a 1603 personas, donde para esconder la catástrofe se inventa que las víctimas se han ido a grabar la serie Mil Seiscientos Tres, donde un detective incompetente investiga qué está pasando, donde todos los habitantes toman pastillas para sentirse mejor, donde la gran estrella pop ha salido del armario sin ser lesbiana por decisión de su agente, donde un escritor del futuro viaja en el tiempo hasta el presente, donde los periodistas se inventan las noticias que publican, etcétera. Bienvenidos al frenopático Welcome, feudo de las detectives locas.

Es muy probable que haya otras escritoras jóvenes que empleen el humor como arma arrojadiza contra el lector y que hayan publicado a contracorriente de las tendencias generales del mercado, pero uno no las ha leído todas. Además, como buenas representantes del gremio, las detectives locas tienen sus propios Watsons: escritores varones que, en la misma dirección que ellas, también están escribiendo recientemente novelas con humor que también están siendo bien acogidas, aunque ellos son algo mayores. Por ejemplo, Iván Repila (Bilbao, 1978) ha publicado en 2019 El aliado (Seix Barral), donde dirige la sátira hacia los hombres, ya sean aliados feministas o meros memos machistas; lástima que no le pusiera la misma dedicatoria que a su primera novela, Una comedia canalla: «Para algunos grandes amigos; para que lean, al menos, un libro». Otro Watson es Javier Pérez Andújar (Sant Adrià del Besós, 1965), que ha dado recientemente un giro valleinclanesco a su producción: si sus primeras obras se asemejan al lirismo modernista de las Sonatas de Valle-Inclán, en La noche fenomenal (Anagrama, 2019) apuesta por el esperpento, aunque el componente sociopolítico sigue siendo una constante. Y el último es Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964), que desde que dejó el cine ha publicado cuatro novelas muy cómicas y muy literarias; la más popular y premiada es la última, Los asquerosos, en la que se chotea de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, de la plaga de los domingueros y de los agoreros de la España vacía.

La narrativa de las detectives locas está pidiendo a carcajadas nuevas lectoras y lectores. Sus risas nuevas se burlan de los machistas, de los fascistas, de los tránsfobos, de los abusones, de los clasistas, del patriarcado, de las fake news, de la fama, de los padres, de los reality shows, de la normatividad, de la infantilización, de la psiquiatría, de los soberbios, de los ricos, de los jueces, de la policía y del poder. Y cada vez hay más gente dispuesta a leerlas y a reírse de todo esto. De hecho, el síntoma definitivo de que las risas lectoras están cambiando se encuentra en un artículo de Lorena G. Maldonado en El Español, donde la periodista cultural le recomendaba a Pedro Sánchez, de lecturas exclusivamente masculinas y serias, que leyera Tres maneras de inducir un coma de Alba Carballal. Espero que lea la novela de la detective loca y que, además de parecerle “interesante” y “muy bonita”, se ría.

Guillem González

Guillem González (Barcelona, 1986) antes era programador informático en Girona, desde hace unos años es profesor de español en Cracovia, donde lucha por aprender polaco. Le apasiona la literatura, por eso estudió Humanidades en la UPF de Barcelona y luego un máster en Formación e investigación literaria y teatral en la UNED. Tiene un blog más o menos literario, 'De mí me río', y colabora en algunas revistas online.

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