Radka Denemarkova, Stanislav Skoda, Monika Zgustova, Borja Bagunyà y Luigi Fugaroli | Foto: Isabel Sucunza

Literatura que trasciende un país

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Radka Denemarkova, Stanislav Skoda, Monika Zgustova, Borja Bagunyà y Luigi Fugaroli | Foto: Isabel Sucunza
Radka Denemarkova, Stanislav Skoda, Monika Zgustova, Borja Bagunyà y Luigi Fugaroli | Foto: Isabel Sucunza

Invite a un experto de literatura comparada a hablar sobre cualquier tipo de libros y autores y sus mesas redondas se convertirán en elípticas, esféricas, cilíndricas; hará que el público, que venía dispuesto a tomar notas sobre literatura checa se encuentre de repente apuntando cosas sobre literatura universal y que usted, que bromeaba en las redes diciendo que castigaría al primero que dijera Kafka a pagar una ronda de cervezas para todos los asistentes, se trague sus palabras y se avergüence de haber pensado que la cosa peligraba con acabar siendo monotemática.

Ave, Borja Bagunyà.

Igual que pasó una vez que invitamos a Nora Catelli a hablar de Incerta glòria, que de repente la novela de Joan Sales se convirtió en una novela rusa, ayer Bagunyà, con cuatro pinceladas, convertía no, porque ya lo son, pero explicaba por qué Hrabal, Kafka y Hašek eran clásicos universales. “Resisten muy bien al resumen.”, dijo, “Los tres presentan el elemento común de resistirse a algo, ir en contra de algo.”, dijo también, “Y además lo hacen con una modernidad radical, sabiendo mantener con respecto de la realidad (siendo su realidad el Imperio austrohúngaro, el primero absolutamente burocratizado) la distancia de la ironía.” Y puso un ejemplo entonces Bagunyà: “Žizek explica muy bien la importancia de este distanciamiento: en La chaqueta metálica, de Kubrik, uno de los soldados se suicida; Žizek explica que lo hace porque a este soldado le falta una cosa que sí tienen sus compañeros: le falta la ironía.” Y así, de golpe, ayer aquí teníamos a Žizek explicando Hašek via Kubrik en palabras de Bagunyà.

Siente también a su mesa redonda a una experimentada traductora; se enterará de que igual, puede pasar, se está perdiendo cosas importantes al leer libros traducidos. Monika Zgustova se sentaba ayer hombro con hombro con Bagunyà en la tarima de la Calders para hacernos ver que era precisamente esa ironía que tan claro tenemos que manejaba Hašek la que muchas veces se ha perdido en las traducciones de Kafka.

“Los traductores, muchas veces, además de traducir, interpretan, y a veces se pasan tanto interpretando que el Kafka que nos acaba llegando es un Kafka serio, cuando el humor está muy presente en la obra de Kafka.”

Si Eduardo Mendoza ya nos había explicado en la primera sesión de esta Semana de la literatura checa que Kafka, además de un tipo alto, era divertidísimo, Zgustova ayer lo corroboraba: “Ahora sabemos que cuando se juntaba con sus amigos y les leía fragmentos de sus novelas, los amigos se morían de la risa.”

Zgustova llegó a Cataluña a mediados de los 80. “Había poca cosa traducida.”, explicaba ayer; “Los editores no se atrevían con Hrabal, por ejemplo; no empezó a haber demasiado interés por la literatura checa hasta que le dieron el Nobel a Jaroslav Seifert (en 1984), en seguida llegó Kundera con La insoportable levedad del ser; luego cayó el muro en el 89 y, entonces sí, los editores empezaron a interesarse mucho también por Hrabal.”

Stanislav Skoda y Radka Denemarková completaban la mesa. Como lectores de primera mano de todo lo checo, se les pidió que hicieran una lista de recomendaciones para el lector actual. Llovieron nombres, claro: Topol, Klíma, ÄŒapek… Zgustova añadió a Radka Denemarková a la lista. Y nosotros añadimos a Monika Zgustova, claro, también.

Isabel Sucunza

Isabel Sucunza (Pamplona, 1972). Vivió en Navarra hasta finales de los 90, cuando se le acabó el chollo de estudiar y decidió buscarse un trabajo en Barcelona. Lo encontró en la redacción de la Guía del ocio. Trabajar allá durante cinco años supuso una especie de segunda carrera sobre qué se cocía en la ciudad. Pasó después por BTV y TV3 como miembro del equipo de los programas 'Saló de lectura' y 'L'hora del lector', y aquello fue como una especie de tercera carrera sobre qué se cocía en los libros. En los últimos dos años ha publicado un libro suyo ("La tienda y la vida". Blackie Books) y ha colaborado en la publicación de unos cuantos libros de otros en Navona Editorial.

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