Los patios de la memoria
Autor: Ever Blanchet
Dirección: Bernardo Galli
Intérprete: Celso Parada
Versus Teatre (Barcelona)
Hasta el 4 de septiembre de 2009
De entrada, hay que agradecer la energÃa y la valentÃa de gente como Ever Blanchet. Este catalán nacido en Montevideo, creó y dirige las salas Versus Teatre (desde 1995) y Teatre Gaudà (desde 2008), en las que se lleva a cabo este verano la pretemporada “Avantimeâ€, una de las pocas propuestas escénicas – y que llega a su novena edición – que se pueden ver este agosto en la ciudad condal y que incluye el ciclo de lecturas dramatizadas “En rodatgeâ€.
Precisamente es un texto del propio Blanchet el escogido por Bernardo Galli, y la compañÃa Teatro Do Morcego, para proponernos un viaje a la infancia y recordar la magia del descubrimiento, de las preguntas por la vida, de los primeros contactos con la miseria humana y la violencia, con las frustraciones y el escepticismo, pero también con el sexo y la potencia de la amistad.
Los patios de la memoria utiliza los mÃnimos recursos posibles. Dos sillas, un pequeño baúl con tres muñecos y el cuerpo y la voz de Celso Parada. Sin duda, es un riesgo que tiene consecuencias. Parada consigue llenar el escenario, con algunos movimientos bien trazados, con una gestualidad que llega al espectador, pero con demasiadas deficiencias. Interpreta a un niño que va creciendo en la escuela, observando a los compañeros mayores, espiando a los vecinos y a la hermana, e iniciándose en las caricias adultas con su prima. Un niño que busca respuestas en un párroco que no se las puede dar, en un padre que llora y visita prostÃbulos, en una madre resignada. Un niño que se aterroriza con las “enfermedades mentales†que padece el “hijo del naziâ€, un chico que mata a balazos a los perros del barrio.
Pero el niño no es creÃble. En primer lugar, porque para acercarnos al personaje se modula la voz de forma exagerada, un recurso demasiado trillado para caracterizarlo todo de infantil, pero que lo que acaba consiguiendo es precisamente lo contrario: que el espectador tenga resistencia a entrar en la historia, a reÃr con los gags, y a emocionarse con algunos de los giros que el texto propone. Y, en segundo lugar, porque la interpretación es tan compleja y ambiciosa (una hora sólo en el escenario, sin pausas y con mucho texto) que, sin respetar el tempo y los silencios, el actor se acelera y llega a ahogarse no vocalizando bien en diversos momentos. Tampoco está resuelto a la perfección el tratamiento de los tÃteres. Es cierto que sirve para introducir el personaje de una niña, del cura o del maestro, pero no se utiliza la ventriloquia ni la voz se modifica más allá de la exageración previsible y caricaturesca.
La obra podrÃa dar mucho más de sÃ, posiblemente. El eje central es el fallecimiento por accidente del mejor amigo del protagonista, un tal Miguel, y cómo la muerte se introduce en la mirada inocente del niño. Hacerse mayor a través de la tragedia. Al final, algún dramatismo se alcanza entonces, es verdad, pero el público ya ha llegado cansado, aburrido y sin estar dispuesto a meterse en la propuesta, que es lo más peligroso. Para acabar, la madre del protagonista le dice que eso que le ha prometido el cura – que, si es bueno, se encontrará con Miguel en la vida eterna – son sólo palabras. Sólo palabras.
(Fotos © Versus Teatre)
Albert Lladó
www.albertllado.com
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