La poeta que pudo matar a Liberty Valance

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 Western | Foto: PhilPix | Pixabay Commons
Western | Foto: PhilPix | Pixabay Commons

Hace tiempo que registro en una agenda gigantesca, notas para una metafísica de la cartografía. Apuntes sobre lugares escritos por la gente a la que leo. Sé que suena pretencioso, aunque no he dicho ni que eso pueda resultar en algún punto interesante, ni que vaya a terminar jamás nada de nada. Como todos, conozco bien por Borges, el destino incontenible y perverso de los mapas. En todo caso, me apresuro a añadir, sé bien que anoto en vano. El universo se expande, han pasado muchos años, se ha roto la tapa de la gran libreta y, entre sus páginas, apenas he recogido para esa filosofía sin praxis de los mapas, cosillas del Sur (de Erice, pero también de Boaventura de Sousa Santos y del filósofo Enrique Dussel), conceptos temerosos de la vanguardia (no como movimiento artístico, por supuesto, sino como lugar adelantado del combate donde se sitúan los soldados que tardan menos en morir), coordenadas del abismo, líneas rotas sobre la naturaleza moral del propio mapa (J. B. Harley), meridianos, líneas tropicales (Henry Miller), representación métrica de los exploradores, razón de ser de los archipiélagos, crítica iusfilosófica de las fronteras.

Llevo años detallando en asientos de ese libro destapado, referencias, por ejemplo, del Este como tipo de detalle ideológico, que no geográfico, que permitió a países muy centrales de Europa (Polonia, Checoslovaquia) ser para siempre, o al menos, mientras durara otro absurdo telón en el planeta, políticamente desatendidos en tanto que países del este (Kundera). He apuntado ventajas y desventajas de nuestra naturaleza isleña, agenda de viajes sin desplazamiento físico (de Kant a Pessoa), sorpresas que depara el centro de la tierra.

En lo que nos interesa aquí, diré que he ido añadiendo con mucho placer a ese volumen ya muy viejo, el tipo de inscripciones sentimentales que uno encuentra inesperadamente en las obras de jóvenes autores, justamente el tipo de cosas que pueden leerse en el poemario Western (Editorial Delirio) de Luci Romero (Cabra, 1980).

Western es un libro sobre los límites y también sobre el espacio. Un poemario de metáforas puras sobre magnitudes relativas a la exploración, a la contienda y al conocimiento. Es por ello que lo tengo (a Western) por un hallazgo doble; en primer lugar, destacaría, para el lector que acceda a acercarse a él, que se trata de un magnífico poemario capaz de decir de forma nueva los temas clásicos de la poesía (la huida, la existencia, la tragedia o la muerte) y añadir sus propios temas, ligados ya a la frontera entre el espacio real y el espacio representado: el mito (y su reverso), el duelo (diversos tipos de duelo), el género cinematográfico como índice temático de la historia de los Estados Unidos (EEUU), la genealogía de la ley más primitiva, la epopeya, la lucha y lo salvaje.

He hecho croquis sobre el significado de los túneles, de los ríos, y de esos mares que, en el bello decir de Hegel, acercan (y no separan) pueblos y lugares; apuntes sobre el Norte en el horizonte ya próximo del deshielo (playas, pues, cargadas de futuro), observaciones sobre el margen, esquemas acerca de los restos no cantables de Paul Celan, por eso (segunda parte del hallazgo), también señalaría que Western podría ser el resultado de la labor de exploradora de Luci Romero (diremos algo de esto después).

Un libro debe respetar (al menos debe conocer bien) su propia jerarquía, es por ello que en el primer frontispicio Romero sitúa convenientemente a John Ford, lo cual sirve a la autora tanto para orientarse sabiamente en el desierto que se dispone a atravesar, como para colocar en lo más alto de este pequeño volumen, su personal perspectiva mitológica, un nido de mitos de la mímesis cinematográfica hilvanado con tres grandes temas que suenan y reverberan hasta la última página: deseo, violencia natural y belleza.

Los emperadores del invierno principia con un ritmo afín al trote de un caballo noble:

“Trazo/el mapa de una aldea fronteriza. /Su núcleo. Su espina. / Sanguínea y ritual, / flota la presencia de esa creencia maldita”.

Y enseguida, Cielo amarillo (un western entre el relato negro típico de W. R. Burnett y La tempestad, el clásico de Shakespeare). Estupenda elección, la del filme de Wellman, para enmarcar, como hace Luci Romero, en un paisaje áspero y desértico, el desbordamiento de las pasiones más salvajes: egoísmo, celos, venganza, afán de poder.

Editorial Delirio
Editorial Delirio

No queda clara, según lo veo, la división de algunos versos (en el libro hay tanto «poesía pura» como prosa poética), pero he disfrutado mucho de la forma escogida para Western: integración equilibrada de recursos (finas metonimias, bellas similicadencias), ampliación del campo semántico de la epopeya del lejano oeste, situaciones en las que los hombres (y las mujeres, concretamente dos muy especiales) se retan con la luna y el paisaje, sabiduría del vaquero y descubrimientos. Descubrimientos en Western, sí, porque al principio de su lectura desconcertante, la belleza de muchos de sus pasajes (otro término benjaminiano para la gran libreta rota), me hizo preguntarme si habría leído algo semejante en otro lugar.

Después de rascarme mucho la cabeza me vinieron a la misma, ecos de aventuras marinas afines al sentimiento de Luci Romero por ese espacio físico, pero también cinematográfico, llamado Western, unos versos de Ana María Moix, en un Epílogo, si no recuerdo mal, de una compilación que principiaba con las Baladas del dulce Jim:

“A Rosy Brown se le hizo un trasplante de corazón y siguió enamorada de Todos los hermanos valientes (…)”.

Me vino a la memoria, por supuesto, los poemas de Edgar Lee Martens; me llegó a las mientes, en la parte indígena del Western, el Deseo de ser piel roja, del más desagradable, y quizás más genial, de los Panero. Sí, temas afines, pero ninguno como los que trata con voz y personalidad propia Luci Romero:

“Un hombre vacila al extender la mano, no quema. Susurra/ que el espacio en tránsito y en esa manera de pronunciar un/ nombre, la parte navegable del espacio se apodera de ellos. / Planicie, esta palabra envuelve un cuerpo”.

Hay, por seguir pensando inútilmente, un interesante poemario de Óscar Aguado, Traducción de los perros de Omaha, pero resultaba muy distinto al de Romero. Había allí, si no recuerdo mal, asesinos de locos y de perros, sheriffs cobardes, buscadores de oro muertos por la espalda justo en el instante en el que daban con la pepita dorada. En el poemario de Romero hay otra cosa, hay, según lo veo, una metafísica, una geografía sentimental, una cartografía afectiva de conflictos y de hechos, que, al contrario de la epopeya griega, no son contados por los otros, sino que los relata el mismo individuo que los realiza. Lo que quiero decir, al fin y al cabo, es que Western, el libro de Luci Romero, es tan rico como absolutamente original. No tiene que ver con los lugares tantas veces transitados de la Far West Fiction de Zane Grey o Louis L’Amour. No sólo huye, la autora, de los escenarios del penny dreadful o de los títulos western-pulp; tampoco tiene el tono de Elmer Keaton, aunque ahí quizás comenzaríamos a acercarnos. Están próximas algunas de sus violentas imágenes, al regreso de la literatura realista del oeste, o mejor, de la literatura en el oeste de Larry McMurtry’s (Lonesome Dove) y Cormac McCarthy (Blood Meridian), ambos de 1985. Es afín también, el libro de Romero, al hermoso tono crepuscular del cine de Sam Peckimpah, a la falta de concesiones a la moral y a la gratificación de El día de los tramposos (There Was a Crooked Man, aquel maravilloso filme de Mankiewicz en el que no había ningún personaje ni bueno, ni grato, ni agradable). Poesía de imágenes nuevas, algunas con gran ritmo, en las que se asoma la vida misma como espacio hostil a la existencia: justicia primitiva, soledad sin marginación, silencio.

Western es, pues, un mapa sentimental (de lirismo salvaje) que surge, precisamente en la amplia intersección entre la disección poética de las emociones humanas (la naturaleza humana, por así decir) y la literatura de la frontera. Una poesía de lo humano escrita en la Montañas Apalaches. La poética sonoridad del castellano de Luci Romero resuena a mitad de un duelo en el cañón del Colorado y en esas coordenadas cartográficas no es fácil, sino difícil, destacar uno u otro poema.  La zona dedicada a El animal salvaje contiene entre anáforas efectivas y aliteraciones casi casuales, denuncias ambiguas, o mejor, descripciones afónicas de la historia, por decirlo con W. G. Sebald (“El hombre transita y la mujer se queda”), antropología (El animal salvaje), endecasílabos memorables (“Un desierto que responde ante tu nombre, / una horda de visitantes ajenos al espectáculo/ la mancha de ser el que resiste.”); hay, por ejemplo, en El reverso del mito ajustes de cuentas, reflexión sobre el determinismo y la fugacidad del ser (Vísperas serán), tragedia (La redención); en Western hay, por lo demás, vigilia, contrariedad, tragedia, malentendidos, hay fuga sobre la tierra desnuda, hay resiliencia (“Rara incursión del ojo en un reloj parado”), incompatibilidad (un tipo de incompatibilidad), tropiezos, pugnas, malentendidos, antagonismo.  A pesar de ser un libro de estilo desbrozado (muy cuidada la elección de los adjetivos), Western casi agota el campo semántico del espacio que ha querido transitar.

Sobre la autora, debo decir que en realidad no estoy seguro de que Luci Romero no haya matado a Liberty Valance (un verso de La caza dice: “Da comienzo la caza, y reconoces que no eres de esos/ niños que antepone las normas al instinto”). La conozco sólo superficialmente, sobre todo en su faceta de librera de gusto exquisito, y no me resulta impensable que no sólo hubiera disparado, sino que fuera precisamente una de sus balas la que acabara con la vida del personaje que interpretaba Lee Marvin en la obra maestra de John Ford. La autora de Autovía del Este y de El Diluvio, obtuvo una vez el premio Voz+Joven de La Casa Encendida, pero, sobre todo, quiero añadir que sé bien que Luci Romero ha leído más de tres veces Moby Dick y sólo por ello tiene, a mí juicio, un aval incontestable y el grado más prestigioso de la formación literaria: el Máster Herman Melville. Luci Romero, poeta melvilliana, conocedora del oscuro lado indio de la naturaleza, regenta, además, armónica en la boca, la librería Bartleby, nombre que no proviene de la categorización literaria de Enrique Vila-Matas (según creo), sino precisamente, del propio autor de El escribiente.

Debemos terminar. A mí, Western me parece un paisaje salvaje e inabarcable, irónicamente enmarcado en la pequeña y delicada Editorial Delirio. Hay lirismo, orgullo y un oscuro romanticismo como un crepúsculo reflejado en los ojos del último de los lobos en regresar con la manada.  El libro debería interesarle también al amante de ese género cinematográfico que tuvo la carga poética más inabarcable, así desfilan en este Western citas memorables de filmes de John Ford, William Wellman, Anthony Mann, Budd Boetticher, Robert Mulligan, Sergio Leone, Burt Kennedy, John Huston, King Vidor, Nicholas Ray, Sam Peckimpah, Henry Hathaway y J. L. Mankiewicz.

Historia del género (reflejo de la propia historia de EE.UU.), itinerancia y tragedia, épica del paisaje, duelos, mitos, epopeyas, huellas, y cielos amarillos, fronteras y desiertos. Luci es, al fin y al cabo, una escritora, pero también una gran exploradora.

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

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