Un año más el Museo del Prado da a luz el resultado de sus cursos anuales de conferencias en forma de actas coeditadas, como viene siendo ya costumbre, por la Fundación Amigos del Museo del Prado y Galaxia Gutenberg-CÃrculo de Lectores. Esta vez fue el turno de Maestros en la sombra, una serie de intervenciones que dio comienzo en octubre de 2012 y se clausuró en febrero de este mismo año. El libro irrumpe rutilante en mitad de un panorama artÃstico marcado por la glaciación editorial en materia de cultura; ya sabemos los tiempos que corren, asà que hemos de celebrar que aún hoy exista ese excedente necesario para alumbrar criaturas de este porte. A la presentación asistieron Miguel Zugaza, Carlos Zurita, Lydia DÃaz y Elvira Lindo. El director del Prado y el presidente de la Fundación celebraron esta nueva entrega ponderando el valor siempre en alza del arte y Lydia DÃaz, directora editorial de CÃrculo de Lectores, se mostró ilusionada con este nuevo proyecto divulgativo. Para Elvira Lindo, por el contrario, no encuentro las palabras precisas que justifiquen su intervención. Francamente y sin mencionar su total ausencia durante el proceso del ciclo de conferencias, su ajenidad respecto de los temas tratados o el carácter de un libro como éste, su presencia –como digo– nos pareció realmente incomprensible. A veces la erosión de la gestión cultural en este paÃs se manifiesta en ejemplos como este, pero… Pelillos a la mar.
Los orÃgenes. Esta aventura comenzó en 1988 cuando Alfonso Pérez Sánchez comandaba la nave del Prado. Años de esplendor académico y económico, para qué negarlo. Unos años más tarde, allá por 1995, y aprovechando el 175º aniversario del museo, se decide congregar a una docena directores provenientes de los más afamados museos de Europa dando el pistoletazo de salida con la primera publicación, Los grandes museos europeos. Desde entonces estas actas se publican y se presentan, año tras año a modo de memoria, como una suerte de recuerdo intemporal. Llegados a este punto no sabemos si el fin del arte es el espacio dentro de los museos, todavÃa no, pero de lo que sà estamos seguros es de que las conferencias terminan siempre coqueteando en forma de artÃculo, y, si se da la circunstancia, como es el caso, de reunir dieciocho voces en un mismo volumen, tendremos en nuestras manos un ejemplar de excepción que testimonia los nombres que han ido desfilando a lo largo de más cuatro meses por el auditorio del Museo del Prado exponiendo distintas facetas relacionadas con los maestros que cobija la pinacoteca.
Francisco Calvo Serraller, director de estos cursos desde hace más de una década, inaugura esta recopilación con El claroscuro de la fama. Le siguen autores como Pilar Silva, Peter Humfrey, Leticia Azcue, David Ekserdjian, Diane Bodart, Teresa Posada, Gabriele Finaldi, Ãngel Aterido o Luis Antonio de Villena, entre otros. Los temas están relacionados con los maestros que el Museo del Prado atesora con recelo, asà desfilan por sus páginas ensayos dedicados a Juan de Flandes, Tiziano, Sebastiano del Piombo, Annibale Caracci, Sofonisba Anguissola, Luis de Morales, il Parmigianino, Elsheimer, Valentin de Boulogne, Guercino, Carreño de Miranda, Claudio Coello, Mariano Salvador Maella o Thorvaldsen.
La fama no es, ni mucho menos, un fenómeno actual. Irrumpirá grosso modo y de manera simultánea al nacimiento de la cultura, algo que temblorosamente podremos situar no mucho antes del siglo VI a.C. y que ha ido transformándose en el tiempo de modo caprichoso. Bien es cierto que la postmodernidad o, vaya usted a saber qué maldita definición de estructuralismo, se ha encargado de tergiversar el sentido de la fortuna y, por ende, de la ilusión de la fama, que ahora, lejos de preponderar la conquista de la intemporalidad, se ha convertido en un producto caduco y sin contenido que fluctúa entre la vanidad y la materialidad reflejo del mundo que nos ha tocado vivir. Ahora bien, este libro indaga sobre todo en su acepción clásica, esa que exalta la trascendencia del tiempo y que Cesare Ripa en 1593 se encargó de codificar en su IconologÃa. Pero hagamos antes un breve contexto.
Las fracturas sociopolÃticas de la Edad Moderna, encarnadas sobre todo en el descubrimiento de América en 1492 y después en la turbulenta Reforma o el intento fallido pero voraz de la Contrarreforma cristiana, siempre dentro del XVI, dieron lugar al nacimiento de dos modelos polÃticos que se mantuvieron firmes hasta prácticamente la Revolución Francesa y Diderot, el imperial (España), basado en la idea de dominio hegemónico, y el imperialista (Reino Unido, PaÃses Bajos), basado por encima de todo en la explotación de sus recursos comerciales. Es la era de las transacciones, de las grandes exportaciones de especies, de la incipiente contabilidad o del origen de las bancas privadas tal y como las conocemos hoy (quizás con algunas diferencias sustanciales, dados los tiempos que corren, qué tonterÃa).
Todas estas transformaciones alumbraron lo que hoy conocemos como mundo moderno, y el arte, evidentemente, quedó reflejado en el prolÃfico uso del claroscuro ya no sólo como técnica, sino como método de conocimiento: una vÃa perfecta de canalización de la sabidurÃa artÃstica que fue viajando en el tiempo ganando asà en sutileza a medida que el contexto lo demandaba. En la tradición de la pintura, el uso homogéneo de la luz se habÃa impuesto en detrimento de las sombras, siempre a través de una luz de mediodÃa que no dejaba espacio a la duda (el claroscuro, leámoslo asÃ).
Ahora con la asunción del hombre como artÃfice de su propio destino, algo que rayaba en lo herético pero que la naturaleza se encargó de afianzar sólidamente, asistimos a la ruptura total de la intemporalidad para dar lugar a esa duda, el fenómeno de la temporalidad, que ponÃa en tela de juicio todo acontecimiento proveniente, por lo general, del dogma religioso. Eso sÃ, la religiosidad no se perderá, tan solo adoptará la forma de un nuevo paradigma: si antes era la idea, ahora es la imagen. En este sentido, el claroscuro afirma la duda cartesiana como una interfaz de la verdad, que no es otra cosa que una transformación pactada sobre una visión peculiar o novedosa del mundo. No podrÃa expresarlo mejor que Calvo Serraller: “Nos adentramos en el reino de lo inestable, de lo oportuno, de lo negociable, de lo circunstancial; en suma: de, en efecto, lo moderno.â€
Maestros en la sombra propone, además de un recorrido por las colecciones del Museo del Prado a través de varios ejemplos oportunos con los que profundizar en sus obras maestras -¿cuáles no lo son?-, una breve historia del gusto. Rebasado ya por tanto el arco cronológico que habÃa propuesto George Dickie, por citar alguna referencia señera, en El siglo del gusto cuya lectura se ceñÃa exclusivamente al siglo XVIII, esta odisea en forma de libro permite transitar desde el oscurantista pasado gótico español de finales del XV con Juan de Flandes (y digo oscurantista porque al otro lado del Mediterráneo florecÃan los primeros pétalos del Renacimiento italiano) hasta la mágica ensoñación filohelénica de Thorvaldsen o la pintura decadentista, en plena vorágine decimonónica, de un artista como Alma Tadema.
Queda claro que correr y recorrer los caminos del arte o la pintura nunca es suficiente, o suficiente no es bastante. Quién sabe si la anécdota recogida por Plinio el Viejo en su Naturalis historiae sobre la hija de Butades y el nacimiento de la pintura no sea cierta. Lo que sabemos es que podremos seguir confabulando sobre la poesÃa, la verdad, la fama o la fortuna, pero jamás hacerlo sin memoria, asà que ha llegado la hora de sacarle lustre a la sombra para que la silueta del arte, quién sabe si de un amado o una dulce dama, engalane de luces nuestra modesta sabidurÃa del mundo.
Mi completo desacuerdo con el «oscurantismo» de que aquà se habla. La Edad Media fue mucho más compleja y rica que el tópico al que suele reducÃrsela, y en el que se cae aquà sin paliativos.
Por lo demás, y según esas cuentas, no era sólo España la «oscurantista»; la influencia del Renacimiento italiano en España no es más tardÃa que en la generalidad de la Europa del tiempo, y sà en cambio mucho más temprana que en Inglaterra, que según esas cuentas serÃa la «oscuridad» completa. Copio de la wikipedia: «En Inglaterra, a pesar de la llegada de artistas continentales (Holbein el Joven, Girolamo de Treviso) el predominio de la tradición gótica local (estilo Tudor) retrasó el Renacimiento inglés hasta finales del siglo XVI».
En fin, conviene no dejarse llevar por tópicos tan falsos como superados, o que debieran estarlo a estas alturas.