Alberto Olmos | Foto: Julia Córdoba

Manifiesto de amor

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Alberto Olmos | Foto: Julia Córdoba
Alberto Olmos | Foto: Julia Córdoba

Quizá Alabanza (Literatura Random House) no acabe siendo la novela de este año 2014, y acaso no lo será de forma oficial –avalada por la crítica, confirmada por los premios, refrendada por sus ventas. Lo que sí resultará difícil es que con el paso del tiempo este libro no se convierta en una de las referencias de la narrativa española de las primeras décadas del siglo XXI, y, por tanto, esta crítica no aspirará más que albergar los porqués de ese presagio, las razones que la distancian del resto.

En una lectura superficial, la última novela de Alberto Olmos versa sobre la historia de amor entre dos personajes, Sebastian y Claudia, aunque esta formal apariencia encuentra su correspondencia con un estado más profundo, que pone en cuestión el sentido tanto de la literatura como de la propia vida, entendiendo a ambos como márgenes que contienen la realidad y el devenir de las personas. Alabanza en su estructura formal se divide en tres partes –Broma, Prejuicio y Mentira– con una introducción a modo de prólogo –La ida-, y su correspondiente epílogo que le da cierre –La vuelta.

Literatura Random House
Literatura Random House

En la Broma se presenta a los personajes principales del relato y se narra el contexto distópico en el que se encuentran: verano de 2019, año en el que ha muerto la «Literatura Tal y Como Se Conocía hasta el año 2013». Sebastian Bel, escritor de éxito por un best-seller, viaja a un pueblo casi abandonado con su actual pareja, Claudia, con el objetivo de escribir su nueva obra. En ella pretende regresar al cuento, creando una colección de relatos que bajo el título de Las amadas permita su reencuentro con la literatura tal como la entendió y practicó en su origen: una expresión artística del sentido y la angustia del ser humano al margen de los intereses y mecanismos del mercado, liberada de artificio. En esta parte, y a través de la relación que mantienen ambos personajes que casi no comparten espacios, la novela expresará las limitaciones del escritor para conseguir el objetivo citado, y la facilidad con que la vida llega a revelar ese sentido. Mientras Sebastian se encuentra en una situación creativa estéril, intentando rescatar de historias de amor pasadas, y a través de juegos formales, el germen de lo literario, Claudia se entrega a la vida del pueblo, a sus quehaceres y a su conocimiento, revelando una actitud más proclive a intuir lo inaudito en lo cotidiano, siendo ella misma la creadora y cohesionadora de una ficción que da sentido a la experiencia que ahora padecen.

Al final de la Broma, Sebastian entenderá que el hecho literario no es solo cuestión de «una habitación propia», ni de un juego formalista de parámetros, ritmos y rimas de vocales combinadas. Comprenderá que la literatura emerge en otro lado, más allá de la constricción, que nace de las fisuras, de una desviación en la vida, que expresa su correspondencia con el amor que sobrelleva y se muestra como una ficción. La recreación de una mentira que revela la necesidad ínsita en nosotros mismos mejor que cualquier otra certeza: «No estoy enamorado de ti», inicio y condensación del sentido de la novela que se repetirá como un mantra.

En su segunda parte, Prejuicio, Sebastian abandona el espacio interior de la casa para adentrarse en el pueblo en la búsqueda de Claudia, motor de su periplo y objeto de la que conseguirá ser su primera nueva pieza escrita. Durante este trayecto, el personaje se enfrenta al paisaje rural, y a través de esta confrontación conoceremos sus orígenes. En la construcción de este capítulo confluyen diferentes elementos que la convierten en la más emotiva, ofreciendo mayor espacio al lector como partícipe del sentido del relato, mostrando un superior alcance literario. Por un lado, el texto de la travesía de Sebastian por el pueblo rezuma tintes de la literatura romántica, en la medida en que se establecen una serie de correspondencias entre el paisaje y el personaje que construyen su identidad y manifiestan su estado emocional.

Por otra parte, la construcción de este personaje en su periplo revela una notoria esencia literaria en un doble sentido: en primer lugar, porque su condición como Sebastian proviene de una invención, la construcción de una ficción sobre otra experiencia oculta; en segundo lugar, porque ese deseo y anhelo de ser distinto, de escapismo de una realidad de provincias, remite a otros personajes literarios que a su vez conectan con otros anteriores, en los que la literatura supone una válvula de escape a la mediocridad del mundo que habitan. Por último, hay una manifiesta intención de dotar de contemporaneidad al relato con un prurito posmoderno que, a través de elementos de la cultura popular, describe el imaginario colectivo de toda una generación que será origen y destino de la nueva identidad del personaje. En algún momento alguien podría decir que Prejuicio establece conexiones con cierta narrativa española actual que dirige su mirada a lo rural, a lo rústico y agreste, con un hecho trágico que marca y determina el desarrollo de un personaje. Pero ni siquiera diré nombres porque son sensaciones vagas, débiles conexiones, y no es mi propósito desorientar al lector con ellas porque la dirección que toma esta novela se dirige hacia otros derroteros de mayor calado.

Por último, Mentira, tercera parte del libro, supone el relato de ascensión y caída de Sebastian en el mundo de la «Literatura Tal y Como Se Conocía hasta 2013». Los primeros capítulos se relatan con un tono realista, que podría conectar con algunas manifestaciones de la novela social actual, y narran el paso del personaje por su particular vía crucis, propio del escritor contemporáneo: escribiente de textos por favores y nacimiento de las ínfulas de artista, participación en concursos auspiciados por instituciones y administraciones públicas, editoriales independientes y contratos por cuatro duros, la admisión de entrada en otras de renombre bajo el membrete de calidad en las letras y nuevos contratos precarios, la crítica complaciente con el escritor maldito y no leído, hasta la llegada del best-seller y el éxito traducido con cócteles y ventas, y su negación y muerte por parte de la crítica. Este paso por los infiernos del personaje supone un cambio de ritmo y tono narrativo en la obra que si bien cobra sentido y pertinencia desde la función de crítica, encuentra menor acomodo en el lector que junto a Olmos ha ido construyendo hasta ahora el relato. Tras este peregrinaje, Sebastian concluirá con que “Los lectores eran lo único puro del sistema literario”. A partir de aquí, los capítulos finales de Mentira, y también del libro, manifiestan ya de forma explícita el sentido de mayor profundidad de la novela:

– ¿Qué significa leer?

– Nada –contestó Sebastian-. Como vivir.

El relato en este punto alcanza una función plenamente alegórica, auspiciada por la creación de otro cuento, en otro nuevo sistema de correspondencias. En él, la literatura y la vida se manifiestan no como realidades antagónicas, sino como un sistema de equivalencias que establecen los márgenes en los que se contiene la experiencia de sus personajes, cuya insignificante trascendencia no es más que la manifestación de su perpetua necesidad e importancia. La aparente historia de amor entre Sebastian y Claudia de la que partía la novela, se convierte en una historia de amor por recuperar la esencia de la literatura, que dirime hacia su hecho fundacional, el amor en la relación entre el lector, el escritor y la obra:

Le debía tanto a la literatura como para considerar que también había escrito aquello en su honor, las treinta y dos mil palabras; pero no como responso o un homenaje privado –eran él y ella y cuarenta y siete mil folios sobre una mesa-, sino como alabanza. En sus vidas, la literatura seguía teniendo un sitio aunque fuera un «invento viejo».

Y es aquí donde Alberto Olmos manifiesta esa acaso, demos licencia a otros lectores y al tiempo, grandeza en la novela: en la confluencia de estilos y relatos, y la amalgama de realidades que dibujan la complejidad del mundo a través de su escritura; en el juego metaliterario que sumerge al lector desde la complejidad hasta la esencia propia de la literatura mientras lo hace participe; en la expresión de las necesidades que manifestamos, ficciones en la mayoría de los casos; en la necesidad de la crítica bajo el criterio de recuperar la esencia; y en la constatación de que cuando todo caiga, seguirán existiendo las personas y las letras, correspondencias del amor y la literatura, que seguirán colándose por otras grietas y darán posibilidad a otro encuentro, y con él la esperanza de una salvación posible.

La literatura podía estar muerta, pero la necesidad de su consuelo permanecía.

Daniel López

Daniel López García (Sevilla, 1980) es periodista y escritor. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Literatura General y Comparada por la Universidad de Sevilla, actualmente, trabaja en su proyecto de tesis en estudios comparados de literatura dentro del programa de Literatura Española y Teoría de la Literatura también de la Universidad de Sevilla. Su proyecto está centrado en el estudio comparado de la literatura dramática de mitad del siglo XX en EEUU y el teatro español actual. Ha participado en varios congresos internacionales de literatura como ponente y ejerce la crítica literaria en diversos medios. Es miembro del colectivo de escritores Cinco en breve.

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