Leer poemas como quien pasea contemplando obras de arte a su paso: eso es lo que propone MartÃn López-Vega en su GalerÃa de arte primitivo (Mixtura, 2022), en la que la cuidada edición, incluyendo la preciosa ilustración de portada, ayudan a generar la atmósfera reposada de las salas de un museo. Esta antologÃa ha sido realizada, según se nos cuenta, desde el capricho, escogiendo poesÃas que vienen desde diferentes tiempos históricos y de los más diversos lugares: desde la Grecia Clásica hasta las tradiciones milenarias de China o de Japón; pasando por versos de la India a culturas de Ãfrica, América del Norte u OceanÃa. Pero López-Vega no es un simple comisario sino que se transforma en un médium que a la hora de traducir busca, sobre todo, aprender lo máximo del original, y convertirse asà en autor de cada palabra, porque «traducir un poema es escribir un poema». Veamos que nos ofrece.
La primera parte de este libro-museo son los Cantos a la orilla del agua. RaÃces de poesÃa primitiva. En ella nos encontraremos con distintas versiones sobre el origen de la humanidad, o de la importancia que, entre otros, los maorÃes de Nueva Zelanda otorgan a la palabra: «La palabra fructificó;/habitaba el centelleo frágil;/ de ella surgió la noche:/ la gran noche, la noche larga». También con temas que no nos son para nada ajenos, tales como el dolor de la separación entre enamorados, el lamento de quién ha tenido que partir de su tierra, o las bondades de la amistad o el amor, tal y como hacen los bosquimanos de Ãfrica del sur: «DeberÃamos tú y yo/, que cuando estamos juntos/ somos criaturas celestes/, no caminar sino por el cielo». Entre ellos, hallaremos las lecciones de vida de los esquimales para cuando nos sintamos a la deriva: «Solo una cosa importa en el mundo: vivir para ver, desde la propia cabaña o en viaje, el gran dÃa que amanece, la gran luz que ilumina el mundo». Y aprenderemos de la naturaleza, del mundo animal, de la vida social, de la soledad, del encuentro inevitable con la muerte, o de lo fugaz de la existencia humana. Los aztecas de México nos dicen: «No es para siempre esta tierra/Nuestra vida es un instante de jade, un breve camino de oro, el vuelo secreto de un colorido quetzal».
Y en ese tránsito, la segunda sala nos lleva a Tinta China. Versiones del Cuaderno del Palacio de Verano. Dentro de sus estancias escucharemos los lamentos de la princesa Si-kiun al tener que dejar su hogar; o el sufrimiento amoroso de Fu Hinan: «En otro tiempo/ tú y yo éramos como oro en cuarzo, sin manchas ni imperfecciones./Ahora cuando estamos juntos somos como estrellas cuyo esplendor se apagó hace mucho». Otros cantos anónimos nos aguardan en la madrugada: «Noche sin fin/No puedo dormir/La luna brilla en el cielo/. Lejos, de muy dentro de la noche,/oigo una voz que me llama/Esperanzado respondo: «Sû». Siguiendo esa voz llegaremos hasta la siguiente sala, Bebiendo solo bajo la luna, aderezada con poemas de Li Bai. Pero, ¿quién es este tal Li Bai?: «Soy el ermitaño del loto azul, el inmortal desterrado/Mi nombre lleva treinta años yendo de taberna en taberna./Consejero militar, ¿quieres saber quién es Li Bai?/Soy la próxima reencarnación del Buda de la semilla dorada». De su mano contemplaremos pinturas, escucharemos la cÃtara, admiraremos a cortesanas y los ojos de las muchachas de Yueh, pasearemos junto con amigos, y disfrutaremos de la soledad de la montaña, pero sobre todo, beberemos, solos o en compañÃa: «Bebemos juntos entre las flores silvestres una copa, y otra, y una más, y la penúltima…./Estoy ebrio y quiero irme a dormir. Puedes marcharte;/regresa mañana temprano si quieres con tu cÃtara».
Tras despedirnos de Li Bai observaremos las Lunas de Papel, que conforman a su vez un Abanico de poesÃa japonesa, con poemas de tránsito desde la vida a la muerte, que también nos adentrarán en los claroscuros que se solapan entre el sueño y la realidad: «Al caer la noche, uno puede discernir/ qué es sueño, y qué realidad. /Las flores que se dispersan/bajo la luz de la luna/ no son de este mundo». El amor también forma parte de ese limbo («Tal vez estar contigo en el sueño/ sea menos real,/ pero estar contigo/ en la realidad no es menos sueño»), que no es sino parte de un largo camino («Pronto comenzará el viaje que me lleve/ de una oscuridad a otra/. Luna de la montaña, vieja amiga,/ ilumina el camino que ante mà se abre»), o de una oscura travesÃa («Nuestra vida/ es como una barca que desaparece/ al caer la tarde,/ cuya estela no tarda en borrarse».)
A continuación, nos hallaremos ante Una casa sin paredes, construida con poemas de la India: «El universo es una casa sin paredes./Los colores que creemos ver en el cielo /no son sino obra de un maestro ilusionista llamado Ignorancia». Aunque esta no podrá impedir que encontremos cobijo en el amor: «Entrégate a todo amor, hermosa joven,/pues huye dÃa a dÃa la juventud./¿Quieres pagar mayor tributo a la muerte/que el que ella misma se cobrará cuando te desnude?» Ni tampoco en Los dones de las musas, último recinto habitado por poemas de la Grecia Clásica, en el que nos hallaremos frente a Safo: «Es un mal la muerte/y asà lo deben de pensar también los dioses;/o ya estarÃan muertos/ hace mucho, mucho tiempo…». Aunque si de la muerte no se puede escapar, tampoco es posible hacerlo del amor: «Deseas huir de Eros./ ¡Vanas palabras!/Andando no se huye/ de un dios alado que nos persigue sin tregua».
MartÃn López-Vega se considera un «bibliotecario del azar», pero no da la sensación de que los poemas de este volumen hayan sido agrupados por casualidad. Porque se desprende de ellos una sabidurÃa común al ser humano, que comparte no solo las miserias de la vida más mundana, sino también sus placeres y sus anhelos más profundos y espirituales. Quizá sea porque «la existencia humana es una peligrosa travesÃa» en la que se avanza, desde un origen, hacia un mismo destino. Y asÃ, la conciencia compartida de ese final hace que los versos de esta GalerÃa de arte primitivo parezcan formar parte, más bien, de todo un museo de arte universal.
Nos acerca y enseña los sentimientos de otros a los que antes de leer estas poesÃas sentÃamos ajenos y extraños y ahora se convierten en iguales gracias a la belleza y el arte.
Rosauro nos muestra aprovechando la exposición, que existe arte y poesÃa, y de la buena, más allá de nuestro propio mundo.