Atrapado entre las paredes de un aula, con las rodillas apretadas bajo un pupitre que resultaba demasiado enano para un adolescente de quince años, mientras uno pensaba en la próxima forma en que iba a enamorarse el profesor de lengua y literatura le dictaba que escribir, lo que se dice escribir, es algo que se hace con palabras. Asà fue como nos enseñaron a confundir los análisis de texto con la crÃtica literaria y la buena redacción con el uso inmisericorde de sinónimos. Como si en nuestro idioma existieran los sinónimos. Asà fue como, por desdicha, nos hicieron creer que un texto era mejor si utilizaba más cantidad de palabras del diccionario. Y no si utilizaba las precisas, las que se ajustaban a lo que uno querÃa contar. ¿Lo que uno quiere contar? SÃ, si eso existe, lo que pretende el texto, eso quiere decir que se escribe con ideas o con intenciones. Mientras a los adolescentes enamorados les obligaban a leer La Celestina o a PÃo Baroja, por las librerÃas circulaban los libros de Thomas Bernhard rompiendo definitivamente con cualquier tradición narrativa. Pero Bernhard no pudo existir sin que previamente existiera Al faro, Orlando y casi toda la producción de Virginia Woolf. Fue ella la que nos enseñó que los sucesos de una novela no tienen por qué suceder sobre un escenario. Pueden suceder dentro de la cabeza siempre y cuando tengamos en cuenta que en la cabeza existen acontecimientos que no son razones. Dicho de otra manera, Toni Montesinos (Barcelona, 1972) sabe que se puede escribir una novela en la que los sucesos están en las emociones.
Y las emociones se caracterizan por la necesidad de movimiento. Y donde resulta más sencillo reconocerlas es en los enamoramientos adolescentes. Como el que da pie a esta novela, Hildur, en la que un epiléptico con trastorno obsesivo compulsivo se enamora de una chica hipersensible que vive en el limbo. Ambos son producto de la sublimación de unos padres que han pretendido que triunfen allà donde ellos no pudieron destacar, en el mundo de la música clásica, ella con el violÃn, él con el piano. De tal modo que lo primero que reconocemos es que la música sustituye a la acción y al diálogo. Montesinos construye una novela sobre los cimientos de un oÃdo y consigue que suene igual de bien a lo largo de las más de trescientas páginas, para que nuestra atención no decaiga. Da la impresión de tratarse de una novela de flujo de conciencia, pero el narrador no solo es omnisciente, sino que tiene hasta nombre: Toni Montesinos. El tipo que está obsesionado a su vez con las emociones, hasta llevarlas a una forma barroca que nos transmite horror cuando hay horror o deseo cuando hay deseo.
Hans y Hildur, el chico y la chica que comienzan protagonizando la novela, perciben todas las sensaciones, tienen los cinco sentidos bien tiernos. De ahà que vivan con ilusión y con temor. Con fragilidad. Esas sensaciones se quedan en la piel, en los ojos, en los oÃdos y allÃ, ensimismadas, dan pie a la prosa narcisista, sin que se trate de un adjetivo peyorativo, con que está escrita la obra, una prosa que busca belleza sin caer en amaneramientos. Es entonces cuando se fraguan las emociones. Si Toni Montesinos hubiera seguido indagando en ese espectro, habrÃa llegado a un terreno complejo, pues una vez que las emociones pasan por el cerebro, por la memoria y por la razón, brotan los sentimientos. Y escribir sobre los sentimientos como él hace sobre las emociones es algo que no ha conseguido ni siquiera alguno de los referentes que aparecen como lectura de Hildur: Dante, Ovidio, Séneca. En ellos se refugia Hildur tras una tragedia que la enjaula en sus emociones y la lleva a buscar la vida al aire libre. A todo esto, debemos decir que Hildur vive en Islandia, un paÃs donde cuando hay dÃa o noche, y cuando hay dÃa son meses de sol horizontal sobre un paÃs desarbolado pero enigmático: en el frÃo siempre quedan cosas por descubrir.
Este personaje, esta mujer, Hildur, que se esconde como un caracol en su concha, elige la intimidad para volverse loca. La alternativa serÃa afrontar el terror y morir. Y asà es como por primera vez en su vida sale de su casa, de la protección de sus progenitores, convencida del mito de Thoreau y Walden, de que en el exterior encontrará el equilibrio y ese equilibrio la hará feliz. Pero felicidad y equilibrio son cosas diferentes, son emociones diferentes. Para ser feliz, conviene desequilibrarse unos minutos cada dÃa, sentir rabia o tristeza, sin ir más lejos. Algo de lo que Hildur reniega. O, por decirlo con precisión, algo de lo que Hildur está renegando, pues la novela está escrita en presente para presentarnos la conciencia de la protagonista como algo que nos está sucediendo a la vez que a ella. No es una novela realista, pero sà trata sobre los afectos de la realidad. Por eso tiene que devenir, en algún momento, en una novela de fantasmas. Porque los fantasmas son esas emociones que nos sobrepasan, que nos impiden distinguir qué es verdad y qué es locura. Aunque la locura puede contener mucha verdad. Sin ir más lejos, no existe diferencia entre estar enamorado y creer que uno está enamorado. En cualquiera de los dos casos uno anhela hacer fÃsicos los deseos. De eso es de lo que trata esta obra, ese es el gran esfuerzo de Montesinos, en el que saca una nota alta: consigue que acompañemos a Hildur en sus emociones, en sus deseos, en sus miedos.