Mr. Perfumme | Foto: Che Books

La posmodernidad paródica

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Mr. Perfumme | Foto: Che Books

En lo que afecta al arte y a la literatura (y en general en lo que tiene que ver con la cultura), y de acuerdo con Fredric Jameson, Gianni Vattimo y la mayoría de teóricos de la posmodernidad, lo que caracteriza al posmodernismo, entre otros rasgos, es el desvanecimiento de la antigua frontera entre la cultura de élite y la llamada cultura comercial o de masas, así como la emergencia de nuevo cuño, imbuida de las formas, categorías y contenidos de esa industria de la cultura tan apasionadamente denunciada por todos los ideólogos de lo moderno, desde Leavis y la “nueva crítica americana” hasta Adorno y la escuela de Fráncfort.

Para Vattimo, la desaparición de los modelos coloniales en la primera mitad del siglo XX trajo consigo tanto el desmembramiento del etnocentrismo como epítome cultural de la hegemonía europea como la aparición de los mass media en la sociedad occidental. Con la expansión de los medios de comunicación de masas la propuesta histórica de sentido unitario de la modernidad se diluye en una vorágine de realidades y en un caos de verdades. En medio de ese caos, los primeros escritores posmodernos se vieron tan afectados como compelidos por un erial relegado, un paisaje degradado, feísta, kitsch de series televisivas y cultura de las películas de Hollywood de serie B, de la llamada paraliteratura, de la biografía popular, la novela negra, fantástica o de ficción científica: “materiales que ya no se limitan a ‘citar’ simplemente, como habrían hecho Joyce o Mahler, sino que incorporan a su propia esencia”.

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Materiales incorporados a su misma esencia, y, sin embargo, el posmodernismo literario (inabarcable, irreducible y vasto) fue –lo sabemos hoy cuando tenemos suficiente perspectiva temporal– un estilo muy abierto. Más acá del éxito mundial de la literatura de la infinita broma de Foster Wallace o del cine de Lynch y Tarantino y más allá del éxito en España, en la primera década del siglo XXI de propuestas (algunas muy coyunturales) del tipo de las de Jorge Carrión, Eloy Fernández-Porta, Vicente Luis Mora, el Nocilla dream de Agustín Fernández Mallo y una larga serie de escritores más o menos incómodos con la etiqueta afterpop, lo cierto es que el posmodernismo cultural –en lo que toca al cine y a la literatura– tiene un anclaje más largo y profundo que cabría remontar espiritualmente en la necesidad que tiene toda generación de fagocitar su propio pasado y, materialmente, en el momento post-bélico en el que irrumpe, a modo de una droga anestésica y lúdica, el new american way of life. Supuso entonces –en EEUU en los años 50, en España a partir de los años 70– tanto una negación como una re-afirmación imaginativa de los elementos sustantivos del paradigma precedente, tanto el reniego de algunos presupuestos implícitos de una fórmula súbitamente envejecida como la celebración de la experimentación en tanto que búsqueda de la singularidad de la estructura narrativa, una empresa –si lo vemos así de amplia–  tantas veces iniciada y re-iniciada en la larga historia de la literatura. Décadas más tarde, el afterpop si no estaba periclitado, sí había perdido su capacidad de sorpresa. ¿Cómo sorprender cuando la originalidad comienza dilapidar su pátina trasgresora? ¿Cómo resultar original, provocador y divertido sin renunciar al fabuloso potencial del carnaval de géneros y referencias que había traído la postmodernidad?

Creo que es sobre esas coordenadas abiertas, interrogativas, vitales, generacionales, coyunturales, contradictorias y lúdicas donde cabría situar Saber matar (Che Books, 2018) el último artefacto novelesco del escritor y músico Mr. Perfumme, que es en realidad Paul Smithee, que es en realidad Igor Petrovich, que es en realidad David Pascual. Mr. Perfumme —por ceñirnos al nombre que figura como autor del quinto volumen de la colección de novela breve Che Books de la editorial Contrabando que dirige en Valencia, Manuel Turégano— ha publicado los libros de relatos El Satélite Ruso (Ediciones Encendidas 2011), Eso Fue Lo Que Pasó (Malatesta 2015) y Una pequeña llama en mitad de un terrible incendio (Chebooks, 2017). Mr. Perfumme ha escrito y codirigido las obras de teatro Una Pequeña Historia de Dolor y El Brazo Partido; colabora en la revista hispano-francesa Disparates, Slam Valencia y Valencia Spoken Word. Su última publicación lleva por título Zukerberg. Una biografía oficial, la ha firmado junto al colectivo literario Hotel Postmoderno (esto es, probablemente con Alberto Blandina, Maxi Villaroya, Kike Parra y David Barberá–) y acaba de salir a la luz en una línea específica de los mencionados Che Books: Freaks i Music. Mr. Perfumme también ejerce de coeditor en Ediciones Motocobra.

Efectivamente, Saber matar, se sitúa, dispara sus balas, o mejor, se carga en las coordenadas de una tradición posmoderna que ha crecido lo suficiente como para generar su propia parodia y el imperecedero impulso por la experimentación (que en un sentido muy amplio iría de Sterne a Willam Gaddis o Brion Gysin). En lo que toca al primer eje, Saber matar es una mezcla de géneros delirante que sabe moverse alegremente entre el homenaje inconsciente y la parodia, o mejor –de acuerdo con Jameson– entre el vértigo del vacío y el pastiche más deliberado. Y la sensación que pronto tiene el lector es que lo que va a leer es –en el mejor sentido de la expresión– auténtico. La autenticidad remite al autor y la narración de Mr. Perfumme es, ante todo, el reflejo de un tipo inteligente y rápido caracterizado por una enorme sensibilidad. Inteligencia de la sensibilidad, o al revés. Si se mezclan bien la diversión está garantizada. El libro juega y se ríe con tonos y voces de la novela muy dispares que se interrumpen unas a otras de forma desvergonzada, desde la crónica de sucesos a los ecos electivos de las ilustraciones de Daniel Clowes, desde el maquillaje contracultural de Nan Goldin al clásico narrador en primera persona (una voz femenina) que evoca tanto la serie negra de Chester Himes como las peripecias marciales de mujeres letales de Thomas Pynchon (del Vineland, especialmente). En Saber matar confluye el pathos de los Natural Born Killers de Oliver Stone y el anime. Hay texturas de Cormac McCarthy, hay manga. Hay esa estructura no lineal, con saltos temporales y finalmente circular que impuso el clásico Pulp Fiction de Tarantino; hay western, hay tráiler de poesía pastoril y hay elegía por esa desgracia colectiva que fue la crisis financiera de 2008 y su lamentable gestión política neoliberal.

Creo que es posible decir del estilo posmoderno que en él, el cuestionamiento es al fondo lo que a la forma la fragmentación. Y respecto a ese fondo, el autor coloca al reseñista en un brete muy complejo. El libro se abre con un doble frontispicio dedicado a Éric Cantona (el estupendo jugador del Manchester United que propinó una patada voladora a un exaltado seguidor del Crystal Palace) y a Rodrigo Rato, otrora aplaudido Ministro de Economía y celebérrimo banquero, hoy en prisión. El delirante diálogo de dos sexagenarias antes de tener un inoportuno accidente de coche abre el círculo de encuentros, búsquedas y coincidencias (¿coincidencias del tipo de las que Robert Altman hiló con la tela de Raymond Carver? No, de las otras) que tiene a Curro, la mascota de la Exposición Universal de Sevilla de 1992 (extraño híbrido con pico faliforme) como misterioso actor y primum mobile de una trama de referencias oscuras entre el cine porno gay alemán y el neo-noir del danés Nicolas Winding Refn. Reconocibles clichés con patas, cigarros y deseos de redención, Clifford y Palmotti, kárate y muay thai, Mashamune Otomo y ULTRABOT, Moto y Cobra – improbables trasuntos del autor y la estupenda artista María Bastarós– algunos youtubers, teoría del poliamor y Pablo und Destruktion. Los personajes convocados por los distintos zooms de Mr. Perfumme rabian, sufren y aman cuando, de repente, los pasajes dedicados al camino emprendido por Pablo y Otom y el intercambio epistolar entre lectores y editores de la revista Fishing and Life dan paso a una serie de planos y contraplanos, diálogos y voces interiores del estilo del Saunders más desbocado, a un nuevo giro de cámara y a un nuevo giro de una trama ya bastante enloquecida (para mal, pero sobre todo, para bien) proyectada como extraña sombra sobre un fondo semejante a las más inquietantes fotografías del americano Gregory Crewdson y en la que ya pueden deambular abiertamente Santa Teresa, super-robots, logias de millonarios, loosers de las urbes post-industriales, Tortugas Ninja, ascetas de las barbacoas, Aleister Crowly, Dostoiostas (o, qué hermoso nombre: Kyle), ganadores del concurso de karaoke del Hotel Benidorm y nostálgicas nonatas de Patty Smith.

“El tiempo fue pasando y la pátina de normalidad que otorga cotidianidad a las cosas elimino la excepcionalidad de nuestro día a día y con ello las medidas emocionales extraordinarias, devolviéndonos, poco a poco a una especie de sensación de estabilidad […] Pasaban los días y parecía que el musgo y la maleza crecían alrededor de la bomba integrando su forma bélica en el jardín de nuestras vivencias. Y mientras esto pasaba, silenciosamente, como una de esas orugas en los árboles –y esto es algo que no le he contado a nadie–, un pequeño pensamiento se hacía fuerte en mi cabeza. Crecía escondido y se volvía robusto hasta el punto de que, si bien nunca llegaría a materializarse, nunca iba ya a abandonar su pequeña parcela acuartelada en mi cerebro. Hay cosas de las que no se habla jamás. Con nadie. Y probablemente sea mejor así.”

Como sucedía con las novelas de estética posmoderna de Manuel Vilas (Aire nuestro, o, sobre todo, Los inmortales) el resultado también refleja la adaptación hispana de una serie de mitos de la cultura de masas tamizados por referentes de la lengua de Don Quijote. Como exponente de un tipo muy específico de literatura, Sabe matar traza sus propios puentes entre cultura pasada, presente y futura, por ello, hay algo del Beat de Diane di Prima, del cine de Todd Solonz, de la fotografía de Cindy Sherman, pero también de la soledad pictórica de Edward Hooper.

Sobre la igualación de la alta cultura y la cultura pop se han dicho muchas mentiras, desaciertos y peor aún muchas inexactitudes y no es mi intención comenzar el nuevo año cayendo en algunas de ellas. Saber matar, es una escopeta festiva, libre y divertaria, de profundidad condensada, salvaje pero bien organizada. Llama pronto la atención lo bien hilvanada que está la historia, esto es, la unidad de materiales misceláneos.

Personalmente, la mayor parte de mi vida la he pasado alineado políticamente con la moderna posición de Habermas: la modernidad (con su tríada de valores: igualdad, libertad y solidaridad) no es un proyecto fracasado sino inacabado. Tampoco comparto el relativismo moral ni las patologías de la capacidad de juzgar propias del último estadio de la posmodernidad. Pero, en relación con esos prejuicios, creo que Saber matar tiene la forma de la posmodernidad llevada a un límite, aunque en el fondo sigue siendo una obra de aliento post-humanista y social.

En definitiva, me ha gustado Saber matar porque a mí me gusta sobre todo que el arte y la literatura tengan capacidad de sorpresa, originalidad, sensibilidad e inteligencia. Entre la parodia postmoderna y cierto orden de cosas llevado a un límite, entre la crónica bizarra y la burla epocal, el autor ha sabido divertirse y divertir, pero también mostrarse humano y tierno (es posible barruntar que al otro lado de la página escribe un hombre feliz y enamorado). Mr. Perfumme ha conseguido también bordear el precipicio de las dinámicas de la verosimilitud circulando a 120 por hora. Quizás por ello, en el vértigo de estas desternillantes páginas hay cierto descontrol o algún pasaje descuidado, que no nos ha quedado claro si es accidente de circulación o intención del autor. David Pascual Huertas constituye, en todo caso, una estupenda punta de lanza de las nuevas referencias poliestilistas (y no solo de las freaks and musics) de esta pequeña y joven editorial.

Popurrí lúcido, inventiva levantina, hipóstasis del amor, fe de sucesos reales pero increíbles como la desconcertante mascota que diseñó para el festi-kitsch de Sevilla, Heinz Edelmann (Stuttgart/Ámsterdam), rosario de situaciones delirantes, frenesí de un místico mundano, diálogos arrebatados, imaginación calenturienta, hostias afiebradas, fanáticos de la cultura sin etiquetas, pensamientos extáticos, perspectivas desmitificadoras de la desmitificación, creatividad muy libérrima que apunta también a la cirugía sin anestesia de las claves posmodernas, humor dislocado, teatro del absurdo y novela pop.

La posmodernidad misma debe ser, según lo veo, desacralizada. Y algo de ese ánimo veo en la convergencia que Saber matar encuentra entre la narración más enloquecida y el reality show. Jean-Francois Lyotard en su libro La condición posmoderna: informe sobre el saber ya describía lo posmoderno como una emancipación de la razón y de los metarrelatos, que siendo conceptos totalitarios resultan nocivos para el hombre porque buscan la alienación y homogenización de la sociedad. ¿Sería esa la intención de Mr. Perfumme? No lo creo.

Balance de hilaridad brutal entre el lirismo y lo grotesco. Popurrí lúcido, inventiva loca y elementos improvisados, vitalismo, onirismo e imaginación. En Saber matar hay postmodernidad destilada y gamberros buenos. No sé si algunos de los teóricos mencionados al principio de esta reseña lo ha dicho ya, pero a mí, la mezcla de la alta cultura y la cultura de masas (en Saber matar, no hay, según lo veo, folclore o cultura popular en un sentido más estricto) me recuerda la intención carnavalesca que, por ejemplo, señalaba el estudio clásico de Mijail Bajtin en La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais: catarsis, igualación repentina, vuelco de los valores, negación de los poderes establecidos, amor y desolación.

Lo mejor de la literatura es que enseña a distinguir registros y niveles muy distintos del lenguaje, previene de los agelastas (los que temen a la risa, los que no están en paz con lo cómico) de los que ya hablaba, con clarividencia, Milan Kundera, y ayuda evitar los excesos de todo tipo de buenismo y de corrección. El lector de Saber matar encontrará entre carcajadas, diálogos rápidos, réplicas ágiles y párrafos de ritmo descontrolado, literatura desprejuiciada, perspicacia, lucidez, ensalada de tragedias entre el costumbrismo y la ciencia ficción, formatos ocultos de la violencia que teorizó Slavoj Žižek (porque se nota que el autor, en el fondo, no soporta la violencia), parodia de cultura de masas, referentes locales (aunque Mr. Perfumme juegue de visitante). Y sobre todo el humor.

“¿Tenemos los luchadores alma?”, se pregunta el autor en el epílogo: “Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Es por todas esas series violentas que veíamos de pequeños? ¿Es por ver a las Tortugas Ninja y a los Caballeros del Zodiaco partiéndose la vida mientras merendábamos galletas en nuestros salones? ¿O es por alguna otra cosa? ¿Qué ficción es esta? Y si estoy delirando, si todo esto es real, ¿qué es lo que convierte a un hombre en un luchador?”

Preguntas a las que Saber matar no dará respuesta, o al menos no una respuesta definitiva. Afortunadamente.

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

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