Es posible que una lectura académica pueda prescindir del placer que brinda la lectura de ficción. Pero un texto narrativo que no cautive la imaginación ¿cómo podrÃa resultar placentero? Y es frecuente en los último tiempos – al menos lo es para mà que no soy académico- el predominio de una palidez desalentadora en las novelas o cuentos que circulan en la Argentina de hoy. Escrituras correctas que cuentan historias triviales parecen marcar una tendencia declinante en lo que podrÃamos llamar “la calidad literariaâ€, incluso me atreverÃa a decir que el escritor promedio está más ocupado en el marketing que en el hechizo de la escritura, ya que utiliza el lenguaje sólo como herramienta comunicativa al servicio de un tema que le asegure una difusión fácil. Desde ya hay excepciones, pero esa es la regla.
En consecuencia, un lector atento y mayormente hedonista (mi caso, digamos), propende a volverse descreÃdo y busca el encanto en la relectura de sus preferencias. Por eso mismo, el reciente encuentro con la antologÃa de relatos de Oscar Peyrou titulada Al entrar en el rÃo (Ediciones Canibaal, 2017) destrabó mis reservas y consiguió que recuperara el dichoso estado del lector feliz.
Conozco a Oscar (en Argentina acentuamos este nombre en la última sÃlaba) desde hace años y también muchas de sus narraciones que ahora recupero -como si fueran nuevas- en esta reunión de tÃtulos editada en Valencia por Canibaal. De manera inevitable, la amistad suele flotar como una luz de interferencia entre el texto en sà y mi percepción directa de la escritura ya que, otra vez de manera inevitable, no puedo no evocar el humor desconcertante de Oscar y algunas peculiaridades de su persona, ni olvidar las charlas sobre cine, libros o gente que hemos tenido en Madrid, en Buenos Aires y en Uruguay siempre en una suerte de errancia y vagabundeo por calles, salones de conferencia, restaurantes o cafés en distintos tiempos y con distintos grupos de amigos o conocidos.
Sin embargo -y por fortuna- la obra, es decir la escritura, el estilo, la forma y la llegada original a los núcleos temáticos pasan esa peligrosa prueba y entonces son los relatos todo lo que cuenta, es el logro evidente todo lo que hay y los numerosos y sutiles registros que Oscar maneja como escritor, yendo de la más letal melancolÃa que reinventa el pasado ante el desconcierto de la propia memoria, hasta el humor que abarca el espÃritu de fineza pascaliano, la construcción dislocada y surrealista o el acertado disparate consistente en equÃvocos casi aritméticos y mecánicos a la manera de los hermanos Marx.
Sirve, precisamente, para mostrar esta variante cuyo resultado es la directa hilaridad, el cuento Una cuestión jurÃdica, que Oscar desarrolla en tiempo de comedia de los errores: el protagonista ( que es él mismo), estrecha la mano a quien deseaba besar y besa a quien sólo debÃa saludar estrechándole la mano. A partir de ese desatino que invierte todas las formas, la cuestión jurÃdica, motivo del encuentro, se disipará en el olvido, o quedará envuelta en una payasada involuntaria poco menos que insuperable desde el punto de vista literario.
El empleo de la primera persona en la mayorÃa de estos relatos de ningún modo responde a un autoreferencialismo enfermizo. Todo lo contrario: Peyrou -el periodista, el crÃtico de cine, el viajero- destaca como personaje del escritor Peyrou para demoler cualquier amenaza de solemnidad e instalar, en cambio, la permanente duda, las vacilaciones más erráticas, los sigilos más discretamente paranoicos, los ataques de entusiasmo contenidos, las eternas perplejidades familiares. En Clases de cine en Lahore esta práctica asesta el golpe desde la primera lÃnea:
“Como soy miope, para ver con nitidez cierro los ojos. Otra técnica que utilizo es sacar fotos cuando viajo. A la vuelta las miro y veo dónde estuveâ€.
He ahÃ, entonces, la paradoja de la sinestesia como verosimilitud fuera de cuestión. Esa figura retórica -reveladora, cómica, corrosiva- reaparecerá en otras narraciones de esta antologÃa dando a veces la impresión de empujar las categorÃas existenciales hasta borde del abismo. O del ridÃculo. Porque a Oscar le divierte la manipulación del riesgo. En este mismo relato, nos informa que las clases en Lahore serÃan en inglés “porque la posibilidad de hablar en urdu era aún más descabelladaâ€. Y en la lÃnea siguiente confiesa:
“Yo simulo, con más o menos éxito, ser crÃtico de cine y periodista, pero en estas clases debÃa tratar asuntos técnicos que desconozco en una lengua que balbuceoâ€.
Y asà seguirá, en fin, cumpliendo con una travesÃa que consiste en ir de una imposibilidad a otra sin que haya modo de remediarlo, pero sin que tampoco importe demasiado remediarlo.
Es preciso recordar que esta antologÃa no reúne cuentos en el sentido estricto del término porque Peyrou no parece afecto a las demarcaciones genéricas, de modo que estos escritos son relatos abiertos y, en no pocos casos, piezas decididamente autobiográficas como, por ejemplo, La conquista de España donde el autor recrea su fuga de Buenos Aires rumbo al exilio en Madrid hace poco más de cuarenta años; o bien Vivir en lo perdido una evocación de su tÃo, el escritor Manuel Peyrou, y del amigo de su tÃo, Jorge Luis Borges. De forma inmejorable y conmovedora, esta visión del pasado en distintos tiempos alterna los estragos afectivos del recuerdo con la gracia, el repentino humor y la casi confusión emotiva del final.
Limitaré las citas – todas me resultan inevitables- porque entonces incurrirÃa en el agravio de reproducir cada texto de manera idéntica aunque, seguramente, en un orden distinto. No es esa la idea, desde ya, pero sà la tentación. Diré, para cerrar, que este libro, escrito por un argentino de Buenos Aires mayormente en España (hay, sin embargo, algunas narraciones previas al exilio) muestra que encajarÃa hoy a la perfección en la producción literaria argentina, aunque más justo serÃa decir que más que encajar la enriquecerÃa más allá de toda duda.