Othello, enfermo de celos en el Lliure

Othello. William Shakespeare
Dirección: Thomas Ortermeier
Traducción del inglés y dramaturgia: Marius von Mayenburg
Intérpretes: Ben Abarbanel-Wolff, Thomas Bading, Niels Bormann, Ulrich Hoppe, Erhard Marggraf, Eva Meckbach, Thomas Myland, Sebastian Nakajew, Nils Ostendorf , Laura  Tratnik, Stefan Stern, Tilman Strauss, Max Weissenfeldt, Luise Wolfram
Escenografía: Jan Pappelbaum
Vestuario: Nina Wetzel
Iluminación: Erich Schneider
Vídeo: Sebastien Dupouey
Música original y dirección musical: Nils Ostendorf
Compañía Schaubühne am Lehniner Platz – Berlin

Teatre Lliure, Barcelona, 21 y 22 de diciembre de 2010

(Fotos © Tania Kelley – Andreas GeiBel – Teatre Lliure)

Uno de los estrenos más esperados. El Othello de Thomas Ostermeier se puede ver en el Teatre Lliure de Montjuïc tan sólo dos días, el 21 y 22 de diciembre, y la expectación es máxima después de que la compañía Schaubühne de Berlín ofreciera, en el mismo espacio, una relectura de Hamlet hace dos temporadas. Las butacas están llenas a rebosar y se distingue entre el público a actores y directores de escena que acuden con ganas de dejarse sorprender. Tendrán tiempo. La obra dura más de dos horas y media.

Los ingredientes conforman un triángulo radicalmente actual. La exclusión social, el racismo y la sexualidad son abordados desde el texto clásico de Shakespeare, escrito en 1604, pero con una escenografía que combina un estanque de agua, en el que los actores van mojándose durante toda la función, unos neones que funcionan como un biombo gigante, y las proyecciones de los primeros planos de algunos de los protagonistas. Una sombrilla y una barra de bar acaban de configurar este curioso microcosmos. A un extremo, una banda que toca música en directo, y que ayuda a esa sensación de excesivo efectismo en el que cae la propuesta en algunos momentos.

El negro Othello ha seducido a la delicada Desdémona, aunque el padre de ésta lo desaprueba, y la carrera militar le sonríe, siendo general de Venecia, una república que lucha contra los turcos para hacerse con el poder del Mediterráneo. Pese a sus éxitos, su autoestima es frágil, y no deja de sentirse “de fuera”. Pero su mayor error será no ascender a Yago, su alférez, que, al sentirse menospreciado, comienza una guerra psicológica, extendiendo rumores e insinuaciones para que su superior crea que su mujer y Cassio se ven en secreto.

Los celos autodestructivos de Othello, alimentados por la astucia de Yago, van creciendo hasta llegar a la paranoia. El buen amante y gran guerrero pasa a ser un hombre humillado, según él mismo cree, por su esposa y uno de sus mejores soldados. Como metáfora de la suerte de mentiras, y de idas y venidas, un pañuelo, el primer regalo que le hizo a Desdémona. Yago consigue que vaya a parar a manos de Cassio y que éste lo acabe regalando a una prostituta. El resto, un juego de enredos con el que Yago consigue su peculiar venganza.

Othello es una excelente disección del comportamiento humano. Por ello, podemos confundir el siglo XVII con la actualidad, sin demasiadas complicaciones. El militar negro, trasladado a jugarse la vida a tierras lejanas, es “tolerado” por los ciudadanos, pero nunca acaba de formar parte del todo de la comunidad. El empleado que se sabe más hábil e inteligente que su jefe, y que ve como la mediocridad de su superior no es capaz de reconocer sus méritos. El trepa que acaba desencadenando una tragedia por sus malabarismos. El compañero que tan sólo quiere demostrar su profesionalidad y que cae en la trampa. El marido, enloquecido, que transforma su pasión en un baile de sangre.

(…)

Sigue leyendo en

Albert Lladó
www.albertllado.com

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

2 Comentarios

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

De la virgen a la dinamo: «Años de vértigo» de Philipp Blom

Next Story

Laberintos délficos en Madrid: «Dicen que estás muerta», de María Zaragoza

Latest from Teatro