La esperanza en Europa hoy habla griego. Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis se han enrocado contra el poder de la Troika (entiéndase banca privada) como Astérix y Obelix contra el imperio romano para recordarnos que la democracia y el estado deberÃan servir a sus votantes y no a intereses privados. Ese provecho, el de la banca, es el que está detrás de todas las medidas de austeridad (recortes) que estrangulan a los paÃses del sur de Europa y que también explican la preponderancia de lo útil sobre lo aparentemente inútil. Esto es, aplicado al campo del saber, el desprestigio que las humanidades sufren con respecto a otras formas de investigación más productivas en el conjunto de la sociedad.
Comentaba José Ortega y Gasset a principios del siglo XX en Misión de la Universidad (Cátedra, 2015):
“El régimen interior de la actividad cientÃfica no es vital; el de la cultura, sÃ. Por eso, a la ciencia le traen sin cuidado nuestras urgencias y sigue sus propias necesidades. Por eso se especializa y diversifica indefinidamente; por eso no acaba nunca. Pero la cultura va regida por la vida como tal, y tiene que ser en todo instante un sistema completo, integral y claramente estructurado. Es ella el plano de la vida, la guÃa de caminos por la selva de la existenciaâ€.
Hace más de ochenta años de estas palabras y su vigencia sigue intacta. Ayudar a abrirse camino por la selva de la existencia es uno de objetivos de la educación. Para el filósofo la vida sin cultura no tiene sentido, ya que al ser una de las dimensiones especÃficamente humanas es aquello que nos distingue de los autómatas. Este hecho por sà sólo justifica el estudio de las humanidades por encima de cualquier balance económico instrumental. Saber situarse en el tiempo en que se vive es un requisito ineludible para poder tomar decisiones mÃnimamente conscientes sobre el futuro. “Al quedar el hombre bajo el nivel vital de su tiempo se convierte –relativamente- en un infrahombreâ€.
Cuando se beneficia la investigación cientÃfica por encima de la cultura en nombre del rendimiento, se hace un flaco favor a la humanidad que pierde capacidad crÃtica. Si la universidad pierde de vista la ilustración de las personas, lo que hace es preparar profesionales con nula capacidad analÃtica. “De aquà la importancia histórica que tiene devolver a la Universidad su tarea central de “ilustración†del hombre, de enseñarle la plena cultura del tiempo, de descubrirle con claridad y precisión el gigantesco mundo presente, donde tiene que encajarse su vida para ser auténticaâ€.
Llevar hoy una vida auténtica, en los términos de Gasset, serÃa ser conscientes y conocedores de la cultura del tiempo en que vivimos. Aquel mercantilismo del rendimiento y del instante que el filósofo noto a principios del siglo XX es hoy la moneda de cambio con la que se mide todo en nombre de una aparente utilidad que es, en el fondo, rendimiento económico. Nos podemos preguntar si no es útil saber situarse crÃticamente en el presente para poder planificar el futuro. Por eso Misión en la universidad es hoy tan necesaria como lo fue hace más de medio siglo.
Con un poco de cultura tendrÃamos un mÃnimo de simpatÃa con el pueblo griego (simpatÃa en su uso etimológico, a saber, sufrir juntos, tratar con emociones) y no lo acusarÃamos, sabiendo que no es asÃ, de ser los responsables de los recortes o desgracias propias. Porque la banalidad del mal, como lo plasmó Hannah Arendt, está en el sistema que crea monstruos de hombres corrientes, o infrahombres, en palabras de Gasset. El mismo sistema que beneficia el lucro privado por encima de las personas es el mismo sistema que relega a un plano marginal a las humanidades en nombre de la utilidad. Esa es hoy la regla. La cultura como excepción, en los términos de Godard, es tan necesaria como siempre para sobrevivir en la selva de la existencia.