Nativel Preciado | Foto: Ricardo Martín

Preciado: «Prefiero a jóvenes insolentes que a viejos soberbios»

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Nativel Preciado | Foto: Ricardo Martín

Nativel Preciado es uno de esos nombres propios fundamentales para entender el acontecer político y las coordenadas que lo han ido perfilando conforme el tiempo ha transcurrido. Con Hagamos memoria. Políticos y periodistas de la Transición a nuestros días (Fundación José Manuel Lara, 2016), la periodista recorre su trayectoria profesional a través de un diálogo con un joven politólogo, conversación que ofrece al lector los recuerdos de las más de cuatro décadas de oficio, así su autora no sólo ofrece al lector la posibilidad de analizar la relación entre periodismo y política, sino que le ofrece la posibilidad de revisar la memoria colectiva, espacio que afecta a la identidad de un país.

En Hagamos memoria haces un recorrido por el  pasado y presente políticos, contrastas ambos tiempos con sus respectivas variables. ¿Qué esperas sumar con la publicación de este libro al escenario del periodismo político?
Mi única pretensión es recordar los acontecimientos que tuve la suerte de vivir, hacer memoria para relativizar lo que nos está sucediendo en estos momentos. Al recordar lo que sucedió en el pasado, comprobaremos que lo que nos afecta ahora no es tan grave y, además, tiene solución.

Haces alusión al desencanto, al de entonces y al de ahora. Me parece muy curioso establecer una conexión entre el significado de ambos. ¿Qué los separa y qué comparten?
Todas las crisis terminan en un gran desánimo. El desencanto, sinónimo de desengaño, es una palabra muy expresiva, lo que viene después del encantamiento. Para que algo nos decepcione, previamente tenía que habernos ilusionado. En los dos procesos a los que me refiero en el libro teníamos grandes esperanzas de que la situación sociopolítica mejorase de una manera espectacular. En la transición se consiguió esa mejora durante un tiempo, salimos de una funesta dictadura, sin los derechos más elementales, a una incipiente democracia que fue, para los que la vivimos, una explosión de libertad.

Fundación José Manuel Lara Editorial

Ahora parece que no se siente esa libertad…
No duró mucho, porque se cometieron errores y en vez de ir a más fuimos a menos y de ahí el desencanto. En el momento actual, se ha producido el mismo desencanto después de una época de aparente bienestar. Digo aparente porque no nos dimos cuenta de que vivíamos en una burbuja de progreso que, más pronto que tarde, se iba a pinchar. La globalización ha  engrandecido a una minoría y ha empequeñecido a la mayoría. Los gobernantes europeos se han enfrentado a la crisis con recortes que afectan a esa mayoría sin recursos para impedirlo. Han buscado el camino más corto y han dejado demasiadas víctimas. En un principio, algunos dirigentes mundiales hablaron de reformar el capitalismo, de aumentar los controles, para corregir los errores que habían desencadenado la crisis.  Han hecho todo lo contrario. No era esto lo que esperábamos. Y de ahí el desencanto, el pesimismo y la desilusión.

¿Por qué es necesario leer una crónica objetiva de la Transición? ¿Y por qué las generaciones más jóvenes se han distanciado tanto de este proceso histórico?
Los historiadores, testigos y protagonistas más entusiastas han hecho de la transición una epopeya, y sus detractores más virulentos han contado el proceso como si fuera una infamia. Llegará un momento en que se calmen los ánimos y se llegue a cierto grado de objetividad. Los más jóvenes siempre se distancian del relato heroico de sus antecesores. Les parece que nada es para tanto y, desde luego, que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Y en esto yo les doy toda la razón.

En el capítulo dos comienzas a diseccionar algunos de los aspectos de la figura de  Adolfo Suárez. ¿Qué queda de Adolfo Suárez en la memoria a corto plazo? Y en la memoria a largo plazo, ¿cómo se le recordará?
No sé cómo quedará su imagen en el futuro. De momento, le aplicaría la respuesta anterior. En mi relato he intentado ser objetiva y he referido con precisión sus errores y sus aciertos. De estos últimos tuvo los suficientes como para salvarle de la quema. Destaco dos: la legalización del Partido Comunista y la dimisión, que fue una retirada a tiempo, algo que pocos políticos hacen.

Dices en el libro: «Las confidencias estaban a la orden del día. No había ley de secretos oficiales, ni materia reservada, ni deliberación del consejo de ministros que no nos filtraran a los pocos minutos.» ¿Qué ha cambiado, cómo se han visto modificadas las crónicas parlamentarias? ¿Y las relaciones entre periodistas y políticos?
El mayor cambio es que en aquella época éramos pocos los periodistas que hacíamos las crónicas parlamentarias y ahora son multitud. El ser pocos nos permitía estar en contacto permanente con diputados y senadores. Las relaciones iniciales entre políticos y periodistas eran amistosas, sobre todo, con la oposición de izquierda. Habíamos compartido la lucha contra la dictadura, coincidíamos en manifestaciones, pertenecíamos a la misma generación y teníamos grandes esperanzas en el futuro. Luego vino el desencanto al que ya me he referido extensamente.

En este capítulo, centras buena parte de la atención en la relación entre Carrillo y Suárez. ¿Fue Carrillo el político que mejor asimiló el proceso de conversión democrática?
Fue el gran converso y eso, para sus detractores, fue sinónimo de traidor; para sus defensores, un ejemplo de pragmatismo y de enorme visión política. Al margen de las consideraciones personales, sin la colaboración de Santiago Carrillo ( y sobre todo de los militantes de los partidos de la oposición que lucharon contra la dictadura jugándose la vida) no hubiera sido posible una transición pacífica.

En distintos momentos del libro, reflexionas sobre el desencuentro generacional que persiste en la actualidad. Cómo la crisis parece haber provocado una grieta entre generaciones maduras y jóvenes. «Lo peor de esta crisis es que está acabando con la solidaridad». ¿Qué factores han determinado este desencuentro?
El desencuentro generacional es una constante histórica. Los jóvenes siempre caen en la tentación del adanismo. Creen que el mundo empieza con ellos. Los viejos tienden a pensar, lo que ya he dicho, que cualquier tiempo pasado fue mejor y que el presente no les reconoce sus méritos. Ninguna generación se ha resignado apaciblemente a ser convertida en material de desecho, todas se defendieron como gatos panza arriba para no ser desalojadas, y se inventaron teorías sobre la incapacidad de sus herederos. Lo he escrito y lo he dicho muchas veces: yo prefiero a jóvenes insolentes que a viejos soberbios.

En un capítulo describes tus duros comienzos en el ejercicio del periodismo con tan sólo 18 años. Describes el acoso sexual del que fuiste víctima en la redacción de Arriba. ¿Cómo es posible que en cuatro décadas el asunto del acoso sexual hacia la mujer no se haya resuelto?
No nos desanimemos, hay un abismo entre lo que sucedía entonces en comparación de lo que sucede ahora. Antes se veía con naturalidad que una mujer fuese acosada. Las víctimas de acoso ni siquiera tenían la posibilidad de denunciar los hechos, ni tampoco de contarlos, porque nadie las apoyaba. También, en la actualidad, hay casos espeluznantes de injusticia y discriminación hacia las mujeres, pero, al menos, tienen defensa y apoyo. El proceso es tan lento que, a veces, nos desesperamos. Hay que seguir luchando y no bajar la guardia en ningún momento. Pero comparemos el antes y el ahora para mantener viva la esperanza. Para eso sirve hacer memoria.

Resulta muy interesante la reflexión que dedicas al miedo. Recorres la actual situación del miedo en Europa, el crecimiento de la ultraderecha, el drama de las migraciones, los refugiados, las condiciones laborales del trabajador, ¿cómo se logra una sociedad más firme en sus convicciones?
Siempre han existido miedos, pero también personas, generaciones e incluso pueblos enteros que son capaces de vencerlos. Gracias a eso el progreso nunca se detiene, a pesar de que haya momentos de desánimo. Las convicciones y los derechos hay que defenderlos todos los días, porque de lo contrario nos los arrebatan.

Dices: «En el octavo debate de la Nación, 24 y 25 de marzo de 1992, no quedaba ni un ápice de ideología socialista». ¿Fue aquí cuando el socialismo perdió su ideología, es decir, cuando se pierden las señas de identidad que marcaron al clan sevillano?
Nada sucede de la noche a la mañana. Todos los procesos tienen un inicio difuso que si no se corrige termina erosionándolo todo. Ese momento que relato en el libro corresponde a una sensación muy personal. Yo lo vi como lo cuento. Creo, de todos modos, que el  año 1992, el de los grandes fastos, fue un final de ciclo.  Se suele decir que de aquellos polvos vienen estos lodos.

A modo de colofón, ¿qué te ha concedido este oficio?
La posibilidad de ser testigo de la historia, desde una privilegiada fila cero. Y también me ha permitido cumplir muchos de mis sueños, viajar, conocer el mundo, encontrar gente interesante, vivir intensamente…

Cristina Consuegra

Cristina Consuegra es programadora del Málaga de Festival; coordinadora del Ciclo ‘Anverso/Reverso’, del Festival de Teatro de Málaga; coordinadora de las jornadas #TRENDS dependientes del Screen TV; programadora de Mujer(Es), ciclo de práctica literaria con perspectiva de género del Área de Igualdad del Ayto. de Málaga; programadora de los Ciclos de Encuentros con Autores en las Bibliotecas del Área de Cultura del Ayto. de Málaga (2013-actualidad); monitora de los talleres de capacitación literaria con perspectiva de género del Área de Igualdad del Ayto. de Málaga; responsable de la Olimpiada Lectora en3libros y monitora del taller municipal de práctica literaria de Antequera. Colabora con entrevistas y críticas en las revistas electrónicas 'Microrevista', 'El Secreto del Olivo' y 'Culturamas'; es responsable de la sección de ensayo 'Otro Lunes'.

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