Nos pasamos las horas muertas en Facebook, a despecho de otras formas de emplear nuestra inteligencia. Las actividades mediadas por la web se reemplazan entre sà a una velocidad tal que pronto habremos olvidado para qué servÃa nuestra mente preelectrónica. Apenas se ha cumplido un año del fallecimiento del escritor, crÃtico de arte y pintor John Berger (Londres, 1926 – ParÃs, 2017) y ya hemos olvidado que, antes de la anodina omnisciencia de Internet y todo lo que conlleva (YouTube, teléfonos inteligentes, Twitter), el filósofo británico formaba parte de la imaginación colectiva como una estrella mediática, un gurú o un villano; un precursor, en cualquier caso, del florecimiento cultural que vivimos (o su muerte). Citado entusiastamente en nuestra era de medios de (in)comunicación masiva, Berger disfruta al fin de su condición de pensador du jour: el tipo al que todos nos gusta citar, pero nadie se ha molestado en leer.
Nada mejor, entonces, que regresar a la colección de artÃculos Sobre los artistas, volumen 1 (Gustavo Gili, 2017; Traducción de Pilar Vázquez Ãlvarez) donde, lejos de las fabulosas reducciones de la posmodernidad, el autor de G. (1972) se alza en catalizador de la información, advirtiéndonos de la omnipresencia de la imagen en nuestra era de medios en lÃnea. Son los efectos de estos nuevos artefactos en la mente lo que él predice de manera clarividente, al describir las pinturas en la cueva de Chauvet (hacia el 30000 a. C.):
“No tenemos una palabra para esta oscuridad. No es ni la de la noche ni la de la ignorancia. De vez en cuando la cruzamos, viéndolo todo: de tanto que lo vemos todo, no vemos nada (…) Es del interior que procede todoâ€.
A través de la mezcla alquÃmica de su vasto conocimiento histórico, literario y artÃstico, su personalidad sencilla y una curiosidad que raya en la obsesión, Berger postula formas de vida contraculturales, haciendo hincapié en no juzgar, absteniéndose de la evaluación moral de los procesos que describe:
“El óculo al que estamos mirando no nos propone un escape, una evasión. Con su esmerada aplicación y su valor constante, Mantegna insistÃa en enfrentarse a lo real, en no volver la vista de lo que sucede. Lo que propone es fundirse con elloâ€.
Es la postura rebelde del narrador de Puerca tierra (1979) la que brilla a través de su condición de observador. Nunca aplaude o condena: se limita a dejar constancia del evento mediático.
Al exponer al mundo una inmediatez e intimidad sin precedentes, Internet ha creado nuevas formas de tribalismo que eliminan la identidad privada, el individualismo y el estado nación. Nos afanamos en vender todos los productos de la imprenta cultural. Discute Berger la posibilidad de utilizar el arte como una forma de control, reconociendo sus implicaciones orwellianas:
“Su autorretrato caracterizado de Cristo es el retrato de un creador [Durero] en el lado equivocado de la creación, un creador que no ha tenido parte en su propia creaciónâ€.
La ventana digital ha dado lugar a una sociedad transparente donde todos nos encontramos demasiado cerca para sentirnos cómodos, por no hablar de su potencial violencia (véase el resurgir del terrorismo).
La experiencia en alta definición que obtenemos de la lectura del primer volumen de Sobre los artistas, cuyo procesamiento tiende a absorbernos, crea una sensación de participación que se opone al menor esfuerzo cognitivo que supone atender a las redes sociales, que apenas invitan a la contemplación. Insiste el filósofo de Modos de ver (1972) en describir lo que sucede, mientras los demás nos obsesionamos con lo sucedido:
“La carne del cuerpo deseado no es un destino soñado, sino un punto de partida inmediato. Su misma aparición apunta hacia lo sobreentendido, en el sentido más desusado y carnal de esa palabra. Caravaggio, al pintarlos, soñaba con sus profundidadesâ€.
Entiende Berger que la historia del arte es capaz de vislumbrar las semillas de lo por venir. Fue porque entendió el presente, no el futuro, que sus ideas siguen siendo válidas hoy como hace medio siglo.
Compila el crÃtico británico Tom Overton los archivos que atesora la British Library, donde el autor de El sentido de la vista (2006) nos pide que prestemos atención al medio, en lugar de distraernos con el contenido.
“Creo que [Esopo, en el cuadro de Velázquez] está delante de un espejo. Creo que todo el cuadro es un reflejo. Esopo se está mirando. Con ironÃa, pues su imaginación ya está en otra parte (…) Dentro de un minuto, el espejo reflejará un cuarto vacÃo, y de vez en cuando se oirán risas al otro lado de la paredâ€.
El contenido no carece de importancia, parece decirnos, pero es insignificante, al menos en comparación con el impacto del medio en sà mismo. Argumenta el exégeta de El cuaderno de Bento (2011) que necesitamos examinar cómo su mera presencia nos modifica, modificando nuestro modo de pensar:
“[Goya] fue el primer artista que pintó un desnudo como si se tratara de un cuerpo desconocido; fue el primero en separar el sexo de la intimidad, en sustituir la energÃa del sexo por una estética del sexo. La energÃa, por su propia naturaleza, rompe las fronteras, y la función de la estética es construirlasâ€.
Hay autores que nos cambian a niveles fundamentales, porque nos obligan a favorecer ciertas partes de nuestro cerebro sobre otras. En su forma poética y elÃptica, Berger previó un mundo fluido de mensajes de texto, Google, y telerrealidad. Sin embargo, la mayor parte del contenido de cualquiera de estos medios, en comparación con la obra del autor de Cataratas (2012), es intrascendente. Lo que nos asusta de las nuevas tecnologÃas es su mensaje inevitable: ¿cuál será su repercusión psÃquica en nuestra vida privada? Es posible atisbar lo que estos medios le están haciendo a nuestras almas. Ciertas formas de contar historias no funcionan para nosotros como lo hicieron antes. ¿Qué le está pasando a la democracia? Nos dejamos engañar por el contenido de textos o blogs o compras en lÃnea. De todo ello nos advirtió Berger en sus libros.