“El presente es insoportable para el ansioso, tolerable o trivial para el mediocre, suficiente para el estoico, y exiguo para quien alberga la fortuitidad de su muerteâ€. C.J.Ga.
La vida y la muerte se abastecen de tal evocación, el luto de la lágrima y la inmortalidad del pensamiento que les sobrevive. Para el momento en que la reminiscencia se hace “un invernadero de las alegrÃas pasadas†(Lucian Blaga), existe el riesgo de tornarse en variable pesimismo para las hilaridades futuras. La aseveración responde a que todo lo preciado que se tiene, genera gran dolor en el instante en que se pierde.
Tras la vivencia de las lamentables exequias, el espejismo del presente novicio consiste en hallar “un punto entre la ilusión y la añoranza†(Llorenç Villalonga); encontrar de pronto un paraje que contribuya a restaurar el temperamento -reanudando asà la acción de los engranajes previos-. El proceso es tal que consuela y atormenta, porque la ausencia es una cruenta paradoja.
“Memoria y olvido son como la vida y la muerte. Vivir es recordar y recordar es vivir. Morir es olvidar y olvidar es morir†(Samuel Butler). Y bajo el mismo paralelismo de lo ilógico, “la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos†(Antonio Machado).
Por ello es sabio expresar que “una imagen vale más que mil palabras… Pero ocupa mucho más memoria†(Anónimo). Y al no cabernos con coherencia en las concepciones, requerimos de un homenaje perpetuo y quijotesco, quizás para instituir un anecdotario que reduzca la volatilidad de las impredecibles biografÃas.
De este modo, del más hondo calvario brota la más sincera inventiva: la sinfonÃa luctuosa y la talla esculpida; el retrato brioso y la lÃrica enternecida. Y aunque en el momento de mirarle, leerle o escucharle , “la tristeza se extiende como una mancha de aceite, lenta e imborrable†(Fernando SanmartÃn), la evocación ofrece a la razón el impulso de curarse.
Cavilando por tanto entre las citadas disciplinas, en las que se hace un gesto venerable a la vida inevitablemente perdida, la construcción escrita es la única moción que ofrece un fiel acercamiento a las alucinaciones ambiguas. Por ello cuando se dice que “la eternidad es una de las raras virtudes de la literatura†(Adolfo Bioy Casares), probablemente sea porque nos permite la disposición de ser gratos a la pluma.
A manera consecuente, si partimos del hecho de que “una imagen es un acto y no una cosa†(Jean Paul Sartre), podemos extrañar su espectro sin nunca verle. Se puede litigar entonces en contra de aquella enunciación parisina que define: “no hay melancolÃa sin memoria ni memoria sin melancolÃa†(Marcel Proust), ya que una muerte prematura, carente del cúmulo pletórico de sus trances removidos, no es menos dolorosa que la de un luto tardÃo.
Primera crónica : Duelo de un deceso inopinado.
“Sin esperanza se encuentra lo inesperadoâ€.
Heráclito de Efeso, filósofo griego
(Éfeso, 540 a.C.-470 a.C.)
A diario te veo morir, incluso en la sombra del periódico, en donde al pasar los dÃas se me desborda el quicio por creer mirar tu esquela. Y caes a cada minuto, porque eres lo que más extraño, lo que más recuerdo, y de quien gradualmente sin querer me olvido.
Voy perdiendo el hilo de tu lexia, la sensibilidad de tus contactos, la fragancia de tu esencia. Memoro asà que adquiero preterición ante tus rasgos -como si fuera un alma vetusta con inevitable amnesia-.
Sabrás que de preverlo todo hubiera querido congelar tu voz, tu sonrisa, y llanto, quizás para mentirme y pretender que sigues igual de vivo. Aunque fuera en la versión de santo o en la villanÃa de tu lado pÃcaro.
Y aunque la mayor parte de la gente opina que soy yo quien te impide lograr alivio, existen veces en que siento que enfadarÃas tan solo por regocijarme en los ratos en que te olvido. Dicen que entre más te evoco más te inquieto, que por eso tengo a tu alma en pena. Lo que pienso es que si fueras un ánima en espera, desde hace tiempo ya habrÃas venido a tocar el marco de mi puerta.
Debiera pedirte perdón por enfantasmarte, pero creo que ya tengo indulgencia suficiente por el simple hecho de pensarte. Meditemos que si la vida en lo cotidiano se hace más difÃcil para quien se queda ¿será una experiencia fácil para quien se ausenta? Dime tú si hay penitencia en el transcurso, cuando el corazón late la última gota bermeja de aquel pulso que se va.
¿Lo doloroso es marcharse de improvisto? o morir sin arreglar los yerros… ¿Se padece más por enfrentarse a los despidos? o por hallarse en medio de una ruta anónima a la que no se le mira destino. Dime tú, ahora que estás muerto; dime tú, dulce tortura extinta. Hazlo como el alma que habla en psicofonÃas, o como el vaho que apadrina los sueños.
Y no tengas miedo de aterrarme, porque lo peor de este triste pesar sigue ocurriendo. Al final de cuentas a diario mueres, desde la mariposa cuyas alas se deshacen en cenizas frente a mi ventana, o desde aquel niño alegre que en su delicada infancia deja los juguetes para siempre.
En tanto lo aceptemos, no nos equivoquemos en demandarle tiempo a las emociones. La única verdad que coincidimos entre los que hablamos de tu partida es que “la muerte para los jóvenes es naufragio y para los viejos es llegar a puerto†(Baltasar Gracián). Lo claro es que “la naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie†(Emil Cioran).
Y es que toda despedida nos parece siempre tan prematura. Reclamamos la puntualidad de la afrenta y el incumplimiento de una pronta sanación. Arraigamos consonancia en alegatos y evitamos quiebre en la deprecación.
Sepan que al que le toma de improvisto, reconoce al arrebato mortuorio como una calamidad que vaporiza los consuelos dados en las palabras. Siendo que las fotografÃas que le cruzan el entrecejo se adhieren firmemente en el crescendo de nostalgia.
“…Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oÃr voces y no puedo concentrarme. Asà que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció…â€. Virginia Woolf, escritora y editora inglesa.
(Londres, 1882-Rodemell, Inglaterra, 1941)
“Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena†(Ingmar Bergman). De la misma manera, al estar a unos cuantos pasos del vacÃo, temblando de temor por las ráfagas eólicas que golpean los nidos, es cuando mejor se observa el amanecer y la pequeñez de nuestra frágil prosapia…
Jamás nos irÃamos a dormir con el reclamo refrenado. Y quizás nunca gastarÃamos la potencia de la voz con palabras lascivas para solapar desmaños. Nos quitarÃamos la máscara polveada con rubor para declarar amor o confesar engaños. Todo a tiempo, nada con retrasos.
Posiblemente nuestro último mimo serÃa una caricia aplazada en el cuerpo, y nuestra última charla un grato intercambio de perdones y olvidos. Doy gracias al tiempo que al saber de mi padecimiento desahuciado, me ha sido posible realizar tales anhelos.
Por tanto me inquieto por los efectos de la carestÃa y por el dolor insoportable del vacÃo. Pues “a menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd†(Alphonse de Lamartine). Porque sin desearlo se sufre “la ausencia y el espacio duroâ€â€¦ Porque “la pena es un muro†(Marguerite Yourcenar) -una especie de pared sellada por la cual ya no entra luz-.
Añado a la turbación, de este padecimiento que carcome lentamente a mi vitalidad, aquella angustiosa sensación de haber aprendido a destiempo. Lo infausto es que al empezar a morir, es cuando se va encontrando un profundo significado a los minutos ahogados en la espera. Ahà es cuando nos percatamos que hay dÃas que valen el peso de todas las horas muertas. DÃas en los que la duda deja de perseguir tu calma, arrojando por fin una respuesta. Por esas contadas horas, benditas balsas en medio de naufragios, es que vale la pena adherirse a la existencia.
Y es que “al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por sà solas†(Jostein Gaarder) -incluso cuando ya no hay tiempo para responderlas-. Sin lugar a titubeos, “vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte de los hombres no hacemos otra cosa que existir†(Oscar Wilde).
De ahà que la única certeza que guarde de la vida es que es el mejor pretexto de la muerte. Y que si no existiera el tiempo o el espacio, las personas jamás se extrañarÃan. Reafirmo entonces con descaro que no tengo miedo a la desaparición, sino pavor a repasar unciones en una vida inútil carente de su profundo significado.
Piensen queridos mÃos, que no tiene mayor relevancia cómo y dónde depositen los huesos. Pues como bien decÃan los griegos, “los hombres ilustres tienen toda la tierra por tumba†(Pericles) -razón sabia por la cual desearÃa no ameritar un entierro-.
“Veo sin timidez que se puede agonizar en la melancolÃa -la observación del alma envuelta en negaciones me contestó alguna vez tal interrogación-. Sin embargo, esta multitud que me conduce no ha descartado la probabilidad de extrañar los periodos tibios. Mucho menos me ha evitado la evocación de intervalos imposibles para el Ãmpetu. Porque toda escena de duelo surge en el tierno parlo con ese alguien que murió antes de conocer mi vozâ€. C.J.Ga.
Pienso asà en el duelo sin deceso, en el efluvio inesperado de las carestÃas que faltan a deshora. Cavilo en la brevedad del gimoteo, en el gesto en desatino a las reacciones que debieran sernos lógicas… ¿Y cuán posible es sentir en el ahora el desconcierto de un irónico extravÃo? Si poco importa fijar conteo a los lustros que suman el retraso -ya que lo vital es reconocer efectos de una lágrima en aplazo-.
Confieso entonces que se guarda novatez en el toque juvenil: carecer de palabras claras y abundar en tono vodevil. Por ello entero al otro que la muerte guarece el fino oreo de la mordacidad. Porque por una parte se mofa de la inexperiencia, y por el otro, del exceso de realidad.
¡He aquà lo incongruente del duelo extemporáneo! Los habitantes del pórtico, de cuyo margen penden atezados moños, a veces logran gozar la felicidad del olvido y atemperar con el tiempo la aflicción. No empero, la sombra de quien obsequia las coronas floreadas del mausoleo, no es la única que espera el calor del roce consolador.
Vasto sea nuestro huroneo frente al arcano, sobre espectros ondulantes y pavoroso quebranto cedido en la mención. Y es que no me cabe en retentivas la imagen pura de la muerte, puesto que no puedo elucubrarle en exaltaciones más ardientes. Solo en el pasmo alucinado que flota lo bastante anejo a la vibración de una mirada -esa vista que es puesta en la imaginación sobre la superficie de restos osteógenos delirados-.
Sea en tristeza o desamparo, sea en vacÃo o denegación, con la ausencia de reparo… ¿El origen de un fiambre adolorido se mantiene al margen de ficciones? Decir al que llora sin un luto fidedigno que no tiene exclusivismo de paranoia. Porque este drama que se avitualla con las remembranzas de la gente -con anales de quienes compartieron la fogosidad de las carnes- me parece un absurdo verdadero.
Disculpo en tales carestÃas vivenciales, que en pocas ocasiones me caiga en el rostro el lagrimeo fontanal. Reconozco que en gran parte de las reacciones aparezco como un seco abrevadero. ¿Será que este mundo no me ha capacitado en la etiqueta de los duelos? ParecerÃa una imprudencia innecesaria justificar el origen de los personales fallos. Pero es necesario comprender que si la muerte en su finalidad es la misma, la diferencia previa de su discernimiento le sobrevive en los impactos.
De esta manera el tiempo de arribo, de las tristes experiencias en las que perdemos a un ser querido, funge como elemento clavicordio para el entendimiento y la vivencia de los duelos -o al menos eso se adopta como esperanzador precepto-. Pensemos que el condimento primordial de un luto padecido es la nostalgia por los momentos albergados o por los instantes abolidos.
¿Y dónde nos quedarÃa por tanto la pretensión del anhelo por ese alguien que sin tenerle le quisimos? ¿Dónde se expresarÃa la lógica o la autenticidad de aquel intempestivo llanto en medio de un contexto idÃlico?
En una tarde cualquiera por fin me vestà de negro. Y en la reminiscencia de esa única tumba que llegó a mi vista -la de mi abuelo paterno- surgió el deseo de llorarle desde aquella infancia en la que me fue imposible conocerlo. Fue asà que pasado varios años, decayó en mi rostro la congoja de su entierro. Hubo rabia y desconcierto, porque por primera vez sentà en el pecho el vacÃo de aquel cadáver exigido en la soledad.
Mirar que su muerte fue un deceso inopinado, y al mismo tiempo un fallecimiento concebido en la privacidad de su reserva -mientras que con mi dolor se convirtió de pronto en un duelo dilatado-. Observar con pasmo que no solamente yo le he llorado, sino usted que en la casualidad me ha leÃdo.
Y aunque en vida siempre ha habido un oÃdo presto para escucharme, cavilo que en las frases de mi abuelo se revelarÃa algo diferente a lo que de antemano sobresale. Presiento que compartirÃamos el anecdotario de nuestras vivencias clÃnicas, a la vez que debatirÃamos sobre esa vocación literaria que tanto me fustiga. Imagino que quedarÃa empapada de bastas influencias potosinas. Y que serÃamos como dos niños pequeños, conjuntando gustos simples en la admiración de arquitecturas parisinas.
Hoy “escribo para que la muerte no tenga la última palabra†(Octave Uzanne). Para que en la posteridad incierta o en el presente vacilante, mi alma u otra mente condolida encuentre sedación en medio de necrologÃas solemnes.
Y es que la literatura nos concede el deseo de lograr cualquier puesta en escena, incluso aquella imposible de creer. Porque la invención de esta clase de crónicas nos permite preguntarnos cuán potente es la incredulidad de nuestros duelos -incluso al negarnos en confiar en la carestÃa de evidencias palpables-. Porque aún sin la silueta envuelta en ropajes color carbón, el ánimo relatado se viste de ocre para hacer frente a las ausencias, para detenerse a mirar a su alrededor e imaginar lo que sentirÃa en un futuro en el que ya no tuviera su mundo erigido.
Dejo a vos este sincero extracto, testigo de francos gimoteos. Honro en narraciones el paso evaporado de los muertos, fijando en halo de preguntas a la titubeante marcha del ancestro. Pido ante todo un perdón ingenuo a los amantes de la tinta, porque quizás me he quedado lacónica frente al desconsuelo por el entierro de una vida.
Resta expresar, para consolar al corazón que he dejado llorar con tanto parlo, que “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sà que nos los roba muchas veces y definitivamente†(François Mauriac).
Interesting… This young woman must be considered to be a great writer.
Un texto que sondea en profundidad el tema. Felicito a su autora y a la revista por igual.
Hola Cristina; sé que escribiste este texto, esta entrada del blog, hace tiempo; ni siquiera sé si leerás este comentario, pero… ¿Qué es el tiempo? ¿Qué importancia tiene realmente? Asà que me animo a escribirte. Quiero alegrarte y asegurarte que ese ‘Cielo’, en el que quieres creer ¡Existe! Está lleno de Amor y lo que quieras que sea, será. No creas que te despides de tus seres queridos para siempre, ellos están esperándote al otro lado del Gran Océano junto al Padre de Todos y de Todo. Búscale en tu interior y luego mira al Universo, Él te ama y ama a los que tú amas. Cualquier cosa que desees se cumplirá si es de corazón; con y por Amor todo es posible. Si tienes que esperar un poco para cumplir tus Sueños es porque todavÃa te queda algo importante que hacer aquà ¿Qué puede ser? Tus relatos me han impresionado, pero creo que detrás de esa tristeza se esconde una persona maravillosa, con una capacidad para escribir y relatar sobre emociones impresionante; piensa que todo es Luz y que esto que has vivido te ha hecho más grande, más sabia, más resistente a ti, a un ser que es eterno e inmortal; algo que parece imposible pero es. Un fuerte abrazo y que Dios te bendiga. http://elhombrelibre.hazblog.com/La-Verdad-b1/EL-LABERINTO-b1-p8.htm
Que letras mas cautivadoras, sin duda no te perderás en el olvido.