Afrontar un trabajo como el de Sagrado y desagrado, escrito por Rubén MartÃn Giráldez, impone la necesidad de abordar tanto su lectura, como cualquier forma de aproximamiento, sin atender a cierta lógica lectora de linealidad, continuidad, narratividad y descripción clara y expositiva… Y, sin embargo, de alguna manera, todo eso está incluido en las páginas de esta novela; aunque de una manera que no parece, y desde luego no lo es, la habitual. Por supuesto, habrÃa que establecer qué es lo habitual, qué es aquello que, ahora mismo, debemos considerar una novela. Porque Sagrado y desagrado cabrÃa entrar en esa expresión tan difusa de ejercicio literario, de estilo, incluso, de ejercicio literario experimental. MartÃn Giráldez, quien ya ha demostrado en el pasado su interés por lo experimental, tanto en sus traducciones como en sus ensayos y narrativas, presenta en su libro un elaborado trabajo de escritura que toma el lenguaje como algo moldeable, totalmente libre, en el que las palabras se crean sobre la marcha y en la que el significado de aquello que va narrándose, porque algo se está narrando, deriva del propio ejercicio de construcción de cada frase.
En Sagrado y desagrado, con un enorme sentido del humor, MartÃn Giráldez compone un libro que es una suerte de disputa, casi de duelo, verbal-escrito, entre unos personajes que van transformándose: sin dejar de ser ellos. La historia se sitúa en un espacio mÃtico, quizá sagrado, en el que el tiempo no existe; o, al menos, hay una suspensión de sus coordenadas. En él, Bocú y Rañé tienen ese altercado verbal-escrito que, sin embargo, no es entre ellos, porque cada uno habla por boca de Blancmange, su señor y que ha producido varios agravios a ambos. MartÃn Giráldez compone un diálogo basado en un juego de cartas en el que no faltan los comodines que ayudan a ambos jugadores a asumir el cuerpo y la voz de otro para que se produzca esa transformación. Se expresan con expresiones que resultan arcaicas, pero no faltan también los neologismos. No hay lÃmites en la identificación de los personajes que devienen en formas moldeables a través del lenguaje, el cual se mueve entre un formalismo culto y modos más soeces, si como lo barriobajero se inmiscuye en el gran formato literario con la misma naturalidad con la que los personajes llevan a cabo esa variación identitaria para que el lector, según avanza la lectura, tenga la sensación de estar ante una sola voz que, a su vez, y extrañamente, son varias a su vez.
Los personajes se crean con el lenguaje, o es este el que crea a los personajes. Lo culto y lo soez, lo viejo y lo nuevo, lo realista y lo surrealista, se dan la mano en un trabajo desbordante que descoloca constantemente, que impone la necesidad de cuestionarse en cada momento lo anterior y pensar que, lo que está por venir, apenas se puede presentir. Y con ello, MartÃn Giráldez no solo explora el lÃmite del lenguaje, también nos muestra las maneras o formas en que nos ven los otros y, de paso, cómo nos vemos nosotros. Y, curiosamente, o no tanto, en última instancia, asistimos a una extraña y muy particular historia de amor, en especial, por la literatura y su poder de convocar una ficción libre y sin ataduras. Y, lo demás, es simplemente lectura.