Sobre el tiempo y la memoria

El tiempo, única fuerza realmente invulnerable, capaz de afectar sin ser afectadas. Alan Pauls

Vivimos con suposiciones muy fáciles, ¿no? Por ejemplo, que la memoria es igual a sucesos más tiempo. Julian Barnes

Lo importante es que de todo quede siempre algo, pues por minúscula que sea la llama que reste tal vez alguien pueda recogerla para encontrar otra cosa.Enrique Vila-Matas

“La persistencia de la memoria” (Salvador Dalí, 1931) Wikipaintings
“La persistencia de la memoria” (Salvador Dalí, 1931) Wikipaintings

Es cierto que Madame Memoria es una gran y sutil fingidora, tal y como proclama Alexander Clave, el narrador de Antigua luz, novela de John Banville. Imágenes del pasado remoto se agolpan en su cabeza, viéndose incapaz de distinguir si son recuerdos o invenciones.

Ya está instalado en la sesentena, lleva casado muchísimos años y rememora por escrito una aventura o relación sentimental que tuvo a sus quince años con la señora Celia Gray cuando esta tenía treinta y cinco. Ella era la madre de su mejor amigo y la relación entre ambos duró casi cinco largos meses.

Mira hacia atrás y es consciente de que está inventando incluso los más mínimos detalles. En un momento determinado hace una pausa y cuenta un sueño que tuvo la noche anterior. Habla de este como si se estuviera refiriendo a la manera de obrar de la memoria:

No creo que retengamos detalles, y si lo hacemos los corregimos, censuramos y adornamos hasta tal punto que constituyen algo totalmente nuevo, el sueño de un sueño, en el que el original queda transfigurado, al igual que el sueño transfigura la experiencia de estar despierto.

También las estaciones se confunden en su memoria a lo largo de la novela, apareciendo a modo de recuerdos inventados.

Es curioso, pero aquel día veo nuestros bolsillos llenos de avellanas que habíamos recogido en el bosque, y el suelo que nos rodeaba estaba cubierto del oro batido de las hojas caídas, aunque era abril, tenía que ser abril, las hojas verdes y todavía en los árboles, y las avellanas aún sin formar. Y por mucho que lo intento, sin embargo, no veo ninguna primavera, sino el otoño.

Aire de DylanAnte esta cita cabría formularse la pregunta que hace Enrique Vila-Matas en Aire de Dylan:

¿Qué está inventando su imaginación que se presenta como memoria?

O afirmar, como se hace en otro pasaje de esta novela:

Donde no llega su memoria llega su imaginación.

A Débora, personaje de Aire de Dylan, le ocurre lo mismo. Declara el narrador:

Débora, con voz más suave que de costumbre,  comenzó a contarle que lo primero que robó en su vida fue un pastel de manzana que había en la nevera de la casa de unos amigos de sus padres en Sa Rápita, la playa de Campos. La reprimenda de su madre era uno de los pocos recuerdos que tenía de ella, aunque era consciente de que su memoria había fabulado sobre lo ocurrido y había terminado por transformarlo todo. El teatro de la memoria, precisó.

Razón tiene Rodrigo Fresán cuando escribió que la memoria se comporta como el perro más estúpido al que le lanzas un palo y te trae cualquier cosa.

Alexander Clave intenta recuperar en Antigua luz unos recuerdos ya muy difuminados.  No se acuerda de la primera vez que vio a la señora Gray. Antes de convertirse en su amante, no se fijaba en las madres, cuestión lógica a esa edad temprana en que uno se interesa por sus iguales. Dice que de manera confusa posee un recuerdo de ella, en invierno, aplicando polvos de talco a las partes interiores y relucientemente sonrosadas de sus muslos, que se habían irritado por el roce de los pantalones. Sin embargo, en seguida cae en la cuenta de que el recuerdo no se ajusta a la realidad, de igual modo que tampoco otros que intenta recuperar para reconstruir su historia con la señora Gray. Escribe de la memoria:

¿Por qué la Madre de las Musas sigue despistándome así, dándome lo que parecen pistas falsas, soplándome mentiras al oído?

El sentido de un finalNo importa, podría contestarle Tony Webster, el narrador de El sentido de un final, novela de Julian Barnes. Es un hombre mayor y, al igual que Alexander Clave, rememora sus años de adolescencia y juventud.

Ya desde la primera página del libro, en que empieza recordando sin orden concreto, proclama:

Lo que acabas recordando no es siempre lo mismo que lo que has presenciado.

Habla de la maleabilidad del tiempo y de las emociones que, aparentemente, unas veces  lo aceleran y otras lo enlentecen, cuando no lo detienen.

Se remonta a su época escolar en la que comenzó todo, a unos recuerdos aproximativos que el tiempo, según dice, ha deformado y transformado en certeza.

Sabe, como indica una cita de Julian Barnes que abre este texto, que la memoria no es igual a sucesos más tiempo. Al respecto escribe John Banville en Antigua luz:

El Tiempo y la Memoria son una quisquillosa empresa de decoradores interiores, siempre cambiando los muebles y rediseñando y reasignando habitaciones.

El fondo del cieloCon otras palabras se expresa en la misma línea Rodrigo Fresán. Escribe en El fondo del cielo:

El pasado nunca deja de moverse aunque parezca algo inmóvil.

Como la nieve.

De la memoria escribe:

La memoria es un astronauta que trabaja duro para establecer relaciones duraderas entre las estrellas, muchas de ellas muertas; pero su recuerdo todavía enciende luces en un espacio que, por exterior e inalcanzable, no significa que no forme, también, parte de las cercanas pero igualmente inasibles nebulosas de los pensamientos. Recordar es encontrar sin dejar de buscar. No sabemos si un recuerdo es aquello que a la vez que lo recordamos lo damos por perdido o aquello que estaba perdido y que de pronto se recupera.

Tony Webster, el narrador de El sentido de un final, reconoce la distancia que va de los hechos a los recuerdos. No tiene la seguridad de que algunos sucesos que cuenta fueran reales, pero manifiesta que al menos recuerda con claridad las impresiones que dejaron.

Alexander Clave también se posiciona en un pasaje de Antigua luz sobre esta idea. Se ve de niño caminando por la calle y tropezándose de pronto con su amigo Billy, hijo de la señora Gray, su amante. La amistad entre ambos se ha quebrado por su culpa. Aunque se lamente en el presente de estar proporcionando por escrito detalles tan exactos como inverosímiles, declara recordar las impresiones de aquel momento. Ha olvidado el discurso insultante de su amigo, pero dice ver sus lágrimas, oír sus sollozos de rabia y vergüenza y enorme tristeza.

Está la memoria y sus imperfecciones, pero también nos topamos con las deficiencias de documentación. ¿Cómo recordar lo que se desconoce? Ocurre con el caso de un amigo de Tony Webster. Se ha suicidado, se sabe muy poco de su vida y los recuerdos no alcanzan para indagar en los motivos de su muerte.

Tampoco el narrador de Antigua luz dispone de información suficiente sobre la vida y los movimientos de su hija. Esta sufre un trastorno mental y acaba arrojándose al vacío desde un lugar donde sus padres no la imaginaban.

Estaba embarazada cuando murió, Ese fue un golpe para todos nosotros, sus padres, un golpe posterior a la calamidad de su muerte. Me gustaría saber quién era el padre; el no futuro padre; sí eso es lo que me gustaría mucho saber.

No tiene, sin embargo, datos para arrancarle a la memoria recuerdos de su hija. Carece de la posibilidad de contarse a sí mismo y a los demás detalles de la vida de ella. Y, como escribe Enrique Vila-Matas, si la vida no se narra, si no se cuenta, es apenas algo que transcurre, pero nada más. Prosigue este escritor:

Para comprender la vida hay que contarla, aun  cuando solo sea a uno mismo. Eso no significa que la narración permita una comprensión cabal, puesto que de hecho quedan siempre vacíos que la narración no cubre, pese a las suturas o remedios que intenta aplicar. Por ese motivo es por lo que la narración restituye la vida solo de forma fragmentaria.  

Necesitamos contar la historia de nuestra vida, afirma también  el narrador de El sentido de un final. La adaptamos, la embellecemos, introducimos astutos cortes, y si hay vacíos, los cubrimos a nuestro modo.

Y cuanto más se alarga la vida, menos personas nos rodean para rebatir nuestro relato, para recordarnos que nuestra vida no es nuestra, sino solo la historia que hemos contado de ella. Contado a otros, pero, sobre todo, a nosotros mismos.

Antigua luzEl viejo Alexander Clave mira hacia atrás buscando posibles explicaciones de que la señora Gray finalmente lo abandonara. No volvió a saber de ella y ante la falta de información recurre a las conjeturas:

A lo mejor se quedó embarazada. A lo mejor por eso puso pies en polvorosa tan precipitadamente cuando se descubrió nuestra aventura. A lo mejor se marchó y tuvo un bebé, una niñita, nuestra, sin decírmelo. Si fue así, esa niñita ahora sería toda una mujer, tendría cincuenta años, y un marido, e hijos propios, quizá…¡Personas distintas, desconocidas, que llevarían mis genes!

Es, desde luego, el mejor recuerdo que puede inventar para explicar la desaparición en aquel entonces de su amada. Forma parte de la invención de un pasado que, además,  incluye a su persona como parte de una historia de la que sale bien parada. Le concede una biografía que no deja de ser una ficción.

Él mismo equipara biografías y ficciones. De las primeras escribe:

No lo dudo, ficciones, pues todas las biografías son de manera necesaria, aunque involuntaria, mendaces.

Sobre ello ha escrito en su obra, desde diversas perspectivas, Enrique Vila-Matas, para quien toda biografía, construida a base de recuerdos inventados, es una ficción entre otras muchas posibles.

De la memoria se extraen también recuerdos interesados. Es con frecuencia el modo de proceder de Tony Webster en El sentido de un final, sobre todo respecto de su novia de juventud, Verónica.

Rememora el momento en que él, dudando de sus sentimientos hacia ella, siente la necesidad de romper. Ambos mantienen una fuerte discusión acerca de su futuro en común y él no le confiesa su deseo de terminar la relación sentimental con ella. Nos cuenta:

Terminamos el té. Envolví las dos rebanadas de bizcocho que sobraban y las guardé en una lata. Verónica me besó más cerca de la comisura de los labios que del centro, y se marchó. Para mí, aquello fue el principio del fin de nuestra relación. ¿O solo lo he rememorado de este modo para que lo parezca y repartir las culpas?

No le pasa inadvertido al viejo Tony Webster que, por lo general, queda el recuerdo del recuerdo. Por eso en otro pasaje de la novela declara:

Una vez más debo recalcar que esta es mi lectura actual de lo que sucedió entonces. O, mejor dicho, mi recuerdo ahora de la lectura que hice entonces de lo que estaba sucediendo.

Sabe también que el tiempo no actúa como un fijador, sino más bien como un disolvente, aunque lo pasemos por alto porque no nos ayuda a seguir adelante.

Con la edad hay

más solapamientos, más rebobinados, más recuerdos falsos. (…) La memoria se convierte en un ovillo de hebras y remiendos. Es un poco como la caja negra que llevan los aviones para registrar lo sucedido en un accidente aéreo Si no hay ningún percance, la cinta se borra sola. Por tanto, si te estrellas, es obvio el porqué; si no hay accidente, el registro del vuelo es mucho menos claro.

Sin embargo, también con la edad se obtienen de la memoria recuerdos nuevos, sucesos que el cerebro puede haber borrado y que resurgen de forma imprevista.

La memoria nos sorprende con la liberación de nuevos recuerdos de los que no se sabe si habían sido olvidados o si nacen de un tiempo que parece haber sido colocado al revés.

El viaje verticalDe igual modo, pensar en el tiempo pretérito cuando se es mayor concede en ocasiones un futuro a los recuerdos. En el capítulo de El viaje vertical de Enrique Vila-Matas, titulado «El futuro de los recuerdos», evoca el viejo Mayol un momento de su infancia en que escapó de casa. En aquel entonces se encontró de pronto con un inconveniente importante: sabía ponerse las botas, pero no cómo hacer la lazada. Recordar ese instante de alegría en que finalmente consiguió hacer la lazada le lleva a pensar en el presente y en su futuro inmediato. «Querer es poder», piensa, y su memoria se torna en motivo para avanzar sin miedo hacia lo desconocido.

No parece extraño que Rodrigo Fresán hable de la memoria como una inexplicable máquina del tiempo y escriba así de los recuerdos:

Los recuerdos son material sensible y volátil.

Los recuerdos son partículas en constante y creciente aceleración.

Los recuerdos han hecho arder neuronas.

Los recuerdos pueden hacer que lo olvides todo.

Los recuerdos de los narradores de Antigua luz y de El sentido de un final parecen llevarles finalmente a descubrir que han olvidado casi todo. Porque sus recuerdos fundamentales se basan en hechos falsos, ambos podrían subrayar el contenido de la cita que desliza John Banville en una de las páginas de su novela:

A menudo el pasado parece un rompecabezas en el que faltan las piezas más importantes.

Pero también podríamos destacar con estas palabras otras que expresa en Aire de Dylan Juan Lancastre:

Nada somos sin la memoria que siempre inventa.

Elisa Rodríguez Court

. El sentido de un final. Julian Barnes. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama (Barcelona, 2012)

. Antigua luz. John Banville. Traducción de Damià Alou. Alfaguara (Madrid, 2012)

. Aire de Dylan. Enrique Vila-Matas. Seix Barral (Barcelona, 2012)

. El viaje vertical. Enrique Vila-Matas. Anagrama (Barcelona, 1999)

. Recuerdos inventados. Enrique Vila-Matas. Anagrama (Barcelona, 2006)

. El fondo del cielo. Rodrigo Fresán. Debolsillo (Barcelona, 2011)

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

3 Comentarios

  1. Como se pide -mi- opinión, he de decir qué por suerte ó por desgracia,,, más bien creo esto último, mi memória es FOTOGRAFICA,no podria ni aún , intentándolo, solapar, adornar ,ni siquiera reboninar para qué mis recuerdos fueren falsos, aparecen , y reaparecen… y muchos me hieren… los «congelo», ó intento asesinarlos de una vez por todas, peró…suelen volver, los niego, más bien los -anulo- en cuanto a qué sólo se borra lo «intrascendente», no puedo estar de acuerdo con ello tampoco… !qué pena no?,,, SI estoy totalmente de acuerdo en qué el tiempo actua como un DISOLVENTE, qué nos ayuda a seguir adelante,,, disolvente …qué actua a nuestro favor….un bálsamo,,,todo pierde aquella intensidad,,, aquella ebullición,,, peró, insisto, sólo en cuanto al paso del tiempo,,, no a la INTENSIDAD DE LOS RECUERDOS….

  2. A ciertas edades, y después de vivir intensamente como es mi caso, el recordar pasajes de tu propia vida, no solo refresca la memoria si no que al mismo tiempo la estimula para seguir refrescándola.
    La memoria en si, es uno mismo, si por enfermedad o por negligencia, pierdes la memoria, no eres nada.

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