Aeropuerto. Dos grados bajo cero. Casas llenas de la lengua blanca del año que, como un perro de Pavlov, se relame mientras espera las campanadas.
No encontramos el apartamento. Nos hemos equivocado en una letra -para quien piense que la letra ya no importa- al apuntar la calle. Es ese error, pese al frÃo, una bendición. Los viajes deberÃan comenzar equivocándonos. Siempre. El pulso de la ciudad es, asÃ, diferente.
La heterodoxia del escritor, y sus paradojas, ilumina esta noche cerrada de invierno: “El artista lleva siempre consigo una misteriosa contradicción. Cuando la vida lo sacude con brutalidad, suspira y reposa, pero cuando permanece en reposo, aspira a nuevas agitacionesâ€.
Naschmarkt es una fiesta. Se trata de un mercado al aire libre donde, sobre todo, encontramos comida para llevar. El pan negro, como un guardián imperial, mantiene su porte aristocrático ante la explosión de los rojos y verdes de unas olivas gigantes, rellenas de queso. Los turcos ponen la banda sonora a los pasillos de este laberinto al aire libre.
Stefan Zweig escribe a Martin Buber: “Nunca pretendà un pueblo judÃo convertido en nación… La fluidez de la esencia, ser uno mismo, sin lengua especÃfica, sin ataduras y sin patriaâ€. “SerÃa un error conceder a los judÃos la fuerza colonialistaâ€, dice Stefan Zweig en 1936 al escritor Joseph Lefwich. El mismo año, en un discurso, apunta: “Nunca deberÃamos considerar Palestina como la sola y única solución a nuestros conflictos… Esta tierra es demasiado pequeña para juntar a todo el pueblo judÃo… No deberÃamos aceptar que nos tomen por una especie de aristocracia (pueblo elegido por Dios) ni tampoco consentir que nos traten como una raza inferiorâ€.
Hay algo aún de guarida, pese al artificio de la urbe convertida en escaparate, en esta Viena del siglo XXI. Queda su música y sus textos. En Mendel, leemos que los libros sólo se escriben para “defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvidoâ€.
En una vieja y minúscula bombonerÃa, convertida en una tasca inmortal, el pianista sorbe su vaso de whisky. Quedan más flores blancas que público.
Sábado, 3 de enero
{12 horas}
Casa Hundertwasser | Foto: Albert Lladó
A finales de los años setenta el pintor austrÃaco Friedensreich Hundertwasser y el arquitecto Josef Krawina fueron escogidos por el ayuntamiento de Viena para construir una casa ecológica. El resultado, muy aplaudido, es una fachada llena de colorines, plantas salvajes por todos lados, y alguna que otra cerámica, autónoma, que corona alguna ventana desigual. El engendro, fotografiado por japoneses y autóctonos, deviene un altar a lo kitsch. Una extraña mixtura entre un aprendiz de Gaudà y un okupa con demasiado tiempo libre.
Dejemos las descripciones de otros lugares emblemáticos de la ciudad –como la catedral de San Esteban, el museo de Historia Natural, el parlamento, o el Hofburg– para las guÃas turÃsticas. Pero detengámonos un momento en el Belvedere. Allà se firmó el Tratado de estado de Austria en mayo de 1955. Dividido en dos palacetes, en su galerÃa encontraremos El beso de Klimt. Como es la obra que todo el mundo quiere decir que ha visto, y se concentra frente al cuadro, eso nos permite observar con cierta tranquilidad una pieza mucho más enigmática y oscura. Judit, una tela de apenas 42 centÃmetros de ancho, es la relectura del personaje bÃblico. La mujer deja atrás el entorno bucólico y dorado para mostrarnos los peligros de su inconmensurable sexualidad, que supera la pompa canónica y esterilizada, y nos ofrece su pecho mortal y rosa. Abajo, a la derecha, casi fuera de plano vemos la cabeza del degollado Holofernes. Ahà está el Klimt más elevado y carnal que hemos conocido, escapando, desde el pasado, de las ñoñerÃas y la mercadotecnia al que lo hemos condenado.
En el mismo lugar nos toparemos con la turbulencia del cuerpo de Schiele, o los abismos de Friedrich. Marina Abramovic, en una vÃdeo-instalación que titula Golden mask, va respirando las formas de la ocultación. Nos detiene, en seco, la mirada de las mujeres retratadas por Anton Romako.
La fina lluvia se ha convertido en una intensa nevada. Antes de entrar en el metro, me deshago del guante izquierdo. Ahora tocar volver a la rutina con las manos en los bolsillos. Aún se oyen los coches de caballos recorriendo la Ringstrasse.
Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros tÃtulos, de 'MalpaÃs' y 'La travesÃa de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).