XXII Editores: Enrique Redel

¿Os habéis encontrado alguna vez en la tesitura de querer tener toda una biblioteca, además de por la calidad indiscutible de las obras incluidas en ella, por la belleza de sus ediciones? Reconozco que a mi me ha sucedido alguna que otra vez. La última, cuando comencé a admirar los cuidados volúmenes de Impedimenta, editorial que no cesa de poner ante nuestras manos (y ojos) libros con los que, y perdonad la expresión, se nos cae la baba.

Nuestro editor invitado de hoy es Enrique Redel, responsable, junto a su equipo, de que tengamos a nuestro alcance estas maravillosas provocaciones. Me ha sido difícil seleccionar las portadas que ilustran nuestra entrevista. Son tan bonitas que daba pena descartar algunas. Así que he puesto todas las que he podido, de tal modo que se puede leer lo que nos cuenta Enrique, mientras se disfruta con las cubiertas del catálogo de la editorial. Imaginad estar en una exposición y que el editor es vuestro guía.

A modo de test…

¿Cuándo decidiste ser editor y por qué?

El libro es un vicio complicado, y manejarlo un trabajo diría que violentamente vocacional. Desde que tengo uso de razón me recuerdo rodeado de libros (un gusto que desarrollé por iniciativa propia, casi por cabezonería, no por una especial imposición de mi entorno). Antes que editor, fui un lector compulsivo, por principio y por sistema. Y recomendador de mis lecturas, ante todo. Por tanto, he de partir de la idea de que para mí la edición no ha constituido una “salida profesional”, ni he acabado siendo editor porque en un momento dado se me presentase una oportunidad laboral jugosa. Hace no mucho tiempo, bombardeado por las machaconas experiencias de muchos de mis amigos escritores, que hablaban de su carácter vocacional, frente a la actitud más “fríamente mercantil” de los editores, recordé algo que me pareció muy revelador. Con diez u once años, mientras mis amigos jugaban al fútbol, o a perseguirse por el parque, yo acostumbraba a hacer libros, que yo mismo escribía, ilustraba, encuadernaba y vendía. Ejemplares únicos, naturalmente, y poco rentables, creo yo. Dicho esto, empecé profesionalmente en el mundo de la edición cerca de la treintena, hace ya diez años, tras haber ejercido durante cinco años como abogado, un campo absolutamente insatisfactorio desde el mi primer contacto con la disciplina (creo que asistí a pocas las clases en la facultad. En cambio me pasaba el día en el edificio de Filología de la Complutense, leyendo a Joyce, a Beckett, a Henry Miller, a Georges Perec, o en los campos de deporte de al lado viendo partidos de rugby). Una vez empecé a trabajar en una editorial, muy pronto descubrí que no sólo era lo que quería hacer, sino también lo que sabía hacer, y que podía echarme con toda naturalidad el peso de una editorial entera a las espaldas sin morir en el intento. Y más tarde comprendí que mis ideas respecto a este negocio eran lo bastante personales como para no gastarlas al servicio de editoriales que no las merecían. Y por eso monté Impedimenta, donde no pasa un día en que no aprenda algo.

¿Cuál es el criterio principal de tu catálogo?

Ante todo la selección. Por cada título que elijo dejo pasar veinte. Para mí es fundamental que los títulos publicados en Impedimenta sean necesarios. Existe una cierta tendencia en algunas editoriales “de recuperación” a rescatar títulos ignotos, raros y mediocres de grandes autores, sólo por el prurito de encontrar “el tesoro perdido”, aunque ese “tesoro” sea realmente una novela inacabada, imperfecta o secundaria dentro de la producción de ese autor. Nuestra consigna es sacar nada más libros que añadan, y que susciten un genuino interés por parte del lector, que generen ilusión por sí mismos, no meramente la sensación de que se rellena un hueco. Hay muchos libros buenos por ahí. Por otro lado, intentamos imprimir en nuestros títulos un cuidado estético y formal que haga del libro un objeto de deseo. Sería incapaz de comprar un libro feo, así que intento que todos nuestros libros estén bien hechos.

¿Primer libro publicado?

Hace ya muchos años, El país de la dama eléctrica, de Marcelo Cohen, un libro que, aún hoy, me transmite una energía increíble. En Impedimenta, La abadesa de Castro, la primera de las Crónicas Italianas de Stendhal, una novela brutal pero delicada, pura literatura de amor y aventuras. En traducción de Olalla García y con prólogo de Pablo d’Ors.

¿El libro más difícil? (de editar, de conseguir, de vender… interpretación libre).

En este caso, un libro difícil de contratar. Mujeres, de Mihail Sebastian. Tardamos un año entero en conseguirlo. El autor, judío rumano exiliado, murió atropellado por un tanque ruso en los días siguientes a la liberación de Bucarest, y a pesar de que contábamos con el beneplácito de sus herederos, residentes en Francia, una agencia de gestión de derechos rumana nos llamó de un modo bastante amenazante reclamando la propiedad de la obra de este autor, en base a oscuros argumentos legales (se nos llegó a decir que, puesto que Sebastian había muerto atropellado por el Estado, los derechos le pertenecían a ese Estado, algo bastante absurdo). Tras consultar con el resto de sus editores en España y Francia (Destino, Pre-Textos, L’Herne), decidimos seguir adelante, a pesar de las amenazas de la agencia. Finalmente, el asunto no fue a mayores, pero durante un tiempo el proyecto a punto estuvo de zozobrar. Afortunadamente, el título fue muy bien y vendimos dos ediciones.

¿Qué libro te hubiera gustado publicar y has debido rechazar? (por estar ya editado, por problemas de derechos, por no encajar en tu colección…).

No se trata de un hecho aislado. Constantemente nos topamos con libros realmente apetecibles que, por las más diversas razones se hacen inalcanzables, o bien comercialmente poco recomendables. En la práctica totalidad de las ocasiones, es porque hay otros editores que tienen los derechos, o bien porque existe una edición reciente en el mercado, y si tú publicas el libro probablemente no llegue a tantos lectores como sería deseable. Otras veces vas como un loco a por un libro, y te enteras en el último momento de que el libro ha sido vendido a una editorial más grande. Recuerdo con especial cariño una novela magnífica de George Orwell, muy desconocida en estos lares, Keep the Aspidistra Flying, para la que incluso ya teníamos traductor, a la que optamos muy al principio, recién fundada la editorial y que finalmente acabaría publicando Tusquets bajo el título de ¡Venciste, Rosemary! (se trató de uno de esos casos en que la agencia no sabía que había vendido el libro, algo que a veces pasa). Me dio mucha lástima, porque habría matado por tener esa novela en nuestro catálogo. Me alivió que fuese Tusquets quien la publicase, porque se trata de una editorial a la altura del título. Pero el prurito sigue ahí…

¿Qué  te impulsa a publicar un libro, además de verlo en tu catálogo?

Antes que nada, mi gusto personal, luego el pálpito de que se trata de un libro interesante, y finalmente la pulsión de recomendarlo. Creo que no podría publicar un libro que yo mismo no le pudiera recomendar a mis amigos, a la gente que tengo cerca, con toda la pasión de que soy capaz. O un libro que no me pareciera atractivo a priori, desde un punto de vista personal. Jamás publicaría un libro que no me gustara solamente porque intuyera que iba a funcionar bien en librerías. Ciertamente, hay títulos que sabes que serán más difíciles (estoy pensando en Amor de Artur, de X. L. Méndez Ferrín, o De la elegancia mientras se duerme, del Vizconde Lascano Tegui), pero eso no me suele disuadir de impulsar su publicación, porque son títulos que a mí me dicen algo, que logran emocionarme. Creo que la energía del editor se transmite, y que el lector está ávido de que alguien le recomiende algo sinceramente, y que le tome en serio.

¿Qué te impide publicar un libro?

Pocas cosas. Que esté ya contratado, o que siendo un título en dominio público, se trate de un libro publicado muy recientemente, haciendo que el mercado no lo demande. También puede ocurrir que se trate de un libro para el que me exijan un adelanto demasiado alto, de modo que afrontar su publicación ponga en peligro la propia continuidad del sello. Hay que tener claro que en tu cabeza un libro siempre ha de ser rentable a priori. Sabes que hay libros difíciles, pero el común de tu catálogo te tiene que dar alas para seguir publicando. Lo que nunca me disuadirá será la posible carga ideológica del libro, o bien la trayectoria de su autor. El hecho de que Wyndham Lewis fuese considerado un autor polémico por parte de muchos lectores no sólo no me disuadió de publicar Estallidos y bombardeos, o próximamente Los monos de Dios, sino que me animó a hacerlo con más energía. La trayectoria política de Méndez Ferrín, muy polémica, políticamente incorrecta, no hace que Amor de Artur no sea una obra maestra de la narrativa peninsular moderna, ni que Méndez Ferrín no sea un eterno candidato al Nobel.

Por curiosidad: ¿Por cuántos correctores pasan tus libros?

Dos, y en ocasiones hasta tres. Aun así, siempre se te pasa alguna errata, lo cual es bastante frustrante.

¿Libro electrónico?

Será un nuevo formato, y sinceramente creo que de futuro incierto, a no ser que marque sus propias reglas y cree sus propios géneros. Soy de la opinión de que para leer Moby Dick el cacharro ya está inventado, y se llama “libro en papel” (la imprenta de Gutenberg creó un género, la novela, que se adaptaba perfectamente al nuevo formato. El libro electrónico tendrá que crear su nuevo género, adaptado a ese nuevo paradigma). Creo que el e-book no creará nuevos lectores, y que somos una minoría quienes buscamos libros descatalogados y fuera de circulación, y para los que el espacio de almacenaje de libros es un problema, y por tanto virtuales destinatarios del gadget llamado “libro electrónico”. La mayoría del público lector elige entre lo que se le ofrece en las librerías, y por tanto no necesita específicamente del libro electrónico como tal. Otra cosa es que el e-book haga cosas que el libro tradicional no hace, y entonces seré el primero en comprarme uno. Por ahora, y esto es raro en mí, porque soy un tecnófilo, el artefacto no me atrae… Además, está el asunto de que se trata de un invento donde todo tiene fecha de caducidad: el aparato en sí, el propio formato del archivo que se lee, la tecnología…

Confiesa: Vas a una librería. ¿Recolocas tus libros en las mesas de novedades o en los estantes cuando no están bien visibles?

Sonará extraño, pero cuando voy a una librería intento no fijarme en si están mis libros o no, y de qué manera. Inspeccionar los libros de uno es algo que causa un sufrimiento infinito, una congoja cruel. No quiero perder el placer de ir a una librería a pasármelo bien. Este es un negocio bastante competitivo (el espacio es muy limitado, y hay muchos, muchísimos libros muy brillantes y muy bien hechos), así que si uno se obsesiona en la presencia que tiene en una librería, siempre llevará las de perder. Estará abonado a la paranoia. Intento que el librero conozca mis libros, sepa que le van a llegar, y luego obre y actúe en consecuencia. Con eso me conformo.

Imagina: En unos años, debido al éxito de la editorial, te ofrecen formar parte de un grupo o venderla. ¿Qué haces?

Hombre, no me lo había planteado, ja, ja… Aparte de que me parece bastante lejana esa posibilidad, me inclino a pensar que intentaría en todo caso mantener mi editorial en mis manos pasase lo que pasase (y eso incluye marcar la política estética, filosófica y de títulos, sin que nadie se inmiscuya). Siempre se ha dicho que la verdadera obra de un editor es su catálogo, así que no tiene que ser muy agradable dejar tu drama a medio terminar y que sean otros, con intereses difusos, los que escriban el desenlace. Habitualmente lo que impera en los grandes grupos es la pura rentabilidad (lo que no quiere decir que muchos de los libros que más me gustan del mundo no hayan partido de una multinacional), y lo que nos caracteriza a nosotros es más bien la personalidad, la identidad, la independencia de criterios, que haya un editor con nombre y apellidos detrás de la mesa cuyo rumbo personal sea el de la editorial. Si un gran grupo u otra editorial comprase Impedimenta, se llevaría un nombre, una marca y la explotación de un fondo histórico, pero el engendro o el invento dejaría de ser Impedimenta para ser otra cosa.

Con lo poco tiempo que lleva la editorial, ¡menuda guerra estás dando! Haznos un balance de estos dos años y medio de arduo trabajo.

Lo cierto es que el nivel de la nueva edición española es estratosférico. Eso hace muy complicado que un proyecto independiente como Impedimenta, que viene avalado simplemente con un catálogo y con el nombre de un editor, logre cautivar a los lectores, sometidos a una oferta de grandísima calidad. Por eso fuimos nosotros los primeros sorprendidos cuando nuestros primeros títulos, allá por el otoño de 2007, empezaron a concitar la atención de la gente, y vimos que iban funcionando en librerías, siempre con la ayuda de un distribuidor cómplice que era nuestros ojos y nuestros oídos en las librerías. Desde entonces hemos publicado cerca de 40 títulos, sobre todo de narrativa (abarcando novela, relato y antologías de textos temáticos), con un alto nivel de reimpresión (segundas y terceras ediciones). Tuvimos la suerte de que uno de nuestros títulos, concretamente el séptimo que publicamos, Botchan, de Natsume Soseki (uno de los libros más leídos en Japón desde hace cien años) fuera galardonado en 2008 con el Premi Llibreter (Premio de los libreros catalanes al mejor libro del año). Asimismo, junto al resto de editores del Grupo Contexto, nos fue concedido ese mismo año el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial. La labor diaria es dura (trabajamos una media de diez o doce horas al día, y la mayor parte de los fines de semana del año), pero gracias a esos dos premios la cuesta se hace menos pronunciada. Empezamos haciendo más incidencia en el libro clásico, pero ahora, gracias a libros como Un hombre que duerme, de Georges Perec, y sobre todo de La hija del optimista, de Eudora Welty, La librería, de Penelope Fitzgerald o de La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, estamos abriéndonos paso en el fértil terreno de los clásicos modernos (literatura del XX, abarcando desde los años veinte a los noventa), una decisión que nos está dando grandes alegrías.

Curiosidad: ¿Cómo surgió el nombre de la editorial?

Empezó como una especie de broma privada. Lo cierto es que yo siempre voy por ahí cargado de libros. Yo a ese fardo de libros que sacaba a pasear lo llamaba “la impedimenta”. La impedimenta, no sé si lo sabrás, era el equipaje que llevaban los legionarios romanos a la batalla. En ese bagaje llevaban todo: la espada, la lanza, las raciones de comida, la cantimplora, el casco, todo. Era un equipaje tan pesado que les doblaba la espalda y les hacía maldecir, pero no podían tirar nada, porque era lo imprescindible. En caso de que se deshicieran de algo, era probable que murieran en la batalla. Decidí llamar a la editorial “Impedimenta” porque para mí la cultura no es algo liviano, un mero divertimento, un simple pasatiempo. Es algo más. La cultura pesa. Concretamente pesa tres mil años o más de tradición. Quería que nuestro catálogo constase solamente de títulos imprescindibles. Libros que uno se llevaría en una mudanza. Libros que no fueran de leer y tirar sino de leer y guardar. Por eso el concepto de Impedimenta casaba de un modo tan claro con nuestra filosofía.

Si te parece, vamos a seguir una parte de la entrevista a partir de la experiencia como lector. Vemos un libro de Impedimenta en la mesa de novedades. Y lo primero que nos llama la atención es el diseño, las elegantes y hermosas cubiertas. Dices que uno de tus objetivos es que las obras «se guarden». Efectivamente, por su diseño, parecen más ejemplares de otra época, de aquellos libros bonitos que encontramos en las librerías de lance. ¿Te preocupaba mucho que, además del contenido, las ediciones fueran «libros-objeto»?

Antes que nada, gracias por lo que dices de nuestros libros. Evidentemente, intentamos que sean bonitos, y que uno pueda encontrar en ellos más que el propio texto que contienen. Creo que el concepto de libro no puede desligarse del concepto de objeto. El libro es una cosa. Y esa cosa puede ser agradable, neutra, o incluso desagradable. Optamos por lo primero. Al menos lo intentamos. Un libro contiene un mensaje, y ese mensaje es multiforme, abarcando el propio contenido literario, marcado por el autor, pero también una serie de contraseñas estéticas que hacen que ese libro gane valor: una buena elección del motivo de cubierta, un papel agradable, una maquetación armoniosa. Lo curioso es que eso no es especialmente costoso, o al menos no es más costoso que invertir en otras variables presentes en el propio libro. Esto es: hacer que un libro sea hermoso es más cuestión de esfuerzo y de proyecto, que de dinero. No concibo comprar un libro mal hecho, igual que no me gustan las películas mal hechas o los cuadros feos. Por tanto, considero fundamental vestir al libro como se merece. También por respeto al lector y al autor.

Vuestras ediciones, como comentabas antes, ya han logrado reconocimientos como el Premi Llibreter o el Nacional a la Mejor Labor Editorial concedido a la Asociación Contexto, a la que pertenecéis. Imagino lo orgulloso que estarás de tus hijos de papel…

Creo que más bien el éxito de la editorial ha sido todo producto de una labor de equipo: buenos traductores (a los que les gustan las obras objeto de encargo), un buen distribuidor cómplice, un impresor que se esfuerza en hacer bien su trabajo, a pesar de las adversidades, y una red de libreros abiertos a nuevas propuestas interesantes. El Premio Nacional deviene de una dinámica bastante inusual en el panorama literario de cualquier país. Varias editoriales pequeñas, con propuestas cuando menos curiosas, y que poco a poco van ocupando el lugar de editoriales de más historia, en vez de competir entre ellas se unen para alcanzar objetivos comunes. Eso es inédito, realmente. Creo que en realidad fue un premio colectivo a la nueva edición española, a la nueva generación de editores con ganas de cuidar el libro y de destapar proyectos interesantes.

Después de acercarnos para deleitarnos con la belleza del libro, descubrimos que es, claro, la obra de un autor clásico del canon occidental o bien un contemporáneo de referencia. Has demostrado que aún se puede trabajar sobre las grandes obras. Ante la opción de publicar el texto ya clásico de un autor y otro menos conocido del mismo, ¿te inclinarías siempre por el menos conocido?

Dependerá de varios factores. Evidentemente, si el texto ya clásico está demasiado editado, y hay ediciones vivas en el mercado, una nueva publicación, aunque sea con traducción nueva, no añadiría nada. Sería redundante. Me encantaría ser el editor de Huckleberry Finn, o incluso de La cartuja de Parma. Pero da la casualidad de que ya hay dos excelentes ediciones de Mondadori en el mercado, y por tanto publicar estas dos obras lo único que haría es montar ruido. Por otro lado, si el título menos conocido del autor no pasase los estándares de calidad de la editorial, tampoco la publicaría. Pienso, por ejemplo, en un par de pequeñas nouvelles de E. M. Forster que hemos dejado pasar por esa razón, o bien en un par de obras, a mi gusto imperfectas, del americano Theodore Dreiser.

Una de las virtudes de los editores independientes que se dedican a este tipo de libros es la de saber bucear entre lo inédito o poco difundido. ¿Te has llevado muchas sorpresas o lo que has ido publicando ya lo tenías en cartera?

Efectivamente, uno se lleva sorpresas mayúsculas cuando se topa con pequeños tesoros y luego descubre que, por alguna razón, estas obras no han sido publicadas en castellano. Ocurre que a veces te cae un libro en las manos, y cuando lo terminas de leer, encantado, descubres que nadie lo había publicado en castellano antes. Eso ocurre en bastantes más ocasiones de lo que parece. Empezando por Stifter, pasando por Jean de la Ville de Mirmont, y terminando por Stanislaw Lem. Me referiré, sin embargo, a dos casos especialmente curiosos: el primero es el de Eudora Welty, una auténtica referencia en el mundo anglosajón, comparable a Faulkner o a McCullers. Hacía tiempo que había leído La hija del optimista, en sus obras completas de la Library of America. Premio Pulitzer, fuerte carga autobiográfica, y una extensión perfecta. De repente, una agencia barcelonesa nos ofreció la publicación en castellano, y fue entonces cuando descubrimos que nadie antes la había editado en este idioma. Realmente sorprendente, porque se ha convertido en uno de nuestros títulos de referencia. El segundo caso es Botchan, de Natsume Soseki. Un título que se ha convertido, sin duda, en nuestro buque insignia. También inédito en castellano, cuando es una de las obras nacionales de Japón (cien años vendiéndose sin parar), y además dotada de una enorme vigencia.

¿Qué te lleva a decidir incluir una introducción de la obra o no hacerlo?

Al inicio fue una cuestión de principios, y lo hacíamos con todos. Teníamos como modelo a la exquisita editorial británica Hesperus Press, que incluía en todas sus ediciones un prólogo que actualizaba en cierto modo el mensaje de un título clásico o bien de un clásico moderno. Luego, conforme fuimos dando a la imprenta más títulos, descubrimos que en algunas ocasiones el prólogo sobraba, y en otras que incluso estorbaba o era contraproducente. Básicamente, la pertinencia del prólogo tiene que ver con la necesidad de poner en antecedentes al lector sobre un autor o su obra. Es diferente publicar a Dickens, autor suficientemente conocido, o con una obra ya puesta en contexto, que publicar a Lascano Tegui o una delicada obra de Stendhal, como Los Cenci, dos casos en que se hace necesario reforzar el libro con un aparato previo que explique las claves del autor o la obra. Últimamente intentamos no incluir muchas introducciones, a no ser que añadan algo crucial o sean estrictamente necesarias.

La traducción es un aspecto muy delicado que, desgraciadamente, no siempre se tiene en cuenta. El respeto de Impedimenta es tal que, al igual que otras editoriales (pocas, añadiría) incluye el nombre del traductor en la cubierta. ¿Te resulta complejo escoger al traductor ideal para determinado libro?

Dos de los tres socios de Impedimenta son traductores. Cuando fundamos la editorial nos pusimos como norma intentar dignificar en la medida de lo posible la figura del traductor, darle una dimensión que trascendiera la del profesional que realiza un mero trabajo por encargo. Creíamos que lo más razonable sería asignar cada obra a un traductor que disfrutara con el trabajo, y que incluso estuviera especializado en el autor. Eso no siempre es posible, por cuestiones de plazos, de calendarios, de disponibilidad, o incluso de idoneidad. Cuando un traductor hace una obra no sólo por el encargo, sino porque la obra le dice algo más, ese algo más se nota. Ahí está Mujeres, de Mihail Sebastian, traducido por Marian Ochoa, gran conocedora del autor; o El sendero en el bosque, de Adalbert Stifter, que fue una propuesta del propio traductor, Carlos d’Ors. O los dos libros de Georges Perec, Lo infraordinario y Un hombre que duerme, publicados gracias al empeño de Mercedes Cebrián. En fin, damos enorme importancia a la presencia del traductor en las cubiertas, incluimos sus biografías en nuestra página web, en nuestras fichas de prensa, e intentamos que su presencia se note.

El catálogo lo conforman obras narrativas. ¿No dejarás sitio para el ensayo o la poesía?

En el caso de la poesía, por ahora no. Nos sentimos lectores de narrativa, antes que otra cosa, y a pesar de que nos gusta la poesía, y mucho, no nos sentimos con autoridad para publicar y para recomendar obras en este género. En cuanto al ensayo, tenemos una colección, “El panteón portátil de Impedimenta”, dedicada al ensayo “blando”, divulgativo, a la no ficción dirigida a lectores de narrativa. En ella hemos publicado ya dos obras “temáticas”: El Rival de Prometeo (Vidas de autómatas ilustres), consagrada a la inteligencia artificial desde la Ilustración hasta la actualidad, con textos de Allan Poe y de Bierce, pero también de Freud, Diderot o Descartes; y Francia combatiente, de Edith Wharton, un recorrido por la cicatriz bélica de la primera guerra mundial, desde Dunquerque a Belfort, que le valió a su autora la concesión de la Orden de la Legión de Honor Francesa. Esto es, sí estamos interesados en la publicación de ensayo, pero desde un punto de vista muy abierto, poco militante.

Tampoco encontramos a autores españoles. ¿Te verás tentado a rescatar a algún compatriota o crees que resultará  difícil?

Está en nuestro ideario publicar autores españoles, y de hecho a los tres meses de comenzar a publicar sacamos a la luz El perfume del cardamomo, de Andrés Ibáñez, una excelente recopilación de cuentos chinos que funcionó magníficamente. Creemos que la labor del editor consiste en apostar, más que en jugar a valores seguros. Somos extremadamente selectivos, y el problema es que raramente encontramos entre lo que nos envían y lo que buscamos obras que nos resulten verdaderamente interesantes (entre otras cosas porque la mayoría de los autores que admiramos tienen ya una trayectoria sólida en otros sellos, y además no nos interesa demasiado la literatura muy apegada al aquí y ahora). Puedo adelantarte, no obstante, que en mayo publicaremos el próximo libro de relatos de Pilar Adón, El dios de los vacíos. Pilar llevaba cuatro años trabajando en él, es un libro excepcional, de lo mejor que he leído en mucho tiempo, un libro al que, lógicamente, hemos venido siguiendo la pista muy de cerca, y que ahonda en el género que Pilar domina con más autoridad, el relato (no olvidemos que su anterior libro, Viajes inocentes, fue galardonado con el Premio Ojo Crítico de Narrativa, en 2005). Creemos que su editorial es Impedimenta, y que si este sello aspira a lo máximo, tiene que publicar este libro sí o sí. Además, puede ser una importante piedra de toque para abrir una línea, que esperamos tenga continuidad, recuperando obras interesantes de autores españoles contemporáneos.

Por las características de las ediciones de Impedimenta, los nuevos soportes electrónicos no encajarían con tu filosofía, simplemente estarías ofreciendo el texto traducido pero sin el placer de ver y tocar el libro. En este sentido, ¿te ves como uno de los últimos románticos?

Ja, ja… En absoluto. Simplemente soy editor de libros, y por ahora el formato que mejor responde a mis inquietudes es el libro en papel. Es difícil dotar a un e-book de personalidad, pero el día en que el e-book me ofrezca algo que el papel no me ofrece, y que eso me parezca interesante, saltaré a otros formatos sin dudarlo.

Paseamos por Facebook y te vemos ahí, participando de la comunicación a través de internet, que os ha abierto muchas puertas y en la que puedes contactar con gente que os sigue. Precisamente los editores independientes sois los que mejor estáis utilizando estas vías. ¿Crees que, en la actualidad, la fuerza de difusión ya no es tal en la prensa convencional, en la crítica tradicional y hay que moverse más por la Red a través de foros, blogs o medios online?

Eso sin duda. Cuando yo empecé a editar, hace ya una década, aparecer en un determinado suplemento de cierto diario de tirada nacional podía multiplicar las ventas de un libro por dos o por tres, e incluso servía para consagrar un sello. Existía una fuerte capacidad de prescripción por parte de los medios tradicionales, y sus “recomendadores” tenían un amplio predicamento. De un tiempo a esta parte, sin embargo, esa tendencia ha cambiado. Cada vez se leen menos diarios en papel, cada vez los espacios de cultura y de opinión se ven más relegados en los periódicos a páginas residuales, fuertemente mediatizadas y a menudo cargadas de publicidad. La red hierve de lectores dispuestos a dar su punto de vista sobre un libro, o sobre un autor o sobre una editorial. Lectores nada envarados, poco sospechosos de que su criterio obedezca a mandatos comerciales, muy apegados al gusto del público en general, que crean tendencia porque son pares de muchos otros lectores que además se fían de su criterio. Los blogs y las redes sociales permiten que nuestras apuestas lleguen a un público muy segmentado, pero tremendamente fiel, que busca algo muy específico, y que  tiende a especializarse. Y nos permite también personalizar nuestro mensaje casi de lector a lector, y dosificar nuestra información de un modo muy flexible. La red basa su poder en la capacidad de linkear contenidos, y de ese modo es posible que cualquier reseña, comentario o novedad se reboten de un modo exponencial.

¿Qué es lo que te produce más dolores de cabeza de todo el proceso de publicar un libro, desde el momento que decides incluirlo en tu catálogo hasta que está, por fin, en las librerías?

Paradójicamente, lo más difícil es hacer que finalmente esos libros se vendan, que lleguen a su público lector. Los procesos iniciales dependen del editor: elegir el título, conseguir un buen traductor o una corrección que realce su valor, maquetarlo y diseñarlo, y lograr entusiasmar al librero. Pero si el eslabón final falla, todo el trabajo es el vano. Con los limitados recursos con que contamos, tenemos que conseguir que se oiga hablar de nuestro libro, de entre todos los libros que se editan cada semana, cada mes. Muchas veces, la parte final del proceso escapa a tu control, y por eso es la fase más incierta, porque ahí es donde el libro tiene que dar la talla, casi sin ayuda de nadie.

¿Y la «niña de tus ojos»? ¿La joya de Impedimenta? (y no me digas que Pilar Adón, que te conozco).

Evidentemente, Pilar Adón, ja, ja… No, ahora en serio. Cada vez que publicamos un libro, y no es un tópico, en Impedimenta nos matamos por él. Durante unas semanas es el centro de atención de todo el equipo, e intentamos que funcione y se vea, que le lea y se difunda y se venda. No obstante, siempre hay apuestas puntuales en cada temporada, en la que fuerza la máquina, quizás en mayor medida que en el resto de los libros. En muchos casos, esos títulos “apuesta” nos dan grandes alegrías: Botchan, de Natsume Soseki; La hija del optimista, de Eudora Welty; Para leer al anochecer, de Charles Dickens, o El hospital de la transfiguración, de Stanislaw Lem. Ahora, nuestro título estrella es La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons.

Acabáis de publicar dos joyas ya referidas: La novela de Gibbons, de la que se hizo una adaptación cinematográfica hace unos años con mucho éxito, y La librería, de Penelope Fitzgerald. Danos unas pinceladas sobre las dos obras.

A pesar de que hicimos muchísima incidencia con este libro desde el principio, La hija de Robert Poste ha sido la auténtica sorpresa de este año. Agotamos en tres semanas la primera edición de 3000 ejemplares, y acabamos de recibir la noticia de que la segunda, de 1000 ejemplares, se ha vendido en apenas cinco días. Estamos muy contentos, porque se trata de algo realmente inusual. El título, no obstante, lo vale. Considerada por algunos críticos como la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del XX, y galardonada con el Premio Femina, narra la historia de una niña “bien”, Flora Poste, que tras quedarse huérfana se ve obligada a mudarse de Londres e irse a vivir con unos parientes rústicos del campo, los Starkadders, que son una panoplia de tipos de lo más grotesco: hay un predicador que atemoriza a sus fieles, los “estremecidos”; una muchacha de servir que se queda preñada todos los años, cuando florece la parravirgen; una etérea muchacha que se pasea por los campos declamando poesía; y todos ellos están sometidos al imperio de la tiránica matriarca, Ada Doom, una mujer que nunca sale de su habitación y que cuando era pequeña vio “algo sucio en la leñera” que la traumatizó para siempre. El choque entre la bienpensante Flora y los patéticos Starkadders, todo ello mezclado con una ácida parodia del género de la narrativa rural inglesa, hace que la novela sea tremendamente graciosa, y muy agradable de leer.

Por otro lado, La librería, de Penelope Fitzgerald, finalista del Booker Prize, es una tragicomedia sutil, ambientada en un pequeño pueblo inglés en los años cincuenta, en el que no hay de nada, que narra la historia de Florence Green, una mujer de media edad que decide montar una librería en el pueblo. Poco a poco, de un modo soterrado, todos los habitantes del lugar se conjuran para que la librería cierre. Se trata de una novelita que se lee en un santiamén, dotada de un humor cruel, y que se debe a la pluma de una de las grandes damas de la narrativa inglesa última.

¿Serán estas vuestras novedades para la Feria del Libro de Madrid, o guardáis algún conejo en la chistera?

Precisamente mientras escribo estas líneas está a punto de llegar a las librerías otra (la tercera, de hecho) de las grandes apuestas de Impedimenta para esta primavera: se trata de Soy un gato, de Natsume Soseki. Una obra mítica de la literatura japonesa, la obra que consagró a Natsume Soseki como un escritor de masas, que narra las aventuras de un gato un poco bastante misantrópico, que se ve obligado a compartir su vida con una caterva de extraños personajes pertenecientes a la bienpensante clase media tokiota de la era Meiji. La novela es divertidísima, de hecho una de las cumbres de la literatura gatuna mundial, y una obra muy recomendable para pasar estos días de tímida primavera al resguardo de las noticias de la televisión, que nunca son buenas.

José A. Muñoz

Más información: Web de Impedimenta

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

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