Álex Chico | Foto: Andy Solé

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Álex Chico | Foto: Andy Solé
Álex Chico | Foto: Andy Solé

Quien conozca la trayectoria del escritor y crítico Álex Chico (Plasencia, 1980) quizá se sorprenda al ver cómo, de repente, después de cuatro sólidos libros de poesía consecutivos, publica un libro de narrativa como Un hombre espera. Digo un libro de narrativa y no, por ejemplo, una novela, porque -pese a lo que pueda parecer a simple vista- el libro no es, propiamente, una novela. Ya lo advierte la contraportada, que nos informa, además, de que tampoco se trata de una biografía, aunque lo cierto es que algo sí que tiene de novela, y de biografía, y de diario de viajes, y de ensayo literario, y siendo a la vez tantas cosas y siendo el autor sobre todo un poeta, cabría preguntarse si Un hombre espera no es, también, un libro de poesía. Como respuesta no me atrevería yo del todo a decir que no, pues aunque apenas contenga versos -fuera de la evocación de algunos poemas del desaparecido José Antonio Gabriel y Galán-, no creo desacertado decir que bebe directamente de la poética de Álex Chico y que, como veremos, es absolutamente coherente con el resto de su obra.

Un hombre espera es el relato del viaje a París de un escritor placentino, Álex Chico, en pos de las huellas de otro escritor placentino, el mencionado José Antonio Gabriel y Galán -poeta, novelista, antiguo director de El Urogallo-, que vivió en esa ciudad entre los años 63 y 66, cuando estaba comenzando a escribir, en una época en que París aún era la meca de la Cultura y la Literatura universales. En el libro, Álex llega a París muchos años después, en agosto de 2013, se aloja en el barrio de Montparnasse y durante varios días se dedica a deambular por distintos lugares relacionados con la estancia de Gabriel y Galán tratando de imaginarse cómo sería su vida entonces y de descubrir posibles localizaciones de algunas de sus novelas como medio para comprender, para descifrar, el significado de su obra literaria, pues, como acertadamente señala José Ángel Cilleruelo en el prólogo del libro, frente a:

“La idea formalista de que todo lo que concierne a una obra literaria está en su interior (…) [Álex Chico] plantea que es necesario recurrir a todo lo que hay en el universo (del autor, pero también del lector) para desentrañar los signos de una obra literaria”.

Y por eso se traslada no al tiempo, pero sí a unos espacios que fueron de José Antonio Gabriel y Galán en su juventud para tratar de comprender mejor tanto al autor como su obra:

“Voy detrás de alguien que iba detrás de otra cosa”.

Libros en su tinta
Libros en su tinta

Afirma Álex en la página 27 del libro poniendo de manifiesto esa aspiración, y, a la vista de la frase, cabría plantearse de qué iba detrás el fallecido autor placentino en aquellos años suyos en París. Lo curioso es que la respuesta que ofrece Álex en Un hombre espera no surge de datos biográficos precisos, de los que el libro, en buena medida, carece. Se nos dice, sí, que Gabriel y Galán vivió algún tiempo entonces en la calle Campagne Première, que estuvo casado, que en París escribió su primera novela, inédita, Idea fija en Montparnasse, y poco más. El resto es una indagación en la vida y en las expectativas de aquel joven José Antonio a través de los lugares que aparecen en sus obras y a través de sus personajes, de lo que en sus personajes pueda haber de autobiográfico.

Se nos cuenta, así, que en aquella primera novela un hombre espera una carta que se adivina crucial para su futuro, y que en algún momento de la trama persigue, movido por la inquietud, el motocarro del servicio de correos a lo largo del bulevar Raspail, y más adelante se nos habla también de Silverio, protagonista de Mucho tiempo después, la novela más reconocida de José Antonio Gabriel y Galán, un tipo ambicioso, que desea refundar la ideología marxista, que trata de propiciar un encuentro con Sartre, que fantasea con casarse con su hija, que quiere triunfar en París y no sabe cómo. El contrapunto a ese Gabriel y Galán joven, expectante, ávido de experiencias, triunfo y Literatura que se adivina en sus personajes está en el Gabriel y Galán adulto, desencantado, cuya existencia, según nos cuenta Álex:

“Había sido algo así como una experiencia siempre pospuesta. Se decía a sí mismo que su vida comenzaría cuando se encontrara en París. Y una vez allí volvía a aplazarlo, se daba un nuevo margen. Mientras tanto, pasaba los días entre la decadencia y la plenitud, tal y como le sucedía a alguno de sus personajes”.

Y que a este respecto llega a afirmar también en sus diarios:

“Yo no he vivido. He pasado mi existencia preparándome para vivir”.

Parece, pues, que Gabriel y Galán, en sus años de París, y en los posteriores, habría sido un hombre que espera, quizá un hombre que esperó demasiado de la vida y de la Literatura y al que al final, por desgracia, ni la una ni la otra trataron demasiado bien, de ahí la amargura de muchas de las entradas de esos diarios, que en varias ocasiones Álex cita en su libro, y la sensación triste que al final le queda a uno, al leerlos, de una existencia malograda.

Pero la indagación parisina del autor no se agota en la figura de José Antonio Gabriel y Galán, pues al seguir sus huellas da con otros libros, con otros autores, con otras referencias, y acaba dando de lleno con la memoria del propio barrio de Montparnasse, y buena muestra de ello son, por ejemplo, las páginas 33 y 34 del libro, en las que despliega un amplio catálogo de personalidades artísticas y literarias que pasaron, en su tiempo de esplendor, por el bulevar Raspail, desde Rilke hasta Louis Aragon, desde Nicolas de Stäel hasta Yves Klein, deteniéndose especialmente en el hotel Istria, donde se habrían alojado artistas como Picabia, Duchamp, Satie o Maïakovski, nombres que el hotel evoca en una placa en la puerta como reclamo publicitario y del que el autor afirma, de forma certera, no sabemos si refiriéndose también, quizá, a todo el barrio:

“Un hotel que ha perdido su esplendor. Peor aún: que se ha conformado con relegarlo a una placa”.

En su deambular urbano hay un momento, hacia el final del libro, en que Álex acaba por salirse de París -pues, como dice en alguna ocasión, “incluso las grandes ciudades se acaban”- y en el que se encuentra con una casa abandonada -la Maison Laffitte- que le recuerda al caserón en el que se desarrolla una extraña escena de Muchos años después. Al principio de ese capítulo, el 17, el autor nos dice:

“A veces pienso que mi viaje a París en busca de José Antonio Gabriel y Galán no fue más que el resultado de una constante inclinación a perseguir todo aquello que me conduce a la evocación de lo perdido. Muchos de los itinerarios que he perseguido en mi vida parten de esa premisa. Igual que mi predilección por los lugares abandonados”.

Y un poco más adelante afirma, en ese sentido, que:

“Cuando estás frente a un lugar abandonado es inevitable que sobre él caiga el peso de una memoria inventada, una fabulación, aproximada o no, del pasado”.

Pues bien, al leerlo uno tiene la sensación de que ese caserón abandonado, probablemente anodino, que puede que jamás hubiera llamado la atención de nadie que no hubiese sido Álex Chico, es el final, el destino inesperado de su viaje y de que, en cierto modo, el viaje tras las huellas de Gabriel y Galán no es, en cierta medida, más que una excusa para acercarse a París, un poco a la manera de Patrick Modiano, en busca de tiempos perdidos, y para redundar, en último extremo, en uno de los elementos clave de la poética de Chico, la noción de lugar como depósito de memorias, de olvidos, de recuerdos, un elemento que vertebra toda su obra y que encuentra su máxima expresión en poemas dedicados a lugares abandonados como Interiores o En el límite, de Dimensión de la frontera.

Sobre esta extraña virtud del deambular para conducirnos a lugares que no esperábamos, dice Álex Chico al principio de uno de los capítulos del libro, exponiendo un poco el modus operandi de su búsqueda:

“En ocasiones, nuestra vida se reduce a unas pocas tareas, sencillas y a la vez sumamente complejas. Por ejemplo, rastrear en el pasado para encontrar alguna clave que nos sirva de guía en el presente. Alguna señal. Algún indicio. Todo consiste en pasear por una ciudad sin ningún camino preestablecido, dejando que una calle te conduzca a la siguiente. Y así hasta dar con ciertos lugares a los que parecíamos destinados desde el comienzo”.

Unos lugares a los que yo diría que estamos destinados desde el primer momento, porque Primer momento es, precisamente, el título del poema que abre el primer libro publicado por el autor, La tristeza del eco, un poema breve que dice:

Lo más extraño del viaje

es no saber hacia dónde se regresa.

Acaso diría Walter Benjamin

que en esos lugares parece haber pasado todo

lo que aún nos espera.

Versos estos que demuestran, como decía, que Un hombre espera, aun siendo una obra en prosa, es una estación de paso más en la trayectoria poética de Álex Chico, una pequeña excursión con la que nos invita, desde luego, a recorrer París, a patear Montparnasse, a leer a nuestro paisano José Antonio Gabriel y Galán, pero en la que al mismo tiempo nos anima a recorrer de nuevo, al acabar, La tristeza del eco, Dimensión de la frontera, Un lugar para nadie, Habitación en W, esos otros lugares por los que ha ido discurriendo, libro tras libro, la ya prolongada trayectoria literaria del joven poeta placentino.

Juan Ramón Santos

Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) es autor de las novela 'Biblia apócrifa de Aracia' y 'El tesoro de la isla', de cuatro colecciones de relatos -'Cortometrajes', 'El círculo de Viena', 'Cuaderno escolar' y 'Palabras menores'- y de dos libros de poemas, 'Cicerone' y 'Aire de familia'. Además, ha colaborado en diversas antologías y libros colectivos, entre ellos 'Relatos relámpago' y 'Por favor, sea breve 2'.

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