Música acuática

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 T.C. Boyle | Foto: Amrei-Marie Leiziger Buchmesse | WikiMedia Commons
T.C. Boyle | Foto: Amrei-Marie Leiziger Buchmesse | WikiMedia Commons

«Â¿Imaginas lo indeciblemente insípido que resultaría si me limitara a contar escuetamente los hechos en toda su crudeza… sin una pizca de adorno? Escucha, muchacho, la gente de bien, en Londres y en Edimburgo, no quiere leer nada sobre miserias, calamidades, ni treinta y siete esclavas destripadas… Ya tienen bastante con el horror de sus propias vidas. No, ellos quieren un poco de fantasía, un toque de exostismo y de misterio. ¿Y qué hay de malo en dárselo?».

Uno de los más manoseados -y odiosos- lugares comunes que se emplean para juzgar la calidad y la pertinencia de una novela histórica -un género que en los últimos veinte años ha sufrido un alarmante descenso de nivel literario que uno presume definitivo por más que las excepciones, no sólo debido a la ínfima calidad media, parezcan invitar al optimismo- es una supuestamente imprescindible recreación fiel de la época, como si el hecho de evitar la presencia de romanos con reloj de pulsera o de automóviles en el siglo XVIII constituyera alguna clase de mérito, y los anacronismos -en pleno postpostmodernismo, interminables vueltas de tuerca y continua reinvención y mestizaje de géneros- el peor de los defectos que puede sufrir una novela.

Impedimenta
Impedimenta

Como si este razonamiento, en lugar de proceder del que escribe estas líneas, hubiera sido formulado por un escritor, y asumiera esos defectos, en 1980 un autor norteamericano se rindió antes de combatir y escribió su primera novela, a medias -esto se aclarará con posterioridad- histórica, protagonizada al alimón por un personaje real y otro  inventado -por más que ambos parezcan ficticios o, si acaso, con los papeles cambiados-, la situó a finales del siglo XVIII, y completó la doble trama -dos héroes, dos acciones, dos escenarios que confluyen en la gran aventura final- incluyendo, intencionadamente, anacronismos e inexactitudes que hacen que sus aventuras se transformen en un apasionante y desafiante juego tan metaliterario como divertido. Este impresionante texto es Música acuática, de T.C. Boyle -la referencia a Haendel, el más inglés de los compositores alemanes, no es una coincidencia-. Y quien prefiera realismo dieciochesco, que lea un manual, a ver si de este modo se cura de su aversión a la ficción -y que obvie que, al fin y al cabo, un manual de historia no es más que un libro cuyo componente ficticio ha sido validado por una mayoría de académicos-.

T(homas) C(oraghessan) Boyle es un escritor cuya corrección ha impedido que su obra se ganara la consideración de la mayor parte -en todo caso, de la influyente- de la crítica hispánica y, de rebote, el favor de una mayoría lectora; escribir con corrección y con oficio ya no es suficiente, como en el cine, sin efectos especiales el público se aburre. El dominio de los recursos narrativos no se valoran si no se emplean como si fueran un castillo de fuegos artificiales; la originalidad de las tramas no se tiene en cuenta cuando las novelas que se valoran son las que carecen de ellas; la parodia de la novela clásica no se entiende porque ya nadie lee novela clásica, que se despacha con el peyorativo calificativo de antigua o, peor aún, superada; el silencio ensordecedor con el que sanedrín literario recibió la reciente publicación de la monstruosa El plantador de tabaco o, más recientemente, la magnífica, aunque más humilde, Las luminarias, fue tremendamente elocuente en este sentido.

Un inciso: tal vez por un defecto de percepción, tal vez porque mi background lector contenga imperdonables lagunas, la lectura de Música acuática me ha recordado constantemente la de la novela de Barth, no sólo por el exotismo de las localizaciones sino también por el manejo de los anacronismos, por el uso de métodos contemporáneos para parodiar una novela de época y también, en parte, por partir de hechos reales que fueron, completa o parcialmente, recogidos por los protagonistas en un libro: The Sotweed Factor, or a Voyage to Maryland, A Satir (1708), en el caso de John Barth, y Travels in the Interior Districts of Africa (1816), en el caso de Mungo Park.

Mungo Park, un explorador escocés que ha viajado a África en busca del mítico río Níger, ha sido hecho prisionero por una partida de moros en pleno Sahel, cautiverio del que consigue escapar gracias al favor de una de las esposas de su secuestrador. Ned Rose es un buscavidas londinense que sobrevive estafando a quien puede hasta un día que tiene que salir por piernas y desaparecer ante el acoso de sus víctimas. Uno, vuelve a Escocia y consigue organizar, aún con la oposición de su familia, una segunda expedición para comprobar si el Níger desemboca efectivamente en el mar o se pierde en medio de las arenas del Sahara; el otro, consigue sobrevivir milagrosamente a un ahorcamiento y ser expatriado a una isla en la desembocadura del río Gambia. En la inexplorada África del siglo XVIII sus vidas se entrecruzarán para dar lugar, en la segunda parte de la novela, a uno de los relatos de aventuras más deslumbrantes de la literatura reciente.

Boyle maneja con soltura algunos de los registros de la novela clásica; aplicando con maestría continuos cambios, es capaz de imprimir el ritmo trepidante de las viejas novelas de aventuras, mitad homenaje mitad parodia, manejando con igual soltura la novela típicamente londinense y la africana, de Dickens a Scott, de Eliot a Conrad, de Richardson a Smollett, de Fielding a Defoe. En definitiva, una extraña y exitosa combinación de la inventiva de los cuentos orientales con el ritmo de las grandes novelas anglosajonas del siglo XIX, las hipérboles rabelesianas, la desmitificación del Quijote y los quiebros de la trama de Sterne; una falsa, manipulada y paródica novela georgiana más interesante que si fuera auténtica, un extraordinario placer para el lector.

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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