El extrañamiento en manos de los maestros: «Punto omega», de Don DeLillo | Revista de Letras
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Punto omega. Don DeLillo
Traducción de Ramón Buenaventura
Seix Barral (Barcelona, 2010)
Roma 1959, Isla Tiberina. La escena inicial de L’avventura de Michelangelo Antonioni nos sitúa en la encrucijada del observador que pese a tener una idea prÃstina del espacio no ve todo lo que acaece.
Nueva York 2006, MOMA. Un hombre acude hechizado al museo para contemplar la instalación 24 Hour Psycho que ralentiza el mÃtico largometraje de Hitchcock para que dure una entera jornada. Presencia la escena del baño. Norman Bates sabe quien está detrás de la cortina, no asà Janet Leigh, inocente mientras se limpia. Por no tener siquiera tiene nombre. En la misma sala hay un vigilante que gana su sueldo transcurriendo horas en el recinto, mirón de inercia hacia lo anónimo. El tiempo se congela, transcurre más lentamente y la realidad del exterior cobra otra dimensión, notaria del mal que nos acecha por tanta velocidad.
Fotograma de "L'Avventura" (Imagen: The Criterion Collection)
En L’Avventura de Michelangelo Antonioni hay tres roles fundamentales. Sandro y Anna mantienen una relación sentimental. Es verano y emprenden unas vacaciones para alejarse del mundanal ruido y descansar en la paz de un Ãntimo crucero con amigos en las Islas Eolias. Sandro es el tÃpico italiano seductor y se fija en Claudia, la mejor amiga de su chica. Surge el flirteo y se avecina la seducción en el interior de la nave. El grupo visita uno de esos misteriosos atolones, tierra en medio de la enormidad marÃtima, puntos solitarios a merced de la masa acuosa. Sólo hay piedras y lo yermo se impone. Una voz desencadena la tormenta. Anna, inconfundible morena interpretada por Lea Massari, ha desaparecido. La buscan sin fortuna. El impulso inicial elimina los motivos, y esa deuda pendiente determinará el resto del metraje. Un cuerpo se ha esfumado en lo sólido volátil.
Jim y Elster no avanzan un ápice. La rutina ha ganado la partida y los dos hombres del hogar se contentan con sentarse cada noche en una plataforma para beber whisky y vodka con naranja mientras contemplan el infinito horizonte del desierto. Cuando llega la hora de acostarse el director topa en ocasiones con el deseo al compartir lavabo con Jessie. La ve en bragas e imagina la lujuria, consigue intimidad y la teme porque el asesor, que prepara tortillas con admirable tesón, ya es casi un padre intocable, tanta es la familiaridad que han construido entre susurros y frases metafÃsicas. Una mañana salen a comprar y al volver se percatan de la ausencia de la chica. No se ha llevado sus pertenencias ni dinero, lo incomprensible atenaza y las preguntas se acumulan en sus cerebros.
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