Emmanuel Carrère | Foto: María Teresa Slanzi

El reino que no hay en mí

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Emmanuel Carrère | Foto: María Teresa Slanzi
Emmanuel Carrère | Foto: María Teresa Slanzi

Yo no creo en la resurrección de Cristo y Emmanuel Carrère tampoco. Si me he aventurado a leer El Reino (Anagrama, 2015), es movida por la fe a reencontrarme con su autor y muy a pesar del tema: una historia a la vez crítica y personal sobre el cristianismo.

«No, no creo que Jesús haya resucitado. No creo que un hombre haya vuelto de entre los muertos. Pero que alguien lo crea, y haberlo creído yo mismo, me intriga, me fascina, me perturba, me trastorna: no sé qué verbo es el más adecuado. Escribo este libro para no imaginarme que sé mucho más, sin creerlo ya, que los que lo creen, y que yo mismo cuando lo creía. Escribo este libro para no abundar en mi punto de vista.»

Dejemos en suspenso el tema del punto de vista y volvamos a las creencias. Más allá de que todos creamos cosas, en el sentido en que reconocemos como verdaderos determinados sucesos y aceptamos que la mente necesita de ciertas bases en las que apoyar sus argumentaciones ¿hasta qué punto creemos que son reales? ¿En qué sentido creen los que piensan que Jesús resucitó? ¿Lo consideran una metáfora o un hecho demostrable? Y haciendo este tema extensible a ateos y agnósticos, ¿consideramos que nuestras creencias son objetivas? Y más aún: ¿cuál es el mecanismo que desencadena el deseo de cambiar uno mismo, nuestro modo de ser y de actuar por creer en algo o en alguien?

Anagrama
Anagrama

El Reino es una obra ambiciosa, difícil de etiquetar. No es una novela, no es un ensayo, no es una autobiografía pero contiene elementos de todos éstos. Es una investigación, sí, erudita, profunda. Es una exégesis porque interpreta un texto religioso de manera crítica, haciendo si no un ejercicio de objetividad, (esa quimera) al menos uno sin trampas. El autor se toma no pocas molestias en señalar sus fuentes y por qué considera otras falsas o improbables, aceptando la imposibilidad de explicarlo todo. Y cuando no puede, cuando se queda sin pistas, entonces novela. Así pues, también es una eiségesis, porque inserta su visión particular sobre Jesús y los Evangelios. Un punto de vista más literario que religioso, desde luego, más historiográfico y definitivamente, más humanístico.

El libro se estructura en cuatro partes no cronológicas. La primera es autobiográfica: Carrère se confiesa mostrándonos su larga relación con el cristianismo. Una relación que incluye una fase de misticismo ferviente, según nos relata, durante la peor etapa de su vida. ¿Un joven Carrère beato? Ciertamente, un joven que acude a misa diaria y diariamente escribe comentarios sobre los evangelios, que ve a Jesús entre el follaje de una fotografía ¿Podemos llamarlo radical o este término sólo se aplica a los seguidores del Islam? En cualquier caso, es alguien que se siente iluminado, alguien que pertenece al Reino de los cielos y al título de esta obra. Carrère siempre asusta. Ya sea mostrando la criminalidad desde la vulnerabilidad del asesino (El Adversario, Anagrama/L’adversari, Empúries) ya sea enfangándose en la locura desde el realismo burgués (El bigote, Anagrama /El bigoti, LaBreu). En cualquier caso, lo que desasosiega en esta parte de El Reino no son amenazas apocalípticas sinó lo cerca que una mente privilegiada puede estar de lo no-racional. Como en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, (Minotauro) la biografía que escribió sobre Philip K. Dick. A Carrère parece que le cueste reconocer al cristiano que hubo en él y que de alguna manera, persiste, como veremos más adelante.

La siguiente parte relata los orígenes del cristianismo después de la muerte de Jesús. El autor nos ha acercado a su punto de vista desde una perspectiva múltiple: la del casi fanático, la del agnóstico, la del pensador. En la magnífica crítica que escribió Carlos Zanón para el diario Avui, esta introducción confesional resulta “a veces repleta de datos o personajes que buscan que creas en una objetividad que no es necesaria son un saco de arena que solo cuando terminas el libro, satisfecho, puedes dar por un precio más o menos bien pagado”. En mi opinión, la primera parte subyuga, porque nos permite apasionarnos con los Evangelios del mismo modo que lo hace él. Quien haya leído a Carrère, conocerá de sobra su maestría a la hora de plantearnos cualquier tipo de personaje, no en vano es uno de los mejores biógrafos de nuestro tiempo. Así que sobre su autoretrato o el de de San Pablo y San Lucas no voy a extenderme, son sencillamente excelentes. Destacaría, además, la brillantez con la que nos muestra un tiempo y un contexto, el del imperio romano, mucho más multicultural y poroso de lo que se acostumbra a explicar.

A partir de aquí se suceden las dos partes siguientes, la histórica y la de carácter más filosófico. Sigo queriendo creer que el cristianismo es la excusa con la que el autor despliega su estudio sobre los límites del pensamiento, o sea del yo, de la razón y de la locura, pero quizás habría que hablar de otras intenciones. Y éstas son las que más perturban.

“Este libro que escribo sobre el Evangelio forma parte de ellos, de mis grandes bienes. Me siento rico por su amplitud, me lo represento como mi obra maestra, sueño para ella un éxito mundial. El cuento de la lechera…”

He aquí la paradoja: “no abundar en mi punto de vista” versus “me lo represento como mi obra maestra”. Los envites del ego y del razonamiento ante la humildad del pensamiento mágico. El disfrute en la búsqueda de la sabiduría y la impresión psicológica de la fe. ¿Realmente Carrère se debate con su ambición? No son estas las únicas ambivalencias del libro. Una de las principales: hablar sobre cristianismo casi sin hablar de la Iglesia. ¿Se cubre las espaldas para no tener que opinar sobre sus casi 2.000 años de crímenes? A propósito de esta sospecha, debo reconocer que el epílogo me ha producido un desasosiego similar al del final de El bigote. Como no quiero desvelarlo solo diré que tiene que ver con el deseo de ser creyente y con el de una revisión del Evangelio según San Mateos encargada por la propia Iglesia. «Carrère, el perturbador», como dice Javier Aparicio en otro artículo. ¿Es lícito que un intelectual relativice el hecho religioso? ¿Que lo observe sin señalar su perversidad? ¿Qué diría Richard Dawkins sobre esto?

Un último apunte: no solo de cristianos habla El Reino. También encontrarán a Gógol, Limónov, saltos a páginas anteriores como en elige tu propia aventura, pornografía, Osama Bin Laden, Philip K. Dick again, antiguos griegos que quieren ser judíos, antiguos judíos que quieren ser romanos, Ciudadano Kane, Kafka, yoga y bobós parisinos. Trucos acertados o innecesarios, ficción o no-ficción, el Reino no está en mí ni en Carrère, pero debería estar en sus casas. No siempre se publican libros tan apasionantes.

Anna Pantinat

Anna Pantinat es autora de 'Construcció de la Nit' y 'De repente, un verano'. Compagina la escritura con los escenarios ya sea en su faceta musical, al frente de 'Pentina’t Lula', como en la teatral.

6 Comentarios

  1. TRASCIENDE al leer la reseña la ignorancia de la autora sobre temas religiosos. Tal vez debió informarse antes -pedir demasiado hoy en día; todo es opinión, fundada en tópicos normalmente-, o ceder el espacio a alguien que sí lo estuviera.

    No falta, por otra parte y como no podía ser de otra manera atendiendo a lo escrito anteriormente, la pullita de justicia social: esa omnipresente condescendencia, esa disculpa permanente, esa elegida ignorancia respecto a la religión mahometana. En resumen, una crítica bastante progre que como suele ser habitual en este tipo de críticas no aporta nada que no hubiese podido leer en cualquier otra. La distinción escasea.

  2. He entrado a Carrère a través de «De vidas ajenas» y me ha atrapado con su prosa, en esa mezcla de autobiografía y novela que, veo, practica en más de una ocasión. Me apuntaré este otro título para seguir degustándolo, gracias por tu reseña pese a tu supuesta falta de información.
    Parece mentira cuánta rabia puede supurar la gente.

  3. «Â¿Es lícito que un intelectual relativice el hecho religioso? ¿Que lo observe sin señalar su perversidad?»

    Me fascina el despreocupado, deliciosamente ingenuo totalitarismo que encierran esas preguntas. Podríamos reformularlas, fundiéndolas en una sóla: «Â¿es que vamos a dejar que los intelectuales piensen y crean lo que les salga del mismo mondongo?» Yo digo NO, no les dejemos. No basta con oponerse a las ideas y enfoques discrepantes, es necesario negarles la posibilidad, la legitimidad.

    Lo segundo que más me fascina es equiparar la creencia en un dogma (creencia que se dice «radical», porque resulta que no es en coña, en plan metáfora, en plan «modo de hablar») con individuos que hoy, en pleno siglo XXI, ponen bombas en discotecas matando a decenas de personas. Chapó todo.

  4. Buenas noches,

    por alusiones.
    ¿La diferencia entre el dogma cristiano y el dogma musulmásn, no será precisamente el de las bombas recientes?

    ¿Nos ponemos a contar muertos? ¿Las cruzadas las contamos? ¿Y las brujas? ¿Y los crímenes de la Inquisición? ¿Y el colaboracionismo con regímenes precisamente totalitarios ? ¿Es que los muertos de ahora puntúan más que los anteriores?

    O sea, puestos a hablar de instituciones que han financiado guerras y gobiernos totalitarios , ¿lo totalitario es cuestionarlas?

    ¿Que un intelectual diga lo que le sale del mondongo, precisamente no da derecho a que una «ingenua deliciosa», no diga lo que le salga de la mondonga?

    Qué cosas!

    Quiero decir

  5. ¡Ay lo que han conseguido Carrere/Pantinat! ¡Que salten chispas!
    ¿Y no es esa la función del intelectual, poner en duda, provocar?

    Dejando de lado creencias y descreencias, tras la reseña resulta una lectura bien apetitosa y seguro que muy proclive a conversaciones en todos los registros posibles.

    Gracias por la invitación a esta lectura.

  6. E. Carrere es uno de los grandes de las letras francesas. Me gustó mucho su obra Limonov, y esta que comenta Anna es realmente entretenida e interesante.
    Nunca está de más comprender que somos seres culturales occidentales cuyas raíces se sumergen en la cultura greco-romana y en la tradición judeocristiana. No está de más conocer la influencia del islam en el Medioevo y de Mesopotzmia y Egipto, em el albor de la civilización.
    Buen libro, sensato, nunca irreverente. Es más, quedo con la sensación de que el autor sigue siendo cristiano, y no le molesta. Buen comentario de Anna. Se agradece. Libro altamente recomendable para seres humanos cultos.

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