Jane Lazarre | Foto: Las Afueras

El nudo materno

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Jane Lazarre | Foto: Las Afueras

“—Yo daría la vida por él […]. Supongo que esto es amor […], pero ha destrozado mi vida, y solo vivo pensando en cómo recuperarla —dije para terminar, pues sin la segunda parte de la frase, la primera era una pérfida mentira, una mentira que juramos desterrar para siempre.”

Este y no otro es el tema de El nudo materno (The Mother Knot, 1976) de Jane Lazarre: la ambivalencia constitutiva y nuclear del amor maternal. La pugna entre ternura y cólera, demonizada esta última por la “maternidad como institución”, como diría Adrienne Rich, pero muy presente en las luchas cotidianas de las madres.

Escrita en 1976, la obra de Lazarre ha sido recientemente publicada por la editorial Las Afueras, en traducción de Elena Vilallonga. Se trata de una obra clásica del feminismo estadounidense, precedida —en su versión española— por un inspirador prólogo de Carolina del Olmo, quien incide en la proclividad que muestran los libros sobre maternidad a adentrarse en el pantanoso terreno de la autobiografía y la reflexión ensayística; a constituirse, en suma, en textos híbridos que habitan en los márgenes. El nudo materno, que se sirve de la textura de un diario íntimo para sacar a relucir un yo literario imponente con el cual vehicular y darle forma a los universales de la experiencia, es una cumbre de este tipo de literatura. Partiendo de la certeza feminista de que lo personal es político, esta obra pone de relieve hasta qué punto la necesidad y la voluntad de compartir una experiencia tan privada, dolorosa y fagocitadora como es la maternidad, su ambigüedad angustiada —el poder omnímodo coexiste inevitablemente con la sumisión—, puede capacitar a las mujeres para crear una descripción colectiva del mundo que han de conquistar.

La propia Lazarre, en su prefacio a esta edición, habla del mito occidental de la maternidad y lo califica de “arma destructora precisamente porque no es del todo erróneo, sino que omite media parte de la historia”. A todas las madres acaba desesperándolas eso que a menudo la sociedad considera su destino; nadie las ha preparado para servir a esa función ni para entregarse a un vínculo tan intenso con el recién nacido. Como apunta Adrienne Rich en Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución (Of Woman Born: Motherhood, 1976), la madre es víctima de sentimientos complicados y subversivos, y puede experimentar la profundidad de este conflicto entre la autoconservación y los sentimientos maternales como una agonía primaria.

Esta es la historia de la primera crisis de maternidad que experimenta una mujer. Estructurado en cuatro partes —Nacimiento, Madres y padres, Niños y La dama oscura—, El nudo materno se sitúa, en un inicio, a las puertas del segundo parto de su autora, para retroceder después, en un extenso relato retrospectivo, al período correspondiente a la experiencia como madre primeriza. El parto se dibuja como una perspectiva aterradora y es definido muy certeramente como un rito físico y psíquico de paso, “misterio inasequible” que ha de dejar atrás a la niña y dar a luz, además de al hijo, a la mujer madre. Esta tendrá que aprender a criar, algo que no sabe por instinto, y a entender la naturaleza de ese “amor profundo, exuberante y totalmente inamovible”, que, de una manera extraña y paradójica, queda “atrapado en una rutina sorda y enervante”.

“Estaba obsesionada por el momento atroz del nacimiento, incivilizado, poderoso […]. Vivía paralizada por la fascinación y el amor que me transmitía mi propio poderío.”

“El embarazo y el parto habían sacado esa fuerza a la luz y ahora nunca más podría volver a negarla. Ahí estaba: había creado una criatura. La intensidad emocional que sentí durante el embarazo y que en condiciones normales se consideraba excesiva, ahora me estaba permitida […]. De súbito, mi tendencia al control se resquebrajó y afloraron otras partes de mí, extrañas y nuevas para los demás.”

“El cuerpo de James apenas había cambiado en los últimos tres años. Yo agradecía que el mío reflejara las transformaciones de la maternidad. Porque estos cambios físicos eran una señal indiscutible de que había superado un rito de paso y salido con vida.”

Editorial Las Afueras

La escritora habla de sus propios orígenes. Nacida en el seno de una familia judía, intelectual y comunista, tuvo que aprender pronto a lidiar con la ausencia, pues su madre murió cuando ella tenía siete años. Lazarre nos ofrece su propia experiencia, pero cambia los nombres de los miembros de su familia. Refleja, en estas memorias, cómo la marcó el vacío dejado por la figura materna, y cómo su imagen es conjurada y recuperada, aun inconscientemente, en la antesala del parto: “Cuando Benjamin era todavía un renacuajo en mi vientre, ella se me aparecía en sueños. A veces en forma de sacerdotisa sabia, brindándome su apoyo y su amor”. Sabemos de su vida laboral anterior a la maternidad, y de su profunda vocación literaria. Cuando supo que estaba embarazada, su sentido de identidad dio un vuelco. Ella era hija aún, y pronto sería madre. A todo ello se añade la cuestión racial. Su marido, James, es negro, y ambos son conscientes de la lucha que deberá librar su hijo —“una criatura que amenaza los confines”— contra el mundo.

“Éramos una entidad política: un hombre negro casado con una mujer blanca […]. El amor que me proporcionaba mi hijo se mezclaba con una rabia nueva contra un mundo en el que yo misma me había sentido forastera, en el que vivía únicamente gracias a un enorme esfuerzo.”

Arrojada a un cúmulo de sentimientos nuevos y contradictorios, descubre que incluso la escritura más caótica e inconexa sirve para algo y acaba iluminando las vivencias: “Fueron muchas las semanas en que las frases emergían de mi cabeza como cargas explosivas, como un géiser desgarrando la tierra”. La escritura se perfila también como una vía o una estrategia para domesticar la rabia y aplacar los demonios. El problema es que, desde que es madre, no dispone de la menor intimidad ni serenidad para escribir con oficio y disciplina, siempre al cuidado de Benjamin, su hijo, y a vueltas con las emociones y los deseos. Y es que, frente a una paternidad que sigue siendo “sagrada, protegida y pueril”, a las mujeres les corresponde resolver los temas domésticos; después, ya podrán pensar en escribir, trabajar o liberarse. Más allá de la crítica al patriarcado, Lazarre se percata de la brecha insalvable que la separa de los hombres, de cualquier hombre.

“Fueron precisos cinco años, cientos de días ejerciendo de madre que me revelaran la gran diferencia que existe entre padres y madres, para aceptar finalmente que ni James ni cualquier otro hombre entendería nunca lo que es una gestación. Era una verdad muy obvia que nuestras abuelas conocían desde el principio […]. Pero nosotras, las nuevas feministas de finales de los sesenta, todavía lo negábamos.”

Afirma Lazarre que la maternidad había abierto en ella un espacio de polaridad, con dos extremos difícilmente conciliables. Un mundo onírico desbocado, como una suerte de realidad paralela en que se encadenan sueños y visiones, coexiste con una lucidez y una capacidad de análisis implacable e impotente a la vez. Si la escritora y ensayista se propone abordar la gran falacia de la maternidad, es porque puede mirarla de frente; porque ama sin fisuras a su hijo y porque disfruta de la maternidad como algo mucho más profundo que las obligaciones que conlleva y los detalles opresivos.

“Mi objetivo primordial era […] desentrañar mi propia experiencia, pura y dura, de la maternidad. Pero antes debía enfrentarme de cerca a la mentira, una falacia de primer orden, anacarada y reluciente como el oropel que engalana un hermoso abeto.”

“Confronté mis aversiones y mis miedos […]. Lo odié y lloré porque mi vida había dejado de existir. Y así, durante dos meses, descubrí en silencio que lo amaba […], el amor había luchado por definirse, había crecido en un mar de confusión, miseria y necesidad.”

En ella habitan dos mujeres: una es la mujer orgullosa e independiente, intelectualmente brillante —la hija que se desentiende—; la otra es la madre que debe desterrar a esa niña interior y volcarse en el cuidado del bebé, condenada a “una especie de amor ciego, sentimental e irritante”. Añora “aquella sexualidad majestuosa y perdida” que exhibía en la época en que trabajaba en Nueva York, al mismo tiempo que encuentra deseable la liberación que la maternidad permite en el descuido indumentario, como modo de esquivar el “materialismo tiránico” de quienes se preocupan obsesivamente por el aspecto físico; ello enlaza con lo que apunta Carolina del Olmo en ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista (Clave Intelectual, 2013), a saber, que la maternidad puede ser una buena ocasión para cuestionar los modelos de vida típicos del hiperconsumismo contemporáneo.

Se da un doble movimiento que resulta paradójico. Por un lado, la madre de El nudo materno siente la necesidad de recuperar su fuerza individual, y, por el otro, experimenta el irrefrenable deseo de quedarse embarazada de nuevo. En este punto, la escritora superdotada que es Jane Lazarre escenifica literariamente el desdoblamiento brutal, la escisión incomparable que supone ese debatirse entre ser hija y ser madre.

“Entonces, esa mujer dentro de mí que siempre vivió sola, esa mujer inalcanzable, invulnerable al amor o a la amistad, sacudió su tupida y negra melena, y, satisfecha con su convincente discurso, se sentó.”

“En su lugar apareció otra mujer, menos teatral que la anterior. Su color de pelo no era tan oscuro, aunque tampoco era rubia. La ropa que vestía era menos llamativa. Tenía una cara más triste, más avejentada, y unos ojos que alternaban miradas amables y furiosas, pues creía que entre las dos mujeres ella era la más sabia. Estaba segura de que, sin su sabiduría, perseverante como las tres comidas diarias de las familias civilizadas de clase media, la mujer más morena perdería peso y energía, probablemente también el deseo, incluso podría llegar a morir.”

Jane Lazarre habla de la maternidad con una sinceridad y unos arrestos que hermanan este libro testimonial con las obras literarias de Tillie Olsen, Grace Paley y Doris Lessing, entre otras. Se trata de una lectura transformadora que resulta apabullante por la cantidad de verdades profundas que libera, y por la potencia irrebatible con que lo hace: ni un solo párrafo sobra; ni una sola frase tiene desperdicio. Destacan la generosidad y clarividencia en el análisis de las relaciones de la autora con su primer hijo, sí, pero también con su marido, con el que aprendió a comprometerse sin dramatismos ni aspavientos —“En otras palabras, nos dejábamos ser como éramos y respirábamos a pleno pulmón el aroma, tal vez contaminado pero fragante, del compromiso”—; el clímax emocional que sobreviene el día de la graduación de James, cuando él y su esposa se comunican en la distancia, esto es, se leen el pensamiento y se responden mentalmente, avergonzándose de todas las cosas horribles que se han dicho, es uno de los innumerables momentos álgidos y felices, literariamente hablando, de estas memorias. La nueva situación familiar y emocional también la anuda más a su propio padre; cuando este muera, ella deberá esforzarse por recordar que ya nunca más podrá ser la hija de nadie, aunque lleve —como dice Rainer Maria Rilke en la tercera de sus Elegías de Duino— la marca de la tribu, una savia inmemorial que le sube por los brazos. Por otra parte, resulta de gran interés la búsqueda del activismo social a través del feminismo, así como la creciente necesidad de compartir inquietudes y experiencias con otras mujeres, a través de un proceso de reconocimiento continuo, sereno y empático.

En un bascular sabio e incesante entre la concreción y la abstracción, entre lo personal y lo político, entre la víscera y la razón, Jane Lazarre construye un relato autobiográfico de enorme precisión y dolorosa honestidad, al tiempo que desentraña de manera clarividente la radical complejidad y la ambivalencia de la experiencia maternal.

Ana Prieto Nadal

Ana Prieto Nadal es licenciada en Filología Clásica (UB) y Doctora en Filología Hispánica (UNED), y está especializada en el estudio del teatro contemporáneo. Como escritora, obtuvo el premio Ojo Crítico por su novela 'La matriz y la sombra' (Acantilado, 2002) y tiene relatos publicados en la revista 'Granta en español', 'El silencio en boca de todos' (Emecé Editores, 2004) y en la antología 'Todo un placer' (Berenice, 2005); también participó en el proyecto europeo Scritture Giovani 2006. En la actualidad, es miembro del Grupo de Investigación del SELITEN@T y compagina la investigación literaria y teatral con la docencia de lenguas clásicas. Ha colaborado en revistas especializadas como 'Acotaciones', 'Anagnórisis', 'Don Galán', 'Pasavento', 'Signa' y 'Tropelías', entre otras, y ejerce la crítica literaria en 'Quimera' y 'Revista de Letras'.

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